Montanelli, indro y gervaso, roberto historia de la edad media (1)

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Indro Montanelli, Roberto Gervaso

Historia de la Edad Media

XV. LA ITALIA GODA

A principios del año 494, la conquista goda estaba consolidada. Teodorico se instaló en Rávena. De los doscientos cincuenta mil godos que con él habían emprendido la «larga marcha», no llegaron a la tierra prometida más que unos doscientos mil. De estos, una parte se había establecido en la llanura padana, otra había seguido al rey hasta la ciudad adriática y una tercera había descendido hacia el sur. El asentamiento fue difícil y lento. Los que seguían a Teodorico no eran un pueblo, sino una horda de guerreros, pastores y bandidos, refractarios a cualquier forma de vida organizada. Eran demasiado bárbaros para fundirse con los vencidos, y estos estaban demasiado podridos para asimilarse a ellos. No iba a ser una convivencia fácil. El nuevo reino comprendía Lombardía, Véneto, Liguria, Toscana, Lacio, Campania, Lucania, Calabria y Sicilia. Teodorico dejó inalterada la antigua fisonomía y la tradicional nomenclatura administrativa romana: la península siguió dividida en diecisiete provincias, gobernadas por diecisiete presides que eran al mismo tiempo jueces, administradores e intendentes de finanzas. Dependían todos del prefecto del pretorio, especie de ministro del Interior, que residía en Rávena y daba cuenta al rey de su actuación. Las provincias fronterizas fueron confiadas a los llamados comites, generales godos en servicio activo, que se habían distinguido en la guerra contra Odoacro. Estos generales disponían de un pequeño ejército, llevaban una vida de guarnición y vigilaban las fronteras. Naturalmente, sus obligaciones no solo eran militares, sino también civiles y judiciales. En Roma, el Senado, reducido a una simple sombra, continuó siendo, al menos teóricamente, el más alto organismo representativo. El rey le confirmó todos los privilegios de que había gozado antaño, limitándose a designar a su presidente. Los senadores conservaron el derecho de transmitir el propio cargo a sus hijos y los cónsules también salvaron sus prerrogativas. Cuando eran elegidos podían poner en libertad a cierto número de esclavos y aún tenían la obligación de distribuir el trigo entre la plebe y proporcionar diversiones a esta. Vestían igual que en tiempos de Sila, César y Trajano, y daban su nombre al año. Pero en Roma el verdadero jefe era el prefecto de la ciudad. Lo nombraba Teodorico, de quien era lugarteniente. Dirigía la administración, presidía los tribunales y tenía jurisdicción incluso sobre los senadores. De él dependían todos los funcionarios públicos de la ciudad, cuyo número, según el historiador Casiodoro, sufrió bajo Teodorico una drástica reducción. Cuando en el año 500 el rey visitó Roma, fue precisamente el prefecto de la ciudad el primero en rendirle homenaje al frente de una delegación en la que estaban representados todos los altos cargos del Estado. Se hallaban el cuestor, que hacía de mediador entre el Senado y Teodorico; el maestro de oficios, que se encargaba de los abastecimientos y el correo; el conde de las Donaciones, el equivalente a un ministro de Finanzas, que vigilaba también el comercio, y el conde de los Asuntos Privados, especie de ministro de la Corona, cuya misión era impedir los matrimonios entre parientes y dar sepultura a los muertos. Todos ellos tenían el título de «ilustres» y percibían un estipendio mensual de mil sueldos. En sus no demasiado frecuentes traslados, Teodorico se hacía acompañar por un séquito de escuderos y oficiales que, naturalmente, eran godos. En las Variae de Casiodoro no hay huellas de un solo funcionario militar romano. El jefe del ejército era el rey, que declaraba la guerra y ordenaba el reclutamiento. Los godos efectuaban movilizaciones en masa y tenían que procurarse el equipamiento, que consistía en una especie de coraza ligera, un yelmo y un escudo. Las armas incluían la lanza, la espada y la jabalina, el puñal y las flechas. Habítualmente se reunían en una provincia fronteriza. El Estado pagaba a los soldados estipendio y vituallas, pero les prohibía el saqueo, el estupro y el rapto. Los romanos estaban obligados a procurar a las tropas de paso alimento y alojamiento. Terminada la guerra, los soldados regresaban a sus casas y a cultivar los campos. De ese modo, los godos se emanciparon 66


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