Montanelli, indro y gervaso, roberto historia de la edad media (1)

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Indro Montanelli, Roberto Gervaso

Historia de la Edad Media

Desaparecido Avito, no quiso ser su sucesor en el trono, porque le parecía mejor controlar las riendas del poder como primer ministro de un soberano sin autoridad. Se limitó a asumir el título de patricio con el que se le reconocía el derecho a proclamarse padre del emperador. Retirado Avito, colocó en el trono a Mayoriano, ex ayudante de campo de Aecio, junto al que había realizado una gran carrera si no lo hubiera hecho fracasar la mujer del general. Lo mismo que Cincinato y Teodosio, Mayoriano vivía retirado en el campo, dedicado a la cría de aves, en espera de tiempos mejores. Cuando Aecio fue asesinado, Valentiniano III volvió a llamarle. En esa ocasión conoció a Ricimero. Para los romanos, la elección de Mayoriano fue un hecho meramente administrativo. Después de la coronación, el nuevo Augusto leyó en el Senado un mensaje lleno de deferencia en el que declaraba que asumía la púrpura por voluntad de sus representantes y en el supremo interés de la patria. Los senadores se asombraron al oírlo. Desde tiempo inmemorial habían perdido la costumbre de que los trataran con tanto respeto. La coronación de Mayoriano volvió a actualizar la figura de Sidonio Apolinar. El poeta había caído en desgracia después de la desaparición de Avito. Se le perdonó porque era el único poeta del Imperio. El panegírico dedicado a Mayoriano tuvo la misma aceptación que el dirigido a Avito. En las dos composiciones, de la misma duración y en el mismo metro, Sidonio había dicho más o menos las mismas cosas. En recompensa, se le dispensó de pagar tributos. Mayoriano fue un buen emperador. Como los italianos apenas tenían hijos, prohibió a las mujeres hacer votos antes de los cuarenta años, obligó a las viudas a casarse otra vez, impidió a los jóvenes hacerse monjes y castigó a los especuladores que para construir nuevos edificios derruían los viejos demostrando que en Roma los vándalos habían sido superfluos. Tanta sabiduría, sin embargo, le costó cara. Ricimero no tardó en advertir que Mayoriano se había tomado en serio su papel de emperador, y en mayo de 460 lo depuso. Mayoriano se retiró a la vida privada en una villa próxima a Roma, donde pocos años después, según cuenta Procopio, murió de disentería. Suprimido un soberano que habría merecido permanecer en el trono, en noviembre de 461 Ricimero coronó en Rávena, como Augusto, a un tal Libio Severo, lucano de nacimiento. Solo sabemos de él que reinó cuatro años, vivió religiosamente y murió envenenado. Tras su desaparición, el trono quedó vacante durante dos años. Su sucesor, Antemio, era yerno del difunto emperador de Oriente, Marciano. Fue depuesto por inepto en abril de 472. Ricimero coronó entonces a un cierto Olibrio, al que no tuvo tiempo de deponer, porque un mes más tarde moría víctima de una hemorragia. Con su muerte se cierra la serie de los generales bárbaros que en los últimos tiempos estaban decidiendo la suerte de Occidente, llenando el vacío de un poder que los emperadores ya no podían ejercer. Durante dieciséis años Ricimero había logrado mantener a flote una embarcación que hacía aguas por todas partes y cuyas grietas ya nadie podía cerrar. Olibrio ni siquiera tuvo tiempo de darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor, pues murió de un ataque de hidropesía. Antes de morir, había nombrado patricio al sobrino de Ricimero, el príncipe burgundio Gundobado, que en marzo de 473, tras un interregno de cinco meses, proclamó emperador en Rávena a Glicerio. De este solo sabemos que cuando Italia fue amenazada por los ostrogodos, salió al encuentro del rey Teodomiro, lo colmó de dones y le indujo a abandonar la península y a marchar a la Galia, que, si no de hecho, al menos en el mapa aún pertenecía al Imperio. Esta traición, sin embargo, le costó el trono, al que se encaramó un general llamado Julio Nepote. Gundobado prefirió huir a Burgundia, donde le esperaba la corona de un reino menos glorioso que el romano, pero, desde luego, más cómodo. Julio Nepote gobernó catorce meses y entregó Auvernia a los visigodos. Los romanos no se lo perdonaron y su lugarteniente Orestes lo depuso en el verano de 475, y proclamó emperador en Rávena a su hijo Rómulo Augústulo. Orestes había nacido en la Panonia; entró al servicio de Atila y lo hemos encontrado ya con su compañero Edecón al frente de la embajada que el «azote» envió a Constantinopla en el año 448. El matrimonio con una dama griega le abrió las puertas de la sociedad bizantina. Al igual que Estilicón y Ricimero, no vistió la púrpura y se conformó, en cambio, con el título de patricio. Era hombre ambicioso, pero obtuso. Cuando los hérulos descendieron a Italia y reclamaron la tercera parte de 56


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