Luna Córnea 27. Lucha Libre

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“va a aventarse un lance”. Entonces me puse atrás de MS1, Oro se sube a la tercera cuerda, se pone de espalda y se avienta un mortal hacia acá. Entonces lo capta en el momento. Esa fotografía tiene un lugar muy especial, porque Javier era mi amigo y porque falleció a los pocos meses; cayó mal y se desnucó –esta semana, el día domingo se cumplieron diez años de su muerte. Murió el 26 de octubre de 1993–. La segunda fue en la Arena Neza: es de Scorpio –todavía no perdía la máscara–. Se mete alguien con una botella de cerveza, se va sobre el luchador. Veo la botella. Obviamente, me pongo en posición y agarro exactamente el momento en que se la estrella en la cabeza, la botella se va haciendo añicos y sale por todo el aire. La última es, no sé de hace un año, año y medio. Iban de pareja El Hijo del Rayo y El Hijo del Santo. Yo nada más vi al Hijo del Rayo arriba y dije: “a la hora que se aviente, yo disparo”. Y a la hora que voy disparando va saliendo El Hijo del Santo. Muchos me han felicitado por esa foto. Fue portada de Box y Lucha. La verdad fue un golpe de suerte. –De acuerdo a tu experiencia ¿Cuál es el papel de las revistas especializadas en el mundo de la lucha libre? –De complemento. La lucha libre es un deporte tan… es un círculo muy cerrado. –Las revistas, ¿de alguna forma abren ese círculo? –No. No pasan de informar lo que pasa en el entorno de la lucha libre: afuerita. Porque no tienen acceso a los vestidores, al círculo cerrado de los luchadores. A ese círculo, no tiene uno acceso. Y una revista como Box y Lucha no está para especular. Tú dices lo que ves. Lo que no ves, ¿cómo lo vas a decir? Hay gente que dice que la lucha libre es una farsa; yo lo dudo, lo pongo en tela de juicio. –¿Te consta que no exista esa farsa? –No me consta. Pero tampoco puedo decir lo contrario. Yo hablo de lo que veo. Una vez, Oro, Plata y yo íbamos a Querétaro. Yo iba atrás, con Oro. Se nos había hecho tarde porque había un accidente en la carretera. Veo que Oro saca vendas y se las empieza a poner en las rodillas. Le dije: “Oye, tocayo ¿por qué te estás vendando?”. “Es que estoy muy lesionado”, me dice. “¿Por qué no paras?”, le pregunté. Y me respondió: “Si paro, llega otro en mi lugar y me lo quita. Yo tengo que luchar lesionado”. Eso es lo que uno desconoce de la lucha libre. El luchador lucha diario, baja de un autobús y sube a otro, baja de un avión y sube a otro y sigue… –Lesionado o no lesionado. –Sí. Una vez fui a Aguascalientes y el Brazo de Plata, el Porky, cayó mal y se amoló el cóccix. Todo el camino se tuvo que regresar de pie porque no se podía sentar. Cinco horas de pie, eso es lo que uno no entiende de la lucha libre; a veces uno lo manifiesta pero la gente no lo comprende. Yo comparo la lucha libre con el circo romano: la gente va a desahogarse, va a ver sangre, va a ver golpes… a que la fiera se coma al hombre. –¿A qué crees que se deba que la lucha se haya convertido en un deporte-espectáculo de esta magnitud? –A lo que decíamos del círculo. Tú no sabes en realidad si es mito, realidad, fantasía, o farsa. Aunque en la actualidad los luchadores ya no son tan celosos como antes. Antes ni por equivocación te podías acercar a los vestidores. La lucha libre nace como espectáculo complementario del circo, donde había payasos, donde había domadores, donde había fieras… Por ahí te metían un encuentro de lucha libre. La lucha se presentaba en teatros, carpas. Salvador Lutteroth cambia ese concepto. La lucha deja de ser relleno y la 238

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