Buk12

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A sabiendas de que mi memoria es más bien selectiva y que mi imaginación es más bien delictiva, existe la posibilidad de que todo lo que van a leer sea más bien falso, o recreado. Empezaré, pues, con un: “Si no recuerdo mal...” ...cuando una cruza la frontera pirenaica, el primer pueblo donde recala se llama Po, o Pau, o Pô... Un nombre insulso para un territorio de nadie, prometedor pero vacío al que, como cualquier amor platónico, solo lo salva saber que estamos ahí de paso y que todo lo que vendrá después siempre será mejor. Atravesar la transpirenaica en una furgoneta de tercera mano con dos chuchos gritando no es moco de pavo. Una tiene tantas ganas de poner los pies en polvorosa que ni siquiera te abrigas al abrir la puerta y una ráfaga helada te corta la respiración. No has tenido tiempo de reaccionar cuando los chuchos huyen disparados, siempre hacia la carretera, y tú detrás, y el camionero que sale de la curva pega un volantazo y te grita dos improperios a los que tú respondes con tres y hala, ya has empezado a practicar francés. No resulta raro entonces que Paul-Jean Toulet, nacido allí, se pasara la vida tratando de escapar de la frontera, escribiendo sobre las fronteras, atravesando fronteras, incluso fronterizando fronteras frente a frente, un poco en el limbo. Y es que, a juzgar por su trayectoria, nunca logró salir de aquel no lugar. Para él, desgraciadamente, todo lo que vino después no mejoró nada en absoluto. La madre de Paul-Jean Toulet murió al darle a luz. Su padre regresó a su Mauricio natal dejándolo al cuidado de un tío. El escritor pasó su infancia rodando de Francia a Mauricio, de Argelia a París, donde se estableció tutelado por Willy, de quien fue uno de sus numerosos “negros”. Allí frecuentó los bajos fondos y algunos altos salones, siempre entre opios y alcoholes. En 1912 dejó París para instalarse en casa de su hermana, pero enseguida volvió a cambiar de residencia para casarse. Murió con apenas cincuenta años, enfermo y desconocido. En sus últimos años, un grupo de jóvenes poetas fundó la “Escuela Fantasista” y quiso hacer de él su maestro, pero la mala fortuna que le había acompañado en vida no le abandonó tras la muerte: el estallido de la Primera Guerra Mundial, que hizo que la sociedad y los gustos artísticos del momento se tambalearan, enterró con él también sus aportaciones literarias. Moderno, ingenioso, formalmente clásico y crítico en el contenido, solo se le recuerda vagamente por sus Contrarrimas, una suerte de experimento neoclásico para el que rescató una forma muy antigua y desconocida de poesía. Ángel o demonio, Paul-Jean Toulet se la jugó a las dos caras de la moneda y le salió muy bien. Fue un diamante en bruto que se pulió a sí mismo (además de alguna que otra fortuna), sobre todo en “Mon amie Nane”, una novela encarnizada en la que demuestra que cuando un ángel desciende entre nosotros deviene grotesco, pues para hacerse humano, debe sacrificar su divinidad. Así, los ángeles nos ofrecen a la gente su mitad más bárbara, resultando de ellos los peores demonios. Demonios que todo hombre o mujer tenemos el deber de combatir. À lire: “Mon amie Nane”. Paul-Jean Toulet, 1922.


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