El Atentado

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Testimonio del poder de Dios

—Tranquilos que vamos a llegar rápido—, fue lo único que atinó a balbucear. Marco Antonio recordó las enseñanzas en los cursos preparatorios del IGSS y le pareció escuchar la voz del maestro cuando le insistía que una vez que los heridos ya estaban en la ambulancia, el conductor se convertía en el capitán del barco. Tenía que luchar hasta el último momento para salvar la vida de los heridos. Había que correr con prudencia, pero a velocidad total. El éxito de un buen conductor de ambulancia se basa en la velocidad inteligente. Hay que llegar lo más pronto posible a un centro asistencial para que los heridos sean puestos a disposición de los médicos. Hay una meta rigurosa por cumplir. Ninguno de los heridos debe morir en el vehículo y por ello, el tiempo y la velocidad juega un papel determinante. El buen conductor, le repetía el maestro, tiene que adherirse al dolor de las víctimas. Se le recuerda que la sangre es sinónimo de muerte y que por ello, debe llegar al hospital en cuestión de minutos. Siempre había laborado bajo estas 68


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