EL VUELO DE LAS BRUJAS María José Floriano Ana Varela
Como buena bruja, a mí lo que más me gusta es volar. Mi forma de desplazamiento favorito es la teletransportación, creo que tiene unas posibilidades infinitas. Los años que estuve trabajando como periodista, en la radio y la televisión, casi siempre debía moverme por la vía terrestre, sin embargo cuando me adentré en la literatura infantil y juvenil descubrí que podía pasar de un lugar a otro con dos golpes de tacón o simplemente poniéndome bajo el dintel de la puerta adecuada. Desde entonces, escribo, imparto talleres, cuento cuentos y procuro tener mucho cuidado con los aterrizajes. Antes o después, hay que pisar suelo firme y conviene no dañarse. Sin embargo, no descarto probar nuevos vuelos: cantar mientras me dirijo en escoba al corazón de otra historia me resulta demasiado atractivo.
A todas las mujeres
El vuelo de las brujas Primera edición: noviembre, 2020 © del texto: María José Floriano © de las ilustraciones: Ana Varela © 2020 Editorial Libre Albedrío Aguadulce, Almería. Revisión ortotipográfica: Estilográficas Corrección Diseño cubierta: Anna Blanco Maquetación: Roger Alemany Dirección editorial: Gema Sirvent ISBN: 978-84-120746-8-0 Depósito Legal: AL 2213-2020 Impreso en España por Ino Reproducciones S. A. Todos los derechos reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproducción o publicación de esta obra sin autorización previa y por escrito del editor.
El vuelo de las brujas
María José Floriano · Ana Varela
Presentacion Me apasionan las brujas. Dicho así quizá suene un poco raro, aunque si estáis hojeando este libro también debéis de tener esta peculiaridad —me gusta la gente peculiar, sí, señor—. He dedicado media vida a estudiarlas, conocerlas e investigarlas y, hacedme caso, son absolutamente irresistibles. Por mi condición de periodista me contrataron en la prestigiosa Universidad de Massachusetts para realizar una serie de entrevistas que desvelaran su auténtica naturaleza, pues muchas no son como creéis. Después he viajado por medio mundo intentando que no quedara rincón, lugar o puerta a la que llamar donde hubiera algún ejemplar escondido. Me he encontrado con cosas asombrosas, enmudecedoras, superlativas. Me llamo Olivia del Olivo Oloroso y este es mi catálogo, documentado científicamente, sobre los distintos tipos de brujas.
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El vuelo Desde que el mundo es mundo y las brujas se instalaron en él, viajan en escoba. Así las conocemos y así nos las imaginamos. Oímos la palabra bruja y de inmediato pensamos en una anciana chepuda, con joroba a la espalda, nariz aguileña —lo que viene siendo una especie de pimiento morrón doblado—, verrugas por distintos lugares de la cara, como granos a punto de explotar, y pocos dientes; en general, su boca tiene muchas fugas de aire. En cuanto a la ropa, es posible que nos venga a la cabeza una indumentaria negra: por falda una especie de sayo que se parece más a un saco que a otra prenda más sofisticada; y de cintura para arriba una chaqueta corta, ceñida, que la mayoría de las veces no deja ni respirar. Tiene su explicación, porque la mayor «caza de brujas» fue en el siglo XVII y entonces iban vestidas así. En la cabeza, un sombrero de cucurucho o de ala ancha y copa plana, depende. En cuanto al calzado, casi todas llevan zapatos puntiagudos, y aquí viene uno de sus principales problemas: ¡los pies! ¡Ay, los pies…! En esto hay que detenerse un poco más. En función del tipo de ejemplar que nos encontremos, puede que tengan los pies llenos de sabañones. Les ocurre a las que viven a la intemperie, en contacto directo con el frío y la tierra. El bosque es un buen refugio, seguro, pero muy húmedo. Otras padecen de juanetes, sobre todo las mayores. Y a aquellas que, por disimular su auténtica naturaleza, van subidas a unos tacones de vértigo en unos zapatos más apretados que una faja… a esas los pies se les han quedado como morcillas chamuscadas. ¿Y las uñas negras o los dedos pegados con forma de martillo? Está claro que a las brujas sus pies les dan muchos quebraderos de cabeza, pero para vosotros pueden ser el aviso de que os halláis ante un verdadero ejemplar.
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Introduccion A medida que avanzaba en mis lecturas, me hacía más y más preguntas. Las brujas ¿siempre fueron así? Quiero decir, ¿nacieron brujas? ¿O se convirtieron según crecían? ¿Es igual una bruja en el Lejano Oriente que en la Grecia clásica o en plena Edad Moderna? Y lo más preocupante: hoy en día ¿cómo las identificamos? Porque estaréis de acuerdo conmigo en que es importante saber reconocer a una bruja. ¿Estáis de acuerdo conmigo? Espero que sí, porque si no… tenemos un problema. Voy a intentar ayudaros. En mis viajes —me ha tocado ir de punta a punta del globo en varias ocasiones— me he topado con muchas; incluso he podido hablar con ellas y aprender algo de su arte y su desastre. Desde estos encuentros no he parado de hacerme preguntas. ¿Las brujas son malas? ¿Todas? ¿Quizás a ratos? Mis descubrimientos han puesto de manifiesto que las hay malas malísimas, las hay que quieren ir de malas pero no asustan a un ratón, y las hay que parecen buenas, pero pueden acabar contigo de un plumazo; con estas es con las que más cuidado hay que tener. Por último, también las hay buenas buenísimas. Así es. «Es muy posible que haya tantas brujas como personas, Olivia», me dijo un día una de ellas. Y dando vueltas y vueltas alrededor del mundo oculto de las brujas, hay una cuestión que me ha hecho investigar más en profundidad, si cabe, sobre un asunto: ¿es verdad que las brujas pueden volar? Y si es así, ¿todas las brujas tienen ese poder? Humm, el tiempo me ha demostrado que sí… y que no. Mis estudios han revelado que hay muchos tipos de brujas, pero, sobre todo, muchos tipos de vuelos. Se han confirmado mis sospechas y he podido dar nombre a algunos seres que no pensé siquiera que existiesen. Aquí os presentaré a varias de las brujas que he conocido. Quizá alguna os deje hacer un viaje con ella. ¿Os atrevéis?
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ENTRE VUELOS Y BRUJAS Catálogo ilustrado y documentado científicamente sobre los tipos de brujas y sus distintos vuelos.
El vuelo con escoba es el más conocido. La escoba siempre ha sido su método tradicional de desplazamiento.
Tipos de escobas y algunos de sus usos más extendidos
Escoba redonda de ramas. Son las más antiguas. Se fabrican atando las ramas por uno de los extremos a un palo de madera… y listo. No parecen complicadas, pero ¡no os confiéis! Con ellas se han alcanzado vuelos estrepitosamente altos y fantasmagóricamente increíbles. Entre las ramas se esconden seres invisibles que cuando dan la cara pueden declarar una guerra abierta. Ojito con hormigas, renacuajos, pulgones, ratoncitos de corral o ardillas silvestres.
Escoba de hierba. Como las escobas surgieron de la necesidad del ser humano por eliminar del suelo todo lo que molestaba, algunas brujas las utilizaron de forma literal y se liaban a escobazos con todo el que se ponía por delante. Otras más delicadas, más misteriosas, ponían manojos de siemprevivas en la zona destinada a barrisquear, así te hacían desaparecer sin que te dieras cuenta. En fin, que mucho cuidado si veis a una bruja con escoba de hierbas.
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Escoba de mijo. Son algo más modernas y están hechas de un cereal que, a su vez, sirve para fabricar las escobas de palma. Y el palo suele ser de caña. Todo muy ecológico; ¡las brujas también deben intentar no contaminar! Agitar con fuerza estas escobas provoca estornudos a diestro y siniestro y pueden lanzar protozoos, virus, gérmenes o bacilos; todos letales, capaces de dejarte KO en cuestión de segundos.
Escoba plana de esponja. Es el último modelo, ultrasónica y galáctica; capaz de viajar a la velocidad de la luz y atravesar nubes y estrellas. Con esta escoba las brujas son prácticamente invencibles. El mango se puede hacer más corto o más largo, dependiendo de si quieren llevar compañía, y hace giros vertiginosos y sincronizados. Vamos, que más de una bruja parece una acróbata de circo. Si conseguís ver a alguna de estas —lo cual es bastante difícil, dada la velocidad que alcanzan— no penséis que es un meteorito, es que estará yendo a una misión de urgencia.
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Una vez conocidos los tipos de escobas, vayamos con el ritual. Para iniciar el vuelo con escoba es necesario preparar un brebaje a base de raíces de mandrágora que elaboran en las noches de luna llena, la víspera de San Juan. Parece ser que el rocío caído esa noche aumenta las propiedades de todas las hierbas y plantas medicinales. Una vez hecho el potingue, las brujas pronuncian este conjuro:
Bababladu Babablad ¡Boreas, Noto, Euro y Céfiro! Dioses del viento del norte, del sur, del este y el oeste, ¿me o s? ¡Os necesito aqu ! Bababladu Babablad Una corriente de aire helado más viento huracanado en la escoba me ha de subir. O eso, o en una nube pegajosa os habréis de convertir.
BRUJAS QUE VUELAN EN ESCOBA
Micifuz Me llegan rumores de que una hechicera con este nombre habita en uno de los ambientes más artísticos e intelectuales del mundo. Apenas se deja ver a la luz del día, por eso os quiero poner sobre aviso. Si uno se adentra por los bajos fondos de París, cerca del bohemio Montmartre, se topará con una mujer alta, majestuosa, con un ojo color ámbar y otro turquesa; flanqueada por dos gatos de angora, una escalera de siameses y el gran persa a la cabeza. Se la acostumbra a ver en Le Café des Chats, donde deambula a sus anchas entre mininos y felinos. Ella es la dueña. Quienes han entrado en el establecimiento cuentan que habla una lengua extraña, difícil de entender para los humanos, pero los pequeños mininos asienten, ronronean y se enroscan bajo sus piernas. En cuanto Micifuz alza la mano, una hilera de gatos danza al compás de la música tras su ama y la flanquean junto al sofá de terciopelo carmesí. Allí canta temas de Edith Piaf al compás de lágrimas y maullidos. No todos se atreven a poner un pie en Le Café des Chats; les asusta la melancolía. Entre tés, cafés y dulces la mar de sugerentes, los visitantes intentan ahuyentar la pena, pero es muy difícil no sucumbir a su lamento, tan profundo que penetra hasta el último de los huesos. Yo aún no he hallado oportunidad para visitarla; y eso que adoro París, pero no estoy para nostalgias en estos momentos. Seguro que sabréis disculparme. Dejo abierta esta investigación para visitar a Micifuz en cuanto me sea posible. Dicen que, cuando no está en el café, es habitual que Micifuz sobrevuele con su escoba de ramas los tejados de la Ciudad de la Luz. Así que estad atentos si visitáis París.
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Petunia, la jardinera de sueños Leyendo documentos sobre brujas en Centroeuropa di con un lugar a tener en cuenta, Oudewater, una ciudad situada en el corazón verde de los Países Bajos. Las fotos del enclave eran preciosas, aunque lo que captó mi atención fue la existencia de un sitio llamado «la casa de pesaje». ¿Pesaje? ¿Qué se pesaba allí? Resulta que es un espacio, ahora convertido en museo, donde hace cientos de años se pesaba a posibles brujos y brujas; por aquel entonces creían que las brujas, al carecer de alma, eran más ligeras que una persona «normal». A la que superaba la prueba le daban un certificado que la libraba de la hoguera. Me quedé perpleja; así eran las cosas en 1482. Tenía que ver esas básculas y pesarme, claro está. Y además tendría cerca el valle del Queso; se me hacía la boca agua, en otra vida debí de ser ratón. En un par de horas ya había aterrizado en Ámsterdam y en cuestión de minutos disponía de una bicicleta. Con esa historia a sus espaldas, en Oudewater todavía debía de haber ejemplares sueltos y yo tenía que dar con alguno y saber de su magia. Me hice pasar por turista; a veces me daban alojamiento, otras extendía mi saco de dormir y pasaba la noche al raso. Por fin, el quinto día ocurrió algo: una anciana me invitó a comer cuando me encontró desesperada por haber pinchado una rueda. Ella fue quien me contó maravillas de un jardín recóndito, próximo a donde nos hallábamos. Oudewater, Ámsterdam y mi próximo destino, Leyden, conforman un triángulo. Me habló también de una mujer, Petunia, que en medio de molinos, bosques y lagos ama las plantas por encima de cualquier otra cosa. Tanto es así que creó un rincón prodigioso a las afueras de la ciudad. La belleza de aquel oasis resulta tan atractiva como peligrosa. Allí crecen ejemplares únicos en el mundo: el tulipán, por ejemplo, es una especie más que conocida, pero Petunia inventó bulbos y semillas de donde brotaban variedades insólitas. Es célebre por su trabajo, pero sobre todo la visitan por su capacidad para hacer realidad los sueños a través de esos brotes.
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Petunia cultiva flores y también plantas, setos y árboles; es decir, se dedica a la horticultura y la botánica. Dispone de distintos monos de trabajo y el primer día que la vi llevaba su preferido, uno de cuadros azules y verdes lleno de bolsillos para guardar sus distintos tipos de tijeras. Se había hecho con una colección para podar y cuidar cada uno de sus retoños: de mano para ramas y tallos finos; de yunque para maderas duras o muertas; otra para flores, que favorece su crecimiento…; y así hasta cincuenta. El pelo de Petunia es tan rojo como un rayo de fuego, y eso asusta a los pájaros que van a picotear y sabotear su sembrado. Conectamos sin conocernos, no hace falta que os diga por qué. Y me llevó a hacer una ruta que es toda una explosión de colores y olores: la Bloemenroute, también llamada «la ruta de las flores»; cuarenta kilómetros de campos con todas las variedades que os podáis imaginar. Yo no paré de hacer fotografías y dibujos que os puedo enseñar. ¿Que cómo nos entendimos? Pues la verdad es que, para aquella visita, con el inglés del colegio bastó. Nunca le estaré lo bastante agradecida a la señorita Palingua. Después nos escribimos muchas cartas y fue muy generosa contándome algunos secretos. Como, por ejemplo, que las plantas hablan y que ella es capaz de oír en susurros sus enfados y amores, sus preocupaciones y devaneos. Así sabe cuándo se van a marchitar o, por el contrario, el momento de germinar o cuándo necesitan más gotas de rocío o lluvia de regaderas. Sobre las plantas venenosas no quiso hablarme mucho, no son su especialidad, aunque estoy segura de que se guardó algún que otro secreto. Conocer a Petunia fue de lo más emocionante de esta expedición. Para mi despedida me hizo un regalo: Olivia del Olivo Oloroso se convirtió en una de sus creaciones. ¡Qué honor para una humilde investigadora! No me extraña que a Petunia la llamen la Jardinera de Sueños; el suyo es desplazarse, sin que exista el tiempo, en una hermosa escoba de flores. Ella, además, me puso en contacto con mi siguiente descubrimiento.
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Clotilde y el clan de las chismosas Que si bla por aquí, que si bla por allá. Todo el día blablablablá. Hay brujas a las que les gusta hablar de los demás por aburrimiento o diversión. Clotilde es una cotilla redomada; habla a todas horas: en la puerta de su casa de Pica (Chile), en la de las vecinas, en las ventanas, en los quicios de las puertas…, ¡incluso en las termas! Me habría encantado relajarme en un sitio así y, sin embargo, ella cuchicuchi, cuchucuchu, cuchuchú… Y mientras te envuelve con su cháchara es capaz de convencerte de cualquier cosa, incluso de que intentes volar.
No se os ocurra hacerle caso nunca, es muy mentirosa. Lo más peligroso es que procura atraerte con buenas artes hasta que te sientes a gusto a su lado y algo te impide marchar. Su casa es un vergel, el pueblito de Pica un oasis en el desierto. Entre naranjas, limones, mangos y aromas sientes que debes hacer lo que te dice. ¡No te fíes! Para ti, su cometido puede ser fatal; para ella, un juego del que sacará algún provecho. Los mayores se empeñan en asustar a los niños con su posible aparición: «¡Que viene la Comecocos!», dicen a menudo si no te portas bien. Yo solo os aviso de cómo trabaja para que no caigáis en sus redes. Clotilde es capaz de inventar las peores patrañas con tal de conseguir información. A pesar de vivir en las profundidades de Atacama, tiene espías por todo el planeta y, si no le das lo que quiere, esparcirá sobre ti un rumor tan grande, tan feo, maloliente y apestosamente falso que te costará volver a respirar aire limpio. Gracias a su pandilla de husmeadoras se enteró de que yo estaba llevando a cabo una importante investigación. Por supuesto, a pesar del chantaje no accedí a darle ni un gramo de información. Así que Olivia del Olivo Oloroso pasó a ser Olivia del Olivo Podrido. Pero yo no iba a permitir que aquello quedara así, tenía que tomar cartas en el asunto. Crearon un grupo cibernético llamado algo así como «el clan de las chismosas», donde su séquito de escuchadoras se daba cita para futuros encuentros en casa de la chismosa reina. Me enteré del próximo encuentro y, lo más en secreto que pude, me movilicé. El aparcamiento de cepillos en pleno desierto era un guirigay de escobas galácticas donde todas presumían de tener el último modelo. Aunque estaban un poco apartadas del mundo, la humanidad al completo se enteró de que había empezado el concierto de las habladurías. Y yo estaba dispuesta a cantarle las cuarenta a la señora Clotilde. Por si acaso, me había provisto de un gas neutralizador de halagos. Finalmente conseguí llevármelas a mi terreno. Si les dedicaba un capítulo de mi estudio, retirarían aquellos apestosos rumores. Y ambas partes cumplimos nuestro acuerdo.
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EL VUELO EN CALDERO
El vuelo en caldero conlleva algunos riesgos.
Caldero de bronce o fuego. Es el material
más utilizado, y el caldero de este tipo es habitual encontrarlo en chimeneas o colgando de una cadena sobre el fuego del hogar. Suele ser de tres patas y tiene un asa con forma de arco para transportarlo. Cada pata simboliza uno de los tres aspectos de una diosa: doncella, madre y anciana. En estos calderos se han «cocinado» (y se cocinan) los brebajes más atrevidos, los más duraderos, los más chisposamente mágicos. Si se echan restos de animales, el potingue puede ser repugnante y, a la vez, de lo más atractivo. Porque ¿quién puede resistirse a una buena sopita de ancas de rana o a un guiso de larvas de mosca, ojos de saltamontes y aletas de pez volador? ¡Ay!,
La palabra «caldero» viene del latín caldarium, que significa «baño caliente». Dice el diccionario que los calderos «son recipientes de fondo cóncavo y preferentemente metálico, de menor tamaño que la caldera, provistos de una o dos asas y utilizados para calentar, acarrear y revolver todo aquello que puedan contener». Eccoli qua!, que dirían los italianos. Por eso ha sido uno de los instrumentos preferidos de las brujas, ideal para sus remedios y pócimas, y también para algo que muchos no sospechan: ¡volar! Presiento que estos recipientes me van a dar muchas pistas sobre futuros especímenes. Tipos de calderos
todo dependerá de quién meta mano en esos fogones…
Caldero iniciático o de agua. Es habitual entre las aprendices. Suele ser de color azul y sirve para acercar el mundo de las brujas a todas aquellas interesadas en tener poderes y para iniciarlas en este camino. Se puede confundir con una olla, puchero o marmita, pero si te fijas bien verás que en su interior nunca hay un rico estofado u otra comida suculenta que echarse a la boca —por cierto, ojalá tuviera cerca un estofadito de la abuela—; más bien hallarás agua que ellas embellecen a base de flores y velas aromáticas, y a la que piden que las impregne con altas dosis de sabiduría y conocimiento. Un día, las brujas más avanzadas se dieron cuenta de que si miraban con atención en el interior de esas aguas podían ver dibujadas escenas de la vida de las personas cercanas. Sin embargo, también constataron que esas imágenes eran muy frágiles: ante el menor atisbo de duda el espejismo desaparecía. Vaya, vaya, resulta que esos calderos son capaces de introducirlas en las artes adivinatorias. Lo anotaré como uno de los descubrimientos importantes.
Caldero de hierro. Es el más propicio para cocer todo tipo de
hierbas y plantas trituradas. El resultado es una especie de polvillo que, según cuentan, algunas brujas esparcen para quitarte la voluntad, o bien para hacer un conjuro que ayude a encontrar algo perdido. Este caldero es bueno también para encender fuego en su interior y que retorne el calor. Se pueden lanzar dentro hojas con peticiones —a veces me gustaría tener el pelo verde y que se me confunda con los árboles al salir el sol, ¿lo podrían hacer posible?— y monedas. ¡Podemos arrojar todo lo que queramos que se reproduzca! ¿Qué tal tartas de manzana recién horneadas, como las de mi abuela Evangelina? No se enfaden sus excelencias, no me lo tomo a broma, pero es que hay tantas posibilidades…
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Para conseguir un brebaje de altura y alcanzar un vuelo en caldero es habitual saltar alrededor del mismo al tiempo que se canta una canción que invoca a los tres elementos que sostienen el mundo:
Gea, Madre Tierra, ¿donde está tu caldero? ¡Oh!, ya oigo el tintineo. Poseidon!, dios de las aguas, ya te has dado un coscorron? Vamos, sal de tu palacio y no te duermas, que no somos eternas. Y tu, Hefesto, rey del fuego, por lo que más quieras, en tu fragua pon mecha a este brebaje o te denunciaremos por ultraje.
BRUJAS QUE VUELAN EN CALDERO
Baba Yagá Si hay una bruja de brujas, una bruja por excelencia, una bruja temida y adorada, esa es Baba Yagá. Cuentan los pueblos eslavos que hace mucho, mucho tiempo, vivía en los bosques de Rusia una vieja huesuda y arrugada, con la nariz azul y los dientes de acero. Para desplazarse sobre tierra firme no disponía de dos piernas de carne y hueso; bueno, una sí era la habitual con la que cuentan los humanos para caminar, y le servía para moverse por el mundo de los vivos. Sin embargo, la otra era de palo —de hueso, vamos— y la utilizaba para deambular entre los muertos. He aquí una de sus cualidades principales: Baba Yagá era la guardiana de la frontera entre los dos mundos y, por tanto, tenía el poder de la negociación. Baba Yagá albergaba a muchas mujeres en una. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que esa bruja de aspecto tan terrorífico como atrayente era capaz de emprender las acciones más espeluznantes que podáis imaginar, pero también tenía una enorme capacidad redentora. De hecho, era conocida por su sabiduría y por ser la protectora de las «aguas de la vida y de la muerte», un líquido con el que se podían curar heridas y devolver la vida. Dicen y dicen, porque la leyenda sobre Baba Yagá se extiende hasta los confines del universo. Pero hay un asunto que me hiela el gaznate: los que alguna vez la vieron cuentan que Baba Yagá podía oler el miedo. Su casa la sostenían dos grandes patas de gallina que se movían a su antojo. La puerta de entrada no se percibía a simple vista ni se abría a menos que alguien pronunciara las palabras mágicas: «Izbushka, izbushka»; es decir, «casita, casita, gira la espaldita y mira hacia mi carita». De vez en cuando se oía una delicada música que salía por la
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chimenea. Se trababa del gusli, un instrumento de cuerda muy antiguo que solo tocaba la bruja cuando estaba nostálgica; seguramente echaba de menos a su hija. Ese era el mejor momento para negociar con ella, algo que hacía en contadísimas ocasiones. Como anciana y experta hechicera, Baba Yagá era capaz de convertirse en joven en cuestión de segundos; de esta forma podía engañar al héroe más atrevido para después cargárselo. Aunque, lo siento, de todo lo que os he relatado hay un don que me cautiva por encima de los demás: me aseguran que Baba Yagá podía resolver cualquier duda. Eso sí, cada pregunta que aceptaba tenía para ella una consecuencia irreparable: envejecía un año de su vida. Es por eso que la bruja no estaba dispuesta a contestar siempre. Solo un remedio podía hacerla rejuvenecer: un extraño té de rosas azules; aquel que le hiciera llegar una de estas rosas de tonalidad cerúlea sería recompensado con una respuesta. Lo habitual era ver a Baba Yagá volando en su mortero y remando a contracorriente tras los jinetes que controlan el tiempo: el jinete blanco representa el amanecer; el rojo, el día; y el jinete negro, la oscuridad. Ella era su protectora y siempre estaba pendiente de ellos. Os diré que en la región de Yaroslavl, en un pequeño pueblo llamado Kukoba, se ha abierto el Museo Oficial de Baba Yagá. En mi visita a Rusia pude ver la famosa cabaña alzada sobre patas de pollo y descubrí un salón de té donde degustar deliciosos pasteles mientras te llegan historias nuevas sobre esta leyenda de leyendas.
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Cerridwen En las espumosas tierras de Gales vivió una mujer que albergaba tres atributos, los de madre, maga y bruja —¡qué extraño! Pensaba que juntos solo los tenía mi madre—; de hecho, algunos la llamaban Bruja Blanca o Bruja Madre. Poseía uno de los calderos más preciados, el de la Inspiración y la Sabiduría. Aunque si a Cerridwen se la conoce hoy en día es, además, por sus hijos. Tuvo tres: la doncella Crearwy fue famosa por su hermosura poco común. Luego vino Morfran, cuyos atributos físicos dejaban mucho que desear; vamos, que era poco agraciado, aunque cuentan que tenía determinación para luchar y era fuerte y valiente. Por último estaba Afagduu, escandalosamente feo y oscuro y a quien el pueblo no estaba dispuesto a aceptar. Como madre que era, a Cerridwen ese desprecio le parecía demasiado doloroso, así que intentó ayudar a su hijo preparando un brebaje que modificara su deformidad. Para que dicha poción resultara efectiva debía cocinarse durante un año y un día, y se tenían que conseguir seis hierbas mágicas. Pero mucho cuidado, solo las tres primeras gotas darían el toque mágico necesario; el resto era veneno, veneno mortal. Un anciano ciego llamado Morda y un joven apodado Gwion fueron los encargados de vigilar la poción. Si tocaban una gota podían perder la vida. Ay, pero las cosas no siempre suceden como queremos o las hemos planificado —ya lo decía mi madre, Carmina Oloroso Donaire—, y un día que Gwion estaba removiendo el brebaje tres gotas le quemaron la mano; sin poder evitarlo, el sirviente lamió la zona dolorida y obtuvo así los dones que estaban destinados a Afagduu. Cerridwen, harta de esperar, fue a ver lo que ocurría. Al contemplar aquel desatino se enfureció y persiguió al joven sin descanso. Pero él, utilizando sus poderes mágicos, se transformó en liebre, y Cerridwen en perro para alcanzarle. Después se convirtió en pez y ella en nutria para atraparlo. A continuación, Gwion en gorrión y Cerridwen en águila para darle caza. Hasta que el joven tuvo la ingeniosa idea de mutar en trigo; la diosa no se quedó atrás y, transformada en gallina, se lo comió. ¡Oh, Dios, qué historia tan atroz! ¡No puede terminar así! Me niego. Menos mal que la vida siempre se cuela por algún rincón.
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Sarangelel, la mujer con alas
Resulta que, al volver a su forma humana, Cerridwen se dio cuenta de que estaba embarazada del joven sirviente Gwion. Es decir, ¡la semilla germinó! Y pensó en deshacerse del bebé en cuanto naciera. Sin embargo, no fue capaz. Entonces decidió que lo mejor era meter al pequeño en un saco de piel de foca y tirarlo al mar. Contra todo pronóstico, el bebé sobrevivió y fue rescatado en la costa por un tal príncipe Elphin, que lo adoptó llamándolo Taliesin. Con el tiempo, se convirtió en un muchacho espléndido y un gran poeta. Llegó hasta la corte del rey Arturo, donde pasó a ser arpista principal y consejero real. ¡Toma ya! Con lo que me gustan las historias del rey Arturo, no será la última vez que hablemos de él al tratar el tema de las brujas. ¿Es que alguien puede resistirse a Morgana? Ya llegaremos… { 30 }
Hubo una época en que me dio por devorar todo lo que me llegaba sobre Asia. La Historia secreta de los mongoles, sin ir más lejos, me tenía absorbida. El tal Gengis Kan fue quien unificó todas las tribus mongolas y conquistó la mitad del mundo en torno al 1206. Me parecía imposible de creer hasta que me tropecé con un pasaje que me hizo detenerme. En ese episodio hablaban de una mujer que, en plena estepa siberiana, desplegaba sus inmensas alas para entrar en calor. Dicen que la Historia secreta de los mongoles es algo fantástica y a veces no muy creíble, pero también que es la única obra sobre el surgimiento y la expansión del Imperio mongol escrita por ellos mismos, así que me dispuse a comprobar si aquello era cierto. Vale, sí, ya sé que todo eso ocurrió hace siglos, pero las especies se reproducen y, si mi teoría es correcta, a veces un rasgo característico de una familia —como una espalda alada— se mantiene oculto durante generaciones hasta que un día, en el momento más inesperado, vuelve a florecer. Yo albergaba esa esperanza con Sarangelel —en mongol, «luz de luna»—, aunque aún no conocía su nombre. Digamos que tenía un pálpito. Así que agarré mis bártulos, y por supuesto mi maletín de caléndulas, y tomé un avión hasta la capital, Ulan Bator. Una vez que atravesé rascacielos y miles de chimeneas expulsando humo a diestro y siniestro, contraté a un guía que me ayudara a entrar en el desierto del Gobi, donde las temperaturas son extremas.
En realidad, quería llegar al kilométrico lago Ubsugul, donde habían oído hablar de ella. Y sí, al fondo de esa ilusión de mar azul la vi al cobijo de un caldero, quitando males y deshaciendo entuertos mientras adivinaba el futuro entre pócimas y cristales de colores. Era cálida y menuda, iba abrigada con su túnica azul cobalto, estaba situaba en el centro de su yurta y removía una marmita cuyo humo salía por un agujero del techo. Ay, perdonad, que no os he explicado lo que es una yurta, a veces tengo unos despistes… Los guías me contaron que las yurtas son las casas típicas de los mongoles, que se pueden montar y desmontar a su antojo. Alucinante. La estructura es circular y está hecha de un armazón de listones de madera entrelazados y cubiertos por fieltro de lana o cuero. Es muy fácil de plegar y en cuanto quieren moverse a algún sitio —no paran nunca— la cierran y listo. Menos mal que Sarangelel había decidido instalarse allí por una temporada. Cerca del lago, el tiempo parecía haberse detenido y ella dedicaba las tardes a recibir y escuchar a todo el que se acercaba con anhelos sobre su porvenir. Entonces compartía carne y requesón seco y removía el caldero. Si sus alas se desplegaban, creando una especie de tul que envolvía a los presentes, era porque el momento mágico estaba al caer. No le gustaba vaticinar desgracias, así que se limitaba a dibujar preciosas láminas con los posos del caldero. Esa noche a ras de la luna fue mágica. Me preparó una cena de bienvenida a base de carne de lobo con tazones de leche de camello que desprendía un aroma deliciosamente dulce. Eso sí, sin pan. ¿Se puede vivir sin pan? Pues parece que en algunos lugares ni lo echan de menos, aunque mi barriga gimoteaba un poco. La noche se nos echó encima y con ella el frío. Nos arropamos con mantas y me confesó que los posos del caldero le habían mostrado a una chica que hablaba muchas lenguas, que comprendía el idioma del mundo; eso le traería muchas alegrías y algunas desgracias. Yo entonces no entendí más. Sus alas turquesa refulgían y le daban un aire majestuoso; un águila reinaba apoyada en su hombro derecho. Una imagen para la posteridad, sí, señor. Tuve que inmortalizar el momento. Dos clics y ¡listo! Después surcó el cielo como una poderosa rapaz, llevando el caldero a sus espaldas.
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ESPIRITUS VOLADORES Y METAMORFOSIS
El vuelo cabalgando sobre animales quizá no sea el más conocido; es más, puede que os resulte muy extraño y, sin embargo, me he llevado algunas sorpresas. Estas han sido mis averiguaciones: Tipos de espíritus voladores. Y Algunas metamorfosis
Mutaciones Existe otro tipo de brujas que pueden transformarse en persona, animal o cosa, es decir, sufrir una metamorfosis. Este don lo utilizan, bien para salvarse de determinadas situaciones —en las que puede que no haya otra forma de escapar—, o bien para engañar y hacer caer a sus enemigos en una trampa; también, por el contrario, persiguiendo un buen fin que de otra manera sería imposible alcanzar. Estas transformaciones las suelen dejar exhaustas o con cierta pérdida de fuerza, pero los resultados son apabullantes. Animales
voladores . Hay brujas
que vuelan a espaldas de algún animal, de manera que estos hacen las veces de escoba o caldero. Algunos son bien conocidos como mascotas fieles y serviles (como la ballena de la Laguna Azul); otros son fruto del momento y de la naturaleza más salvaje, y acceden a estos vuelos hipnotizados (es el caso del dragón de tres cabezas); y otros se rinden al miedo (por ejemplo, el koala de Queensland).
Estirges o primeros animales voladores. Existieron unos seres voladores que, allá por la época de los romanos, succionaban la sangre para sobrevivir. Tenían forma de pájaro y unos ojos relucientes y amarillos, aunque sus alas se parecían más a las de un murciélago. Como poseían un olfato y una vista excelentes, podían agarrar fácilmente a sus víctimas con sus cuatro patas. Y el pico…, el pico ya os imaginaréis para qué servía. ¡Pobre del que pillaran! En rumano hay una palabra, strigoi, que significa «espíritu maligno». Y en italiano, strega significa «bruja». Hay que tener cuidado, porque esta especie es de las más peligrosas y escurridizas. Encima, viven agrupadas en colonias y cuando ya han arrasado una zona se desplazan a otro territorio. Esto me llevará a la tierra del conde Drácula. Debo encontrar más información y saber qué ha pasado con esa afición de tales brujas por la sangre. Pero no adelantemos acontecimientos.
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BRUJAS VOLADORAS
Morgana Morgana La Fay, ¿quién no ha oído hablar de ella? Su leyenda la precede. Siempre me han encantado las historias de la corte del rey Arturo y la reina Ginebra. Por más que he investigado, sus orígenes son inciertos. Yo me inclino por la versión según la cual su nombre viene del bretón morigena, que significa «nacida del mar» y que la vincula a una divinidad del océano. Si procediera del gaélico también encajaría su significado: «gran reina». Además de las enseñanzas recibidas, Morgana nació con un don, aunque nadie se dio cuenta, ni siquiera su madre. Parece ser que al principio Morgana empleaba la hechicería para fines, digamos, honrosos. Merlín era su amigo y le enseñó mucho de este arte. Sin embargo, con el tiempo ella también aprendió a hacer el mal y esto, según sea el espíritu o las circunstancias de la vida, puede resultar placentero para algunos. Comenzó a odiar a Ginebra y su relación con el rey Arturo y sus caballeros se complicó. Morgana creyó que Merlín y Arturo habían matado a su madre y sintió deseos de venganza; así que pasó de ser una mujer de luz a una mujer de sombras. Y eso que el amor
entró en su vida: se enamoró de Lancelot, uno de los caballeros del rey. Sin embargo, no fue un amor correspondido, porque él amaba a la reina Ginebra. De modo que la historia se complicó para nuestra hechicera, cuyo corazón se oscureció. Decidió revelar al rey, ante toda la corte, la traición de los amantes. Esto fue aprovechado por los enemigos del rey para invadir el reino y Arturo tuvo que huir. Al final, a pesar de todo, Morgana le ayudó a entrar en la isla de Avalón; quizá ver tanto horror y sufrimiento le hizo arrepentirse y apiadarse de él. Cuantos la rodearon hablaban siempre de su profunda e inquietante belleza: ojos negros, tez blanca, cabellera larga y oscura, y rasgos que potenciaban sus sentimientos más hondos. Era capaz de convertirse en animal para pasar inadvertida o salir volando de cualquier situación, y tenía un poder que no he oído de ninguna otra bruja: telepatía. Podía leer la mente del contrario e incluso persuadirle. Podía ver el futuro y, también, cambiarlo; aunque con el suyo no tuvo mucha suerte. Siempre se la recordará como una mujer tremendamente poderosa, ambivalente y amante de la magia en todas sus facetas.
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Yama-uba o «abuela de las montañas» Espíritu de la mitología japonesa, dicen que Yama-uba surgió en medio de una de las mayores hambrunas que ha conocido el país nipón; las gentes del lugar tuvieron que abandonar a sus ancianos en las profundidades de los bosques cercanos, acción a la que pusieron un nombre algo difícil: ubasute. Durante ese periodo de necesidad vivía en la aldea de Sabane una bruja a la que le habían construido una cueva para que no pudiera escapar. Ya imaginaréis que esta hechicera no era otra que Yama-uba. Aunque su aspecto era desaliñado y triste, con un kimono de un rojo desgastado y un cabello largo, de tonalidades blancas y doradas, podía cambiar de apariencia para atrapar a sus víctimas. Los que la tuvieron cerca cuentan que su rostro tenía dos bocas: una que ocupaba la anchura de la cara por la zona de los ojos y otra en la parte posterior de la cabeza, oculta por el cabello. Reconozco que este detalle me pareció muy inquietante. Quien no hubiera oído hablar de ella podía confundirla con un habitante del bosque, ya que apenas le hacía falta una choza para resguardarse y cazar a sus víctimas. Sus tácticas eran variadas: tenía un aspecto que le servía para pasar por una anciana desvalida o convertirse en una mujer hermosa en cuestión de segundos; y su cabello podía cobrar fuerza y dar vida a una decena de serpientes. ¡Espectacular! Me han enseñado unos grabados estremecedores. Como aseguran que Yama-uba era una bruja excelente, es seguro que dominaba las pociones y venenos y manejaba a la perfección el arte de la negociación —esto es un punto a su favor, creo yo, y me ha recordado a Baba Yagá y su faceta redentora—. A pesar de su naturaleza depredadora, la leyenda afirma que tenía una vertiente benévola, puesto que crió al héroe huérfano Kintaro, que se convertiría en un fuerte guerrero. Pero esa es otra historia.
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Doña Zárate La primera vez que oí hablar de ella fue en la radio. Yo era bastante más pequeña, pero me acuerdo como si fuera hoy. Era una tarde de verano en Madrid, de esas en las que no te atreves a salir de casa por el calor. Mi abuela hacía ganchillo y yo me sentaba junto a ella mientras las voces que venían de las ondas nos acompañaban. De pronto una señora se puso a hablar de brujas y curanderas en América Latina. ¡Espera, espera, abuela! ¡Sube el volumen, por favor! Y entonces me llegó con claridad la historia de doña Zárate. En lo más profundo de la selva de Costa Rica —contaba una voz suave y melosa— vivía una mujer con un pelo que, de tan negro, parecía azul y que llevaba amarrado con fuerza en dos largas trenzas. Residía sola en dos lugares encantados: la piedra de Aserrí, donde era habitual verla en verano, y la piedra blanca de Escazu, donde se refugiaba en invierno. Era más bien pequeña, de piel blanca y entrada en carnes, pero con unos ojos tan negros como su pelo y tan pequeños y fieros como los de sus animales de compañía: una lora, varias palomas, distintas criaturas de montaña y hasta un pavo real. Doña Zárate adoraba a los pobres, pero mucho cuidado con enfadarla, porque podía lanzar maleficios que cambiaban la personalidad del que anduviera cerca. Así, la más atenta podía convertirse en despistada y el más inteligente en algo torpe. ¡Ay!, no me hubiera gustado nada estar cerca de doña Zárate en un momento de desacuerdo, ¿qué me podría haber hecho? Entonces no me dio por pensarlo, pero ahora me digo: ¿y si me hubiera quitado la curiosidad para transformarla en apatía? ¡No, no, me da algo! Parece que estoy oyendo sus sonoras carcajadas y me entran escalofríos. Pero sus poderes no acaban aquí. También contaron en la radio que era capaz de transformar a las personas en animales. Incluso ella misma podía convertirse en uno para escapar cuando estaba en apuros; es decir, que tenía el poder de la metamorfosis. Si yo, Olivia del Olivo Oloroso, tuviera que convertirme en un animal, afirmo ahora mismo que me encantaría ser una jirafa. La leyenda de esta mujer seguía y algún rato perdí el hilo, porque a mi abuela se le había escapado un punto y maldecía entre sudo{ 40 }
res. Cuando retomé la escucha estaban contando que la hechicera también era capaz de desplegar otras artes, como hablar con los árboles, algunos animales y seres del más allá. Llegados a este punto, mi abuela se santiguó. Si mi opinión cuenta algo en estos momentos, después de tanto estudio, ahora os digo que una de las cosas más insólitas que escuché de esta mujer fue su capacidad para trocar verduras y frutas en oro y piedras preciosas, sobre todo para casos tristes y de pena infinita; además, para los enfermos disponía de curas especiales. Os contaré un secreto a voces que he averiguado hace poco: tras acordarme de esta historia y aquella tarde de calima, ganchillo y radio, me fui a la Biblioteca Nacional y en un rincón polvoriento hallé un cuaderno de cuentos donde se explica que doña Zárate sufría mal de amores. Por lo visto, se enamoró de un gobernante español que la despreció, y eso no era algo que la doña pudiera soportar así como así. De modo que, llena de rabia y despecho, decidió vengarse y lo convirtió en el espléndido pavo real del que os hablé al principio. Aún hay días de locura en que se la ve con su chal color vino tinto paseando por la pintoresca ciudad de Aserrí —de la que su amor era dueño—, arqueando las cejas y dando la sensación de que habla sola, como si eso pudiera ahuyentar el dolor. Esos días no sabemos si sus poderes le servirán de mucho. Ríe más que nunca mirando a su hermoso pavo real, que camina a su lado, prisionero. El gobernante español prefiere seguir atado, con una cadena de oro en una de sus patas, que vivir en libertad y enfrentarse a semejante carácter. A mí me da en la nariz que, más que reír, lo que hace doña Zárate es más parecido a llorar.
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Brujalena En un lugar remoto, donde casi parece que se acaba el mundo, se vislumbra un territorio de volcanes y glaciares. Conocer Islandia ha sido lo más archichisporroteante y maxitrepidante que he hecho. Allí existe una bruja que ruge, bufa y se retuerce entre el oleaje. De día, Brujalena se baña en la Laguna Azul, de agradable agua caliente, come bayas de cuervo y juega con las ballenas. Pero al llegar la noche se apodera de ella la desesperación por recuperar a aquel pequeño ser que un día perdió. Es entonces cuando del mismo centro del mar —en las noches de luna llena— un tirabuzón se desenrosca, violento, mostrando su hermosa cabellera plateada. En ella habitan diminutos erizos de mar de color azulado; son sus guardianes. A golpe de conjuros y hechizos, la bruja del mar pronuncia palabras mágicas, convencida de que así su dulce bebé volverá. Hasta que el llanto la agota y la suave luz de la luna la adormece. En esos momentos, Brujalena, rodeada de su corte de erizos de mar, se recoge entre sus pliegues de espuma y agua para dejar paso a un nuevo día en el que, entre cantos y melodías, lo volverá a intentar una y otra vez. NANA TRADICIONAL ISLANDESA
Querida madre, Kvíddu ekki því, því, no te preocupes porque, porque Ég skal ljá þér duluna mína yo te daré mi vestido Að dansa í para bailar Og dansa í. y bailar. Móðir mín í kví, kví,
Nunca llegamos a hablar, porque cada vez que intentaba acercarme a ella se convertía en espuma, pero escucharla cantar esta nana es lo más estremecedor con lo que me he topado. Su vuelo es a ras del mar; se desplaza cabalgando sobre ballenas. { 43 }
Giorgina, una amazona con brigantina Después de visitar Islandia sentía ganas de regresar a casa. Y tan cerca tenía otro ejemplar que casi me la como: me di de bruces con ella un día que hacía senderismo por los bosques y montañas del Pirineo español. En la cuna de Roncesvalles aún existe una mujer batalladora que practica el noble arte de la esgrima. Se dedica a robar los convoyes cargados de comisiones ilegales y asuntos de prevaricación, mantiene a raya el contrabando y se defiende de los ataques de bandidos y maleantes. Ella lleva una coraza de hojas de hierro colocadas como tejas y clavadas sobre un forro de piel; es lo que en la Edad Media se llamaba «brigantina»; de ahí su nombre. La coraza de Giorgina destaca por su belleza y elegancia; cubierta de un terciopelo burdeos, sobresale de manera muy llamativa el dorado de la cabeza de los clavos. Muy pocos han podido verle el rostro, pues lleva una túnica verde musgo cuya capucha le tapa la cara. Y es que perdió un ojo por un golpe de florete con tan solo ocho años, cuando retó a un grupo de niños por llamar brujas a su madre, a su abuela, a su bisabuela y a toda la estirpe de mujeres de su familia. Ahora sabe que eso no es un insulto. También ha aprendido a hipnotizar con su espada, Valquiria. Es frecuente verla recorrer montes y arboledas con su yegua, Buenaventura, cuando hay algún mangante al que atrapar. En su cueva custodia el botín que tantas emboscadas le ha costado emprender. Y no os extrañéis si algunos días llueven esmeraldas, zafiros y rubíes en aldeas desaparecidas o barrios marginales; es Giorgina, que ha levantado el vuelo con Buenaventura y reparte ganancias y sed de justicia.
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TELETRANSPORTACIÓON O EL ARTE DE DESAPARECER
La teletransportación es un tipo de vuelo algo particular y ocurre más o menos así: el objeto que se quiere transportar se descompone en información y se manda a otro lugar, donde se crea una copia exacta. Por ejemplo, yo no puedo ir a ningún sitio sin mi bolso-maletín de caléndulas, lleno de bolsillos y archivadores donde están clasificados mis hallazgos e investigaciones. Y tuve que hacer un viaje en avión donde prohibían artilugios «sospechosos» —pobre de mi inocente maletín—. Así que no quedó más remedio que desintegrarlo. Casi me da un patatús. Luego lo recuperé, tal cual, en el lugar de destino. Lo normal es que haga falta un teletransportador para hacer este «viaje», aunque ya veremos que no siempre es necesario.
Tipos de teletransportación o teletransportadores
Con varita mágica y paraguas portátil. La varita mágica es uno de los instrumentos más conocidos en el mundo del ilusionismo; sirve para hacer aparecer y desaparecer cosas. Aunque aquí nos interesa como elemento teletransportador, casi siempre sustentado por una especie de carpa o paraguas para protegerse de algunas inclemencias. Los hay que son verdaderas obras de arte, decorados con cuentas y a golpe de pincel. Atravesando una puerta mágica. Así podemos entrar en otro mundo o dimensión. La verdad es que da cierto miedito cuando tienes la sensación de estar pasando por un universo diferente —lo digo por experiencia—, pero dura tan poco que si lo hubiera sabido me habría preocupado de disfrutarlo mucho más. El aterrizaje es lo más complicado: no siempre llegas con suavidad a los pies de otra puerta misteriosa; más bien tomas tierra a trompicones y traspasas el portón con algún que otro chichón. Pero es un recorrido tan archiburbujeante que os lo recomiendo. Y además puedo ir con mi maletín. ¡Hay seguro de viaje! Con una máquina de teletransportación. Solo la tienen algunas brujas —se pueden contar con los dedos de los pies las que disponen de una de ellas—. Suelen estar bien
Con dos golpes de tacón. Lo mejor es que el golpeteo
resguardadas en sus casas o camufladas para que no llamen demasiado la atención; por ejemplo, a modo de helicóptero en el jardín o simulando la salida de humo de la chimenea en el tejado.
se haga con zapatos de claqué o esmerilados, porque desprenden una especie de purpurina o polvo mágico capaz de desintegrar con facilidad el objeto o la persona a transportar. Los colores mostaza, rojo y malva son los que más favorecen este desplazamiento, ya que generan caminos de aire raudos y, lo más importante, invisibles.
Ya os contaré qué bruja he conocido que la posee. Por lo general, dispone de una minipantalla para programar tiempo y destino: París en un minuto, Singapur en veinte, Australia en media hora. ¡Es total!
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BRUJAS QUE SE TELETRANSPORTAN
Danzarella Durante mi etapa en la Universidad de Massachusetts me hablaron de una mujer que había dejado huella con sus pasos; me refiero a sus pasos de baile. La llamaban Danzarella. Por desgracia ya había fallecido cuando me enteré de su existencia, pero aun así necesitaba seguir su rastro y saber algo más de sus gustos, sus movimientos, su alegría de vivir. No me llevó mucho tiempo atravesar los estados de Nueva York, Nueva Jersey, Washington y Virginia hasta llegar a Carolina del Sur, donde está el puerto que dio nombre a un conocido baile, el charlestón. Deseaba saberlo todo sobre ella y tuve la suerte de hallar la que fue su casa y a una de sus nietas, la más pequeña, Corola. Gracias al charlestón, Danzarella podía bailar sola y eso le hacía sentirse más libre; era uno de sus bailes preferidos. Dicen que movía los brazos y los pies a un ritmo vertiginoso, casi tan rápido como improvisaba. También cuentan que los flecos dorados y plateados de sus faldas y vestidos giraban como si fueran caleidoscopios. La gente acudía a sus espectáculos porque con ella desaparecían todas las penas, sobre todo las de la guerra. El foxtrot (o pasito de zorro) era un tipo de baile más pausado, que ponía en marcha cuando buscaba algo más de intimidad. Corola me contó que su abuela tenía la capacidad de teletransportarse con dos golpes de tacón; tan pronto estaba en Londres como en París o España. Y siempre, siempre, arrancaba una sonrisa allá donde iba.
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Polina, la compositora Dicen que la música amansa a las fieras y Polina lo intentaba. Vivía prácticamente sola en la descascarillada mansión familiar a las afueras de San Petersburgo, con sus nueve criaturas: Petrov, Mijail, Irina, Olga, Yulia, Alik, Jov, Karina y Yelena. Su marido, el señor Shashenka, había muerto hacía unos años y solo la señora Antonina permanecía a su lado; ella era la cocinera, pero en muchas ocasiones hacía las veces de madre, abuela y ama de llaves. El invierno ruso es muy duro y Polina pasaba tiempo fuera del caserón cuando estaba de gira por los principales teatros del país: Bolshòi, Mariinski, Tovstonogov… Mientras, la señora Antonina hacía lo que podía para sacar a esa troupe adelante. No
La vuelta a casa acostumbraba a estar llena de ropas, jabones nuevos y unos pasteles de miel que quitaban el sentido. Entonces, hasta la señora Antonina se animaba a acompañar con sus bailes a Polina y la casa rezumaba notas musicales, jolgorio, necesidad y esperanza. Ese era el mejor momento para componer nuevas melodías. La hora de marchar era, en cambio, la más amarga, aunque lo suplían con besos y nuevas ilusiones. Ya era un ritual acompañar en pelotón a mamá a la cocina para verla desaparecer por la puerta de la despensa, algo desvencijada. Y de la cocina a las bambalinas del teatro, y del teatro al ascensor del hotel; así, atravesando puertas mágicas, fue como nos encontramos un día y conocí su historia.
es que fuera todo cariño, pero cosía y recosía rodilleras y coderas de unos a otros hasta que el agujero era más grande que la cabeza de un ratón; y les hacía a los niños unas sopas de col que mucha sustancia no tenían, aunque calentaban el cuerpo y las mejillas más rápido que la lumbre. En esas épocas de ausencia, escuchaban todas las noches una grabación de mamá cantando Katyusha. Y así, imaginando a su madre al piano, acariciando las teclas con sus blanquecinos dedos alargados, se sumían en el más profundo de los sueños. Para Polina eran tiempos inciertos, de risas y llantos, de nostalgias e ilusiones. En el escenario recibía todo el calor del mundo, su corazón se hinchaba y bombeaba muy fuerte. Después, en la modesta habitación de hotel, la soledad caía como una losa y pensaba en su tribu de mozalbetes y señoritas.
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Licantrop a
más, aunque sí le ha quedado ese gusto por hablar con los lobos, volar de noche y conversar con los fantasmas.
A la sobrina del conde Drácula le tenía yo ganas. Es tan peligroso como atractivo llegar a la antigua morada del conde y conocer a alguien de su linaje. Licantropía vive «más allá de los bosques», arropada por espesos hayedos y encinares, entre las colinas que conforman la bella y misteriosa Transilvania. Me encantó arribar al castillo en carromato, como en su momento hizo el pobre abogado del conde. Aunque los montes Cárpatos ya no son lo que eran. Ahora hay periodos de silencio, reposo y reflexión en los que el castillo de Licantropía, heredado de su tataratío, se convierte en una especie de hospital, pues —de esto me enteré al llegar y ver regueros de gente haciendo cola para entrar— Licantropía se dedica a transfundir su sangre a los que vienen apurados por su vida. Y además sin excepción, porque me ha dicho una amiga médico ¡que los donantes universales pueden dar su sangre a todo el mundo! Y ella es 0-. Sin embargo, en otras épocas del año el turismo lo inunda todo y ella huye al balneario más cercano; en Rumanía hay centenares. Licantropía se queda muy débil —tanto como las víctimas de su tío— y, sin embargo, entregar su sangre le hace sentirse bien y piensa que así, de alguna manera, repara tanta crueldad. Por suerte, la sangre no le interesa para nada
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A pesar de sus ancestros, Licantropía cae bien; a pesar de su indumentaria, Licantropía no causa temor. Una capa negra de cuello subido y un moño —que de oscuro parecía azabache— frondoso y alto; dos ojos verdes relucientes como esmeraldas sobre su piel blanquecina; y unos labios que apenas sugerían el tono de una rosa fue lo primero que vi al llegar al castillo. Ella pensó que venía por una transfusión y ya se había acabado el cupo del día. No se imaginó que quería una entrevista para mi investigación; y mucho menos que nos haríamos amigas. Aunque ella invita a confiar, no os voy a negar que al principio tuve un poco de miedo, me veía allí atrapada como el pobre Jonathan Harker. Pero en cuanto comprobé que tenía absoluta libertad de movimiento y que todo eran atenciones, me fui relajando. Me quedé varias semanas en la residencia estival y aprendí mucho sobre los pueblos moldavos. Licantropía estaba tan sola que creo que le vino bien alguien con quien hablar. Me refiero a alguien de carne y hueso; ¿o los fantasmas cuentan como amigos? Durante esa época leí manuscritos antiguos en lenguas indescifrables para mí —latinas, griegas o turcas—, aunque con el tiempo empecé a entenderlas. Licantropía me ayudaba y en ese momento pensé que ella me había enseñado a hablar húngaro, rumano o moldavo; al menos eso creía yo. Es muy tímida y de apariencia frágil, pero lista como un lince y generosa como un chimpancé. Me regaló una capa de seda que guardo como un tesoro. Nos despedimos con un vuelo a ras del castillo y prometimos escribirnos más allá de la tecnología; con la máquina de teletransportación los mensajes llegarían más rápido. Ella la tiene bien escondida en las catacumbas del castillo.
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Hécate ¿Cómo creéis que sería una bruja en la Antigua Grecia? Ya hemos visto que las apariencias engañan, aunque todas tienen algo en común: un poder sobrenatural que las eleva por encima del resto de los humanos. Hécate es una diosa que considero imprescindible conocer si queremos ser brujas expertas… o expertas en brujas. Ella ayudaba en los partos y en la crianza. ¡Y ayudar a venir al mundo no es tarea fácil! ¡Y mucho menos acompañar cuando te sale barba o espinillas y piensas que el mundo está contra ti! Esas brujas se merecen un monumento. Algunos se empeñaron en llamar a Hécate Reina de los Fantasmas; esto viene de su papel protector en las fronteras, en las puertas de las ciudades y de las casas, así como en zonas salvajes y boscosas. Se corrió la voz de que era capaz de alejar a los espíritus malignos y, claro, si podía espantarlos también podía atraerlos, pensaron; de ahí su apodo. Fue nombrada gobernadora entre nuestro mundo —iba a decir mundo «normal», pero normal, lo que se dice normal, no es— y el de los espíritus. Y de bruja a diosa, y de diosa a hechicera, en algunas culturas solo hay un paso. Si se oían ladridos de perros, Hécate estaba cerca; por eso es habitual ver cuadros o esculturas suyas con dos perros tipo fantasma a su lado. Era capaz de teletransportarse a través de puertas interdimensionales. Nunca se casó, ni se le atribuye un único novio o compañero —cosa que no cuadraba mucho en su época—, pero sí tuvo varios hijos. Se ha oído hablar mucho de una de ellos, Circe, que fue la abuela de Medea, otra de las grandes hechiceras de la historia. Pero sigamos con Hécate, que fue quien dio vida a la estirpe de grandes brujas y tiene bastante tela que cortar. Entre otras cosas podemos hablar de sus plantas, hierbas y venenos; pero, sobre todo, de sus símbolos.
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Hécate y sus símbolos
Árboles de Hécate Tejo. Tiene múltiples funciones, algunas más cerca de la vida y otras de la muerte. Por ejemplo, a partir de sus semillas se preparaba un veneno que se usaba para las flechas. La poción del caldero de Hécate contenía «esquejes de tejo». Sin embargo, las bayas rojas y carnosas que rodean a las semillas son todo lo contrario, contienen el poder de Hécate, y son capaces de otorgar sabiduría.
Las ranas eran para Hécate unas criaturas adorables e importante símbolo de fertilidad para alguien como ella, que traía vida al mundo.
Las antorchas la suelen acompañar a menudo; es habitual verla sosteniendo dos de ellas, ya que el fuego es un elemento divino. Hécate es también proveedora de luz y sabiduría sobre las sombras.
Los perros la cuidan y protegen; pueden ver dentro del alma humana y cruzar el inframundo sin problema.
Y claro, las llaves: para abrir las puertas de cualquier dimensión y dar paso a la magia o al bienestar.
Avellano
Ciprés
Cedro
Es un potente sanador de heridas.
Destaca por acelerar el flujo sanguíneo y henchir los corazones de valentía.
Otorga salud ilimitada.
Sauce
Álamo blanco. Sus hojas son oscuras por una cara y claras por la otra. Simboliza el límite entre los dos mundos en los que se encuentra Hécate.
Evita dolores de cabeza y de alma.
La
rueda hace referencia a sus tres aspectos, ya que es una diosa triple; también nos recuerda el camino. { 56 }
Y la luna, a la que siempre estará consagrada.
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Final Si algo tengo claro es que este trabajo de investigación me ha proporcionado pinceladas de conocimiento a troche y moche, pero, sobre todo, me ha regalado muchas amigas. Creo que esa es la razón fundamental por la que fui invitada al CIB, que son las siglas del Congreso Internacional de Brujas. Este año se celebró en Oslo —decidí ir volando—. Entre comilonas, bailoteo y sortilegios ocurrió algo para lo que no estaba preparada, aunque lo cierto es que yo ya había observado cosas raras… Bueno, es un poco lioso de explicar. El caso es que, para mi sorpresa, las brujas me desvelaron que tenía un don. ¿Yo? ¿Un don? ¡No lo podía creer! ¡Ni en mis mejores sueños! No sabía muy bien de qué se trataba ni qué magia podría ser yo capaz de hacer, pero intuí que por el momento debía esperar a que los acontecimientos se desarrollaran tal y como ellas los tuvieran programados. Y lo celebramos como se merecía: hasta altas horas de la madrugada, saltando alrededor de las hogueras, danzando al compás de las escobas y jugando a teletransportarnos y convertirnos en sapos, libélulas y margaritas. Incluso descubrimos alguna puerta mágica… Yo cada vez estaba más inquieta por saber cuál era ese embrujo que poseía. Y la noche se iba echando encima, hasta que llegó el broche final.
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A las doce en punto me hicieron entrega de un diploma, no por mi labor investigadora —que habría sido lo más lógico—, sino por mis dotes probadas, comprobadas y requeteconfirmadas en el mundo de la hechicería. Resultó que mi maletín-bolso caléndula es capaz de volar y teletransportarme, cosa que me tenía rechiflada. Aunque mi cualidad principal es hablar cualquier idioma dependiendo del lugar del mundo donde me halle: bien puede ser suajili, sánscrito o sumerio. Parece ser que esto fue sucediendo poco a poco, a medida que viajaba, hacía entrevistas o me llegaban audios y recortes de periódicos, sin darme yo mucha cuenta. Sin embargo, sus «señorías» sí fueron tomando nota de avances y progresos, hasta que decidieron, por unanimidad, darme el título que tengo enmarcado en mi estudio:
O OLOROSO OLIVIA DEL OLIV en el es coronada bruja
rujas de Osl B e d l a n io c a n r e t Congreso In jo por excelencia
Y yo venga a estudiar con la señorita Palingua prefijos y sufijos, verbos y adverbios, signos de puntuación, figuras retóricas… ¡Qué desasosiego! Sin embargo, lo doy por bien empleado; de lo contrario, no hubiera llegado hasta aquí, así que ¡¡gracias, señorita Palingua!! Fue uno de los días más felices de mi vida; lloré de emoción, de alegría y de tristeza también, porque tenía que cerrar mi investigación. Pero, sobre todo, de ver todas aquellas caras que se sentían reconocidas y honradas después de tantos años. ¡Ay, ay, ay, no te pongas tan sentimental, Olivia! ¿Habrá más aventuras?
o,
bru celebrado en el año MMMCDLXXXI o su supremacía com a ad at st n co a ed a Por la presente qu y muertas, que dej s va vi as u g n le e d IAL POLÍGLOTA OFIC ar. le de olvidar y borr ib os p im o os or ol un rastro
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Ana Varela «Habelas, hainas…» Pues sí. Soy una extraña especie de «meiga», que es la palabra utilizada en mi tierra para nombrar a las brujas. Cada medianoche, cruzo la ciudad sobre mi escoba de hierbas en busca de inspiración. La quietud me proporciona los ingredientes necesarios para mis mejores hechizos: colores, formas, historias. En la escuela de brujería me interesé por moldear sueños —y pesadillas— a través de la pintura. Pero las aventuras que nos brinda la edad adulta me demostraron que lo mío era la ilustración, que plasma con facilidad los fantasmas de mi mente. Con mis ilustraciones puedo hechizar a todas las personas, pequeñas y grandes. Mi selección de colores —e ingredientes secretos— entran por sus ojos, viajan por su sistema nervioso hasta el cerebro y, allí, se ocupan de producir los efectos deseados con alevosía: risa, ilusión, nostalgia, miedo… Aunque no solo me dedico a llenar de formas la mente humana o animal. Me gusta experimentar con nuevas pócimas, acariciar el pelaje blanco de mi gato (compañero de maldades), o indagar en el arte de la adivinación. Cosas de meigas…
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¡Déjate hechizar por El vuelo de las brujas! Un catálogo ilustrado y científicamente documentado sobre los tipos de brujas y sus distintos vuelos. Acompaña a nuestra reportera, Olivia del Olivo Oloroso, en un viaje alrededor del mundo. Conocerás a las brujas más increíbles. Algunas muy famosas y otras de las que nadie había oído hablar… hasta ahora. Descubrirás las formas más habituales de vuelo de estas fantásticas mujeres, sus historias, hechizos y algunos de sus secretos mejor guardados.