Antología de Literatura de Nuestra América Carlos España (compilador)
Serie Antologías
Literatura 1
Antología de Literatura de Nuestra América Carlos España (compilador)
DIRECTORIO Dra. Raquel Sosa Elízaga Coordinadora General del Programa de Escuelas Universitarias C.P. Bertha Luján Uranga Presidenta de la Asociación Civil Escuela de Contabilidad y Administración Pública, Leona Vicario Dr. Andrés Peñaloza Méndez Director de la Escuela de Contabilidad y Administración Pública, Leona Vicario Comité Editorial: Mtro. Carlos Dámaso España Lic. Ana Valeria Ysita Torres Prof. Eduardo Cervantes Díaz Lombardo José Reynaldo Sandoval Torres Asesoría: Eduardo Cervantes Díaz Lombardo Diseño y formación: Gabriela Sánchez Téllez
Esta antología se edita con fundamento en el Artículo 148, Capítulo II De la Limitación de Derechos Patrimoniales, Ley Federal del Derecho de Autor. Material con fines didácticos, sin interés de lucro y para distribución interna de la Escuela de Contabilidad y Administración Pública Leona Vicario, A. C.
Índice Introducción
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¿Por qué escribe usted? Roberto Juarroz
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Lenguas originarias Prosa LENGUA P’URÉPECHA: CUENTO, El olivo, Ismael García Marcelino Verso LENGUA TU’UN SAVI: POEMA, La flor de mi cuerpo, Florentino Solano LENGUA MAYA: POEMA, Resplandece la huella, Wildernain Villegas LENGUA GUARANÍ: POEMA, Madre, Cristian David López
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Lengua castellana Prosa CUENTO: Anacleto Morones, Juan Rulfo CUENTO: Baldanders, Jorge Luis Borges CUENTO: El niño proletario, Osvaldo Lamborghini NOVELA POLÍTICA: Días de poder, Luis Spota NOVELA: Gran serton: veredas, João Guimarães Rosa DRAMATURGIA: El gesticulador, Rodolfo Usigli FÁBULA: El perro que deseaba ser un ser humano, Augusto Monterroso CRÍTICA: ¿Más escuelas? Confabulación diabólica, Jorge Ibargüengoitia CRÓNICA ENSAYO: José Revueltas. El camarada sol, antiguo y vil, Carlos Monsiváis ENSAYO HISTÓRICO: La puta de Babilonia, Fernando Vallejo ENSAYO: Ser como ellos y otros artículos, Eduardo Galeano PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN: Los señores del narco, Anabel Hernández “Los raros” AFORISMOS: Felipe Vázquez VOCES: Antonio Porchia
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Verso SONETO: ¿En perseguirme, mundo, qué interesas? Sor Juana Inés de la Cruz MODERNISMO E INDEPENDENCIA: Versos sencillos, José Martí MODERNISMO: A Roosevelt, Rubén Darío CREACIONISMO: Arte poética, Vicente Huidobro ANTROPOFAGIA: Escapulario y Error de portugués, Oswald de Andrade BÚSQUEDA: Los heraldos negros, César Vallejo POESÍA CONCRETA BRASILEÑA: beba coca cola, nacemuere y TVGRAMA I RUPTURA: Espantapájaros, Oliverio Girondo POEMÍNIMOS: Lección, Ay poeta, Pinochet, Pequeño Larousse y Pueblo, Efraín Huerta POESÍA ÉPICA: Un canto para Bolívar, Pablo Neruda NEGRITUD: Sensemayá, Nicolás Guillén EXTERIORISMO: Ardilla de los Tunes de un Katún, Ernesto Cardenal POEMURALES: La longitud de la iguana, Roberto López Moreno ANTIPOEMAS: Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, Nicanor Parra POESÍA POLÍTICA: Discurso de José Revueltas a los perros en el Parque Hundido, Enrique González Rojo POEMA PARA NIÑOS: Ramón Iván Suárez Caamal Por último, Juan Domingo Argüelles
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Introducción
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ualquier antología implica el uso de fórceps: siempre tiene que ver con el gusto y la posibilidad. De entrada, sería demasiado presuntuoso una antología universal porque ahora es imposible abarcarlo todo; además, buscamos contemplar el panorama de manera más cercana. Esto no implica el desdén por lo universal, sino cierta visión desde la necesidad y la expresión del yo y del nosotros profundo como respuesta a lo denominado occidente. Por ello, giramos la cabeza para seguir con la mirada al río que se dirige al “sur” latente, porque a pesar de la Colonia, y hoy la globalización, existen culturas que tienen tonalidades y esperanzas compartidas, situadas en historias semejantes, resistencias y solidaridades hermanadas, y dignidades acechadas, pero siempre en búsqueda de la libertad y la justicia como identidad que contiene lo universal. Delimitarnos a la literatura de Nuestra América —aquí, en el sentido martiano—, implica ver el filo, la orilla, el hilo, la crítica; la posibilidad y la respuesta contra cualquier muro; la búsqueda de la polisemia artística y lo interno humano. Muchos de estos autores también proponen a través de la ironía y el juego. Se comienza con la opinión contundente del poeta, crítico y ensayista argentino Roberto Juarroz, quien nos muestra la necesidad, la actitud y la humildad de toda real escritura; aquí tenemos su respuesta a la pregunta: ¿Por qué escribe usted? Se ha dividido esta selección en dos grandes bloques: lenguas originarias y lengua castellana —donde se incluye a tres brasileños en lengua portuguesa: João Guimarães Rosa (novelista), Oswald de Andrade (poeta) y a la vanguardia de la poesía concreta brasileña a través de los hermanos Haroldo y Augusto de Campos, y Décio Pignatari—. A su vez, reducimos el texto a tres grandes divisiones internas: prosa, verso y “los raros”. Literatura tiene su raíz en litterae (letras), pero el ser humano se ha comunicado por mucho tiempo de manera oral; la forma escrita es muy reciente, un poco más de tres mil años. Aquí, en lo que era el Anáhuac, existían alrededor de 150 lenguas, razón por la que iniciamos nuestro recorrido con algunas lenguas originarias que dejaron constancia en lo que ahora se denomina códices, cuya expresión es la pintura-escritura, es decir, son ideográficos y pictográficos.
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Actualmente, en esta plurinacionalidad llamada México, persisten más de 60 lenguas originarias, algunas “hacen” literatura, otras están en el camino; aquí está la muestra de su energía. Sobra agregar que existe una deuda histórica con ellas, pues su población se encuentra en la marginalidad social extrema. Estas culturas sufrieron (y sufren) desde la Colonia, no obstante, aún siguen respirando y sus voces-volutas conjugan el aire y la tierra que dialogan con lo más milenario-presente. Para ampliar el panorama, se ejemplifica con un poema en lengua guaraní, hablada por la mayoría de la población en Paraguay. En lengua castellana se ha optado por elegir ciertas vanguardias y (auto) denominaciones, aunque éstas son personales y obedecen a la necesidad de definir (los autores hubieran desaprobado esto, pues muchos jamás se encasillaron). Otro aspecto importante son los llamados “raros”, los inclasificables, pues no son propiamente prosa (narrativa) o verso (poesía), o prosa en verso, sino más bien acuden al resumen, a la sentencia, a lo pequeño; aquí podríamos parodiar el Aleph: la síntesis desde el rincón ubicuo. Con esta Antología se pretende mostrar a nuestros alumnos un horizonte vibrante, racional y sensible, para que puedan contar con un material mínimo para acercarse a la literatura, sus géneros, sus decires, andanzas y propuestas; pues la contabilidad y la administración no se reducen a sus materias particulares, sino que estos tiempos —y cualquier universidad lo debería hacer— requieren la visión, la reflexión y la creación como una respuesta ante la avasallante pobreza, violencia y corrupción que agobian a México. Entonces, leer y escribir son actividades necesarias, urgentes y de resistencia; un compromiso personal y social, una contra historia; una inercia que se debe romper desde uno mismo y posteriormente hacerla repercutir en lo social. Quien lo intenta, trasciende más allá de los sentidos, quien busca y hurga en buenos libros ya no será el mismo pues continuará con más dudas y preguntas que harán diferente su entorno personal, familiar y social; pues se volverá pensante, crítico, reflexivo, y tomará acciones desde sí mismo. A esto se refiere el escrito final que lleva por título Por último, de Juan Domingo Argüelles: lo que se inicia con placer no tiene fin y, si se continúa, debe ser como el alimento para lidiar con la realidad avasallante, nada puede ser por obligación sino con la necesaria práctica constante como ejemplo. La educación, la des-educación y la no educación que propicia el actual sistema político y social en México, ha fracasado una y otra vez; entre muchas razones, porque no toma en cuenta la praxis transformadora, así como la realidad y la necesidad de una educación que propicie seres humanos autónomos, libertarios, dignos y solidarios, donde el conoci-
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miento multidisciplinario sea fundamental para buscar una vida mejor y más placentera para la mayoría de la población. No queremos reproducir aquello, creemos en seres humanos con carácter, voluntad y fuerza; la Escuela de Contabilidad y Administración Pública, Leona Vicario, busca una educación acorde a las necesidades internas de desarrollo integral del país y su inserción en el contexto internacional. Ante esta realidad corrupta e inaceptable en México, es ineludible buscar caminos y nuevas concepciones, voltearse al equilibrio de la naturaleza, buscar una mano amiga o escuchar un canto comunitario que andan extraviados en la desmemoria. Las imágenes que nos proporcionan los buenos libros, los ritmos que producen a nuestros sentimientos y razones son infinitos. Intentar abrir nuestra mente —no la inexistente alma— es una responsabilidad, pues en el fondo se trata del aquí y ahora; la inmortalidad y el paraíso no existen. Al pie de la página de cada texto se marcan los datos principales de los autores; además, la referencia bibliográfica. Las obras se copiaron tal y como aparecen en la fuente. Carlos España, profesor de la asignatura Comprensión lectora y redacción. Escuela de Contabilidad y Administración Pública, Leona Vicario, A. C. Ciudad de México, octubre de 2017
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¿Por qué escribe usted? Roberto Juarroz1
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o escribo para codearme con Shakespeare o Cervantes ni para ganar dinero, posiciones políticas o ideológicas; una imagen cotizada en el mercado o la aureola de lata de la crítica y las tesis universitarias. Ni siquiera escribo para llenar mis insomnios, envejecer con menos prisa o satisfacer a una mujer, mi madre o mis amigos. Ni aun para obtener una pensión, un lugar en el asilo de los escritores o en el panteón de los artistas, una nota necrológica quizá un poco más extensa. Yo escribo simplemente porque amo la vida; si bien es cierto que la vida y sus alrededores son un tejido de ilusión, encuentro en esa trama algunos hilos más resistentes, uno de esos hilos para mí es el más real de todos. Es, la poesía. Y aunque sea verdad que a la luz de un relámpago nacemos y aún dura su esplendor cuando morimos, también es verdad que el lenguaje del hombre salta frente a la nada, como una misteriosa presencia cuando asume su mayor plenitud en el extremo de la condición humana. La poesía es, mi última fe como fue quizá la primera; encuentro en ella, la posibilidad de esperar, ante un mundo que ha perdido la esperanza.
Argentina, 1925-1995. Poeta y ensayista; crítico bibliográfico, cinematográfico, y traductor. Se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras y en Ciencias de la Información por la Universidad de Buenos Aires, donde fue profesor. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y ha recibido numerosos premios. Consultado el 7 de agosto de 2017 en https://www.youtube. com/watch?v=axWd9YHCPRAA 1
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{ Lenguas originarias { Prosa
Lengua {
PROSA
{ p’urépecha
Olivu (El olivo), Ismael García Marcelino2 Olivu Juanita ka tata k’érimpa antantukuerasti anatpurhu m aka jimaksi apontitasti chkari enkaksi páni jápa. Xurhanirhuksi itsimasti ka jimaksi uaxantikuni sáni mintsitani, k’uiiusichani erankuani, kuarakichani exeani eskatsi na jarhamutarhu jirikuarheampka. Jimaki uantontskuarhexapti anatapurhu janttukuteni ka tata k’eri arhisti nimakuempani eska imanate no minarhikuspka imani jási anatapuni: — ¿Nákiski anatapu, ari enka xáni sési k’umantu jaka? —Arhinasinti “olivu, tata. —Ah, ¿ka ampe jukasini? —Jukasinti aceituna arhikata. —¿Ka áspeski inte aceituna enkire uantak’a? —K’o tata, kánekua áspesti ka jukari anasinti. —Ah, ¿ka jucha no úpirini jatsintani ma ari jási anatapu juchari k’umanchikuarhu jimpo?, nantika juchat’u úpirinka aceituna akuni. —K’o tata, peru, ¿ampeksi úni jatsinta; no inte ta, xánimentu ióntasini aceituna jukarj¿huni? —Ah, k’o? —K’o, inte iótaati sáni no iúmu ekuatse uéxurini para jucha aceituna akuni. ¡Jucha uarhiaka ka inte nótki jukarhuni jarhani! Ka tata k’eri ísku sonti ma pinasku pakarasti tsintsunichani tsitsikirhu erarhutaani; ka ísi arhisti nimakuempani: —Jiánkani, eka inte xáni ióntak’a, júchkanteru kókuani jatsintani. P¿intekuesti juchari tata k’erituechani jakak’ukuani ka, nak’ukuani ka ménichani no antarhek’a kurhankukuani, imanikisti úaka enka tata k¿éricha eratseni jarhak’a; ts’ima mitesti ia.
Ihuatzio, Michoacán, México, 1964. Profesor y miembro fundador de la Academia de la Lengua P’urépecha. Ha publicado diversos textos literarios y también es músico. Tomado de Escritores en Lenguas Indígenas, A. C., Escuchemos nuestras voces, Disco 3, México, 2007. 2
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El olivo Juanita y su abuelo se arrimaron al pie de un árbol y dejaron a un lado el tercio de leña que llevaban. Bebieron agua del guaje y se sentaron a descansar, a mirar los zopilotes, a las ardillas que se esconden en sus cuevas. Platicando al pie del árbol, el abuelo dijo a la niña que no conocía un árbol como ése. —¿Qué árbol es éste, que tiene una sombra tan fresca? —Es un olivo, abuelo. —Ah, ¿y qué frutos da? —Da unas frutas que les dicen aceitunas, abuelo. —Ah, ¿y son ricas esas aceitunas que dices? — Sí, abuelo, son muy ricas, y mucha gente las come. —Ah, ¿y nosotros no podríamos plantar un árbol como éste en el patio de la casa?, quién quita y pronto podamos comer aceitunas nosotros también. —Sí, abuelo, pero ¿para qué vamos a plantar nada si un árbol como éste tarda tanto en dar aceitunas? —¿Ah, sí? —Sí, hay que esperar casi cien años para que podamos comer de sus aceitunas. Podríamos morir antes de que el árbol esté dando frutos. El abuelo se quedó nomás pensando, mirando ahí los picaflores, y entonces dijo a su nieta: —Entonces, si se tardan tanto, ¡ven, vamos! ¡Hay que plantar uno cuanto antes! Es costumbre creer a los hombres grandes y, aunque hay ocasiones en que no alcanzamos a comprender todo, tenemos que atender a lo que ellos piensan; saben ellos por qué nos lo están diciendo.
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{ Lenguas originarias { Verso
Lengua {
VERSO
{ Tu’un Savi
Ita kuñu yu (La flor de mi cuerpo), Florentino Solano3 Ita kuñu yu ká’án na chi ra nda’ví kuvi kú yu ra ki’ví lo ke ninu kú yu ra ko ña’a xa’án yakua yu chi xá’án ta’tán tinana yú xá’án ñu’ú vixin
tia tin
kutie’e yú íyó tiku yú xín tia’vi íyo yaa xini yú xi’í yu ndixi kua’á xí’ín kua’á ndutiá ndá’yu yí yu nu ná koo ichí tiákú yu koo ichí va’a yu ra ki’vi va kú yu chi ra vílo ra ikú chin kua’a ní ka na’a ndisu tá kaa tá kii ta ndiee in ita xá’nu sa’ta yú ra yakua ki’ví vílo kití kú kua’an xá’nu ña baja kalifórnia
Metlatónoc, Guerrero, México, 1982. Estudió Educación en la Universidad Pedagógica Nacional y Letras Hispanoamericanas en la Universidad Autónoma de Guerrero. Escribe en su lengua Tu’un savi “Palabra de la lluvia”, ha escrito poesía y cuentos, además, es músico. Tomado de Florentino Solano, Ñu’u xí’ín in ka ñuu (La luz y otras noches), México, Comisión Nacional de Desarrollo de los Pueblos Indígenas, 2012, pp. 64-65. 3
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La flor de mi cuerpo dicen que soy un pobre diablo indio del sur ísavi perdido que huelo a mugre a tomate fumigado a barro mojado
sudor del campo
que tengo callos piojos liendres caspa en el cabello que tomo Tecate y otras chingaderas miento la madre vivo sin filosofía ni civismo dicen que soy un idiota estúpido bruto y un etcétera infinito pero cada hora cada día cada fuerza una flor crece sobre mi cuerpo sucio indio bruto bestia baja california progresa
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Lengua {
VERSO
{ maya
Ku léembal pe’echak’ (Resplandece la huella), Wildernain Villegas4
Ku léembal pe’echak’ I Nool, jujuy lóolil le k’a’asaja’, wenenja’an s’aastal’; ti’ a muknal ku je’elel u paynum nojchil k’eejo’ob, baakel úuk p’éel yej, le utia’al ak áak’abo’ob jáal k’áak’e’, utia’al a che’ej sak u tso’otsel u jo’ol, utia’al a ch’ija’an y’eetel chanpal ts’u’uy óol, utia’al a báakelo’ob; ti’ le súutuka’ ku llik’il ix ku xoo’ y’eetel a wiik’ yáanal u bo’oy ja’abin, ich in puksi’ik’al.
Mérida, Yucatán, México, 1981. Estudió la licenciatura en Educación Secundaria, es profesor e investigador en la Universidad Intercultural Maya. Ha recibido varios premios por su obra literaria. Tomado del libro Wildernain Villegas, U K’aay Ch’i’ibal (El canto de la estirpe), México, Consejo Nacional para la Cultura y la Artes, 2009, pp. 21 y 97. 4
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Resplandece la huella I Abuelo, polen de esta memoria, dormido amanecer; en tu sepulcro reposa el venado más grande, cornamenta que florece, aquel de nuestras noches en fogata, el de tu risa encanecida, el de tu anciana seguridad infante, el de tus huesos, hoy asoma y respira en tu respiración, bajo la sombra del jabín, en mi entraña.
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Lengua {
VERSO
{ guaraní
Sy’ (Madre), Cristian David López5 Sy’ Ahai nde resa ha mitãnguéra oma’ẽ. Ahaí nde juru ha mitãnguéra opuka. Ahai nde réra ha mitãnguéra oñe’ẽ.
Madre Dibujo tus ojos y los niños miran. Dibujo tu boca y los niños sonríen. Dibujo tu nombre y los niños hablan.
Lambaré, Paraguay, 1987. Escribe en su lengua guaraní y este poema ganó el premio al mejor poema del mundo en el Premio Internacional de Poesía Jovellanos. Es poeta y narrador. Estudió literatura española. Consultado el 7 de agosto de 2017 en http://ea.com.py/v2/un-poema-en-guarani-es-el-mejor-del-mundo/ 5
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Lengua castellana
Prosa
{
{
CUENTO
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Anacleto Morones, Juan Rulfo6 ¡VIEJAS, HIJAS DEL DEMONIO! Las vi venir a todas juntas, en procesión. Vestidas de negro, sudando como mulas bajo el mero rayo del sol. Las vi desde lejos como si fuera una recua levantando polvo. Su cara ya ceniza de polvo. Negras todas ellas. Venían por el camino de Amula, cantando entre rezos, entre el calor, con sus negros escapularios grandotes y renegridos, sobre los que caía en goterones el sudor de su cara. Las vi llegar y me escondí. Sabía lo que andaban haciendo y a quién buscaban. Por eso me di prisa a esconderme hasta el fondo del corral, corriendo ya con los pantalones en la mano. Pero ellas entraron y dieron conmigo. Dijeron: “¡Ave María Purísima!” Yo estaba acuclillado en una piedra, sin hacer nada, solamente sentado allí con los pantalones caídos, para que ellas me vieran así y no se me arrimaran. Pero sólo dijeron: “¡Ave María Purísima!” Y se fueron acercando más. ¡Viejas indinas! ¡Les debería dar vergüenza! Se persignaron y se arrimaron hasta ponerse junto a mí, todas juntas, apretadas como en manojo, chorreando sudor y con los pelos untados a la cara como si les hubiera lloviznado. —Te venimos a ver a ti, Lucas Lucatero. Desde Amula venimos, sólo por verte. Aquí cerquita nos dijeron que estabas en tu casa; pero no nos figuramos que estabas tan adentro; no en este lugar ni en estos menesteres. Creímos que habías entrado a darle de comer a las gallinas, por eso nos metimos. Venimos a verte. ¡Esas viejas! ¡Viejas y feas como pasmadas de burro! —¡Díganme qué quieren! —les dije, mientras me fajaba los pantalones y ellas se tapaban los ojos para no ver. —Traemos un encargo. Te hemos buscado en Santo Santiago y en Santa Inés, pero nos informaron que ya no vivías allí, que te habías mudado a este rancho. Y acá venimos. Somos de Amula. Yo ya sabía de dónde eran y quiénes eran; podía hasta haberles recitado sus nombres, pero me hice el desentendido.
México, 1917-1986. Escribió cuento, novela y guion cinematográfico, es, además, fotógrafo. Recibió el premio Nacional de Literatura en 1970 y el Príncipe de Asturias en 1983. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Su novela Pedro Páramo ha sido traducida a múltiples idiomas. Tomada de Juan Rulfo, Pedro Páramo y El llano en llamas, España, Popular Planeta, diciembre de 1975, pp. 227-240. 6
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—Pues si, Lucas Lucatero, al fin te hemos encontrado, gracias a Dios. Las convidé al corredor y les saqué unas sillas para que se sentaran. Les pregunté que si tenían hambre o que si querían aunque fuera un jarro de agua para remojarse la lengua. Ellas se sentaron, secándose el sudor con escapularios. —No, gracias —dijeron—. No venimos a darte molestias. Te traemos un encargo. ¿Tú me conoces, verdad, Lucas Lucatero? —me preguntó una de ellas. —Algo le dije—. Me parece haberte visto en alguna parte. ¿No eres, por casualidad, Pancha Fregoso, la que se dejó robar por Homobono Ramos? —Soy, sí, pero no me robó nadie. Ésas fueron puras maledicencias. Nos perdimos los dos buscando garambuyos. Soy congregante y yo no hubiera permitido de ningún modo... —¿Qué, Pancha? —¡Ah!, cómo eres mal pensado, Lucas. Todavía no se te quita lo de andar criminando gente. Pero, ya que me conoces, quiero agarrar la palabra para comunicarte a lo que venimos. —¿ No quieren ni siquiera un jarro de agua? —les volví a preguntar. —No te molestes. Pero ya que nos ruegas tanto, no te vamos a desairar. Les traje una jarra de agua de arrayán y se la bebieron. Luego les traje otra y se la volvieron a beber. Entonces les arrimé un cántaro con agua del río. Lo dejaron allí, pendiente, para dentro de un rato, porque, según ellas, les iba a entrar mucha sed cuando comenzara a hacerles la digestión. Diez mujeres, sentadas en hilera, con sus negros vestidos puercos de tierra. Las hijas de Ponciano, de Emiliano, de Crescenciano, de Toribio el de la taberna y de Anastasio el peluquero. ¡Viejas carambas! Ni una siquiera pasadera. Todas caídas por los cincuenta. Marchitas como floripondios engarruñados y secos. Ni de dónde escoger. —¿Y qué buscan por aquí? —Venimos a verte. —Ya me vieron. Estoy bien. Por mí no se preocupen. —Te has venido muy lejos. A este lugar escondido. Sin domicilio ni quién dé razón de ti. Nos ha costado trabajo dar contigo después de mucho inquirir. —No me escondo. Aquí vivo a gusto, sin la moledera de la gente. ¿Y qué misión traen, si se puede saber? —les pregunté. —Pues se trata de esto... Pero no te vayas a molestar en darnos de comer. Ya comimos en casa de la Torcacita. Allí nos dieron a todas. Así que ponte en juicio. Siéntate aquí enfrente de nosotras para verte y para que nos oigas. Yo no me podía estar en paz. Quería ir otra vez al corral. Oía el cacareo de las gallinas y me daban ganas de ir a recoger los huevos antes que se los comieran los conejos. —Voy por los huevos —les dije. —De verdad que ya comimos. No te molestes por nosotras. —Tengo allí dos conejos sueltos que se comen los huevos. Orita regreso. Y me fui al corral.
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Tenía pensado no regresar. Salirme por la puerta que daba al cerro y dejar plantada a aquella sarta de viejas canijas. Le eché una miradita al montón de piedras que tenía arrinconado en una esquina y le vi la figura de una sepultura. Entonces me puse a desparramarlas, tirándolas por todas partes, haciendo un reguero aquí y otro allá. Eran piedras de río, boludas, y las podía aventar lejos. ¡Viejas de los mil judas ! Me habían puesto a trabajar. No sé por qué se les antojó venir. Dejé la tarea y regresé. Les regalé los huevos. —¿Mataste los conejos? Te vimos aventarles de pedradas. Guardaremos los huevos para dentro de un rato. No debías haberte molestado. —Allí en el seno se pueden empollar, mejor déjenlos afuera. —¡Ah, cómo serás!, Lucas Lucatero. No se te quita lo hablantín. Ni que estuviéramos tan calientes. —De eso no sé nada. Pero de por sí está haciendo calor acá afuera. Lo que yo quería era darles largas. Encaminarlas por otro rumbo, mientras buscaba la manera de echarlas fuera de mi casa y que no les quedaran ganas de volver. Pero no se me ocurría nada. Sabía que me andaban buscando desde enero, poquito después de la desaparición de Anacleto Morones. No faltó alguien que me avisara que las viejas de la Congregación de Amula andaban tras de mí. Eran las únicas que podían tener algún interés en Anacleto Morones. Y ahora allí las tenía. Podía seguir haciéndoles plática o granjeándomelas de algún modo hasta que se les hiciera de noche y tuvieran que largarse. No se hubieran arriesgado a pasarla en mi casa. Porque hubo un rato en que se trató de eso: cuando la hija de Ponciano dijo que querían acabar pronto su asunto para volver temprano a Amula. Fue cuando yo les hice ver que por eso no se preocuparan, que aunque fuera en el suelo había allí lugar y petates de sobra para todas. Todas dijeron que eso sí no, porque qué iría a decir la gente cuando se enteraran de que habían pasado la noche solitas en mi casa y conmigo allí dentro. Eso sí que no. La cosa, pues, estaba en hacerles larga la plática, hasta que se les hiciera de noche, quitándoles la idea que les bullía en la cabeza. Le pregunté a una de ellas: —¿Y tu marido qué dice? —Yo no tengo marido, Lucas. ¿No te acuerdas que fui tu novia? Te esperé y te esperé y me quedé esperando. Luego supe que te habías casado. Ya a esas alturas nadie me quería. —¿Y luego yo? Lo que pasó fue que se me atravesaron otros pendientes que me tuvieron muy ocupado; pero todavía es tiempo. —Pero si eres casado, Lucas, y nada menos que con la hija del Santo Niño. ¿Para qué me alborotas otra vez? Yo ya hasta me olvidé de ti. —Pero yo no. ¿Cómo dices que te llamabas? —Nieves... Me sigo llamando Nieves. Nieves García. Y no me hagas llorar, Lucas Lucatero. Nada más de acordarme de tus melosas promesas me da coraje.
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—Nieves... Nieves. Cómo no me voy a acordar de ti. Si eres de lo que no se olvida... Eras suavecita. Me acuerdo. Te siento todavía aquí en mis brazos. Suavecita. Blanda. El olor del vestido con que salías a verme olía a alcanfor. Y te arrejuntabas mucho conmigo. Te repegabas tanto que casi te sentía metida en mis huesos. Me acuerdo. —No sigas diciendo cosas, Lucas. Ayer me confesé y tú me estás despertando malos pensamientos y me estás echando el pecado encima. —Me acuerdo que te besaba en las corvas. Y que tú decías que allí no, porque sentías cosquillas. ¿Todavía tienes hoyuelos en la corva de las piernas? —Mejor cállate, Lucas Lucatero. Dios no te perdonará lo que hiciste conmigo. Lo pagarás caro. —¿Hice algo malo contigo? ¿Te traté acaso mal? —Lo tuve que tirar. Y no me hagas decir eso aquí delante de la gente. Pero para que te lo sepas: lo tuve que tirar. Era una cosa así como un pedazo de cecina. ¿Y para qué lo iba a querer yo, si su padre no era más que un vaquetón? —¿Conque eso pasó? No lo sabía. ¿No quieren otra poquita de agua de arrayán? No me tardaré nada en hacerla. Espérenme nomás. Y me fui otra vez al corral a cortar arrayanes. Y allí me entretuve lo más que pude, mientras se le bajaba el mal humor a la mujer aquella. Cuando regresé ya se había ido. —¿Se fue? —Sí, se fue. La hiciste llorar. —Sólo quería platicar con ella, nomás por pasar el rato. ¿Se han fijado cómo tarda en llover? ¿Allá en Amula ya debe haber llovido, no? —Sí, anteayer cayó un aguacero. —No cabe duda de que aquel es un buen sitio. Llueve bien y se vive bien. A fe que aquí ni las nubes se aparecen. ¿Todavía es Rogaciano el presidente municipal? —Sí, todavía. —Buen hombre ese Rogaciano. —No. Es un maldoso. —Puede que tengan razón. ¿Y qué me cuentan de Edelmiro, todavía tiene cerrada su botica? —Edelmiro murió. Hizo bien en morirse, aunque me esté mal el decirlo; pero era otro maldoso. Fue de los que le echaron infamias al Niño Anacleto. Lo acusó de abusionero y de brujo y engañabobos. De todo eso anduvo hablando en todas partes. Pero la gente no le hizo caso y Dios lo castigó. Se murió de rabia como los huitacoches. —Esperemos en Dios que esté en el infierno. —Y que no se cansen los diablos de echarle leña. —Lo mismo que a Lirio López, el juez, que se puso de su parte y mandó al Santo Niño a la cárcel. Ahora eran ellas las que hablaban. Las dejé decir todo lo que quisieran. Mientras no se metieran conmigo, todo iría bien. Pero de repente se les ocurrió preguntarme:
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—¿Quieres ir con nosotras? —¿Adónde? —A Amula. Por eso venimos. Para llevarte. Por un rato me dieron ganas de volver al corral. Salirme por la puerta que da al cerro y desaparecer. ¡Viejas infelices! —¿Y qué diantres voy a hacer yo a Amula? —Queremos que nos acompañes en nuestros ruegos. Hemos abierto, todas las congregantes del Niño Anacleto, un novenario de rogaciones para pedir que nos lo canonicen. Tú eres su yerno y te necesitamos para que sirvas de testimonio. El señor cura nos encomendó le lleváramos a alguien que lo hubiera tratado de cerca y conocido de tiempo atrás, antes que se hiciera famoso por sus milagros. Y quién mejor que tú, que viviste a su lado y puedes señalar mejor que ninguno las obras de misericordia que hizo. Por eso te necesitamos, para que nos acompañes en esta campaña. ¡Viejas carambas! Haberlo dicho antes. —No puedo ir —les dije —. No tengo quien me cuide la casa. —Aquí se van a quedar dos muchachas para eso, lo hemos prevenido. Además está tu mujer. —Ya no tengo mujer. —¿Luego la tuya? ¿La hija del Niño Anacleto? —Ya se me fue. La corrí. —Pero eso no puede ser, Lucas Lucatero. La pobrecita debe andar sufriendo. Con lo buena que era. Y lo jovencita. Y lo bonita. ¿Para dónde la mandaste, Lucas? Nos conformamos con que siquiera la hayas metido en el convento de las Arrepentidas. —No la metí en ninguna parte. La corrí. Y estoy seguro de que no está con las Arrepentidas; le gustaban mucho la bulla y el relajo. Debe de andar por esos rumbos, desfajando pantalones. —No te creemos, Lucas, ni así tantito te creemos. A lo mejor está aquí, encerrada en algún cuarto de esta casa rezando sus oraciones. Tú siempre fuiste muy mentiroso y hasta levantafalsos. Acuérdate, Lucas, de las pobres hijas de Hermelindo, que hasta se tuvieron que ir para El Grullo porque la gente les chiflaba la canción de “Las güilotas” cada vez que se asomaban a la calle, y sólo porque tú inventaste chismes. No se te puede creer nada a ti, Lucas Lucatero. —Entonces sale sobrando que yo vaya a Amula. —Te confiesas primero y todo queda arreglado. ¿Desde cuándo no te confiesas? —¡Uh!, desde hace como quince años. Desde que me iban a fusilar los cristeros. Me pusieron una carabina en la espalda y me hincaron delante del cura y dije allí hasta lo que no había hecho. Entonces me confesé hasta por adelantado. —Si no estuviera de por medio que eres el yerno del Santo Niño, no te vendríamos a buscar, contimás te pediríamos nada. Siempre has sido muy diablo, Lucas Lucatero. —Por algo fui ayudante de Anacleto Morones. Él sí que era el vivo demonio.
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—No blasfemes. —Es que ustedes no lo conocieron. —Lo conocimos como santo. —Pero no como santero. —¿Qué cosas dices, Lucas? —Eso ustedes no lo saben; pero él antes vendía santos. En las ferias. En la puerta de las iglesias. Y yo le cargaba el tambache. Por allí íbamos los dos, uno detrás de otro, de pueblo en pueblo. Él por delante y yo cargándole el tambache con las novenas de San Pantaleón, de San Ambrosio y de San Pascual, que pesaban cuando menos tres arrobas. “Un día encontramos a unos peregrinos. Anacleto estaba arrodillado encima de un hormiguero, enseñándome cómo mordiéndose la lengua no pican las hormigas. Entonces pasaron los peregrinos. Lo vieron. Se pararon a ver la curiosidad aquella. Preguntaron: ¿Cómo puedes estar encima del hormiguero sin que te piquen las hormigas? “Entonces él puso los brazos en cruz y comenzó a decir que acababa de llegar de Roma, de donde traía un mensaje y era portador de una astilla de la Santa Cruz donde Cristo fue crucificado. “Ellos lo levantaron de allí en sus brazos. Lo llevaron en andas hasta Amula. Y allí fue el acabóse; la gente se postraba frente a él y le pedía milagros. “Ese fue el comienzo. Y yo nomás me vivía con la boca abierta, mirándolo engatusar al montón de peregrinos que iban a verlo”. —Eres puro hablador y de sobra hasta blasfemo. ¿Quién eras tú antes de conocerlo? Un arreapuercos. Y él te hizo rico. Te dio lo que tienes. Y ni por eso te acomides a hablar bien de él. Desagradecido. —Hasta eso, le agradezco que me haya matado el hambre, pero eso no quita que él fuera el vivo diablo. Lo sigue siendo, en cualquier lugar donde esté. —Está en el cielo. Entre los ángeles. Allí es donde está, más que te pese. —Yo sabía que estaba en la cárcel. —Eso fue hace mucho. De allí se fugó. Desapareció sin dejar rastro. Ahora está en el cielo en cuerpo y alma presentes. Y desde allá nos bendice. Muchachas, ¡arrodíllense! Recemos el “Penitentes somos Señor” para que el Santo Niño interceda por nosotras. Y aquellas viejas se arrodillaron, besando a cada padrenuestro el escapulario donde estaba bordado el retrato de Anacleto Morones. Eran las tres de la tarde. Aproveché ese ratito para meterme en la cocina y comerme unos tacos de frijoles. Cuando salí ya sólo quedaban cinco mujeres. —¿Qué se hicieron las otras? —les pregunté. Y la Pancha, moviendo los cuatro pelos que tenía en sus bigotes, me dijo: —Se fueron. No quieren tener tratos contigo. —Mejor. Entre menos burros más olotes. ¿Quieren más agua de arrayán?
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Una de ellas, la Filomena que se había estado callada todo el rato y que por mal nombre le decían la Muerta, se culimpinó encima de una de mis macetas y, metiéndose el dedo en la boca, echó fuera toda el agua de arrayán que se había tragado, revuelto con pedazos de chicharrón y granos de huamúchiles. —Yo no quiero ni tu agua de arrayán, blasfemo. Nada quiero de ti. Y puso sobre la silla el huevo que yo le había regalado: —¡Ni tus huevos quiero! Mejor me voy. Ahora sólo quedaban cuatro. —A mí también me dan ganas de vomitar —me dijo la Pancha—. Pero me las aguanto. Te tenemos que llevar a Amula a como dé lugar. Eres el único que puede dar fe de la santidad del Santo Niño. Él te ha de ablandar el alma. Ya hemos puesto su imagen en la iglesia y no sería justo echarlo a la calle por tu culpa. —Busquen a otro. Yo no quiero tener vela en este entierro. —Tú fuiste casi su hijo. Heredaste el fruto de su santidad. En ti puso él sus ojos para perpetuarse. Te dio a su hija. —Sí, pero me la dio ya perpetuada. —Válgame Dios, qué cosas dices, Lucas Lucatero. —Así fue, me la dio cargada como de cuatro meses cuando menos. —Pero olía a santidad. —Olía a pura pestilencia. Le dio por enseñarles la barriga a cuantos se le paraban enfrente, sólo para que vieran que era de carne. Les enseñaba su panza crecida, amoratada por la hinchazón del hijo que llevaba dentro. Y ellos se reían. Les hacía gracia. Era una sinvergüenza. Eso era la hija de Anacleto Morones. —Impío. No está en ti decir esas cosas. Te vamos a regalar un escapulario para que eches fuera al demonio. —... Se fue con uno de ellos. Que dizque la quería. Sólo le dijo: “Yo me arriesgo a ser el padre de tu hijo”. Y se fue con él. —Era fruto del Santo Niño. Una niña. Y tú la conseguiste regalada. Tú fuiste el dueño de esa riqueza nacida de la santidad. —¡Monsergas! —¿Qué dices? —Adentro de la hija de Anacleto Morones estaba el hijo de Anacleto Morones. —Eso tú lo inventaste para achacarle cosas malas. Siempre has sido un invencionista. —¿Sí? Y qué me dicen de las demás. Dejó sin vírgenes esta parte del mundo, valido de que siempre estaba pidiendo que le velara sueño una doncella. —Eso lo hacía por pureza. Por no ensuciarse con el pecado. Quería rodearse de inocencia para no manchar su alma. —Eso creen ustedes porque no las llamó. —A mí sí me llamó —dijo una a la que le decían Melquiades—. Yo le velé su sueño. —¿Y qué pasó?
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—Nada. Sólo sus milagrosas manos me arroparon en esa hora en que se siente la llegada del frío. Y le di gracias por el calor de su cuerpo; pero nada más. —Es que estabas vieja. A él le gustaban tiernas; que se les quebraran los güesitos; oír que tronaran como si fueran cáscaras de cacahuate. —Eres un maldito ateo, Lucas Lucatero. Uno de los peores. Ahora estaba hablando la Huérfana, la del eterno llorido. La vieja más vieja de todas. Tenía lágrimas en los ojos y le temblaban las manos: —Yo soy huérfana y él me alivió de mi orfandad, volví a encontrar a mi padre y a mi madre en él. Se pasó la noche acariciándome para que se me bajara mi pena. Y le escurrían las lágrimas. —No tienes, pues, por qué llorar —le dije. —Es que se han muerto mis padres. Y me han dejado sola. Huérfana a esta edad en que es tan difícil encontrar apoyo. La única noche feliz la pasé con el Niño Anacleto, entre sus consoladores brazos. Y ahora tú hablas mal de él. —Era un santo. —Un bueno de bondad. —Esperábamos que tú siguieras su obra. Lo heredaste todo. —Me heredó un costal de vicios de los mil judas. Una vieja loca. No tan vieja como ustedes; pero bien loca. Lo bueno es que se fue. Yo mismo le abrí la puerta. —¡Hereje! Inventas puras herejías. Ya para entonces quedaban sólo dos viejas. Las otras se habían ido yendo una tras otra, poniéndome la cruz y reculando y con la promesa de volver con los exorcismos. —No me has de negar que el Niño Anacleto era milagroso —dijo la hija de Anastasio —. Eso sí que no me lo has de negar. —Hacer hijos no es ningún milagro. Ése era su fuerte. —A mi marido lo curó de la sífilis. —No sabía que tenías marido. ¿No eres la hija de Anastasio el peluquero? La hija de Tacho es soltera, según yo sé. —Soy soltera, pero tengo marido. Una cosa es ser señorita y otra cosa es ser soltera. Tú lo sabes. Y yo no soy señorita, pero soy soltera. —A tus años haciendo eso, Micaela. —Tuve que hacerlo. Qué me ganaba con vivir de señorita. Soy mujer. Y una nace para dar lo que le dan a una. —Hablas con las mismas palabras de Anacleto Morones. —Sí; él me aconsejó que lo hiciera, para que se me quitara lo hepático. Y me junté con alguien. Eso de tener cincuenta años y ser nueva es un pecado. —Te lo dijo Anacleto Morones. —Él me lo dijo, sí. Pero hemos venido a otra cosa; a que vayas con nosotras y certifiques que él fue un santo. —¿Y por qué no yo?
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—Tú no has hecho ningún milagro. El curó a mi marido. A mí me consta. ¿Acaso tú has curado a alguien de la sífilis? —No, ni la conozco. —Es algo así como la gangrena. Él se puso amoratado y con el cuerpo lleno de sabañones. Ya no dormía. Decía que todo lo veía colorado como si estuviera asomándose a la puerta del infierno. Y luego sentía ardores que lo hacían brincar de dolor. Entonces fuimos a ver al Niño Anacleto y él lo curó. Lo quemó con un carrizo ardiendo y le untó de su saliva en las heridas y, sácatelas, se le acabaron sus males. Dime si eso no fue un milagro. —Ha de haber tenido sarampión. A mí también me lo curaron con saliva cuando era chiquito. —Lo que yo decía antes. Eres un condenado ateo. —Me queda el consuelo de que Anacleto Morones era peor que yo. —Él te trató como si fueras su hijo. Y todavía te atreves... Mejor no quiero seguir oyéndote. Me voy. ¿Tú te quedas, Pancha? —Me quedaré otro rato. Haré la última lucha yo sola. —Oye, Francisca, ora que se fueron todas, ¿te vas a quedar a dormir conmigo, verdad? —Ni lo mande Dios. ¿Qué pensará la gente? Yo lo que quiero es convencerte. —Pues vámonos convenciendo los dos. Al cabo qué pierdes. Ya estás re vieja, como para que nadie se ocupe de ti, ni te haga el favor. —Pero luego vienen los dichos de la gente. Luego pensarán mal. —Que piensen lo que quieran. Qué más da. De todos modos Pancha te llamas. —Bueno, me quedaré contigo; pero nomás hasta que amanezca. Y eso si me prometes que llegaremos juntos a Amula, para yo decirles que me pasé la noche ruéguete y ruéguete. Si no, ¿cómo le hago? —Está bien. Pero antes córtate esos pelos que tienes en los bigotes. Te voy a traer las tijeras. —Cómo te burlas de mí, Lucas Lucatero. Te pasas la vida mirando mis defectos. Déjame mis bigotes en paz. Así no sospecharán. —Bueno, como tú quieras. Cuando oscureció, ella me ayudó a arreglarle la ramada a las gallinas y a juntar otra vez las piedras que yo había desparramado por todo el corral, arrinconándolas en el rincón donde habían estado antes. Ni se las malició que allí estaba enterrado Anacleto Morones. Ni que se había muerto el mismo día que se fugó de la cárcel y vino aquí a reclamarme que le devolviera sus propiedades. Llegó diciendo: —Vende todo y dame el dinero porque necesito hacer un viaje al Norte. Te escribiré desde allá y volveremos a hacer negocio los dos juntos. —¿Por qué no te llevas a tu hija? —le dije yo—. Eso es lo único que me sobra de todo lo que tengo y dices que es tuyo. Hasta a mí me enredaste con tus malas mañas.
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—Ustedes se irán después, cuando yo les mande avisar mi paradero. Allá arreglaremos cuentas. —Sería mucho mejor que las arregláramos de una vez. Para quedar de una vez a mano. —No estoy para estar jugando ahorita —me dijo—. Dame lo mío. ¿Cuánto dinero tienes guardado? —Algo tengo, pero no te lo voy a dar. He pasado las de Caín con la sinvergüenza de tu hija. Date por bien pagado con que yo la mantenga. Le entró el coraje. Pateaba el suelo y le urgía irse... “¡Que descanses en paz, Anacleto Morones!”, dije cuando lo enterré, y a cada vuelta que yo daba al río acarreando piedras para echárselas encima: “No te saldrás de aquí aunque uses de todas tus tretas.” Y ahora la Pancha me ayudaba a ponerle otra vez el peso de las piedras, sin sospechar que allí debajo estaba Anacleto y que yo hacía aquello por miedo de que se saliera de su sepultura y viniera de nueva cuenta a darme guerra. Con lo mañoso que era, no dudaba que encontrara el modo de revivir y salirse de allí. —Échale más piedras, Pancha. Amontónalas en este rincón, no me gusta ver pedregoso mi corral. Después ella me dijo, ya de madrugada: —Eres una calamidad, Lucas Lucatero. No eres nada cariñoso. ¿Sabes quién sí era amoroso con una? —¿Quién? —El Niño Anacleto. El sí que sabía hacer el amor.
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CUENTO
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Baldanders, Jorge Luis Borges7 BALDANDERS (cuyo nombre podemos traducir por Ya diferente o Ya otro) fue sugerido al maestro zapatero Hans Sachs, de Nuremberg, por aquel pasaje de la Odisea en que Menelao persigue al dios egipcio Proteo, que se transforma en león, en serpiente, en pantera, en un desmesurado jabalí, en un árbol y en agua. Hans Sachs murió en 1576; al cabo de unos noventa años, Baldanders resurge en el sexto libro de la novela fantástico-picaresca de Grimmelshausem, Simplicius Simplicissimus. En un bosque, el protagonista da con una estatua de piedra, que le parece el ídolo de algún viejo templo germánico. La toca y la estatua le dice que es Baldanders y toma las formas de un hombre, de un roble, de una puerca, de un salchichón, de un prado cubierto de trébol, de estiércol, de una flor, de una rama florida, de una morera, de un tapiz de seda, de muchas otras cosas y seres, y luego, nuevamente, de un hombre. Simula instruir a Simplissimus en el arte “de hablar con las cosas que por su naturaleza son mudas, tales como sillas y bancos, ollas y jarros”; también se convierte en un secretario y escribe estas palabras de la Revelación de San Juan: Yo soy el principio y el fin, que son la clave del documento cifrado en que le deja las instrucciones. Baldanders agrega que su blasón (como el del Turco y con mejor derecho que el Turco) es la inconstante luna. Baldanders es un monstruo sucesivo, un monstruo en el tiempo; la carátula de la primera edición de la novela de Grimmelshausen trae un grabado que representa un ser con cabeza de sátiro, torso de hombre, alas desplegadas de pájaro y cola de pez, que con una pata de cabra y una garra de buitre pisa un montón de máscaras, que pueden ser los individuos de las especies. En el cinto lleva una espada y en las manos un libro abierto, con las figuras de una corona, de un velero, de una copa, de una torre, de una criatura, de unos dados, de un gorro con cascabeles y un cañón.
Argentina, 1899–Suiza, 1986. Publicó ensayos, cuentos y poemas. Miembro de la Academia Argentina de Letras. En 1985 recibió el premio Miguel de Cervantes. Tomado del libro Jorge Luis Borges, Manual de zoología fantástica, México, FCE, Sexta reimpresión, 2001, pp. 155-156. 7
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CUENTO
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El niño proletario, Osvaldo Lamborghini8 Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria. Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario. El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado. En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario. Stroppani era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande. Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al niño proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror. Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa. Contrae sífilis y, enseguida que la contrae, siente el irresistible impulso de casarse para perpetuar la enfermedad a través de las generaciones. Como la única herencia que puede dejar es la de sus chancros jamás se abstiene de dejarla. Hace cuantas veces puede la bestia de dos espaldas con su esposa ilícita, y así, gracias a una alquimia que aún no puedo llegar a entender (o que tal vez nunca llegaré a entender), su semen se convierte en venéreos niños proletarios. De esa manera se cierra el círculo, exasperadamente se completa.
Argentina, 1940-España, 1985. Poeta y narrador. Su estética se clasifica como neobarroco. En su juventud fue miembro del Partido Peronista. Consultado el 7 de agosto de 2017 en https://sujetos.files.wordpress.com/2010/04/nino-proletario1.pdf 8
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¡Estropeado!, con su pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo y los periódicos bajo el brazo, venía sin vernos caminando hacia nosotros, tres niños burgueses: Esteban, Gustavo, yo. La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre. Gustavo adelantó la rueda de su bicicleta azul y así ocupó toda la vereda. ¡Estropeado! hubo de parar y nos miró con ojos azorados, inquiriendo con la mirada a qué nueva humillación debía someterse. Nosotros tampoco lo sabíamos aún pero empezamos por incendiarle los periódicos y arrancarle las monedas ganadas del fondo destrozado de sus bolsillos. ¡Estropeado! nos miraba inquiriendo con la cara blanca de terror. oh por ese color blanco de terror en las caras odiadas, en las fachas obreras más odiadas, por verlo aparecer sin desaparición nosotros hubiéramos donado nuestros palacios multicolores, la atmósfera que nos envolvía de dorado color. A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro, y. Nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban le alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó a ¡Estropeado!, y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos. Gustavo se sostenía el brazo del vidrio con la otra mano para aumentar la fuerza de la incisión. No desfallecer, Gustavo, no desfallecer. Nosotros quisiéramos morir así, cuando el goce y la venganza se penetran y llegan a su culminación. Porque el goce llama al goce, llama a la venganza, llama a la culminación. Porque Gustavo parecía, al sol, exhibir una espada espejeante con destellos que también a nosotros venían a herirnos en los ojos y en los órganos del goce. Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado. Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban, Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero, el primero que arremetió contra el cuerpiño de ¡Estropeado!, Gustavo, quien nos lideraría luego en la edad madura, todos estos años de fracasada, estropeada pasión: él primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! y prolongó el tajo natural. Salió la sangre esparcida hacia arriba y hacia abajo, iluminada por el sol, y el agujero del ano quedó húmedo sin esfuerzo como para facilitar el acto que preparábamos. Y fue Gustavo, Gustavo el que lo traspasó primero con su falo, enorme para su edad, demasiado filoso para el amor.
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Esteban y yo nos conteníamos, con las gargantas bloqueadas por un silencio de ansiedad, desesperación. Esteban y yo. Con los falos enardecidos en las manos esperábamos y esperábamos, mientras Gustavo daba brincos que taladraban a ¡Estropeado! y ¡Estropeado! no podía gritar, ni siquiera gritar, porque su boca era firmemente hundida en el barro por la mano fuerte militari de Gustavo. A Esteban se le contrajo el estómago a raíz de la ansiedad y luego de la arcada desalojó algo del estómago, algo que cayó a mis pies. Era un espléndido conjunto de objetos brillantes, ricamente ornamentados, espejeantes al sol. Me agaché, lo incorporé a mi estómago, y Esteban entendió mi hermanación. Se arrojó a mis brazos y yo me bajé los pantalones. Por el ano desocupé. Desalojé una masa luminosa que enceguecía con el sol. Esteban la comió y a sus brazos hermanados me arrojé. Mientras tanto ¡Estropeado! se ahogaba en el barro, con su ano opaco rasgado por el falo de Gustavo, quien por fin tuvo su goce con un alarido. La inocencia del justiciero placer. Esteban y yo nos precipitamos sobre el inmundo cuerpo abandonado. Esteban le enterró el falo, recóndito, fecal, y yo le horadé un pie con un punzón a través de la suela de soga de alpargata. Pero no me contentaba tristemente con eso. Le corté uno a uno los dedos mugrientos de los pies, malolientes de los pies, que ya de nada irían a servirle. Nunca más correteos, correteos y saltos de tranvía en tranvía, tranvías amarillos. Promediaba mi turno pero yo no quería penetrarlo por el ano. —Yo quiero succión —crují. Esteban se afanaba en los últimos jadeos. Yo esperaba que Esteban terminara, que la cara de ¡Estropeado! se desuniera del barro para que ¡Estropeado! me lamiera el falo, pero debía entretener la espera, armarme en la tardanza. Entonces todas las cosas que le hice, en la tarde de sol menguante, azul, con el punzón. Le abrí un canal de doble labio en la pierna izquierda hasta que el hueso despreciable y atorrante quedó al desnudo. Era un hueso blanco como todos los demás, pero sus huesos no eran huesos semejantes. Le rebané la mano y vi otro hueso, crispados los nódulos-falanges aferrados, clavados en el barro, mientras Esteban agonizaba a punto de gozar. Con mi corbata roja hice un ensayo en el cuello del niño proletario. Cuatro tirones rápidos, dolorosos, sin todavía el prístino argénteo fin de muerte. Todavía escabullirse literalmente en la tardanza. Gustavo pedía a gritos por su parte un fino pañuelo de batista. Quería limpiarse la arremolinada materia fecal conque ¡Estropeado! le ensuciara la punta rósea hiriente de su falo. Parece que ¡Estropeado! se cagó. Era enorme y agresivo entre paréntesis el falo de Gustavo. Con entera independencia y solo se movía, así, y así, cabezadas y embestidas. Tensaba para colmo los labios delgados de su boca como si ya mismo y sin tardanza fuera a aullar. Y el sol se ponía, el sol que se ponía, ponía. Nos iluminaban los últimos rayos en la rompiente tarde azul. Cada cosa que se rompe y adentro que se rompe y afuera que se rompe, adentro y afuera, adentro y afuera, entra y sale que se rompe, lívido Gustavo miraba el sol que se moría y reclamaba aquel pañuelo de batista, bordado y maternal. Yo le di para calmarlo mi pañuelo de batista donde el rostro de mi madre augusta estaba bordado, rodeado por una esplendente
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aureola como de fingidos rayos, en tanto que tantas veces sequé mis lágrimas en ese mismo pañuelo, y sobre él volqué, años después, mi primera y trémula eyaculación. Porque la venganza llama al goce y el goce a la venganza pero no en cualquier vagina y es preferible que en ninguna. Con mi pañuelo de batista en la mano Gustavo se limpió su punta agresiva y así me lo devolvió rojo sangre y marrón. Mi lengua lo limpió en un segundo, hasta devolverle al paño la cara augusta, el retrato con un collar de perlas en el cuello, eh. Con un collar en el cuello. Justo ahí. Descansaba Esteban mirando el aire después de gozar y era mi turno. Yo me acerqué a la forma de ¡Estropeado! medio sepultada en el barro y la di vuelta con el pie. En la cara brillaba el tajo obra del vidrio triangular. El ombligo de raquítico lucía lívido azulado. Tenía los brazos y las piernas encogidos, como si ahora y todavía, después de la derrota, intentara protegerse del asalto. Reflejo que no pudo tener en su momento condenado por la clase. Con el punzón le alargué el ombligo de otro tajo. Manó la sangre entre los dedos de sus manos. En el estilo más feroz el punzón le vació los ojos con dos y sólo dos golpes exactos. Me felicitó Gustavo y Esteban abandonó el gesto de contemplar el vidrio esférico del sol para felicitar. Me agaché. Conecté el falo a la boca respirante de ¡Estropeado! Con los cinco dedos de la mano imité la forma de la fusta. A fustazos le arranqué tiras de la piel de la cara a ¡Estropeado! y le impartí la parca orden: —Habrás de lamerlo. Succión— ¡Estropeado! se puso a lamerlo. Con escasas fuerzas, como si temiera hacerme daño, aumentándome el placer. A otra cosa. La verdad nunca una muerte logró afectarme. Los que dije querer y que murieron, y si es que alguna vez lo dije, incluso camaradas, al irse me regalaron un claro sentimiento de liberación. Era un espacio en blanco aquel que se extendía para mi crujir. Era un espacio en blanco. Era un espacio en blanco. Era un espacio en blanco. Pero también vendrá por mí. Mi muerte será otro parto solitario del que ni sé siquiera si conservo memoria. Desde la torre fría y de vidrio. Desde donde he contemplado después el trabajo de los jornaleros tendiendo las vías del nuevo ferrocarril. Desde la torre erigida como si yo alguna vez pudiera estar erecto. Los cuerpos se aplanaban con paciencia sobre las labores de encargo. La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado. Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra. Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto. Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola
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recorrida de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!: él me lamía el falo. Impacientes Gustavo y Esteban querían que aquello culminara para de una buena vez por todas: Ejecutar el acto. Empuñé mechones del pelo de ¡Estropeado! y le sacudí la cabeza para acelerar el goce. No podía salir de ahí para entrar al otro acto. Le metí en la boca el punzón para sentir el frío del metal junto a la punta del falo. Hasta que de puro estremecimiento pude gozar. Entonces dejé que se posara sobre el barro la cabeza achatada de animal. —Ahora hay que ahorcarlo rápido —dijo Gustavo. —Con un alambre —dijo Esteban— en la calle de tierra donde empieza el barrio precario de los desocupados. —Y adiós Stroppani ¡vamos! —dije yo. Remontamos el cuerpo flojo del niño proletario hasta el lugar indicado. Nos proveímos de un alambre. Gustavo lo ahorcó bajo la luna, joyesca, tirando de los extremos del alambre. La lengua quedó colgante de la boca como en todo caso de estrangulación.
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NOVELA POLÍTICA
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Días de poder, Luis Spota9 (fragmento) 1 CAMINO A oír misa, unos; a sus trabajos, otros —las cinco mujeres y los cuatro hombres que por azar se encontraban en el Jardín Centenario a las 6:50 de esa mañana, justo en el momento en que era derribado de un puñetazo en la sien el chofer Damián Treviño y, entre gritos y manoteos, secuestrada Teresa Real de Prida, afirmarían, ante el coronel Joaquín Dávalos y sus investigadores de la Dirección de Seguridad del Estado (DSE), que había sido dos, vestidos con ropas de las que no recuerdan y sin máscaras o pasamontañas de disfraz, los jóvenes que atacaron a la pareja al descender del Mercedes que llegó al templo de San Francisco sin la escolta de costumbre. Coincidirían también al describir cómo los desconocidos golpearon al viejo Treviño con (presumiblemente) un guantelete de hierro cuando intentó ofrecer resistencia, y de qué manera arrastraron a la señora hacia el taxi amarillo en el que los aguardaba un tercer individuo, no mayor que ellos y con la cara descubierta (tal vez pelirrojo), que puso en marcha el motor del vehículo en el que se alejaron del lugar, tranquilamente, como si no huyeran, llevando, cegada y amordazada con tiras de esparadrapo, a la hermana mayor de Ubaldo Real y Arce, Presidente de la República. (…)
México, 1925-1985. Escritor, guionista y periodista. En 1979 obtuvo el premio Nacional de Periodismo y el premio Ariel al mejor argumento original. Tomada del libro Luis Spota, Días de poder, México, Editorial Grijalvo, Sexta edición, 1985, p. 17. 9
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NOVELA
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Gran serton: veredas, João Guimarães Rosa10 (fragmento)
—Nonada. Los tiros que usted ha oído han sido no de pelea de hombre, Dios nos asista. Apunté a un árbol, en el corral, en el fondo del barranco. Para estar en forma. Todos los días lo hago, me gusta; desde apenas en mi mocedad. Entonces, fueron a llamarme. Por mor de un becerro: un becerro blanco, defectuoso, los ojos de no ser —habráse visto— y con careta de perro. Me lo dijeron; yo no quise verlo. Incluso que, por defecto de nación, remangado de hocicos, parecía reírse como persona. Cara de gente, cara de can: decidieron que era el demonio. Gente parva. Lo mataron. Dueño suyo, no sé quién fuese. Vinieron a que les prestase mis armas, se las cedí. No tengo supersticiones. El señor ríe ciertas risotadas… mire: cuando es tiro de verdad, primero la jauría empieza a ladrar, instantáneamente; después, se va entonces a ver si hubo muertos. El señor apechugue, esto es el sertón. Algunos quieren que no lo sea: que situado está el sertón por los campos generales de fuera a dentro, dicen ellos, al final de los rumbos, en las tierras altas, más allá de Urucuia. Tontunas. Entonces, para los de Corinto y del Curvelo ¿esto de aquí no es llamado sertón? ¡Ah, qué más tiene! El sitio sertón se extiende: es donde los pastos no tienen puertas, en donde uno puede tragarse diez, quince leguas, sin topar con casa de morador; es donde el criminal vive su cristojesús, apartado del palo de la autoridad. El Urucuia viene de las montañas oestes. Pero hoy, de todo hay en su vera: hacendones de haciendas, praderíos de prados de buen rendir, las vegas; cultivos que van de bosque en bosque, de maderas bien gordas, que incluso vírgenes los hay por allí. Los campos generales mucho se extienden. Aquellos campos son sin tamaño. En fin, cada uno lo que quiere aprueba, ya lo sabe usted: pan o torta, según te importa… el sertón está en todas partes. (…)
Brasil, 1908-1967. Médico, escritor y diplomático. Miembro de la Academia Brasileña de Letras. Fue políglota. Tomado del libro João Guimarães Rosa, Gran serton: veredas, Colombia, Editorial La Oveja Negra, 1985, p. 13. 10
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DRAMATURGIA
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El gesticulador, Rodolfo Usigli11 (fragmento)
El gesticulador (Pieza para demagogos en tres actos), 1938 PERSONAJES: El profesor César Rubio, 50 años Elena, su esposa, 45 años Miguel, su hijo, 22 años Julia, su hija, 20 años El profesor Oliver Bolton (norteamericano con acento español), 30 años Un desconocido (El general Navarro) Epigmenio Guzmán, presidente municipal Salinas, Garza, Treviño, diputados locales El licenciado Estrella, delegado y orador del Partido Emeterio Rocha, viejo León Salas La multitud Época: hoy Acto primero Los Rubio aparecen dando los últimos toques al arreglo de la sala y el comedor de su casa, a la que han llegado al mismo día, procedentes de la capital. El calor es intenso. Los hombres están en mangas de camisa. Todavía queda al centro de la escena un cajón que contiene libros. Los muebles son escasos y modestos: dos sillones y un sofá de tule, toscamente tallados a mano, hacen las veces de juego confortable, contrastando con algunas sillas vienesas,
México, 1905-1979. Poeta, dramaturgo y diplomático. Tomado del libro Rodolfo Usigli, El gesticulador, México, Editores Mexicanos Unidos, 2002, pp. 21-25. 11
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bastante despintadas y una mecedora de bejuco. Dos terceras partes de la escena representan la sala, mientras la tercera parte, al fondo, está dedicada al comedor. La división entre las dos piezas consiste en una especie de galería: unos arcos con pilares descubiertos, hechos de madera, con excepción del arco central, que hace función de pasaje, los otros están cerrados hasta la altura de un metro por tablas pintadas de un azul pálido y floreado, que el tiempo ha desleído y las moscas han manchado. Demasiado pobre para tener mosaicos o cemento, la casa tiene un piso de tipichil, o cemento doméstico, cuya desigualdad presta una actitud —dijérase— inquietante a los muebles. El techo es de vigas. La sala tiene, en primer término izquierda, una puerta que comunica con el exterior; un poco más arriba hay una ventana amplia; al centro de la pared derecha, un arco conduce a la escalera que lleva a las recámaras. Al fondo de la escena, detrás de los arcos, es visible una ventana situada al centro; una puerta, al fondo derecha, lleva a la pequeña cocina, en la que se supone que hay una salida hacia el solar característico del Norte. La casa es toda, visiblemente, una construcción de madera, sólida, pero no es muy buen estado. El aislamiento de su situación no permitió la tradicional fábrica de sillar; la modestia situación de los dueños, ni siquiera la fábrica de adobe, frecuente en las regiones menos populosas del Norte. Elena Rubio, mujer bajita, robusta de unos cuarenta y cinco años, con un trapo amarrado a la cabeza a guisa de cofia, sacude las sillas, cerca de la ventana derecha, y las acomoda conforme termina; Julia, muchacha alta, de silueta agradable aunque su rostro carece de atractivo, también con la cabeza cubierta, termina de arreglar el comedor. Al levantarse el telón puede vérsela de pie sobre una silla, colgando una lámina en la pared. La línea de su cuerpo se destaca con bastante rigor. No es propiamente la tradicional virgen provinciana, sino una mezcla curiosa de pudor y provocación, de represión y de fuego. César rubio es moreno; su figura recuerda vagamente la de Emiliano zapata y, en general, a la de los hombres y las modas de 1910, aunque vista impersonalmente y sin moda. Su hijo Miguel parece más joven de lo que es; delgado y casi pequeño, es más bien un muchacho mal alimentado que fino. Está sentado sobre el cajón de los libros, enjugándose la frente. César —¿Estás cansado, Miguel? Miguel —El calor es insoportable. César —El calor del Norte que, en realidad, me hacía falta en México. Verás qué bien se vive aquí. Julia —(bajando) Lo dudo. César —Sí, a ti no te ha gustado venir al pueblo. Julia —A nadie le gusta ir a un desierto cuando tiene veinte años. César —Hace veinticinco años era peor, y yo nací aquí y viví aquí. Ahora tenemos la carretera a un paso. Julia —Sí… podré ver pasar los automóviles como las vacas miran pasar los trenes de ferrocarril. Será una diversión. César —(mirándola fijamente) No me gusta que resientas tanto este viaje, que era necesario. Elena se acerca.
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Julia —Pero, ¿por qué era necesario? Te lo puedo decir, papá. Porque tú no conseguiste hacer dinero en México. Miguel —Piensas demasiado en el dinero. Julia —A cambio de lo poco que el dinero piensa en mí. Es como en el amor, cuando nada más uno de los dos quiere. César —¿Qué sabes tú del amor? Julia —Demasiado. Sé que no me quieren. Pero en este desierto hasta podré parecer bonita. Elena —(acercándose a ella) No es la belleza lo único que hace acercarse a los hombres, Julia. Julia —No… pero es lo único que no los hace alejarse. Elena —De cualquier modo, no vamos a estar aquí toda la vida. Julia —Claro que no, mamá. Vamos a estar toda la muerte. (César la mira pensativamente) Elena —De nada te servía quedarte en México. Alejándote, en cambio, puedes conseguir que ese muchacho piense en ti. Julia —Sí… con alivio, como en un dolor de muelas ya pasado. Ya no le doleré… y la extracción no le dolió tampoco. Miguel —(levantándose de la caja) Si decidimos quejarnos, creo que yo tengo mayores motivos que tú. César —¿También tú has perdido algo por seguir a tu padre? Miguel —(volviéndose a otro lado y encogiéndose de hombros) Nada… una carrera. César —¿No cuentas los años que perdiste en la Universidad? Miguel —(mirándolo) Son menos que los que tú has perdido en ella. Elena —(con reproche) Miguel. (…)
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FÁBULA
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El perro que deseaba ser un ser humano, Augusto Monterroso12 EN LA casa de un rico mercader de la ciudad de México, rodeado de comodidades y de toda clase de máquinas, vivía no hace mucho tiempo un Perro al que se le había metido en la cabeza convertirse en un ser humano, y trabajaba con ahínco en esto. Al cabo de varios años, y después de persistentes esfuerzos sobre sí mismo, caminaba con facilidad en dos patas y a veces sentía que estaba ya a punto de ser un hombre, excepto por el hecho de que no mordía, movía la cola cuando encontraba a algún conocido, daba tres vueltas antes de acostarse, salivaba cuando oía las campanas de la iglesia, y por las noches se subía a una barda a gemir viendo largamente a la luna.
Honduras, 1921-México, 2003. Fue nacionalizado guatemalteco. Narrador y ensayista. Recibió varios premios, entre ellos, el de Literatura en Lenguas Romances (México) en 1996, en 1997 el Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias”, en 2000 el Príncipe de Asturias de las Letras. Tomado del libro Augusto Monterroso, Las ilusiones perdidas. Antología personal, México, FCE, Primera edición en la Biblioteca Joven, 1985, p. 57. 12
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CRÍTICA
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¿Más escuelas? Confabulación diabólica, Jorge Ibargüengoitia13 Cada año los países de la América Latina gastan en educación entre una y dos quintas partes de su presupuesto oficial. Además de eso, sus respectivos gobiernos están muy satisfechos y se lo andan contando a todo el mundo, como ejemplo patente de su desinterés en la carrera armamentista. Asistir a una escuela no es una obligación, es un derecho. Cada año la gente hace colas larguísimas y se da de golpes con tal de inscribir a sus hijos en una escuela. Cada año se construyen nuevas escuelas, y cada año también, hay más niños que se quedan sin escuela. La gente que nunca ha ido a una escuela, vive convencida de que esa es la única razón de su fracaso. La que ha ido a la escuela, en cambio, cree que fracasó porque no aprovechó la enseñanza. El caso es que la escuela es un elemento fundamental en las frustraciones de toda la gente. Esto, es lo que se refiere a la escuela elemental; en lo que se refiere a la superior, la cosa es todavía más extraña: cada año se inventan nuevas carreras o apéndices a las que ya implantadas en forma de maestrías, doctorados, especializaciones, etcétera. En este campo, como en casi todas las aberraciones, los Estados Unidos van a la cabeza. En ese país ya se descubrió que todo se puede enseñar y que todo se puede aprender… ¡En una escuela! Se imparten clases de “vida creativa”. Se dan cursos de “relaciones personales”, de “apreciación de obras de arte”, de “euritmia”, que es el arte de moverse armónicamente, etc. El resultado de todo esto es que la edad escolar va desde los cuatro hasta los setenta y cinco años, y, si se descuida uno, pasa uno de la escuela a la tumba. Para mí, todo esto es inexplicable. ¿Por qué quiere la gente ir a la escuela? ¿Por qué cree que va a aprender algo en esos antros? Mi experiencia personal me indica que las cosas son muy diferentes. Por ejemplo, me pasé dieciocho años sentado en una papelera, y sin embargo, el noventa por ciento de los conocimientos que aplico constantemente los he adquirido fuera de la escuela. Me ha servido mu-
México, 1928-España, 1983. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y de las fundaciones Rockefeller, Fairfield y Guggenheim. Escribió cuentos, novelas, obras dramáticas y artículos periodísticos. Recibió el premio Casa de las Américas. Tomado de Jorge Ibargüengoitia, Instrucciones para vivir en México, México, Edición especial impresa para librerías Gandhi, Quinta reimpresión: agosto de 2016, pp. 263-266. 13
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cho haber aprendido a leer y escribir, pero eso me lo enseñaron en los primeros seis meses que pasé en la escuela. Sumar, restar, multiplicar y dividir son operaciones que hago con mucha cautela y gran dificultad. Cualquier dependiente de miscelánea me gana. En cambio, no sé distinguir una dicotiledónea, y si lo supiera, no me serviría de nada. Recuerdo que a Tenochtitlán se entraba por cuatro calzadas, pero no cuáles eran, ni sabría decir dónde estaban. ¿De qué me sirve saber cuál es el tarso, cuál el metatarso y cuáles los dedos? En la Escuela de Ingeniería me pasé un año entero estudiando afanosamente geometría descriptiva, que es una materia a la que todavía no se ha encontrado aplicación práctica. Pero no se me malinterprete, no quiero decir que los conocimientos no sirvan para nada, lo que quiero decir es que la escuela es el lugar más inapropiado para adquirirlos. Creo que las condiciones fundamentales del aprendizaje son la voluntad de aprender del sujeto y la posibilidad real de aplicar el conocimiento. No se puede sentarse todos los días seis horas en una silla incómoda sólo porque en la casa se arma un borlote si reprueba uno el año, para al cabo de doce o quince empezar a aprender lo que realmente hace falta. Es un derroche de tiempo y de dinero que nadie tiene por qué permitirse. Pero creo que lo que pasa es el sistema escolar es una confabulación diabólica, de la que los alumnos son las principales víctimas, y los contribuyentes las segundas. Los padres de familia tienen necesidad urgente de deshacerse de sus hijos con determinado número de horas cada día, mientras éstos tienen edades que varían entre los cuatro y los quince años. Los maestros, por su parte, que tienen que ganarse la vida, se ven obligados a hacer algo en esa enorme cantidad de horas. Se hacen cosas tremendas. Se explica, por ejemplo, el Quijote. De tal manera que, después de la explicación pocos son los valientes que se atreven a leerlo. Se da un curso de Historia Universal, en el que se conceden quince minutos y un párrafo, a la Guerra de los Treinta Años. Yo pasé por un curso de literatura española en la que no abrimos más libros que el texto, que eran los datos biográficos y bibliográficos de ciento cincuenta autores. La ficha que aprendíamos un día se nos olvidaba al siguiente. Un tema tan apasionante como es la historia de México en el periodo que va entre la consumación de la Independencia y el principio del porfiriato, fue convertido en un soponcio que duró un año, por un maestro cuyo nombre no voy a mencionar, pero que es figura política, que llegaba con un cuarto de hora de retraso, se sentaba, bostezaba y empezaba a hablar con el sonsonete que le era característico, y nos reclamaba: —¡Claro, comen como boas y como náufragos y luego se están durmiendo! No sólo hizo pedazos la materia, sino parte de mi vida. Pero a los doce años de estudio, no se puede soltar el arpa. Hay que terminar la carrera. Por eso está el mundo rebosante de profesionistas inútiles. Son los que creyeron que con ir a la escuela bastaba. (9-12-69)
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CRÓNICA ENSAYO
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José Revueltas. El camarada sol, antiguo y vil, Carlos Monsiváis14 (fragmento)
La noche de la Manifestación del Silencio, 13 de septiembre. En la casa de la actriz Selma Beraud, un grupo cansado, ruidoso, consternado. Selma dejó el automóvil cerca del Museo de Antropología donde partieron los contingentes, y al regresar ellas y otros muchos hallaron pruebas de la rabia y el hartazgo: vidrios rotos con varillas y cadenas, huellas de palos y puntapiés. Los depredadores (presumiblemente) no soportaron que pese a las amenazas gubernamentales del día primero decenas de miles desfilasen, protestasen, se unieran a la marcha. A Selma el entusiasmo la hace desinteresarse por el destino de su automóvil; es mejor compartir las sensaciones de victoria, el gobierno tendrá que ceder, es inaudita tamaña terquedad, los culpables de la represión merecen castigo, no permitiremos que la inmunidad sea el signo del país, el jefe de la policía debe caer, los presos políticos deben ser liberados, el cuerpo de granaderos debe ser disuelto. Revueltas oye con atención y participa: —Fue extraordinaria la marcha. Me acordó las grandes concentraciones del cardenismo pero eso no es prueba de nada porque a mí todo me recuerda el cardenismo y la década del treinta. Fue entonces, claro, cuando acudí como delegado juvenil del Partido Comunista a un congreso en la URSS. La sesión inaugural fue solemne, se presentaron delegados de todos los pueblos del mundo. El momento de entrada de Stalin fue escalofriante, la auténtica llegada de Dios. Minutos y minutos de aplausos como eternidades. Los mexicanos nos sumamos a la gritería mentándole la madre a Stalin. Nadie hablaba español a nuestro alrededor y eso nos permitía —sin que lo sintiéramos una ofensa, todo lo contrario—alabar al Gran Constructor del Socialismo diciéndole: “Chingue a su madre Stalin, chingue a su madre Stalin.” Creo que desde entonces entendí que en la mentada de madre puede involucrarse mucho cariño, es la demostración más clara del afecto a la distancia. (…) 1976
México, 1914-1976. Cronista, ensayista, narrador y periodista. Cursó estudios en la Facultad de Economía y en la de Filosofía y Letras, UNAM. Entre los múltiples galardones que recibió se encuentran el premio Nacional de Periodismo, el Mazatlán, el Xavier Villaurrutia, el Lya Kostakowsky, el Anagrama de Ensayo y el de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”. Tomado del libro Carlos Monsiváis, Amor perdido, México, Ediciones Era, Novena edición en Biblioteca Era: 1985, pp. 120-121. 14
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ENSAYO HISTÓRICO
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La puta de Babilonia, Fernando Vallejo15 (fragmento)
LA PUTA, LA GRAN PUTA, la grandísima puta, la santurrona, la simoníaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio y el Índice de Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó a Constantinopla y bañó de sangre a Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas de América; la que quemó a Segarelli en Parma, a Juan Hus en Constanza y a Giordano Bruno en Roma; la detractora de la ciencia, la enemiga de la verdad, la adulteradora de la Historia; la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora de herejes y brujas; la estafadora de viudas, la cazadora de herencias, la vendedora de indulgencias; la que inventó a Cristoloco el rabioso y a Pedro-piedra el estulto; la que promete el reino soso de los cielos y amenaza con el fuego eterno del infierno; la que amordaza la palabra y aherroja la libertad del alma; la que reprime a las demás religiones donde manda y exige libertad de culto donde no manda; la que nunca ha querido a los animales ni les ha tenido compasión; la oscurantista, la impostora, la embaucadora, la difamadora, la calumniadora, la reprimida, la represora, la mirona, la fisgona, la contumaz, la relapsa, la corrupta, la hipócrita, la parásita, la zángana; la antisemita, la esclavista, la homofóbica, la misógina; la carnívora, la carnicera, la esclavista, la limosnera, la tartufa, la mentirosa, la insidiosa, la traidora, la despojadora, la ladrona, la manipuladora, la depredadora, la opresora; la pérfida, la falaz, la rapaz, la felona; la aberrante, la inconsecuente, la incoherente, la absurda; la cretina, la estulta, la imbécil, la estúpida; la travestida, la marramacha, la maricona; la autocrática, la despótica, la tiránica; la católica, la apostólica, la romana; la jesuítica, la dominica, la del Opus Dei; la concubina de Mussolini y de Hitler; la ramera de las rameras, la meretriz de las meretrices, la puta de Babilonia, la impune bimilenaria tiene cuenta pendientes conmigo desde mi infancia y aquí se las voy a cobrar. (…)
Colombia, 1942. Escritor y cineasta. Activista defensor de los derechos de los animales. Ha recibido varios premios, entre ellos, el Rómulo Gallegos y el FIL de Literatura y Lenguas Romances. Tomado del libro Fernando Vallejo, La puta de Babilonia, México, Editorial Planeta Mexicana, 2007, Primera edición impresa en México en colección booket: julio de 2009, pp. 5-6. 15
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ENSAYO
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Ser como ellos y otros artículos, Eduardo Galeano16 Cinco siglos de prohibición del arcoiris en el cielo americano (fragmento) El Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su diario del descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor. Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó: Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se equivocó. Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India, pero en eso no se equivocó. Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso. Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no las ve. (…) El Paraguay habla guaraní. Un caso único en la historia universal: la lengua de los indios, lengua de los vencidos, es el idioma nacional unánime. Y sin embargo, la mayoría de los paraguayos opina, según las encuestas, que quienes no entienden español son como animales. De cada dos peruanos, uno es indio, y la Constitución de Perú dice que el quechua es un idioma tan oficial como el español. La Constitución lo dice, pero la realidad no lo oye. El Perú trata a los indios como África del Sur trata a los negros. El español es el único idioma que se enseña en las escuelas y el único que entienden los jueces y los policías y los funcionarios. (El español no es el único idioma de la televisión, porque la televisión también habla inglés.)
Uruguay, 1940-2015. Escritor y periodista. Recibió varias distinciones, premios y Doctorados honoris causa. Tomado del libro Eduardo Galeano, Ser como ellos y otros artículos, México, Siglo XXI editores, Octavo reimpresión, 2010, pp. 17-21. 16
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Hace cinco años, los funcionarios del Registro Civil de las Personas, en la ciudad de Buenos Aires, se negaron a inscribir el nacimiento de un niño. Los padres, indígenas de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara Qori Wamancha, un nombre de su lengua. El Registro argentino no lo aceptó por ser nombre extranjero. Los indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra. El lenguaje no es una señal de identidad, sino una marca de maldición. No los distingue: los delata. Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse. ¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse? Cuando yo era niño, en las escuelas del Uruguay nos enseñaban que el país se había salvado del problema indígena gracias a los generales que en el siglo pasado exterminaron a los últimos charrúas. El problema indígena: los primeros americanos, los verdaderos descubridores de América, son un problema. Y para que el problema deje de ser un problema, es preciso que los indios dejen de ser indios. Borrarlos del mapa o borrarles el alma, aniquilarlos o asimilarlos: el genocidio o el otrocidio. En diciembre de 1976, el ministro del Interior del Brasil anunció, triunfal, que el problema indígena quedará completamente resuelto al final del siglo veinte: todos los indios estarán, para entonces, debidamente integrados a la sociedad brasileña, y ya no serán indios. El ministro explicó que el organismo oficialmente destinado a su protección (FUNAI, Fundação Nacional do Indio) se encargará de civilizarlos, o sea: se encargará de desaparecerlos. Las balas, la dinamita, las ofrendas de comida envenenada, la contaminación de los ríos, la devastación de los bosques y la difusión de virus y bacterias desconocidos por los indios, han acompañado la invasión de la Amazonia por las empresas ansiosas de minerales y maderas y todo lo demás. Pero la larga y feroz embestida no ha bastado. La domesticación de los indios sobrevivientes, que los rescata de la barbarie, es también un arma imprescindible para despejar de obstáculos el camino de la conquista. Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y de la miseria. La salvación condena a los indios a trabajar de sol a sol en minas y plantaciones, a cambio de jornales que no alcanzan para comprar una lata de comida para perros. Salvar a los indios también consiste en romper sus refugios comunitarios y arrojarlos a las canteras de mano de obra barata en la violenta intemperie de las ciudades, donde cambian su lengua y de nombre y de vestido y terminan siendo mendigos y borrachos y putas de burdel. O salvar a los indios consiste en ponerles uniforme y mandarlos, fusil al hombro, a matar a otros indios o a morir defendiendo al sistema que los niega. Al fin y al cabo, los indios son buena carne de cañón: de los 25 mil indios norteamericanos enviados a la segunda guerra mundial, murieron diez mil.
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El 16 de diciembre de 1492, Colón lo había anunciado en su diario: los indios sirven para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres. Secuestro de los brazos, robo del alma: para nombrar esta operación, en toda América se usa, desde los tiempos coloniales, el verbo reducir. El indio salvado es el indio reducido. Se reduce hasta desaparecer: vaciado de sí, es un no-indio, y es nadie. (…)
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PERIODISMO DE INVESTIGACIÓN
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Los señores del narco, Anabel Hernández17 (fragmento) Capítulo 1 Un pobre diablo Eran cerca de las 11 de la mañana. Los dos generales parados bajo el intenso sol de junio en un paraje desierto a unos cinco o seis kilómetros de la frontera con Guatemala, en la carretera que va hacia Cacahoatán, Chiapas. El ambiente era tenso como la cuerda de un violín. A cien metros a la redonda la Séptima Región Militar había colocado un pelotón de fusileros que conformaban un perímetro de seguridad. Haciendo un círculo más reducido se encontraba un grupo de paracaidistas. Todos iban armados hasta los dientes. Los minutos se hicieron eternos. Por radio ya habían sido notificados que el convoy había cruzado la frontera mexicana sin problemas. La entrega estaba perfectamente planeada y acordada, pero no descartaban una emboscada y que el paquete llegara arruinado. Parado sobre un montículo de tierra a un costado de la carretera, el general Jorge Carrillo Olea finalmente divisó a lo lejos una pequeña polvareda. Todos se quedaron atónitos cuando hasta ellos llegó una vieja pick up custodiada por otras dos en iguales condiciones. A bordo de la camioneta que lideraba el grupo sólo venían un chofer, un joven copiloto y, en la caja del vehículo, la valiosa carga. Del vejestorio bajó un joven capitán del Ejército de Guatemala de no más de 26 años que saludó con resplandeciente gallardía: “Mi general, traigo un encargo muy delicado para entregarlo solamente a usted” dijo ceremonioso dirigiéndose a Carrillo Olea, quien era el coordinador general de Lucha Contra el narcotráfico y el encargado especial de esta importante misión por parte del gobierno de México. Ante el capitán, Jorge Carrillo Olea no pudo evitar sentirse ridículo. El gobierno mexicano había enviado a dos generales: Guillermo Álvarez Nahara, jefe de la Policía Judicial Militar, y a él. Además dos batallones apoyaban la operación. En cambio, el gobierno de Guatemala
México, 1971. Periodista y escritora. En 2002 recibió el premio Nacional de Periodismo y el UNICEF en 2003. Tomado del libro Anabel Hernández, Los señores del narco, México, Random House Mondadori, noviembre de 2010, pp. 19-20. 17
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había optado por un joven militar para que entregara a un casi perfecto desconocido, a quien entonces se culpaba, junto con los hermanos Arellano Félix, de haber matado al cardenal Posadas Ocampo en medio de una supuesta balacera que había ocurrido entre ellos. Hacía menos de un mes, el 24 de mayo de 1993, el prelado había muerto en medio de una espectacular balacera ocurrida en el estacionamiento del Aeropuerto Internacional de Guadalajara, Jalisco. En ese momento, Carrillo Olea, un militar que desde hacía décadas se había alejado con desdén del ámbito castrense, juzgó que el Ejército mexicano era absolutamente pretensioso. Sin más preámbulos ni dilaciones, el capitán guatemalteco abrió la caja de la pick up y mostró su preciada carga. Sobre la lámina caliente, amarrado de pies y manos con una cuerda como si fuera un cerdo, se encontraba Joaquín Guzmán Loera, cuyo cuerpo había rebotado como fardo durante las tres horas de viaje de Guatemala a México. (…)
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Lengua castellana
Los raros
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AFORISMOS
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Aforismos Felipe Vázquez18 Existir es una enfermedad. Curable mientras lo ignoremos, mortal si llegamos a saberlo.
Quien no descuartiza a sus maestros, merece seguir siendo discípulo.
Un policía mexicano, un comercial de TV, un discurso sobre los buenos sentimientos y la palabra de un dios (digamos el bíblico) representan, en su conjunto, la esencia del cinismo de un político del PRI. ¿No sabéis qué cosa es un priísta? Es la puesta en marcha de la criminalidad impune, la lujuria del robo, la estupidez estupidizadora y la inexistencia como castigo contra quien no comulga con su verdad; todo ello licuado y puesto a decantar en los filtros del más puro cinismo. ¿Tlatoanis maquiavélicos? Sin duda. Los sueños de la razón del mexicano produjeron a los priístas.
México, 1966. Ensayista, poeta y crítico literario. Ha recibido diversos premios, entre ellos, el de Ensayo en 1998 en el Centro Toluqueño de Escritores, el Nacional de Poesía Gilberto Owen en 1999, el Nacional de Ensayo Literario José Revueltas en 2002. Tomados del libro Felipe Vázquez, De apocrypha ratio, México, Ediciones Arlequín, 1997, pp. 54, 111 y 137, respectivamente. 18
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VOCES
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Voces Antonio Porchia19 Quien me tiene de un hilo no es fuerte; lo fuerte es el hilo. Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto. El mal no lo hacen todos, pero acusa a todos. El hombre, cuando no se lamenta, casi no existe. El dolor no nos sigue: camina adelante. Sí, es necesario padecer, aun en vano, para no vivir en vano. El niño muestra su juguete, el hombre lo esconde. Se apiadan de las víctimas, las víctimas. El no saber hacer supo hacer a Dios.
Italia, 1885-Argentina, 1968. Escritor. Comunista y anarquista. Tomados del libro Antonio Porchia, Nota introductoria de Raúl Antonio Cota, México, UNAM, Serie Poesía Moderna núm. 133, 2012, pp. 5, 6, 7, 9, 10, 11, 12, 14, 15, 19, 27, 28, 29, 30, 31 y 32, respectivamente. 19
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A veces pienso en ganar altura, pero no escalando hombres. Hay caídos que no se levantan para no volver a caer. No perdonamos ser como somos. Las distancias no hicieron nada. Todo está aquí. Quería conquistar. Pero no conquistaba. Porque quería conquistar sin derrotar. Y si el amor es el amor perdido, ¿cómo encontrar el amor? Siempre me fue más fácil amar que elogiar.
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Lengua castellana
Verso
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SONETO
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¿En perseguirme, mundo, qué interesas? Sor Juana Inés de la Cruz20 ¿En perseguirme, mundo qué interesas? ¿En qué te ofendo, cuando solo intento poner bellezas en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas? Yo no estimo tesoros ni riquezas, y así, siempre me causa más contento poner riquezas en mi entendimiento que no mi entendimiento en las riquezas. Yo no estimo hermosura que vencida es despojo vil de las edades ni riqueza me agrada fementida, teniendo por mejor en mis verdades consumer vanidades de la vida que consumer la vida en vanidades.
México, 1651-1695. Escribió poesía, autos sacramentales, teatro y prosa. Consultado el día 7 de agosto de 2017 en http:// ciudadseva.com/texto/en-perseguirme-mundo-que-interesas/ 20
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MODERNISMO E INDEPENDENCIA
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Versos sencillos, José Martí21 XXXIV ¡Penas! ¿Quién osa decir Que tengo yo penas? Luego Después del rayo, y del fuego, Tendré tiempo de sufrir. Yo sé de un pesar profundo Entre las penas sin nombres: ¡La esclavitud de los hombres Es la gran pena del mundo! Hay montes, y hay que subir Los montes altos; ¡después Veremos, alma, quién es Quien te me ha puesto a morir!
Cuba, 1853-1895. Político, poeta, ensayista, periodista y filósofo. Líder de la independencia de Cuba. Tomado del libro José Martí, Vibra el aire y retumba, Argentina, Editorial Losada, S. A., octubre de 1998, p. 254. 21
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MODERNISMO
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A Roosevelt, Rubén Darío22 ¡Es con voz de Biblia, o verso de Walt Whitman, que habría que llegar hasta a ti, Cazador! ¡Primitivo y moderno, sencillo y complicado, con un algo de Washington y cuatro de Nemrod! Eres los Estados Unidos, eres el futuro invasor de la América ingenua que tiene sangre indígena, que aún reza a Jesucristo y aún habla en español. Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; eres culto, eres hábil; te opones a Tolstóy. Y domando caballos, o asesinando tigres, eres un Alejandro-Nabucodonosor. (Eres un profesor de energía, como dicen los locos de hoy) Crees que la vida es incendio, que el progreso es erupción; en donde pones la bala el porvenir pones. No. Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor que pasa por las vértebras enormes de los Andes. Si clamáis, se oye como el rugir del león. Ya Hugo a Grant le dijo: “Las estrellas son vuestras”. (Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
Nicaragua, 1867-1916. Poeta, prosista, periodista y diplomático. Tomado del libro Rubén Darío, Antología poética, España, Editorial Losada, S.A., 1966, pp. 119-121. 22
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y la estrella chilena se levanta…) Sois ricos. Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón; y alumbrado el camino de la fácil conquista, la Libertad levanta su antorcha en Nueva York. Mas la América nuestra, que tenía poetas desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl, que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; que consultó los astros, que conoció la Atlántida, cuyo nombre nos llega resonando en Platón, que desde los remotos momentos de su vida vive de luz, de fuego, de perfume, de amor, la América del gran Moctezuma, del Inca, la América fragante de Cristóbal Colón, la América católica, la América española, la América en que dijo el noble Guatemoc: “Yo no estoy en un lecho de rosas”; esa América que tiembla de huracanes y que vive de amor; hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol. Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo, el Riflero terrible y el fuerte Cazador, para poder tenernos en vuestras férreas garras. Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!
(1904)
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CREACIONISMO
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Vicente Huidobro23
Arte poética Que el verso sea como una llave Que abra mil puertas. Una hoja cae; algo pasa volando; Cuando miren los ojos creado sea, Y el alma del oyente quede templando. Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra; El adjetivo, cuando no da vida, mata. Estamos en el ciclo de los nervios El músculo cuelga, Como recuerdo, en los museos; Mas no por eso tenemos menos fuerza: El rigor verdadero Reside en la cabeza. Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema; Solo para nosotros Viven todas las cosas bajo el Sol. El poeta es un pequeño Dios.
Chile, 1893-1948. Poeta. Estudió literatura en la Universidad de Chile. Tomado del libro Hugo J. Verani, Las vanguardias literarias en Hispanoamérica, México, FCE, Segunda edición, 1990, p. 205. 23
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ANTROPOFAGIA
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Oswald de Andrade24
escapulario En el Pan de Azúcar De Cada Día Danos Señor La Poesía De Cada Día
error de portugués Cuando llegó el portugués En medio de una lluvia torrencial Vistió al indio ¡Qué lástima! Si hubiera sido una mañana de sol El indio habría desnudado Al portugués 1925
Brasil, 1890-1954. Poeta, ensayista y dramaturgo. Fue uno de los promotores de la Semana de Arte Moderno de São Paulo, en 1922 y es uno de los nombres más destacados del modernismo brasileño en la literatura. Tomado del libro Antología poética de Oswald de Andrade, Prólogo, selección, traducción y notas de Miguel Gomes, Venezuela, Fondo Editorial Fundarte, 1988, pp. 20 y 71, respectivamente. 24
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BÚSQUEDA
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Los heraldos negros, César Vallejo25 Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé! Golpes como el odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… Yo no sé Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte. Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema. Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza. Como un charco de culpa, en la mirada. Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Perú, 1892-Francia, 1938. Poeta y narrador. Tomado del libro César Vallejo, Poesía completa, Colofón, Primera reimpresión julio 2012, p. 35. 25
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POESÍA CONCRETA BRASILEÑA
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Augusto de Campos, Haroldo de Campos y Décio Pignatari26
beba coca cola, Décio Pignatari, 1957.
beba coca cola babe cola beba coca babe cola caco caco cola cloaca
Augusto de Campos, Brasil, 1931; Haroldo de Campos, Brasil, 1929-2003; Décio Pignatari, Brasil, 1927-2012. Poesía visual de mediados del siglo XX. En este género, lo visual y espacial tienen el mismo nivel de importancia que la rima y el ritmo en la poesía lírica. Los recursos que ocupan los escritores concretos son, entre otros: Alteración de la palabra; repetición; formas geométricas; cantidad mínima de palabras; estructura emblemática y caligramática. Tomado del libro galaxia concreta, México, Artes de México, Universidad Iberoamericana, 1999, pp. 22-23, 35 y 78-79, respectivamente. 26
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nacemuere, Haroldo de Campos
se nace muere nace muere nace muere renace remuere renace remuere renace remuere re re
desnace desmuere desnace desmuere desnace desmuere
nacemuerenace muerenace muere se
TVGRAMA I (tombeau de mallarmé), Augusto de Campos, 1988. a t a t e t t t p
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h t c t n t u t r
t t a t i t d t a
t t r t n t o t a
t t n t g t t t c
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m t e t u t t t a
a t é t é t t t b
l t t t m t e t a
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a t i t t t i t e
r t s t e t s t m
m t t t l t t t t
é t e t ê t e t v
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RUPTURA
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Espantapájaros, Oliverio Girondo27 1 No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorara, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedos y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres… ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese volando, de algún paseo por los alrededores! Allá lejos, perdido entre las nubes, un punto rosado. “María Luisa! ¡María Luisa!”… y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¿Qué delicia la de tener una mujer tan ligera…, aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes, la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y con más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando. Argentina, 1891-1967. Poeta. Estudió en Inglaterra y Francia. Tomado del libro Oliverio Girondo, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías y otros poemas, España, Visor libros, Segunda edición, 1995, pp. 102-103. 27
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POEMÍNIMOS
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Efraín Huerta28
Lección El que escribe al último Escribe mejor Yo apenas empiezo 30 de junio de 1969
Ay poeta Primero Que nada: Me complace Enormemente Ser Un buen Poeta De segunda Del Tercer Mundo 30 de junio de 1969
México, 1914-1982. Poeta, periodista y crítico cinematográfico. En 1976 recibió el premio Nacional de Poesía. Tomado del libro Efraín Huerta, Poesía completa, Martí Soler (Compilador), México, FCE, Primera reimpresión, 1995, p. 326, 327, 339, 340 y 431, respectivamente. 28
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Pinochet ¡Ah Maldito! Todo Lo pagarás Con la Misma Moneda
Pequeño Larousse “Nació En Silao 1914. Autor De versos De contenido Social.” Embustero Larousse. Yo sólo Escribo Versos De contenido Sexual.
Pueblo Quiubo tú ¿Todavía Víboras? Yo creía Que ya Morongas
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POESÍA ÉPICA
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Un canto para Bolívar, Pablo Neruda29 Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire de toda nuestra extensa latitud silenciosa, todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada: tu apellido la caña levanta a la dulzura, el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar, el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar, la patata, el salitre, las sombras especiales, las corrientes, las vetas de fosfórica piedra, todo lo nuestro viene de tu vida apagada, tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios, tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre. Tu pequeño cadáver de capitán valiente ha extendido en el inmenso su metálica forma, de pronto salen dedos tuyos entre la nieve y el austral pescador saca a la luz de pronto tu sonrisa, tu voz palpitando en las redes. De qué color la rosa que junto a tu alma alcemos? Roja será la rosa que recuerde tu paso. Cómo serán las manos que toquen tu ceniza? Rojas serán las manos que en tu ceniza nacen. Y cómo es la semilla de tu corazón muerto? Es roja la semilla de tu corazón vivo. Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti.
Chile, 1904-1973. Poeta, activista político y diplomático. Recibió el premio Nobel de Literatura en 1971. Tomado del libro Pablo Neruda, Antología esencial, España, Losada, S. A., 1998, pp. 91-93. 29
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Junto a mi mano hay otra y hay otra junto a ella, y otra más, hasta el fondo del continente oscuro. Y otra mano que tú no conociste entonces viene también, Bolívar, a estrechar a la tuya: de Teruel, de Madrid, del Jarama, del Ebro de la cárcel, del aire, de los muertos de España llega esta mano roja que es hija de la tuya. Capitán, combatiente, donde una boca grita libertad, donde un oído escucha, donde un soldado rojo rompe una frente parda, donde un laurel de libres brota, donde una nueva bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora, Bolívar, capitán, se divisa tu rostro. Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo. Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado. Los malvados atacan tu semilla de nuevo, clavado en otra cruz está el hijo del hombre. Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra, el laurel y la luz de tu ejército rojo a través de la noche de América con tu mirada mira. Tus ojos que vigilan más allá de los mares, más allá de los pueblos oprimidos y heridos, más allá de las negras ciudades incendiadas, tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace: tu ejército defiende las banderas sagradas: la Libertad sacude las campanas sangrientas, y un sonido terrible de dolores precede la aurora enrojecida por la sangre del hombre. Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos. La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron, de nuestra joven sangre venida de tu sangre saldrán paz, pan y trigo para el mundo que haremos. Yo conocía Bolívar una mañana larga, en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento, Padre, le dije, eres o no eres o quién eres? Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo: “Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”.
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NEGRITUD
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West Indies Ltd., Nicolás Guillén30 Sensemayá
Canto para matar una culebra
¡Mayombe-bombe-mayombé! ¡Mayombe-bombe-mayombé! ¡Mayombe-bombe-mayombé! La culebra tiene los ojos de vidrio; la culebra viene y se enreda en un palo; con sus ojos de vidrio, en un palo, con sus ojos de vidrio. La culebra camina sin patas; la culebra se esconde en la yerba; caminando se esconde en la yerba, caminando sin patas. ¡Mayombe-bombe-mayombé! ¡Mayombe-bombe-mayombé! ¡Mayombe-bombe-mayombé! Tú le das con el hacha, y se muere: ¡dale ya! ¡No le des con el pie, que te muerde, no le des con el pie, que se va!
Cuba, 1902-1989. Poeta, periodista y activista político. Reivindicó la cultura negra. En 1983 recibió el premio Nacional de Literatura de Cuba. Tomado del libro Nicolás Guillén, Sóngoro cosongo. El son entero, Argentina, Editorial Losada, S. A., julio de 1998, pp. 60-61. 30
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Sensemayá, la culebra, sensemayá. Sensemayá, con sus ojos, sensemayá. Sensemayá, con su lengua, sensemayá. Sensemayá, con su boca, sensemayá… La culebra muerta no puede comer; la culebra muerta no puede silbar; no puede caminar, no puede correr. La culebra muerta no puede mirar; la culebra muerta no puede beber; no puede respirar, ¡no puede correr! ¡Mayombe-bombe-mayombé! Sensemayá, la culebra… ¡Mayombe-bombe-mayombé! Sensemayá, no se mueve… ¡Mayombe-bombe-mayombé! Sensemayá, la culebra… ¡Mayombe-bombe-mayombé! ¡Sensemayá, se murió!
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EXTERIORISMO
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Ernesto Cardenal31 Ardilla de los Tunes de un Katún Ay los ojos de los niños no pueden leer las escrituras. Los libros de madera. La escritura en la piedra. Y ellos son como ciegos… nuestros hijos. Lloran en la noche, Chuy, Lechuza, Icim, Búho entre las ruinas. Y cuando lloran el indio muere. Dispersados los hombres que cantan. Los jaguares son condecorados. Juntas Militares sobre montones de calaveras y zopilotes comiendo ojos El dictador sacrificador-que-saca-corazones-humanos Miss Guatemala asesinada por la “Mano Blanca” Y vino a flechar la United Fruit Co., vino a flechar al moto, a la viuda, al miserable. Han comido Quetzal lo han comido frito. ¿No nos han degradado ya bastante? Gobernemos para arrebatarle el dinero al pueblo así dijeron ¿Y acaso saben de nuestros días, de las estrellas? El Calendario como una mierda. Impuestos, para pedir limosna al mendigo, al miserable. Chillán Poeta Intérprete Sacerdote hacé saber Nicaragua, 1925. Poeta, escultor, teólogo, traductor y político. Ha recibido varias distinciones, entre ellas, el premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2009), el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2012); es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua (2010). Tomado de Ernesto Cardenal, Poesía y Revolución, México, Editorial Edicol, S. A., 1979, pp. 51-52. 31
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Antología de Literatura de Nuestra América
que ya llegó la primera luna llena del katún luna encinta El tiempo en que el Presidente vomite lo que tragó y la reina de belleza resucite en la Estación de Policía Dirá: díganme cómo se va a Chichén Itzá Y si habrá alegría por la abundancia del pueblo (no aflicción) Mayapán será le lugar donde se cambie el katún Cuceb quiere decir Revolución literalmente “Ardilla” (lo que gira) Será entonces el fin de su mendicidad y de su codicia.
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POEMURALES
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Roberto López Moreno32 (fragmento)
La longitud de la iguana Crash… Crash… Sueño de Tecayehuatzin Nehuatl nimitz tlazotla xóchitl itlanezi noyoloauh huitzilopochtli ca paqui ¡Paquiliztli! ¡Paquiliztli! Cenca cualli tlen tica tlen tiila auh titlahtoa tlalpan pan noez Nehuatl Citli quetzalcomitl cicitlallo cetl ceualli matlelli tlachihualiztli tlecuecaltzin nimitz itoa cualli tlanezi in xóchitl in cuicatl cualli teotlac inxochitlahtolli cualli yohualli tehuatzin xóchitl itlanezi. Iguana mayor de 40,071 longitudes. Fragmento del planeta, piedra que camina, terrón que se mueve, barro resquebrajado, roca que se vuelve líquida México, 1942. Poeta, narrador y ensayista. Estudió en la Escuela Normal de Maestros. Fue profesor en la escuela Carlos Septién García y en la FES-Acatlán, UNAM. Tomado del libro Roberto López Moreno, De la obra poética, México, Ediciones Papeles Privados, 1995, pp. 17-18. 32
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para reptar llamarada entre las venas A Marco Antonio Montes de Oca La hilandera teje su hilo, se bifurcan las puestas de los días, arden las tardes moradas en el hilván de sílabas de yeso, escayolas que empuñan el espacio. Un disparo de estrellas da en el blanco y el aire agujereado deja caer su torrente de sueños como uvas demolidas. Escardadas de hisopos en el ojo estatuado de las dunas las mareas babilónicas congregaron sus lagares. La hilandera teje su hilo, su acordeón de carbono ordenando los plurales de la noche, la pulverización del frío que sobre su epidermis sideral avanza sus columnas. Hierve la ceniza en la red óptica de la noche, lámina suspendida del vacío, hilo de la hilandera puesto a resarcir el alba, manotazo de luz entre los pájaros, esclusas que revientan su vino trasijado. Todo toma dimensión en el perfil de las sombras, águila curva devorando tanagras cintilantes en el aire. Entonces se habita la hora con verbos de barro resbalando en las arterias de cada manecilla, diástoles y sístoles renovando el cosmos. La hilandera teje su hilo y lo desteje esperando del mar la espiral del retorno, la hora del que llega con la piel teñida en el vivac que le amamanta; zurce su trama, coágulo del tiempo. Regresa el rayo mesando largamente su enhiesta cabellera de sirenas, su epinicio salino, horadado por la extensa travesía, yelmo y panoplia en trofeos para la tejedora. La hilandera teje su hilo, deshoja del ovillo en el ojo de la iguana, cordón de barro en un seto de auroras y de insectos. El polvo del velamen recostado en el lomo metal de la cuchara patas de rebaños es, prisma sarcástico del endeble foco. Se enervan las decurias, las voces a la orilla del café, el mandoble en la espuma perniciosa de la tinta, doble trama. La hilandera teje su hilo pero ¡Oh! Muñón estéril de su magia… Teje y teje “y no se trenzan los cuernos del buey”. Desde la persistencia del polvo inmóvil levanta el filo que volverá a poner en movimiento el día, poeta solo en cegador laberinto. Dicen que la iguana muerde pero yo digo que no, yo cogí uno por la cola, nomás la lengua sacó. Son jarocho Iguala: municipio del estado de Guerrero, México. Superficie: 576.1 kms. (…)
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ANTIPOEMAS
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Sermones y prédicas del Cristo de Elqui, Nicanor Parra33
XXIV CUANDO los españoles llegaron a Chile se encontraron con la sorpresa de que aquí no había oro ni plata nieve y trumao sí: trumao y nieve nada que valiera la pena los alimentos eran escasos y continúan siéndolo dirán ustedes es lo que yo quería subrayar el pueblo chileno tiene hambre sé que por pronunciar esta frase puedo ir a para a Pisagua pero el incorruptible Cristo de Elqui no puede tener otra razón de ser que la verdad el general Ibáñez me perdone en Chile no se respetan los derechos humanos aquí no existe libertad de prensa aquí mandan los multimillonarios el gallinero está a cargo del zorro claro que yo les voy a pedir que me digan en qué país se respetan los derechos humanos.
Chile, 1914. Poeta, matemático y físico. Ha recibido varios premios, entre ellos, el Nacional de Literatura (1969) y el Miguel de Cervantes (2011). Su obra ha sido traducida a numerosos idiomas. Tomado del libro Nicanor Parra, Poemas para combatir la calvicie, Julio Ortega (compilador), Chile, FCE, Primera reimpresión, Chile, 1994, p. 208. 33
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POESÍA POLÍTICA
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Discurso de José Revueltas a los perros en el Parque Hundido, Enrique González Rojo Arthur34 Compañeros canes: Aprovecho esta concentración para tomar por asalto la palabra y decirles mi desdén, mi resistencia, mi furia por la vida de perros a que se les ha sometido y que ustedes aceptan sumisamente con una larga, peluda y roñosa cobardía entre la patas (animación en el parque). Camaradas perros callejeros: ¿Van a continuar luchando unos con otros? ¿Van a rodear el hueso el pobre hueso conquistado, con la cerca de púas del gruñido? ¿Y lanzarse a dentelladas contra el que también vive las manos del hambre cerrándose en su cuello?
México, 1928. Poeta, narrador y ensayista; filósofo y militante político. Autor de decenas de volúmenes de poesía, ha sido acreedor del premio Xavier Villaurrutia en 1976 y el Nacional de Poesía “Benemérito de América” (2002), en Oaxaca. Tomado del libro Enrique González Rojo, Confidencias de un árbol, México, Conaculta, Primera edición en lecturas mexicanas: 1991, pp. 30-32. 34
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Ah mis pinches Mis bonitos perros: ¿qué pasó con la táctica? ¿dónde sus olfateos de dialéctica? Cada uno de ustedes ha acabado por ser el ámbito en que sólo las pulgas están organizadas autogestivamente. Algunos (ya los conozco) pretenden luchar para que el número de Sociedades Protectoras de Animales aumente el mismo ritmo del crecimiento demográfico de los perros. Canallas. Otros por el mejor trabajo de los veterinarios. Sinvergüenzas. Unos más porque las vacunas antirrábicas se repartan a pasto. Farsantes (murmullos de aprobación). Camaradas perros: Ustedes lo saben mejor que yo. Lo espío ya en sus ojos: hay que hacer a un lado la perrera egoísta o el árbol de la individuación humedecido. Desenterrar el hueso colectivo del atreverse. Darle existencia histórica a las fauces y soltar las tarascadas en el número preciso requerido para el triunfo. Yo lo he soñado así. En mi puño mi fuero interno mis lágrimas clandestinas yo he pensado que llegará un día camaradas
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en que por fin no sea el perro hombre del perro (ladridos entusiastas). Mas quiero algo decirles. En esta lucha. En este joderse. En esta pasión no vaya a ser que otros les coman el mandado. No vaya a ser que los perros guardianes. No vaya a ser que los perros de presa o los perros policía. No vaya a ser que los canes cultivados los que cuelgan su rosal de ladrillos en medio de los jardines. No vaya a ser que los advenedizos los que sólo hasta ahora merodean a sus propias mandíbulas y dientes. No vaya a ser. No vaya a ser que aquéllos cuando ustedes destruyan este mundo se erijan en los nuevos mandarines chorreantes sus colmillos y que ustedes se queden sufriendo nuevamente su existencia de perros (aullidos exaltados). José guardó silencio. Bajó del montículo que le servía de estrado. Y una insinuante perra que atravesó la calle le dio en la madre al mitin a la pálida flor de la justicia a la solemnidad del crepúsculo y a la conciencia de clase que fugaz se había encendido en esta efímera concentración de perros callejeros.
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POEMA PARA NIÑOS
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Ramón Iván Suárez Caamal35
G
O A T El gato Garabato lame leche en el plato de la luna redonda. No deja que se esconda la rata en el zapato; para salir buen mozo, sin duda, en su retrato, los bigotes se lame. A las gatitas ronda, —no es nada timorato— no hay gata que no ame con amor insensato. la Les lleva serenata co a las bellas mininas su con un violín con que desafina le bajo la luz de plata pu de la luna y su plato que en un vaivén de hola, el gato Garabato.
México, 1950. Poeta, narrador y tallerista de poesía. Ha publicado diversas obras literarias. Ha recibido varios premios, entre ellos, el Nacional de Poesía “Jaime Sabines” (1991), el Hispanoamericano de Poesía para Niños en 2010. Tomado de Ramón Iván Suárez Caamal, Huellas de pájaros, México, FCE, Conaculta, 2011. 35
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Por último, Juan Domingo Argüelles36
E
s incongruente y ridículo ir por el mundo pregonando la mejoría que produce la lectura de libros, y no dar prueba de ello en nuestra propia persona. “Practica lo que predicas”, dice el refrán, con gran tino. Si lees libros, algo en ti se modificará, para bien, si es esto precisamente lo que producen los libros o lo que le dices al mundo que produce invariablemente. Pero si ello no se refleja en tu persona, habrá muy pocas razones para que los demás crean en tu rollo y queden convencidos, de veras, de que leer es positivo y benéfico. Peor aún si lo impones. Nadie necesita imponer lo que, por sí mismo, es agradable. No le des vuelta al asunto. Si tú mismo no puedes probar con tu comportamiento ético, intelectual y emocional que los libros mejoran a quienes los leen, no andes ofreciendo semejantes razones. Quienes te escuchen sonreirán y te darán el avión, o simplemente sentirán que eres un insufrible latoso y un engreído engañabobos, y se alejarán de ti como la peste. Lo que necesitas es congruencia en todo momento y en cada uno de tus actos, pero sobre todo, muy especialmente, en relación con los beneficios que produce la lectura, pues es esto lo que se espera de ti cuando hablas con suficiencia de las virtudes que adquieren los que leen libros. Un lector sensato no es un predicador ni un evangelizador merolico. Es alguien feliz de hacer lo que hace (leer) y que, como si fuera pasada, comparte lo que le gusta del modo más cordial y natural con los demás. Un lector inteligente y feliz no echa sermones tremebundos ni reparte rezongos ni regañinas. Si pone demasiado frenesí en este asunto de “conseguir lectores” delatará, en seguida, que lo que lo hace feliz no son los libros sino atormentar permanentemente a los que no leen libros. Los proselitistas de la lectura de libros, son casi todos ansiosos e imperativos cuando no molestosos y ponzoñosos como los mosquitos: joden a tal grado y no dejan de joder con el molesto zumbido de que “la lectura es buena”, que acabas por mandarlos al demonio si tienes oportunidad de hacerlo. No es fácil que lo hagas, claro está, sobre todo si esos mosquitos son tus padres, tus
México, 1958. Poeta, ensayista, crítico literario y editor. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Ha recibido numerosos premios, entre ellos, el Nacional de Poesía Efraín Huerta (1987), de Ensayo Ramón López Velarde (1988), el Nacional de Literatura Gilberto Owen (1992), el Nacional de Poesía Aguascalientes (1995). Tomado del libro Juan Domingo Argüelles, Estás leyendo… ¿y no lees? Un libro contra la obligación de leer, México, Ediciones B México, septiembre 2011, pp. 225-231. 36
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profesores, tus parientes o, en general, los adultos que tienen sobre ti una determinada autoridad y una capacidad de imposición. A lo largo de mi vida profesional, sobre este tema, he conocido a muchos mosquitos zumbadores, algunos de ellos pequeños e irritantes como los jejenes, y otros más, verdaderos zancudos que ni leen ni dejan leer, pero cómo zumban y zumban y zumban. Sé que los lectores jóvenes, y en especial los adolescentes, no tienen muchas posibilidades de librarse de estos mosquitos. Sería estupendo que ese zumbido cesara, para que pudieran leer gustosos lo que se les antoje sin ese ruido tan molesto en las orejas. No espero demasiado de los adultos imperantes. Es muy difícil que éstos se den cuenta de que el zumbido de la obligación aleja de la lectura de libros a los muchachos. Sin embargo, sí confío en que los más abiertos al diálogo, así sean pocos, comprendan que la obligación no es el camino y que entonces se animen a modificar sus métodos coercitivos por otros más cordiales, más sensatos, más sabios. Si esto sucede, y ojalá sucediera, se puede comenzar a gestar una época mejor para la lectura. Montaigne escribió: “El signo más claro de la sabiduría es un gozo constante”. Dios quiera que los que leen no sólo disfruten sus libros, sino que también gocen compartiéndolos del modo más afable y hospitalario. No espero demasiado, lo repito, porque he aprendido que la gente agradece más el consuelo que la verdad. La gente se irrita ante la verdad y más aún si el consuelo no llega. Personas que se dedican a la catequización del libro quieren siempre escuchar que su doctrina para captar fieles es eficaz, aunque dicha doctrina se base en la obligación y no dé muestras reales de conseguir lectores. Otras quieren escuchar, repetido constantemente en labios de los demás, lo que propalan todo el tiempo: que los lectores son siempre mejores personas que quienes no leen. Sospecho que se empeñan en esta afirmación porque, si no es así, ¿dónde quedarán ellas mismas? Les aterra pensar que han leído “para ser mejores”, y no han mejorado siquiera su sentido del placer. ¡Si por lo menos mejoraran su sentido del humor! La mayor parte de la gente reacciona con hostilidad ante el juicio crítico, pero, como afirmara Emile Dickinson, “la verdad es algo tan infrecuente que es necesario decirla”. Hay muchos vendedores de humo en este negocio del libro y la lectura, a quienes por cierto les importan menos los libros que su impalpable mercancía. Y, contra lo que pudiera suponerse y esperarse, la venta de humo es una empresa próspera y redituable, porque un comercio así solo puede prosperar cuando hay clientes dispuestos a pagar por la charlatanería con tal de no tener que escuchar la verdad. Resulta absurdo, pero esto es lo que hay. Mucha gente vive muy bien de la venta del humo de sus cabezas, asunto curioso si lo hay, pues si nos propusiéramos llenar de humo bolsas plásticas para luego sellarlas industrialmente y salir a venderlas en la calle, es bastante probable que muriéramos de hambre. Sin embargo, los charlatanes de toda laya venden el humo que sale de sus cabezas y para ello encuentran siempre clientes.
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En el tema del libro y la lectura, la charlatanería hoy es abundante. Yo me quedo —y dejo al lector— con una certidumbre de Mircea Eliade: “Para el hombre moderno la lectura es un vicio o un castigo”. Como lo ha podido constatar el lector a lo largo de estas páginas, yo he preferido lo primero, a condición de no hacer de mi vicio un castigo para los demás. Los vendedores de humo, en cambio, sea para la escuela o para otros ámbitos, siguen sosteniendo métodos obligatorios, mediciones, estándares y demás cosas que poco o nada tiene que ver con el placer de leer. Ahora si hablamos de estadísticas o de mediciones, para contrastar los indicadores con lo cualitativo, Gabriel Zaid tiene razón al ciento por ciento en el siguiente diagnóstico: “Leer por gusto es algo que se contagia, como todos los gustos, viendo a los entusiastas sumergidos en un libro, o escuchando el relato de sus aventuras. Tradicionalmente en México, muy pocos adquirían ese gusto en casa. Para la mayoría, el foco de contagio era la escuela: sus maestros, compañeros y amigos. Así como no abundaban los médicos hijos de médicos, pocos grandes lectores era hijos de grandes lectores. Pero las aulas presagiaban que, en el futuro, se multiplicarían”. Para Zaid es obvio que el interés o el desinterés de los padres de familia, en relación con la lectura, se produce, casi invariablemente, en los hijos. Y esto explica muchas cosas, pero sobre todo explica que los lectores mexicanos tienen que vencer grandes obstáculos, incluido el que representa la propia escuela donde los maestros que no leen son a un tiempo los padres de familia que no leen y que, sin embargo, por irónico que parezca, son también quienes obligan a leer a los muchachos que no quieren saber nada absolutamente de libros. No puede ser más catastrófico. Si de lo que se trata es de medir la lectura habría que empezar por medirla en las escuelas y en las universidades, advierte Zaid, pues “una encuesta centrada en el mundo escolar seguramente mostraría que los maestros no leen, y que la falta de interés se reproduce en los alumnos, por lo cual multiplicar el gasto en escuelas y universidades sirvió para multiplicar a los graduados que no leen”. ¿Así o peor? El placer de leer no es una ciencia, más bien es un arte, y un arte requiere de talento y vocación, pues sin éstos, no hay disciplina que valga. Cuando la lectura se convierte en una necesidad, sabemos que nos hemos vuelto lectores. Necesitamos los libros porque forman parte de nuestra alegría y de nuestra búsqueda de felicidad; no porque todo lo demás no nos interese o nos tenga sin cuidado, sino porque la lectura nos complace profundamente. Podemos pregonar las mayores y múltiples utilidades de la lectura, pero lo que cuenta, al final, no es la utilidad sino el gozo. Los vendedores de humo pueden pregonar muchas cosas sobre la importancia de la lectura, pero no dicen nunca que la felicidad de leer no los necesita. Hay tanta charlatanería en torno al fomento a la lectura, tanto ruido, tanto zumbido, tantos mandatos y tantos imperativos que, más que un favor, han hecho muchísimo daño a la fama de los libros.
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Lo cierto es que cuando vemos a un muchacho y a una adolescente embebidos ambos en sus libros sin que tengan que entregar tarea sobre estos libros, y sin que tengan que dar cuenta a nadie de lo que leen, entendemos que la lectura tiene futuro. De otro modo, con la obligación de leer, y con todos los molestos rollos de los proselitistas intemperantes, estamos cancelando ese futuro. A poca gente se le antoja leer después de escuchar tanto énfasis regañón y sermoneador, presuntamente a favor del libro. Insisto y persisto: El porvenir de la lectura no está en la obligación, sino en el placer: en leer, felizmente, lo que se nos dé la gana sin ese irritante zumbido de los mosquitos. Por ello, quien se diga amante de los libros tendría que saber que el arte de leer, como el arte de amar, no admite la imposición. Adiós, desconocido lector, y, como escribió Ovidio, “sea quien seas, que la ofuscación no te lleve muy lejos ni llegues a perder el seso”, pues está visto que no hay lector inteligente sin sensatez, porque no hay inteligencia ahí donde no hay templanza ni moderación. Hasta los muchos libros pueden ser un signo de locura, y si te ofuscas porque los demás no leen, o leen muy poco, o no leen lo que tú lees, es porque en realidad no eres feliz con tu afición o porque los libros —y esto es lo peor— no te han enseñado nada.
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