Los ojos del río

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algo de putativo. La abuela es la abuela, que no la madre, de Vicente el Manco, y Barbarita la conoce desde que nació porque Vicente y ella nacieron los dos en el mismo barrio, en Almusafes, y las familias se conocían, eran vecinas puerta con puerta. Después de que Vicente se dejara la mano en la sierra, cuando Barbarita se bajaba a Valencia a verlo el tiempo que estuvo ingresado, en la única casa donde se podía quedar en Valencia era en casa de esta mujer, que estuvo muchos años en un puesto del mercado central, vendiendo huevos, y luego aún pasó algunos años en la portería del convento de las Agustinas de Benimaclet. Barbarita siguió yendo a ver a la abuela todos los años un par de veces por lo menos, como si fuera una hija más. Se bajaba con Loúrdes y la abuela siempre le tenía preparadas a la chica unas puntillas y unas mantelerías para el ajuar. Así que, cuando la abuela dio señales de flojera, Barbarita empezó a bajar una vez al mes, a desatascarle la casa, porque los otros hijos ninguno aparecía por allí, ni los padres del manco ni mucho menos el manco. Y Barbarita, en vez de pasar el trago de enfrentarse a los padres del manco y a los otros hermanos, que tampoco debían de ser una familia muy bien avenida, llegó un momento que se hartó, con esos arranques que le dan a Barbarita, y se trajo a la abuela a casa. Aún estaba el manco en el hospital, que bramaba contra el mundo, y en los delirios de la fiebre gritaba que la culpa la había tenido la abuela, pobre mujer. Hombre, tampoco le faltaba razón al manco, si bien se mira. Porque la abuela fue la que acogió cuando la guerra a mi abuelo y a toda su familia, incluido mi padre. Durante muchos meses las dos familias comieron del mismo plato, vivieron en la misma casa y trabajaron juntas para salir adelante. Luego, los hijos... La abuela, en cuanto escucha la palabra hijo, menea la cabeza y se le encristalan los ojos. Hay días que la encuentras un poco más pitica y habla algo pero siempre es de lo mismo, qué felices fueron las dos familias, a pesar de tantas privaciones, qué sufrimiento, qué felicidad. Se


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