Rebeldes Primitivos

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quinó un carácter endémico desde poco antes de la Revolución de Septiembre, y epidémico a intervalos que se sucedían aproximadamente cada diez años. También está claro que en la primera mitad del siglo xix no hubo movimientos ni remotamente comparables a éstos ni por su fuerza ni por su carácter. No resulta fácil descubrir las razones por las que así fue. El surgir del espíritu revolucionario no era mero reflejo de condiciones malas, porque puede que estas condiciones mejoraran, aunque sólo hasta el punto de eliminar las hambres realmente catastróficas como las acaecidas en 1812, 1817, 18341835, 1868 y 1882. La última verdadera hambre (si exceptuamos algunos episodios que siguieron a la guerra civil) fue la de 1905. De todos modos, el hambre solía tener su resultado habitual de inhibir antes que estimular los movimientos sociales cuando llegaba ella, aunque los hubiese excitado al aproximarse. Cuando se tiene verdadera hambre, se está demasiado ocupado en buscar comida, sin tiempo para dedicarse a otros quehaceres; de lo contrario sobreviene la muerte. Las condiciones económicas determinaban en forma natural el momento y la periodicidad de los brotes revolucionarios —por ejemplo, los movimientos sociales tendían a negar a su punto de mayor intensidad en los peores meses del año— de enero a marzo, cuando menos trabajo tienen los jornaleros (la marcha sobre Jerez de 1892 y el alzamiento de Casas Viejas en 1933 tuvieron ambos lugar a primeros de enero), y de marzo a julio, cuando se ha agotado la cosecha anterior y mayor es la estrechez. Pero el surgir del anarquismo fue más que simple trasunto de dificultades económicas crecientes. Reflejaba movimientos políticos exteriores de modo nada más indirecto. Las relaciones entre los campesinos y la política (que es cosa de los que viven en la ciudad) son peculiares en cualquier caso, y todo lo que cabe decir es que las no muy concretas noticias que llegaban acerca de algún cataclismo político como una revolución o un «nuevo sistema», 125


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