LA MUERTE DEL REY ARTURO

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La muerte del rey Arturo

Anónimo

si quiere; pero tiene compasión y le dice: «Mador, serás ultrajado y afrentado si yo quiero y puedes ver que lo serías sí el combate continuara; por eso, yo aconsejaría que depusieras tu acusación, antes de que te llegara ningún mal; haré que mí señora la reina te perdone esta mala acción que le has atribuido y que el rey te considere quito.» 85. Cuando Mador escucha las ventajas y franquicias que le ofrece, al instante se da cuenta de que es Lanzarote; se arrodilla ante él, toma la espada, se la tiende y dice. «Señor, tomad mi espada, me acojo completamente a vuestra gracia; y sabed que no lo tengo por afrenta, pues con certeza no podría enfrentarme con nadie tan noble como vos: así lo habéis mostrado aquí y en otros lugares.» Entonces le dice al rey: «Señor, me habéis engañado, al poner frente a mí a mi señor Lanzarote.» Cuando el rey oye que es Lanzarote, no espera en absoluto a que salga del campo, antes bien se lanza y corre hacia él, abrazándolo, aunque estaba armado por completo, mi señor Galván acude y le desata el yelmo. Entonces podríais ver a su alrededor una alegría tan grande que no oiréis jamás hablar de otra mayor. La reina fue aclamada libre de la acusación que Mador le había hecho; y, porque estuvo enojada con Lanzarote, se llamaba loca y estúpida. Un día estaban solos la reina y Lanzarote; comenzaron a hablar de varias cosas y, en esto, la reina le dijo: «Señor, desconfié sin motivo de vos por la doncella de Escalot, pues estoy segura de que si la hubierais amado tanto como me dijeron muchos, aún no habría muerto. —¿Cómo, señora, le pregunta Lanzarote, está muerta aquella joven? —Ciertamente, responde la reina, y está sepultada en el monasterio de San Esteban. —Por Dios, exclama, es una lástima, pues era muy hermosa; lo siento, así me ayude Dios.» Tales palabras y muchas otras se decían estando juntos; y si Lanzarote había amado antes a la reina, a partir de entonces la amó más que ningún día y ella igual a él. Se comportaron tan indiscretamente que la mayoría de los de allí lo supo con certeza y mi señor Galván también, igual que sus cuatro hermanos: un día estaban los cinco hermanos en el gran salón hablando en secreto de este asunto; Agraváin era el que estaba más enfadado de todos ellos; mientras hablaban así salió el rey de la habitación de la reina y cuando lo vio mi señor Galván, dijo a sus hermanos: «¡Callad, he aquí a mi señor el rey! » Agraváin responde que no se callará por él; el rey oyó perfectamente estas palabras y dijo a Agraváin: «Buen sobrino, decidme de qué hablabais tan alto. —¡Ay!, contesta mi señor Galván, por Dios, dejadlo estar; Agraváin está más enfadado de lo que debiera y no os conviene saberlo, pues ni vos, ni nadie sacaría ningún provecho de ello. —¡Por Dios!, exclama el rey, lo quiero saber. —¿Para qué, señor?, pregunta Gariete; no puede ser de ninguna manera, pues lo que estaba diciendo no son más que habladurías y las mentiras más falsas del mundo; por eso yo os aconsejaría con fidelidad, como a mi señor que sois, que dejarais de preguntarlo. —Por mi cabeza, insiste el rey, no haré tal; antes bien, os requiero, por el juramento que me habéis hecho, que me digáis de qué estabais hablando tan en secreto. —Me asombra, observa mi señor Galván, que vos estéis tan anhelante y curioso por saber noticias; aunque os enfadarais conmigo y me expulsarais de vuestra tierra, pobre y exiliado no os lo diría; pues a pesar de ser la mayor mentira del mundo, si os lo creyerais, podría sobrevenir tal daño que en todo vuestro tiempo no habrá comparación.» Entonces el rey está más interesado que antes; dice que lo sabrá o hará que los aniquilen a todos. «A fe mía, exclama mi señor Galván, si Dios quiere, no lo sabréis por mí, pues al final sería odiado por vos y yo y otros nos arrepentiríamos por ello.» Se marcha de la sala y lo mismo hace Gariete; el rey los llama muchas veces, pero ellos no quieren volverse y se alejan tan afligidos que no pueden más, diciéndose que en mala hora empezaron a hablar del asunto y que si el rey se entera y se enfrenta con Lanzarote, la corte será afrentada y deshonrada, porque Lanzarote será ayudado por todo el poder de Gaula y de muchos otros países. 86. Así se van los dos hermanos, tan preocupados que no saben qué hacer. El rey, que se había quedado con sus otros sobrinos, se los lleva a una habitación, junto a un jardín. Cuando están dentro, cierra la puerta tras ellos; les pide y les conjura, por la fe que le deben, para que le digan lo que les pregunta: primero se dirige a Agraváin y éste responde

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