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—Sí. Lo verás cuando entres —explicó. Delante de la cabaña había unos escalones para subir al porche. Al llegar arriba, Will se paró a examinar una de las gruesas vigas que soportaban el toldo que cubría el porche. —Roble —dijo pasando un dedo por la madera, que era tan vieja que se había quedado casi negra, y su superficie estaba horadada de canalillos de carcoma—. Roble muy viejo — decidió, observando la cabaña y viendo que la estructura estaba también hecha con aquellas gruesas vigas, y que sus muros estaban construidos con tablas machihembradas de la misma antigüedad. —Pero ¿de dónde llegó todo esto? —preguntó Will, apretando con el pie una de las tablas y haciéndola crujir. Se volvió hacia Martha. —Pensamos que los marinos las sacaron de su barco. Pero no quedaba nadie para explicárnoslo cuando llegamos aquí. En un extremo del porche, había apilados barriles y grandes troncos, y delante de una ventana que tenía los postigos cerrados había un banco y dos sillas. La puerta de la cabaña estaba entreabierta, y Martha la abrió del todo con el codo y entró. Will y Chester no esperaron que los invitara a pasar, y entraron tras ella. Al principio, todo cuanto pudieron distinguir en la oscuridad fue una chimenea de piedra en la que brillaban unas ascuas, y una especie de cocina al lado. —Echa un tronco al fuego, cielo —le pidió Martha a Chester—. Pueden secarse ahí, y yo prepararé algo en un momento —añadió mientras encendía dos lámparas de aceite que colgaban del techo. 139

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