Revista Lectiva No. 12

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ANTANAS MOCKUS SIVICKAS

(y por lo mismo en lector) y, al mismo tiempo, posibilita y promueve una pretensión de universalidad impersonal. En este sentido la escritura contribuye a una ampliación de las pretensiones de comprensibilidad, verdad, sinceridad y rectitud, que ahora se dirigen a un público ampliado que no puede ser delimitado de manera empírica; correlativamente, el sujeto enunciante se transforma en un sujeto progresivamente descentrado, en un sujeto desprendido de su circunstancia y de su experiencia más inmediata, en un sujeto que en algún sentido es universal. De lo que se trata cuando una discusión racional y sus conclusiones pretenden universalidad es de llegar a un punto en el cual el curso de la discusión, así como su desenlace, puedan resultar relevantes y sobre todo “obligantes” para cualquier hombre dispuesto a seguir ese curso, independientemente del contexto y de las circunstancias específicas en que ese hombre se encuentre. Normalmente el que habla, el que utiliza el lenguaje oral, tiende a adaptarse a los interlocutores inmediatos, tiende por ejemplo a satisfacer sus expectativas o a explorar y tener en cuenta para explotarlos sus prejuicios o sus sentimientos. En cambio la escritura ayuda y en cierto sentido obliga a alejarse del aquí y del ahora y de todas las peculiaridades de los interlocutores particulares que comparten este aquí y este ahora. La escritura lleva a considerar más relevante plantearse problemas que puedan ser reconocidos como tales por un interlocutor universal. Se puede tejer así un diálogo que ya no presupone un aquí y un ahora compartidos y que avanza en la dirección de lo que resulta relevante más allá del aquí y del ahora. En reciente trabajo realizado por nuestro grupo de investigación en educación citamos el siguiente testimonio de Galileo: “Y, por encima de todas las excelentes invenciones ¿qué eminencia de

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mente fue aquella que ideó el modo de comunicar sus más recónditos pensamientos a cualquiera otra persona, aunque estuviese muy lejana en el lugar y en el tiempo? ¿Poder hablar con los que están en las Indias, hablar con los que aún no han nacido, ni nacerán hasta dentro de mil o diez mil años? Y ¿con qué facilidad?, con el simple acoplamiento de veinte caracteres mal hechos sobre el papel”. La escritura favorece pues la universalidad del saber que se cultiva en la academia. Los saberes que se cultivan en la academia, al igual que los saberes locales, que los “saberes de vereda”, que los saberes parroquiales, son saberes con pretensión de verdad para cualquier interlocutor en cualquier lugar y en cualquier momento. La diferencia tal vez estriba en que los saberes académicos consideran de antemano la necesidad de respaldar esa pretensión de verdad con argumentos y evidencias que tendrían que poder ser reconocidos como válidos por cualquier interlocutor que se tome el trabajo de examinarlos (aunque se reconozca al mismo tiempo que ese respaldo es falible). Al mismo tiempo, uno puede decir que la irrupción de la tradición escrita sola no basta. Lo decisivo es la combinación con la discusión racional y con la reorganización o reorientación de la acción derivada de esa discusión racional. Fue esta combinación la que produjo cambios notorios en Grecia. Antes o después, en Grecia y fuera de Grecia, ha habido mitos escritos o, como en el caso hebreo, religiones con textos sagrados o también literatura escrita. Pero cuando alguien como Platón empieza a escribir, en la manera como escribe coloca la acción comunicativa discursiva en el centro mismo de lo escrito: ello se puede ver en la forma misma de sus obras. El carácter de los escritos cambió en la época en que los filósofos empezaron a cultivar de manera sistemática la acción comunicativa discursiva: la tradición escrita dejó de ser la misma después de la irrupción

Medellín • No. 12 • Diciembre de 2006


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