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Ediciones Alfa Eridiani Año XIV. Número 26, tercera época.

de ondulado visillo, revelaba el croquis nocturno de la ciudad: parrillas de luces diminutas impresas en oscuras moles rectangulares. Sardán había regulado la iluminación interior casi al nivel de penumbra. Tumbado en el lecho conyugal, ataviado únicamente con los calzoncillos que se había dejado puestos por pereza, miraba sin ver la pantalla gigante que, allende sus pies, emitía el noticiario de un canal cualquiera. En el baño cesó el ruido de agua corriente. Se acabó la farsa, pensó Sardán. Volvió los ojos hacia la puerta que se abría. María hizo su aparición entre las jambas, angélica y a la vez poderosamente carnal, cubierta apenas por un breve camisón de gasa que transparentaba las sinuosidades de su cuerpo y la blonda negra de sus braguitas. Se detuvo a un metro de la cama para que el hombre la contemplara a placer. Él lo hizo recreándose, humedeciéndose los labios con la punta de la lengua. De pronto experimentó una punzada de algo que no acabó de identificar: ¿ternura?, ¿compasión? Estupideces, se dijo. La sensación se esfumó tan abruptamente como había llegado. Apagó la televisión y golpeó dos veces el colchón con la mano abierta, invitándola a colocarse a su lado. María se arrodilló junto a él y el abogado le acarició con suavidad las piernas, desde las rodillas hasta las caderas, gozando del contacto casi artificial de su piel tersa y sin imperfecciones. Cuando ella se inclinó para besarlo, Sardán la detuvo. ―¿Qué planes tienes para mañana? Ella se incorporó y sonrió sin que una sombra de confusión o sorpresa le enturbiase la verde mirada. ―¿Mañana? Pensaba ir yo misma a comprar algunos ingredientes que me faltan para preparar la receta que me sugeriste ayer. Luego dedicaré el resto de la mañana a limpiar el piso. Desde que el doctor Wilhemin me recomendara reposo, de la limpieza se ha encargado el Yordi. Pero él tiene sus limitaciones y yo estoy bien. ―Ni hablar ―replicó el abogado―. Lo de cocinar vale, pero de la limpieza que se siga ocupando el robot. Lo que sí sería conveniente que hicieses es revisar las rejillas de los conductos de climatización; ya sabes, los que dan al techo de la terraza. Ahí el IOR-D no alcanza. Y ve con cuidado, porque para hacerlo vas a tener que subirte al pretil. ¿Entendido, María? ―Como tú digas, cielo. Sardán la observó con atención. Sus ojos estaban limpios de sospecha. No parecía haber advertido la contradicción existente entre guardar reposo y dedicarse a repasar las salidas del climatizador, poco menos que suspendida en el vacío, cuando tal labor podía perfectamente encomendársele a un técnico. Menos mal, porque si María hubiese reparado en ello, posiblemente habría corrido a avisar a Wilhemin y Sardán no habría tenido más opción que renunciar a su plan. Lo cual habría sido sumamente enojoso. Por suerte, María no era tan astuta. Capaz e inteligente sí, pero no astuta. Página 36


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