Anaquel nº 16 diciembre 2016

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. También me acuerdo que en cierta ocasión, mi padre me presentó al difunto Cioli, un socorrista voluntario que siempre estaba en La Magdalena vigilando y al tanto de la situación de los bañistas. Este curioso y simpático personaje de Santander salvó muchas vidas, pues parece una playa tranquila, pero, a veces, se forman remolinos y fuertes corrientes que te alejan de la playa. En los casos más graves, llegaron a producirse situaciones de verdadero peligro. Pero allí estaba Cioli para ponerse las aletas, lanzarse al mar, conseguir rápidamente tranquilizar a la víctima y traerla hasta la orilla, sana y salva. Yo solía ver a Cioli todos los días; me encantaba escuchar sus increíbles historias; se acordaba de todas y cada una de las personas a las que había salvado. Nos fuimos haciendo amigos y salíamos a nadar juntos. Recuerdo que un día llegamos nadando hasta una baliza verde que indica que, justo debajo de ella, se encuentra la canal por la que navegan los barcos cargueros que van a puerto. Con el paso de los años, mi padre me dejaba saltar del barco, cerca de la playa de Somo, con el traje, las aletas y el paipo. Me pasaba la tarde surfeando, mientras él salía con el barco, traspasaba la isla de Mouro y llegaba hasta alta mar. Luego volvía, y yo, con la mano levantada para que él me viera desde lejos, nadaba hacia su pequeña embarcación para que me recogiera. Poco después, cuando él se iba a trabajar, yo cogía el autobús para ir a casa. Este tipo de cosas las estuve haciendo durante muchos años. Ha pasado mucho tiempo y, aunque tengo bastantes ocupaciones y responsabilidades, sigue atrayéndome el mar como la primera vez. Sigo practicando mi deporte favorito y compartiendo mis aficiones con mis amigos y compañeros. Rubén Villaverde

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