Anaquel n 13 diciembre 2015

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2015

Anaquel digital nº. 13

huyendo... y los portadores del fuego caminando a paso ligero, como un ejército; buscando a sus víctimas. El miedo me recorrió el cuerpo, sentí un escalofrío subir por mi espalda, mis ojos se llenaron de lágrimas. Temí, temí por mi hijo que estaba tras de mí. Temí por mi familia, temí por mis amigos, temí por mi Dios. Le pedí que se escondiera y yo permanecí allí, inmóvil, luchando por permanecer en pie. Se hizo el silencio y en un segundo el escaparate de mi tienda se había convertido en millones de cristales, anunciadores del final. Las luces y sombras ayudaban a infundir temor en los corazones de los hombres. Los soldados de la muerte quienes, sirviendo de juez y verdugo, amenazaban con reducir a cenizas todo aquello que no rindiera culto a la oscuridad en sus almas; avanzaban con pies de plomo irrumpieron en mi tienda. Me obligaron a salir y a presenciar la profanación mientras escribían en las paredes consignas como “Juden rauss” o “Achtung Juden”. Uno de los verdugos accedió al almacén y poco después escuché risas y un disparo; mis piernas dejaron de funcionar precipitándome hacia el suelo, mi corazón dejó de latir... mi alma dejó dejó de vivir. Deseé la muerte pero ésta no vino a buscarme. Aquel bárbaro asesino sacó el cuerpo inerte de mi querido hijo y lo tiró cerca de mí, como si fuera un trozo de carne sin valor. Me abalancé sobre él y lloré. Recuerdo cada poro de su piel, recuerdo sus manos y la forma en la que mi alma se aferró a aquellos dulces ojos, carentes de vida. Aquel dolor aún me persigue cada vez que respiro; cuando cierro los ojos y su rostro aparece, cuando hablo con nuestro Ehyé-Asher-Ehyé buscando respuestas, cuando me adentro en el universo viviente en los ojos de mi esposa, cuando abrazo al resto de mis hijos... cuando el frío me encuentra en la soledad de la noche. Gran parte de mi ser murió con él, el resto simplemente sobrevive en el amor de mis hijos. Lo que vino después no me importó, de alguna manera lo deseaba. Fui yo quien mató a Saadia y, por ello aún espero que el Gueinom más doloroso me aguarde en la vida venidera. Las alimañas de la ennegrecida luz aprisionaron a una docena de nosotros y nos llevaron a los campos de concentración. No volví a ver a mi familia hasta el final de la guerra y aún doy gracias a Dios porque todos ellos sobrevivieran a semejante tormento. Lo que en aquella fábrica de dolor y muerte sucedió es otra historia que, sin lugar a dudas, pone en entredicho la naturaleza humana. Lo único que sé es que en las almas de los hombres se albergan los más bellos sentimientos pero, en algún rincón la tentación oscura espera que le abras la puerta y le permitas salir y, nuestra historia, es el vivo ejemplo de las consecuencias de este simple acto. Podemos ser hombres honrados o alimañas sin piedad, podemos ser creadores de bastos imperios o destructores de pueblos enteros. Podemos ser y esperar que esto vuelva a ocurrir pero será nuestra responsabilidad si no aprendemos nada del dolor pasado.

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