Socialissimo edic. diciembre

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R e f lexi o n e s

por

Luz Cecilia Casina Ibarra

Hay varias definiciones de ego. Una es el aprecio excesivo que una persona siente por sí misma; otra, la que desarrollamos en esta nota, es la instancia psíquica que se reconoce como “yo”. El ego es una entidad que se va autoconstruyendo a nivel inconsciente a lo largo de la vida a través de la adquisición de conocimientos, creencias, hábitos y experiencias. La falta de consciencia hace pensar que uno es eso que ha venido haciendo y experimentando. El ego es una ilusión que pretende proyectar y mantener la idea de la separación. ¿La separación de qué?, de nuestra fuente, del Espíritu, de nuestro Padre, de Dios. Si nos sentimos separados del Padre entonces proyectaremos esta ilusión de la separación en toda nuestra experiencia de vida. Nos sentiremos separados de los demás ya sea con un sentimiento de superioridad o inferioridad a través del juicio, rechazo, odio, orgullo, soberbia, etc. es decir, a través del miedo. Si logramos ver hacia dentro de nosotros mismos encontraremos lo que es verdadero: nuestro auténtico Ser o Yo interior que nos muestra que nunca existió la separación, que somos uno con el Espíritu y que los de “allá afuera” son una extensión del Amor que se es. Lo único que puede impedirnos ver hacia dentro es el propio ego, ya que con sólo verlo éste revelaría lo ilusorio de su naturaleza y por lo tanto quedaría expuesto a luz y al amor de Dios. La luz y el Amor disuelven toda presencia del ego, puesto que sana nuestra mente de la idea de la separación restaurando la Unidad. Darse cuenta de la existencia del ego, el “yo” mental y emocional no creado desde adentro, sino impuesto por el medio, por la sociedad, es un primer paso en la toma de consciencia y en el despertar de lo que permanece dormido. Al desechar al ego podemos sentir que perdemos todos los límites y nos sentimos aturdidos, aterrorizados, estremecidos, como si hubiera ocurrido un terremoto. Pero si tenemos valor y no retrocedemos, si no volvemos a caer en el ego y continuamos y seguimos más allá de él, nos encontramos con un centro escondido en lo más profundo de nuestro interior. ..nuestro verdadero ser, también llamado Yo Verdadero o Yo Superior Aprender a ser es un aprendizaje duro que muy pocos finalizan porque el sistema educativo de la sociedad no da prioridad al autoconocimiento; en cambio, privilegia la información; ésto genera patologías de la personalidad, como no saber lo que se quiere o quién se es. Ello implica crear un ego distinto al real. Esa creencia falsa, lo que uno cree que es, le impedirá potenciar lo que podría llegar a ser. La persona se identifica con el ego que es un fragmento de sí mismo y desconoce la dependencia a la que se somete, hasta que un buen día se despierta e intenta vivir libremente. El ego es el medio que usa la inteligencia para lograr sus fines en un sistema educativo y en un medio social donde reina la imperfección. El riesgo es no descubrir el genio interior y quedar atado a roles y clichés alejados del centro espiritual. En una sociedad así nadie está contento con lo que hace.

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Socialissimo / Diciembre 2013

No se puede operar sin una identidad. El creador del ego es la mente y cuando no la gobierna la conciencia entonces se fragmenta y corre el riesgo de ser dirigida desde afuera por una sociedad de consumo que ofrece siempre algo nuevo y genera el miedo a perderlo. Así se rebaja la energía y se carece de paz y felicidad en el presente. El ego es una necesidad social. La sociedad fomenta el ego porque éste puede ser controlado y manipulado. Nadie ha escuchado jamás que la sociedad puede controlar al SER, eso no es posible. Luego, poco a poco, nos convencemos de que ese ego que la sociedad nos da es lo que somos. Un cuerpo sin mente sería un vegetal sin capacidad de sentir, pensar o actuar. Una mente sin conciencia produce un ego manipulable y frágil. Aprender a ser quien realmente somos es posible sólo cuando se llega al origen de lo que se experimenta, eso que las emociones se encargan de manifestar. Cuando la mente se alinea con la conciencia optimiza sus capacidades de elección. Tomar las riendas. La mente que no se contacta con su fuente espiritual carece de señales que orienten la acción. El ego vaga errante y las emociones no forman parte del espíritu. Al disociarse las emociones del Ser, los éxitos son fugaces y los traumas se internalizan; sin embargo, ancladas al espíritu brindan la sensación de unidad, amor, integración y paz. La mente es un software que brinda libertad creadora, pero puede operar mal y originar un ego dividido cuando el programa está infectado por los virus que pululan en el contexto. En esas circunstancias se fabrica una prisión sin que se lo advierta porque nunca se vivió algo distinto. El mundo es un espejo. Navegar en la falsa realidad no garantiza bienestar ni seguridad y el ego es presa fácil del contexto. La propagación de los virus crece rápidamente provocando impotencia y temor y lo anómalo se convierte en la norma. Al formar parte de eso con lo que se identifica, no conoce otro mundo. La mente lo hace adicto a esas falsas identidades que lo esclavizan y lo alejan de su verdadera esencia. Esa moral se fundamenta en premios y castigos e impulsa a crear una identidad (ego) que le permite al individuo desenvolverse socialmente, aunque sienta que todo es mentira y experimente la ausencia del Amor. Un fanático que se siente superior, miente, persigue y mata revelando una mente disfuncional. Es difícil rebelarse al orden establecido o romper con una norma social muy arraigada. El ególatra es un autómata doliente cuya mente busca en el desván de su cabeza pensamientos viejos del pasado que no se detienen en el presente. El radar o la brújula. El proceso de cambio se inicia cuando se deja de juzgar y valorarse desde afuera, cuando desistimos de la idea de imitar la moda, o a los ricos y famosos. Hasta ese momento no se usaba la brújula para conocer el mundo interior; todo lo que daba sentido a la vida estaba afuera, desde donde se regulaba la existencia, la moral, la identidad, el estilo de vida y las creencias. Se producía así la desconexión con la identidad real. Ni siquiera se sospechaba de la existencia del verdadero centro vital. Sin embargo, ese “algo” con lo que se nace no se puede sepa-


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