Chantaje en Carnaval

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del móvil se oía a duras penas entre una apasionada declaración de amor del terrateniente con una bella doncella. -¿Qué haces, tía? -Dormir, tía, es lo mejor que puedo hacer. -Igual te olvidaste que hoy es viernes y puente, puente de Carnaval –dijo Sol con la euforia que da la que ve cuatro días de fiesta por delante. -Ya. ¿Qué planes tenemos? -preguntó sin mucho entusiasmo Mara. Poco después bostezó. -Hoy tenemos botellón, es lo que toca. Va toda la peña. -Vale. -¿Qué te pasa, tía? Te encuentro desanimada. -Es que todavía estoy dormida. Estaba sobando. -Pues espabila. Quedamos a las siete y media a la entrada de la tienda. Un beso, y anímate. Cuando llegó Mara, ya estaban comprados los suministros en el supermercado del Centro Comercial. Lo necesario para hacer un calimocho de primera, reforzado con ron Negrita y Red Bull. Jairo tuvo que entrar de nuevo para acompañar a la panda que se había instalado en el banco de al lado, ninguno llegaba a los 16 años y el DNI de Jairo les abría la puerta para la compra de alcohol a espuertas. Era una trampa habitual contra la que nada podían hacer las cajeras de los supermercados. A veces un miembro bebía más de la cuenta, y era el grupo el que se encargaba de estos damnificados, de dejarlo más o menos presentable en casa a la hora convenida. A los padres siempre se les engañaba con la socorrida mentira del corte de digestión por el Ketchup o por la mostaza de la hamburguesa. Las madres, al ver la cara desencajada de sus retoños desvalidos, con los

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