Palabras 11

Page 46

Así no hay quien duerma… Por Eugenia Sánchez Acosta El ladrido desenfrenado de los perros lo arrebató del sueño. Con los ojos súbitamente abiertos a la insondable oscuridad de su habitación, sintió como su corazón aceleraba sus latidos y la sangre bombeaba en sus oídos. Contuvo la respiración, intentando comprender qué sucedía, pero no podía identificar ningún sonido extraño bajo el continuo ladrido. Esos malditos chuchos, pensó, y la vena en su frente comenzaba a hincharse como siempre que despertaba inquieto y sin haber logrado descansar. Apartó las mantas con rudeza y se sentó en la cama. El aire helado que surcaba la habitación como un transatlántico fantasma en aguas tranquilas, lo hizo estremecer. Pronto la piel se le erizó, y los dientes comenzaron a ensayar un tintineo inconsecuente. Con el pie que aún calzaba media ─el otro había quedado desnudo en algún momento─ tanteó en busca de las pantuflas y las enfundó con torpeza. Intentando calzar bien el pie, se levantó y se encaminó hacia la puerta, imperturbable ante la oscuridad. Al salir al pasillo, esquivando con agilidad instintiva la delgada mesilla ubicada junto a la puerta, la oscuridad lo siguió, intentando avanzar frente a él. Bizqueó, abriendo y cerrando grande los ojos, como si eso fuera a hacer posible adivinar por entre las cortinas cerradas del otro lado del corredor lo que ocurría afuera. Tras el fzzz de la pantufla arrastrándose sobre las baldosas, avanzaban sus delgadas piernas desnudas, sus rodillas huesudas, sus muslos blancos como mantequilla, sus caderas envueltas en blancos calzoncillos que ningún modelo de Calvin Klein consideraría usar jamás, su panza obsequio de la cuarentena, el ombligo saltón, como otro ojo más abriéndose al límite, la musculosa blanca y desgastada que prefería para dormir sin importar la estación del año, sus hombros como pinzas a cada lado de una percha deslucida, la nuez de Adán, el mal afeitado, el rictus contraído, la nariz como una gran D, los ojos parpadeantes, la frente fruncida, la migraña queriendo instalarse, los pocos pelos en desorden, el sueño cálido borrándose como una viñeta inacabada… Las cortinas eran pesadas y demasiado largas. Al acercarse a ellas y abrirlas con discreción, el polvo que las cubría se agitó sobresaltado, colándose por su nariz. Estornudó en silencio, pues despreciaba todo ruido que su cuerpo pudiera expresar. Sorbió luego, también en silencio, inconsciente. La noche del otro lado del vidrio era tan impenetrable como la que rodeaba su figura dentro de la casa. Sabía que más allá, superando la ridícula medianera que nunca pudo alzar lo suficiente para ahorrarse la visión de sus vecinos, y gracias a que el otoño había barrido todas las plantas que su vecina parecía incentivar a que invadieran su propiedad, los perros ladraban y daban brincos y tirones a sus cadenas. Se trataba de tres cucos a cuál de todos más despreciable, bochincheros a todas horas, hijos todos de la misma perra y de dudosa paternidad. Peludos, pequeños y básicamente inservibles, los tres ostentaban nombres ridículos que sus amos se enorgullecían en recordarle siempre que 46


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.