Levi Eliphas - Dogma Y Ritual De La Alta Magia

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Eliphas Levi

Dogma y Ritúal de la Alta Mágia

Se lee en las historias eclesiásticas que Espiridión, obispo de Tremithonte, que fue después invocado como Santo, evocó el espíritu de su hija Irene para saber de ella en donde se encontraba oculto un depósito de dinero que había recibido de un viajero, Swedenborg comunicaba habitualmente con los pretendidos muertos, cuyas formas se le aparecían en la luz astral. Nosotros hemos conocido muchas personas dignas de fe, que nos han asegurado haber vuelto a ver, durante años enteros, difuntos que les eran queridos. El célebre ateo Silvano Maréchal, se apareció después de su muerte a su viuda y a una amiga de esta última, para darle conocimiento de una suma de 1500 francos en oro, que él había ocultado en un cajón secreto de un mueble. Conocemos esta anécdota por una antigua amiga de la familia. Las evocaciones deben de ser siempre motivadas y tener un fin laudable; de otro modo son operaciones de tinieblas y de locura muy peligrosas para la razón y para la salud. Evocar por pura curiosidad y para saber si se verá algo, es disponer por anticipado a fatigarse y a sufrir. Las altas ciencias no admiten ni la duda ni la puerilidad. El motivo laudable de una evocación puede ser de amor o de inteligencia. Las evocaciones de amor exigen menos aparatos y son de todos modos más fáciles. He aquí corno hay que proceder: Se deben, primero, recoger con cuidado todos los recuerdo de aquel o de aquella a quien se desee volver a ver, los objetos que le sirvieron y que han conservado su huella, y amueblar, sea una habitación que la persona hubiera ocupado en vida o sea un l ocal semejante, en la cual se colocará su retrato, con un velo blanco, en medio de flores de las que gustaba la persona amada, y las cuales se renovarán todos los días. Después hay que observar una fecha precisa, un día del año en que celebrarse su santo o cumpleaños, o bien el día maás feliz para nuestro afecto y para el suyo; un día en que supongamos que su alma, por feliz que se halle a la sazón, no haya podido olvidar su recuerdo, siendo ese día prefijado el mismo que hay que escoger para la evocación, para la cual habrá que prepararse durante catorce días. Durante ese tiempo será preciso no dar a nadie las mismas pruebas de afecto que el difunto o la difunta tenía derecho a esperar de nosotros; habrá que observar una castidad rigurosa, vivir retiradamente y no hacer más que una comida modesta y una ligera colación por día. Todas las noches y a la misma hora será preciso encerrarse con una luz poco brillante, tal como una pequeña lámpara funeraria o un cirio, en la habitación consagrada al recuerdo de la persona querida; se colocará esa luz detrás de sí y se descubrirá el retrato, ante cuya presencia se permanecerá una hora en silencio; después se perfumará la habitación con algo de incienso de buena calidad y se saldrá de ella andando hacía atrás. El día fijado para la evocación será preciso vestirse y adornarse desde la mañana como para una fiesta, no dirigir primero la palabra a nadie, no hacer más que una comida compuesta de pan, vino, raíces o frutas; el mantel deberá ser blanco; se colocarán en la mesa dos cubiertos y se cortará una parte del pan, que deberá haberse servido entero; se verterán también algunas gotas de vino en el vaso de la persona a quien quiera evocarse. Esta comida debe hacerse en silencio, en la cámara de las evocaciones, en presencia del retrato velado; después se llevará todo el servicio, excepto el vaso del difunto y su parte de pan, que quedaran delante del retrato. Por la noche, a la hora de la acostumbrada visita, se dirigirá a la habitación en silencio; se encenderá un fuego claro de madera de ciprés, y se echarán en él siete veces pedazos de incienso, pronunciando el nombre de la personaa quien se quiere volver a ver; se apagará lámpara y se dejará extinguir el fuego, ese día no se quitara el velo del retrato.

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