El cielo es real

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que la «coraza como de hierro» se refiere a una especie de maquinaria militar moderna que Juan no puede describir por falta de punto de comparación. También es posible que nosotros, adultos sofisticados, hayamos intentado hacer las cosas más complicadas de lo que son. Quizá somos demasiado «inteligentes» o educados como para referirnos a estas criaturas con el lenguaje simple de un niño: como monstruos. —Eh... Colton... Dijiste que lucho contra los monstruos. ¿Qué tengo para luchar? Esperaba que me dijera un tanque, un lanzamisiles tal vez... No sé, algo que pudiera usar para luchar a la distancia. Colton me miró y sonrió. —Te dan o una espada o un arco con flechas, pero no recuerdo qué tenías tú. Quedé boquiabierto. —¿Quieres decir que debo luchar contra los monstruos con una espada? —Sí, papi, pero está bien —me dijo como para darme ánimo—. Jesús gana y arroja a Satanás al infierno. Yo lo vi. Vi además a un ángel que bajaba del cielo con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. Sujetó al dragón, a aquella serpiente antigua que es el diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al abismo, lo encerró y tapó la salida para que no engañara más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años. Después habrá de ser soltado por algún tiempo. Cuando se cumplan los mil años, Satanás será liberado de su prisión, y saldrá para engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra —a Gog y a Magog—, a fin de reunirlas para la batalla. Su número será como el de las arenas del mar. Marcharán a lo largo y a lo ancho de la tierra, y rodearán el campamento del pueblo de Dios, la ciudad que él ama. Pero caerá fuego del cielo y los consumirá por completo. El diablo, que los había engañado, será arrojado al lago de fuego y azufre, donde también habrán sido arrojados la bestia y el falso profeta. Allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.2 Colton estaba describiendo la batalla del Apocalipsis y decía que yo pelearía en ella. Por enésima vez en los dos años que habían transcurrido desde que nos dijera por primera vez que había visto ángeles en el hospital, todo me daba vueltas. Seguí conduciendo, mudo, por varios kilómetros más, mientras estas nuevas imágenes me revoloteaban por la cabeza. También estaba sorprendido por la actitud despreocupada de Colton, que era algo así como: «¿Qué te preocupa, papá? Ya te dije: llegué hasta el último capítulo, y ganan los buenos».

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