La puerta de los tres cerrojos sonia fernandez vidal

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En uno de los laterales había una pared llena de excéntricos armarios con sus respectivas pantallas táctiles. «Armarios teleportadores», dedujo Niko. Una sonriente azafata le puso a Niko una insignia de visitante. Mientras tanto, Eldwen tuvo que mostrar su carné de científico al agente de seguridad. Una joven elfa se acercó a recibirlos: —¡Por fin has llegado! —le dijo a Eldwen—. Me tenías preocupada... Todo el mundo te estaba buscando. ¿Por qué diablos no me avisaste de lo que ibas a hacer? Eldwen se sonrojó ligeramente y contestó: —Lo siento, Irina. No quería ponerte en peligro. Ya sabes que está prohibido... —¡Tonterías! ¿Es él? —dijo ella mirando a Niko. El elfo asintió con la cabeza y le explicó: —Acabamos de teleportarnos. Es su primera vez, de modo que está telemareado. Niko estaba pálido como la cera. Sentía que su estómago no podría contenerse mucho más tiempo. La teleportación dejaba una sensación parecida a montarse en una enorme montaña rusa. —Irina, tengo que presentarme ante el tribunal. ¿Puedes llevarte a Niko a tu oficina para que descanse? —preguntó Eldwen inquieto. —Sí, no hay problema. ¡Date prisa! No conviene enfadar a los jueces más de lo que lo están. La elfa tomó a Niko por el brazo y lo guió por los largos pasillos


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