Cronicas Marcianas

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No salió nadie. -Estará dormida -Gripp se acercó a la puerta-. ¡Aquí estoy! -llamó-. ¡Hola, Genevieve! El pueblo dormía en el silencio del doble claro de luna. En alguna parte el viento sacudió un toldo. Walter empujó la puerta de vidrio y entró en el salón. -¡Eh! -dijo con una risa inquieta---. No te escondas. ¡Sé que estás ahí! Escudriñó todos los compartimientos. Encontró un pañuelo minúsculo en el suelo. El perfume era tan dulce que Gripp trastabilló. -Genevieve -dijo. Recorrió en coche las calles, pero no vio a nadie. -Si es una broma... Aminoró la velocidad.

-Espera un momento. La charla se cortó bruscamente. Quizás ella fue a Marlin mientras yo venía a Nueva Texas. Habrá tomado la antigua carretera marítima. Nos desencontramos en el camino. ¿Cómo iba a saber que yo vendría a buscarla? No se lo dije. Y cuando la línea se cortó, ¡tuvo tanto miedo que corrió a Marlin a buscarme! Y mientras, ¡yo aquí, Señor, qué tonto soy! Golpeó la bocina y salió disparado del pueblo. Condujo durante toda la noche. ¿Y si no está esperándome en Marlin?, pensó. No. Ella tenía que estar en Marlin. Y él correría hacia ella, la abrazaría y hasta la besaría, en la boca, una vez. Genevieve, dulce Genevieve, silbó y lanzó el coche a ciento cincuenta kilómetros por hora. Al amanecer, Marlin estaba tranquilo. Unas luces amarillas brillaban aún en algunas tiendas, y un fonógrafo automático que había sonado continuamente durante cien horas calló al fin con un chasquido eléctrico. El silencio era ahora total. El sol calentaba las calles y el cielo helado y vacío. 168


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