Cronicas Marcianas

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¿Y no era natural que al fin llegaran los viejos a Marte, siguiendo los pasos de los ruidosos exploradores, de la gente sofisticada y aromática, de los viajeros profesionales y de los conferenciantes románticos en busca de nuevos temas? Pues sí, los viejos secos y crujientes, los que se pasaban el tíempo escuchándose los corazones, tomándose el pulso y llevándose cucharadas de jarabe a la boca torcida, los que en noviembre iban en autobús a California y en abril embarcaban para Italia en tercera, las pasas de uva, las momías, llegaron al fin a Marte...

SEPTIEMBRE DE 2005

El marciano Las montañas azules se alzaban en la lluvia y la lluvia caía en los largos canales, y el viejo La Farge y su mujer salieron de la casa a mirar. -La primera lluvia de la estación -señaló La Farge. -Qué bien -dijo la mujer. -Bienvenida, de veras. Cerraron la puerta. Dentro se calentaron las manos junto a las llamas. Se estremecieron. A lo lejos, a través de la ventana, vieron que la lluvia centelleaba en los costados del cohete que los había traído de la Tierra. -Sólo falta una cosa -dijo La Farge mirándose las manos. -¿Qué? -preguntó su mujer. -Me gustaría haber traído a Tom con nosotros. -Oh, por favor, Lafe. -Sí, no empezaré otra vez. Perdona. -Hemos venido a disfrutar en paz nuestra vejez, no a pensar en Tom. Murió hace tanto tiempo... Tratemos de olvidarnos de Tom y de todas las cosas de la Tierra. La Farge se calentó otra vez las manos, con los ojos clavados en el fuego.

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