Dialéctica de la ilustración

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DIALÉCTICA

DE LA

ILUSTRACIÓN

ble y organizada, que, al reproducirse en los individuos como autoconservación consecuente, repercute sobre la naturaleza como dominio social sobre ella. La ciencia es repetición, elevada a la categoría de regularidad precisa y conservada en estereotipos. La fórmula matemática es, como lo era el rito mágico, una regresión conscientemente manipulada: es la forma más sublimada de mimetismo. La técnica realiza la adaptación a lo muerto al servicio de la autoconservación, ya no, como la magia, mediante la imitación material de la naturaleza externa, sino por la automatización de los procesos espirituales, mediante la transformación de éstos en ciegos decursos. Con su triunfo, las manifestaciones humanas se vuelven a la vez controlables y forzadas. De la adecuación a la naturaleza sólo queda el endurecimiento frente a ella. El color protector y disuasivo es hoy el ciego dominio sobre la naturaleza, que es idéntico a la finalidad de largo alcance. En el modo burgués de producción la indestructible herencia mimética de toda praxis es condenada al olvido. La despiadada prohibición de la regresión se convierte, a su vez, en mero destino; la renuncia ha llegado a ser tan total que no llega ya a realizarse conscientemente. Los hombres cegados por la civilización experimentan sus propios rasgos miméticos, marcados por el tabú, sólo en determinados gestos y comportamientos, que encuentran en los demás y que llaman la atención como restos aislados y vergonzosos en el entorno civilizado. Lo que repugna como extraño es sólo demasiado familiar ^ Es la gesticulación contagiosa de la inmediatez reprimida y sofocada por la civilización: tocar, acercarse, calmar, convencer. Lo que irrita hoy es la extemporaneidad de esos movimientos, que parecen querer volver a traducir las relaciones humanas, desde hace tiempo reificadas, en relaciones personales de poder, tratando de debilitar al comprador con halagos, al deudor con amenazas y al acreedor con ruegos. Fastidia, en suma, todo movimiento interior: agitarse, conmoverse, es mezquino. Toda expresión no manipulada aparece como la mueca que siempre fue —en el cine, en la justicia sumaria, en el discurso del jefe— la manipulada-. Pero la mímica indisciplinada es el sello del antiguo dominio, impreso en la sustancia viviente de los dominados y transmitido a lo largo de las generaciones, gracias a un proceso inconsciente de imitación, desde el vendedor de baratijas judío hasta el gran banquero. Esa mímica suscita furor porque delata, en las nuevas relaciones de producción, el antiguo miedo, que ha debido ser olvidado para sobrevivir en ellas. Al momento de coacción, al furor del

1. Cf. S. Freud, «Das Unheimliche», en Gesammelte Werke, cit., vol. XII, 2J4, 259 y otras (trad. cast., «Lo siniestro», en Obras, cit.^ vol. 7, 2484).

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