Los Días Que Nos Separan

Page 92

No. No puedo acarrearle más problemas a mi familia de los que ya ha sufrido. –¿Qué quiero yo? Mi pregunta lo pilla desprevenido. Arruga las cejas en un gesto de incomprensión y ladea la cabeza ligeramente. Su pose de completa ignorancia me habría hecho gracia de no ser porque estoy a punto de pronunciar las palabras más difíciles de mi vida. –¿Qué quiero yo? –repito–. No me lo has preguntado. –¿Qué quieres? –murmura, compungido. –Una vida tranquila, Víctor. Quiero cobrar mi salario, llevar comida a casa y estar con mis hermanas. Quiero ir al cine por primera vez, poder ir a bailar con mis amigas. Quiero encontrar un hombre, un buen hombre, alguien que no dé problemas, que tenga una sonrisa para mí cada mañana y que sepa tratar a los niños. Víctor avanza hacia mí, pero se detiene al ver que yo retrocedo. –Yo puedo darte eso. –No puedes, Víctor. Y no quiero que lo hagas. –Respiro profundamente, intentando digerir lo que voy a decir. Los segundos se alargan, tensos e irrespirables. Finalmente, consigo reunir la fuerza para susurrar–: Que te quiera no significa que quiera estar a tu lado. Siento una punzada en el estómago, que se agudiza al ver la expresión rota de Víctor. Me mira sin comprender, buscando una explicación que no voy a brindarle. Tengo que hacer un esfuerzo para no lanzarme a los brazos de Víctor cuando paso por su lado para salir de la habitación. Me observa con ojos vidriosos, en silencio, sin moverse. Me siento culpable, pero me digo que aunque no lo entienda, aunque a ambos nos cueste aceptar lo que acabo de decir, sé que es lo correcto. Sea como sea, al menos yo tengo el consuelo de conocer la falsedad de mis últimas palabras. Cisco sabe que está pasando algo. Dice que ha encontrado trabajo en la pastelería de un conocido. No es que sepa demasiado del oficio, pero aprende rápido. Padre no parecía muy dispuesto a creer que hubiera tenido tan buena suerte. Estaba convencido de que mentía y de que cuando salía de casa Cisco se iba a dar vueltas por la ciudad. Sin embargo, cuando trajo su primer salario a casa tuvo que aceptar que no podría echarlo, al menos por el momento. En casa, de vez en cuando, pillo a Cisco observándome con la boca medio abierta, como si quisiera decirme algo. Pero no lo hace y yo tampoco le pregunto. No tengo ganas ni fuerzas para hablar demasiado. He de reservar la entereza para los días en que debo bajar a cuidar de los niños, es decir, todos. Desde que dejé a Víctor con la palabra en la boca, hace ya una semana, los señores Altarriba salen más que de costumbre, acompañados casi siempre por su hijo y su futura nuera. Claro que son épocas navideñas y eso es algo sagrado para esta gente. Las reuniones y los compromisos sociales se multiplican y no quieren perderse ni uno solo. Me alivia saber que no voy a tener que cruzarme con Víctor, pero es un consuelo baldío. Cada rincón de esta casa me recuerda a él y me trae a la mente la seguridad de que está junto a Eulalia, tal vez cogiéndola de la mano o intentando desesperadamente sentir algo. Me aterra pensar que pueda conseguirlo. –¡Niña! El grito de la señora Emilia se clava en mis sienes y me empuja lejos de mis cavilaciones. Me acerco a la portería con paso cauto. –¿Cómo está tu hermano? –Bien –respondo, tranquila. Por suerte, estoy diciéndole la verdad. Desde su paso por el calabozo,


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.