Tirano 04

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Christian Cameron

Tirano, el rey del Bósforo

La mujer a quien así se dirigió, la más joven, se esfumó como un potrillo en una cacería de primavera, levantándose el pesado quitón de lana y corriendo como una atleta. —Tengo un poco de vino que podemos compartir —ofreció Sátiro. —Guárdalo —respondió Talkes—. Los demás, volved al trabajo. Talkes se alejó y bajó la lanza, plantándose bajo un manzano para vigilar a sus braceros y a Sátiro a la vez. Sátiro pensó que seguramente sabía todo lo que él necesitaba saber, pero la curiosidad lo contuvo. Bebió un trago de vino y se puso en cuclillas a esperar. —Ahora sí que bebería un trago, si la oferta sigue en pie, extranjero. Talkes, vacilante, dio un paso al frente. Sátiro asintió. Puso de nuevo el tapón al frasco y lo dejó en el suelo. Luego recogió su lanza, con el conejo y todo, y se alejó un buen trecho. —Faltaría más. Talkes se acercó con cautela a la cantimplora, como si temiera que fuese un animal peligroso. Pero tomó un sorbo y sonrió. —Desde luego, eres todo un caballero —dijo—. ¡Ojo!, eso no quita que puedas ser uno de los hombres del tirano —agregó, y bebió otro sorbo. Sonrió y regresó a supervisar la labor de sus peones. Sátiro también bebió otro trago de vino. —¿Cuánto tiempo llevan aquí? —preguntó. —Cuatro días —contestó Talkes. Más de tres semanas desde el combate naval. Tiempo de sobras para que Eumeles reparase un barco capturado y navegara hasta allí; sobre todo tratándose de un navío tan bueno como el Loto Dorado. —Dice la señora que lo lleves a la casa —dijo Teax desde la penumbra—. Dice que es amigo. El paseo hasta la casa fue tenso, como poco, y Sátiro tuvo la sensación de que la lanza de Talkes nunca estaba lejos de su garganta. Subieron el resto de la colina y descendieron por el otro lado. La casa estaba a oscuras, pero desde más cerca Sátiro vio que los postigos de todas las ventanas estaban cerrados a cal y canto. —La lanza y la espada, señor —dijo Talkes al llegar a la puerta. Sátiro se planteó rehusar, pero le pareció un sinsentido. Entregó sus armas y lo hicieron pasar al interior. —El conejo es mi regalo como huésped —dijo. - 78 -


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