Alvin maker 06

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—Salvarte —respondió Arturo Estuardo—. Y a todos los que quieran venir con nosotros. —No necesito que me salves —dijo Calvin, despectivo. —Sé que no me necesitas para salir de esta vieja iglesia. ¿Pero cómo vas a salir de la ciudad? Yo hablo español, que la mayoría de los tipos de aquí hablan bastante bien, y también entiendo bastante náhuatl... el lenguaje mexica. ¿Alguno de vosotros sabe preguntar direcciones o pedir comida? Y buena suerte a la hora de encontrar la salida de este valle con toda la gente muerta de pánico en las carreteras. Además, supongo que un montón de gente pensará que todo esto es cosa vuestra, y no se alegrarán de veros. —¿Por qué deberíamos marcharnos? —dijo Calvin. —Para que no te conviertas en un tizón cubierto de lava —respondió Arturo Estuardo—. No hace falta ser ningún Aristóteles para darse cuenta, Calvin. —¡No le hables de esa forma a un blanco! —gritó un hombre, y un par de los otros se levantaron para intentar golpearlo. Y Calvin estaba perfectamente dispuesto a dejar que lo hicieran. Arturo Estuardo necesitaba aprender quién estaba al mando allí, y cómo mostrar el debido respeto. Pero los hombres nunca alcanzaron a Arturo Estuardo. De hecho, empezaron a resbalar y tropezar como si el suelo fuera de pronto mármol liso cubierto de mantequilla, y al cabo de un momento quedó claro que todo el que intentara acercarse a Arturo Estuardo acabaría caído de culo. El muchacho había aprendido un poco sobre el poder de hacedor... pero no tanto como probablemente pensaba. Calvin jugueteó con la idea de librar una guerra de magos allí mismo, para demostrarle hasta dónde tenía que llegar todavía, pero, ¿para qué? No había tiempo que perder. —Olvidadlo —dijo Calvin—. Ha venido a salvarnos, así que muy bien, todo el que quiera escapar que se vaya con él, ahora mismo. No es gran cosa como hacedor pero tiene un don con las lenguas y tal vez pueda llevaros a sitio seguro. Pero yo opino que podemos sacar partido de todo esto. Vinimos a gobernar México, ¿no? ¡Así que dejemos que el volcán mate a los mexica y luego digamos que lo hice yo y gobernemos el país en su lugar! —¿Qué dice Steve? —preguntó un hombre. Entonces todos se dieron cuenta de que Austin era uno de los hombres drogados. —Ya sabéis qué diría —contestó Calvin—. No vino aquí a rendirse. No vino aquí para que saliéramos corriendo detrás de un muchacho negro que piensa que es cosa fina porque puede volver resbaladizo el suelo. Vinimos aquí a apoderarnos de un imperio y yo pretendo hacerlo. —Todo el mundo sabe ya que es cosa de Tenskwa Tawa —dijo Arturo Estuardo—. Su gente está aquí ya, dijeron cuándo empezaría el humo, y así ha sido. —Pero Tenskwa Tawa no va a venir aquí a gobernar México, ¿no? —dijo Calvin—. No, eso pensaba. Bien, alguien tiene que hacerlo, y bien podemos ser nosotros. Y después de que esto se acabe, y le digamos a la gente que fue mi hermano Alvin quien le dijo a Tenskwa Tawa qué había que hacer, y que me dejaron aquí para encargarme de que nombren a Steve Austin emperador de México... —Todo el que quiera salir con vida de este valle, que venga conmigo ahora — dijo Arturo Estuardo. —¡Prefiero morir antes que confiar en un esclavo! —gritó uno de los hombres que Arturo había derribado. —Ésa es tu elección —dijo Arturo Estuardo.

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