Anochecer 08

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Sabía que quería que le contara en qué consistían sus pesadillas. Pero ella nunca había entendido por qué la gente tenía que cargar a los demás con sus problemas. No, nunca había entendido la necesidad de hacer desgraciada también a otra persona. Y no quería que el lobo tuviera que soportar una carga que ya soportaba ella. El secreto de Lucía era un hecho, algo que había asumido y que no podía cambiar. ¿Cómo reaccionaría MacRieve si supiera que su alma gemela tenía marido? La rabia lo ahogaría. Y cuando ella le explicara quién era y cómo había llegado a casarse con él, nada evitaría que el licántropo fuera a enfrentarse con Cruach. Lo que equivaldría a un suicidio. O a algo peor. A veces, el Maldito Sangriento no mataba a sus víctimas. A veces se las quedaba como mascotas. Así que Lucía seguía dándole largas, aunque sabía que él sólo le seguía el juego porque estaba convencido de que terminaría por contárselo todo. «Y eso no sucederá jamás.» Estaba segura de que haría todo lo posible para ocultarle a MacRieve su relación con Cruach. Pero en lo que atañía a otras cuestiones, no lo veía tan claro... Regin siempre se hacía la misma pregunta: «¿Estás segura de que el esfuerzo merece la pena?». Normalmente, para su hermana la respuesta era sí. Y ahora ella empezaba a preguntarse si tener una vida junto a Garreth merecía el esfuerzo. Cuando todo aquello terminara, si de verdad conseguía matar a Cruach... «Pero ¿en qué diablos estoy pensando?» Aunque no tuviera que detener el Apocalipsis, Lucía no podía renunciar a sus dotes de arquera. Sería como renunciar a su identidad. «¿Te gusta que te conozcan como a la Arquera?», le había preguntado él. «Sí, sí me gusta.» Si renunciaba a eso, pasaría de ser la Arquera a ser sólo la compañera de un licántropo. Nunca, decidió. Y fue a pescar la cena.

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