Breve historia de los conquistadores españoles jose maria gonzalez ochoa

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llamar a fray Marcos, quien, bajo juramento, certificó que eran ciertas las noticias de la existencia de una rica ciudad llamada Cíbola, a la que todos los indios hacían referencia. El franciscano no podía aportar más pruebas que la palabra de los nativos. A pesar de ello, la expedición de Coronado se aceleró y se decidió que el fraile les sirviera de guía. El informe de Niza impresionó y se dio por cierto, simplemente porque venía de un religioso con cierta reputación, y porque el virrey y el gobernador necesitaban creerlo para justificar sus preparativos, soñando ya con un nuevo Tenochtitlán. Además temían que Hernando de Soto, que estaba ya en territorio norteamericano, se les adelantase en los descubrimientos. Aunque parezca increíble, las consejas de Cabeza de Vaca, la locura de un fraile y la ambición de un virrey lograron armar una nueva expedición que terminaría alimentando un mito descabellado, pero que impulsaría algunas de las misiones más espectaculares e inverosímiles de los españoles en América. La expedición de Vázquez de Coronado En febrero de 1540, el virrey Antonio de Mendoza reunió a la hueste de Vázquez de Coronado en la ciudad de Compostela, capital de Nueva Galicia, unos doscientos veinticinco hombres con sus respectivas monturas y setenta y dos infantes. Además llevaban consigo unos ochocientos indios porteadores y centenares de ovejas y cerdos. Por delante ya había partido una pequeña escolta militar con unos cuantos religiosos y baqueanos. En dirección norte, por la franja de tierra que hay entre la Sierra Madre Occidental y el Mar de Cortés, Coronado condujo a sus hombres hasta San Miguel de Culiacán, donde acampó y descansó unos días, entrado ya el mes de mayo. En San Miguel estableció un campo base y desde allí partieron las diversas incursiones en busca de las Siete Ciudades de Cíbola. Casi a la par, el 9 de mayo, partieron dos navíos desde el puerto de Navidad, el San Pedro y la Santa Catalina, al mando del capitán Hernando de Alarcón. Los barcos debían dirigirse hacia el norte por el llamado Mar de Cortés (golfo de California) para dar apoyo y avituallar a los expedicionarios terrestres. A la altura de Culiacán se les unió un tercer navío, el San Gabriel. Siempre en dirección norte, durante el año 1540 cruzaron el actual estado mexicano de Sonora, franqueando los ríos Sinaola, Yaqui y el cauce seco del río Mayo. Finalmente, y cuando el ánimo de la tropa estaba muy decaído por lo difícil y desabrido de las tierras vistas, alcanzaron la cañada del río Sonora y sus fértiles campos. Poco después llegaron al río Bermejo, pero nada era como les había contado el fraile Niza. El poblado más grande era Hawikuh, en el que entraron el 7 de julio, una aldea con pequeñas casas de adobe, habitadas por belicosos indios zuñis. Desde aquí, Coronado envió expediciones exploratorias en diversas direcciones, una de ellas, la capitaneada por García López de Cárdenas, llegó hasta el impresionante escenario del cañón del Colorado, a cuyo río nombraron como Tizón, ya que los indios de la zona para calentarse llevaban en sus manos tizones. Otro de los grupos expedicionarios fue el comandado por Hernando Alvarado, que llegó al río Grande y al apacible valle de Tiguex, en la zona del actual Alburquerque, luego cruzaron el río Pecos y alcanzaron las aldeas de Bernalillo y Taos, y fueron de los primeros europeos en maravillarse al ver las enormes manadas de bisontes americanos. Durante esta exploración, un cautivo indígena, apodado el turco, que iba entre el grupo de guías, empezó a esparcir rumores sobre la existencia de una nueva y maravillosa ciudad llamada Quivira. La pretensión del indio era llevar a los españoles


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