La sociedad juliette sasha grey

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—Es un salido —dice Kubrick—. Y puede que su herramienta no dé la talla, pero eso no lo detiene a la hora de intentarlo. »Lo que les pasa a los enanos es que son todos supermachos y nunca dejan nada a medias. Así que, por lo general, o van por ahí fustigándose por ser tan pequeños o quieren cepillarse al mundo. Y ese de ahí es un auténtico sádico. Vuelvo a mirar y ahora el enano está aguantándose sobre un brazo, como si estuviera a punto de hacer flexiones, sujetándose la polla con la otra mano y meando a través de los barrotes de la jaula. La pobre chica se mueve sin parar de un lado a otro sobre las manos y rodillas, tratando de evitar que la riegue con el chorro y de esquivar las salpicaduras sin conseguirlo del todo. Debo de tener cara de estupor, porque Anna me dice: —No te preocupes, eso forma parte de lo que la pone cachonda. Si no, no estaría ahí dentro. —Muy bien, niñas —dice Kubrick dando palmaditas rápidas e impacientes como una monitora de campamento—: Tengo un club que dirigir y gente con la que follar. Divertíos. Se baja del taburete de la barra y lo vemos escabullirse corriendo por uno de los pasillos como el Conejo Blanco. Anna se vuelve hacia mí y dice: —Nunca imaginarías en qué trabajaba Kubrick antes de esto. —No tengo ni idea —digo. —Adivina. —¿Coach profesional? —No. —Profesor de aeróbic. Anna niega con la cabeza. —Bibliotecario. —No. —Anestesista. Se ríe. Esto es perder el tiempo, pienso. —Me rindo —le digo—. ¿Qué era? —Contable. Trato de imaginarme a Kubrick con un traje de ejecutivo estudiando minuciosamente libros de contabilidad en un despacho. Y


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