Nanorobots 01

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Jeff Carlson

La plaga

—Sus amigos están muy bien —le informó la enfermera—. Tenemos un gran personal y buenos equipos. Tenían unos medios excesivos. Habían llevado a la zona aparatos y médicos, tanto civiles como militares, en avión o coche durante los primeros días de la plaga y más tarde, tras las operaciones de rescate. Con ellos, proporcionaron un lugar seguro dentro de Leadville a toda persona con experiencia o formación médica. Wallace estaba en lo que había sido el restaurante del hotel, en cuidados intensivos, y Deb y Gus, en observación, se encontraban justo detrás de Ruth, con la mujer que tosía sin parar. Habían instalado a Nikola Ulinov en un cuchitril como el suyo al otro lado del amplio salón. Ruth consiguió llegar tan lejos sólo porque había descansado y porque se apoyaba en las paredes como una anciana. Menos de una de cada cinco lámparas decorativas estaban encendidas, y la alfombra estaba recogida para que las sillas de ruedas y las camillas pasaran sin dificultades. Ruth podría haberse sentado en el suelo de madera sin barnizar para recuperarse antes de entrar, pero no quería que la sorprendieran y la enviaran de vuelta a la cama. Necesitaba sin falta un amigo. Él estaba allí, apoyado en lo que parecían unos cojines de sofá, leyendo un fajo de papeles. Estaba solo. Ruth esperaba encontrar a Kendricks de visita, o a otro miembro del consejo, pero no le importaba lo que quisieran de Ulinov. En aquel momento no. Él bajó la mirada hasta las piernas desnudas de Ruth y se detuvo en la parte delantera de la camiseta. Ella se alegró. Ruth era demasiado consciente de la rigidez de su brazo izquierdo, que le colgaba del hombro, como si fuera una estatua de mármol. Ulinov tenía la pierna levantada, sujeta por la rodilla y el pie. Vaya par. —Camarada —dijo ella. Era una vieja broma entre ellos. —Siéntate... La cara... Estás blanca. Maravilloso. —Camarada, ¿puedo acurrucarme contigo? —No hay espacio... —Su pecho viril, con una fea camiseta interior de color caqui, ocupaba casi toda la estrecha cama. —Tengo mucho frío. Un hombre gruñó en la otra mitad de la habitación, apenas separado de ellos por la pared divisoria de contrachapado. A Ruth no le importaba, podía estar callada. En realidad lo único que quería era acostarse a su lado, que la abrazaran. Ninguno de ellos tenía fuerzas para mucho más. Una palabra tierna. Una caricia. Ella se apartó de la pared impulsándose y fue a su lado. Ulinov miró su montón de papeles y lo dejó al lado de su pierna. Se volvió hacia ella de nuevo para decir algo y Ruth se inclinó, con la mirada fija en la boca de Ulinov, sintiendo la primera auténtica chispa de excitación ante su propio descaro. Él apartó la cabeza. Ella no suplicó exactamente. —No quieres... Uli... —No es el momento —dijo él, con su acento ruso más pronunciado, como siempre que estaba contrariado. —No quiero estar sola... nada más. —Lo siento.

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