Somos de Hoy #1

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En la Modernidad, al igual que en la Antigüedad, la ciudadanía ha ido planteando un conflicto entre la inclusión y la exclusión. Tocqueville (1835) nos muestra cómo florece la democracia en Estados Unidos a finales del siglo XIX en medio de la existencia del voto universal, que en realidad no lo era, teniendo en cuenta que las mujeres, los esclavos, los jóvenes y los niños no podían votar. El problema de la exclusión genera tensiones en la definición de la ciudadanía en las democracias modernas. Estas nuevas formas de construcción de ciudadanía ya no son abstractas, sino que se constituyen con base en la condición humana, lo que implica tener en cuenta las prácticas cotidianas relacionadas con las necesidades de las personas. Sin embargo, la ciudadanía ha pasado por muchos tropiezos, como los provocados, por ejemplo, durante el nacimiento del fascismo y del nazismo, sus totalitarismos y respectivos conflictos bélicos, que con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial despertaron el interés en la protección de los derechos civiles, a través de la institucionalización de la ciudadanía, en el marco del Estado de Bienestar. La idea de la democracia en la Modernidad se ha ido construyendo sobre la base de la participación a través del sufragio. Bobbio lo menciona de esta manera: “Cuando nosotros (los modernos) hablamos de democracia, la primera imagen que se nos viene a la cabeza es el día de las elecciones, largas filas de ciudadanos que aguardan su turno para depositar su voto en las urnas” (2003, p. 401). La ciudadanía se traslada, en el ámbito de los derechos, a la elección de representantes que puedan decidir; es decir que la decisión radica en quiénes nos representen y ya no como en la antigua Grecia: en la toma de decisiones acerca de la vida pública. Sin embargo, en la década de los ochenta se vislumbra un debate bastante profundo sobre la concepción, funcionamiento y desarrollo de la ciudadanía en el marco del Estado de Bienestar. El centro de la discusión lo constituye la siguiente pregunta: ¿En qué medida la falta de acción del ciudadano lo convierte en un cliente consumidor de derechos? Al respecto, Moran y Benedicto opinan que existen dos problemas derivados de entender la ciudadanía desde esta óptica: Por una parte, existe el riesgo de quiebra o erosión de las bases morales sobre las que se sustenta la existencia del Estado de Bienestar, estimulando las situaciones de dependencia respecto al sistema y eliminando los incentivos para la participación en los asuntos colectivos. Por otra parte, está el peligro de despolitización de la ciudadanía ya que, en la práctica el sistema de bienestar termina creando clientes a los que hay que satisfacer en sus demandas. (2008, p. 44-45) De acuerdo con lo anterior, el ciudadano es un cliente individual del Estado y pierde toda capacidad de ser sujeto social inserto en un colectivo, limitado sólo a la complacencia de sus demandas a través de la oferta estatal. El Estado de Bienestar entra en una enorme crisis ideológica y práctica, que se acrecienta con el posicionamiento de la “Nueva Derecha” en la acción gubernamental de Ronald Reagan, en Estados Unidos, y de Margaret Thatcher, en Gran Bretaña. 31


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