Otra Manera De Ganar - Pep Guardiola

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de un combate hecho a medida, porque se trata, sin lugar a dudas, de una rivalidad que se beneficia mutuamente, que se nutre de ideas preconcebidas y se aviva con clichés convenientemente arraigados. Los medios, la afición e incluso los clubes necesitan de esta confrontación permanente, porque es bueno para el negocio y porque así todos pueden reafirmarse en un sentimiento de bipolaridad necesario para identificar las propias lealtades e identidades. A lo largo del siglo pasado, el conflicto se presentaba a menudo como un enfrentamiento entre David y Goliat, con el Barcelona saboreando su estatus de víctima, mientras el Real Madrid vivía encantado con el papel de gigante. Ahora son dos Goliats de igual presencia, pesos pesados luchando a brazo partido, de igual a igual. Queda todavía algo de la idea de un Barcelona representante de una periferia que sufre el acercamiento del Madrid al poder, y de un Madrid que se beneficia por su pertenencia al status quo. Si los roles se invirtieran, el análisis estaría igual de cerca de la realidad. Todo ello no es más que una narrativa fantástica desde la que cada cual vende su producto. En realidad, ambos son establishments, status quo, poder. Eso sí: igual que la política muestra diferentes formas de comprender el mundo, los respectivos estilos del Barça y del Madrid manifiestan dos formas distintas de entender la estética del fútbol. El Real Madrid siempre se ha caracterizado por un estilo de juego enérgico, duro, rápido y competitivo; en cambio, el Barça descubrió en el modelo holandés un estilo alternativo válido para retar al club blanco: pase, posesión y juego ofensivo. El periodista Ramón Besa comenta que todo ello «encaja bien en el fútbol español, porque España siempre es la España roja y rota, la periférica y la centralista, la de Guardiola y la de Mourinho. Esa dualidad es algo que la gente recibe muy bien. Mourinho ha acentuado la división entre las diferentes formas de ver el fútbol que tienen el Barça y el Madrid. Lo curioso es que el giro que ha dado el Madrid no respeta la historia, porque el Madrid nunca había confiado el equipo a un entrenador». Aunque el técnico portugués asegura que se exige a sí mismo más que a los demás («Siempre intento fijar mi vista en objetivos difíciles porque, de ese modo, siempre compito conmigo mismo»), la siguiente cita sobre su controvertida inclinación por la necesidad de una rivalidad que aumente las prestaciones de su equipo aporta una interesante perspectiva de su filosofía de trabajo: «No es necesario tener enemigos para que uno dé todo de sí mismo, pero es mejor, especialmente cuando uno goza de gran éxito y tiende a relajarse». Así que, finalmente, las constantes batallas entre estas dos grandes instituciones deportivas acabaron por reducirse al choque de dos personalidades, a la lucha de sus respectivos entrenadores. La presencia mediática de Guardiola y Mourinho era tal que los equipos casi jugaban un papel secundario frente a sus líderes. Se hablaba de «el equipo de Guardiola» o «el equipo de Mourinho». Jesús Toribio, experto en estudios de mercado, le dijo a Miguel Alba en un artículo para el diario Público que «en el duelo, los clubes han perdido identidad, como sucede en la guerra tecnológica entre Blackberry e iPhone. Los productos han fagocitado a sus marcas: Rim y Apple. Los papeles de liderazgo de los entrenadores han dado a los entrenadores (los productos) las victorias, más que a los clubes (las marcas)». Para el espectador eventual, ambos técnicos desarrollaron dos proyectos de fútbol antagónicos. Pep se rodeó de jugadores de las categorías inferiores que compartían los mismos valores: énfasis en el pase, trabajo en equipo, comportamiento ejemplar tanto dentro como fuera del campo, así como algunos fichajes que comprendían y abrazaban la filosofía culé. Tal y como descubrieron Eto’o e Ibrahimović, aquellos que no compartían la visión de Guardiola respecto al mundo y al fútbol, no tenían espacio en el club. Por otra parte, el técnico luso dirigía un equipo de individualidades cuya lealtad a su entrenador debía ser incondicional; sus jugadores estaban preparados para dar la vida por él en nombre de la


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