Antonio Muñoz Molina

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Toda novela, cuando se olvidan su argumento y sus personajes, o cuando se eliminan por voluntaria omisión, deja siempre un aroma vago, intenso e inconfundible. Así, la sensación general que dejan las novelas de Muñoz Molina es la de un desasosegante magma de nocturnidades, de luces lóbregas y frías, de espesos humos de cigarrillos, de copas incesantes, de densos vapores etílicos, de músicas obsesivas, de soledades que se buscan y, si se encuentran, se rechazan. El lector prosigue inquieto el proceso y los meandros de un agobio angustioso que en vano espera ver remansado en un imposible lago de clara serenidad. No es escritor jocundo Muñoz Molina, no da pie a la más leve sonrisa. Su mundo es hosco y opresivo y aunque no dejen en él de apurarse con fruición los evidentes gozos que ofrece, la desembocadura de su curso se tiñe irremediablemente de presagios tenebrosos. En sus tres (primeras) novelas, al final, se esfuman los personajes —con su complejo sueño de deseos imposibles— bien sepultos en la duda ambigua, bien perdidos en la noche anónima y multitudinaria «como si no hubiesen existido», bien sorprendidos y absortos ante un «gran foso de sombra». Que ni ellos ni el lector pueden ya penetrar.

Uno de los talentos del maestro fue su intuición para descubrir calidad en el escritor auténtico, olvidado o desconocido. En el año 89 hablaba de Muñoz Molina en un curso de verano en Laredo, que dirigía el recordado Ricardo Gullón y en el que participaban novelistas del llamado grupo de León (Luis Mateo Díez, Juan Pedro Aparicio, José María Merino, otros como Guelbenzu y críticos como Darío Villanueva). Uno de ellos me dijo en un momento dado «tengo gran curiosidad por saber lo que Alarcos va a decir de Muñoz Molina porque es de todos conocido que no se corta un pelo a la hora de decir lo que piensa y emitir sus juicios literarios».Y Alarcos empezó diciendo: En el frondoso panorama de la narrativa actual, destaca entre los más jóvenes Antonio Muñoz Molina [...]. Como a los 33 años hay todavía mucha vida por delante, parece prematuro arriesgar ya juicios definitivos sobre su obra literaria. Bien es verdad que para dejar constancia del paso de uno por la tierra, y hasta para haber sembrado en ella semillas de perdurables consecuencias, esa edad es más que suficiente.

A estos prolegómenos seguía un estudio exhaustivo, pormenorizado y encomiástico de la brillante narrativa del fabulador de Mágina. Era un profundo admirador —aún sin conocerlo— de toda su obra, y más tarde conviviendo en la docta casa de Felipe IV llegó a sentir verdadero afecto y simpatía por el joven académico que no había defraudado sus prematuros juicios literarios. 6

Cuadernos de la Cátedra Emilo Alarcos Llorach • Número uno • ISSN 1699-9754


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