Bskinnerwalden dos

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Los muchachos tuvieron razón al querer trabajar en algo duro. Era justamente lo que me hacía falta. La ducha y el cambio de ropa me dejaron como nuevo. Después de la comida me hubiera gustado echarme un rato aunque había planeado descansar más tarde, pero un par de horas amontonando leña habían clarificado mi mente algo fatigada tras la conversación extenuante de la mañana y me encontraba dispuesto para asimilar una nueva dosis de Walden Dos. Castle no había aparecido todavía. Recordé con algo de satisfacción que el valor del crédito por amontonar leña había sido algo más alto que el de su trabajo con las chicas. Decidí darme el gusto de echar un vistazo en privado al arte de Walden Dos. Además de la galería de La Escala me había fijado en muchos cuadros de los salones y salas de lectura, algunos a escala bastante ambiciosa. Había también muchas esculturas de pequeñas dimensiones y me habían dicho que la mayoría de los cuartos personales contenían cuadros o esculturas tomadas en préstamo de la colección común. Mi jira resultó ser más oportuna, y en muchos aspectos, más agradable que la visita a un museo. Generalmente, era posible acercar una silla y permanecer tanto tiempo como se deseara ante una obra determinada, y en cierto sentido me agradó aún más el hecho de que los salones estuvieran habitados. Nada daba la impresión de estar meramente exhibido. Al cabo de una hora empecé a sentirme cansado. Empujé un sillón hasta uno de los ventanales que daban al paisaje de Walden Dos y me senté. Estaba cerca de la sala de servicio, donde habíamos quedado en reunimos a las seis y media, y decidí descansar un poco antes de la cena. Un grupo de gente que volvía de los comedores me despertó a las siete. Un poco alarmado, cosa muy opuesta al espíritu de Walden Dos, me lancé al pasillo en busca de mis compañeros. No estaban a la vista, pero los encontré en seguida, sumidos en animada conversación, en el comedor sueco. Al parecer, habían estado haciendo cabalas sobre mi desaparición y tan pronto como hube llenado mi bandeja, me informaron sobre algunas de sus conclusiones. 143

A mi juicio, exageraron un poco la nota cómica, pero como me encontraba todavía amodorrado por la larga siesta, quizá los juzgué con demasiada dureza. Sus teorías eran completamente disparatadas, y, a mi entender, los efectos hilarantes producidos, completamente desproporcionados. Uno sugirió que yo era en realidad un espía, con una misión de sabotaje, al servicio del Antiguo Régimen, y que debía estar enseñando a las ovejas cómo mordisquear la cerca sin electrificar. La teoría de Frazier —me creía sospechoso de simpatías freudianas— era que me había introducido en las cabinas de los niños para poner cartelitos que indicaran: «Paisaje Uterino». Cuando traté de explicar dónde había estado realmente, se negaron tercamente a creer una sola palabra, dando la sensación de que se lo estaban pasando en grande. Empezaron a disiparse los efectos de la siesta, y la conversación se encauzó hacia materias más serias. Sucumbí a la tentación de intervenir y pregunté: —¿Pero cómo explicas el fracaso invariable de las comunidades, en el pasado? Frazier apoyó el cuchillo y tenedor con cuidado sobre la mesa, pero no los soltó, mirándome fijamente con unos ojos inexpresivos, cuyo significado no pude en aquel momento interpretar Parecía un animal domesticado levantando las patas de forma graciosa para que le sacaran una foto. Poco a poco afloró a los mismos una mezcla de rabia y desprecio. —Me resulta difícil —dijo por fin, con exagerado dominio de sí mismo— responder con ecuanimidad a una pregunta de esa naturaleza. ¿Por qué haces esta pregunta? —Por lo común, se supone que el hombre se aprovecha de la experiencia —dije, tratando de aparentar que no estaba amilanado—. Me inclino a creer que el fracaso de intentos similares en el pasado habrá tenido algún impacto en Walden Dos. —¡Similares! ¡Similares! — tarareó como si cantara ¡Fígaro! ¡Fígaro! —. La melodía que las sirenas dirigen a todos los historiadores. ¿Qué sabemos realmente de ellos? ¿Cuánto hay de similar? ¿Cuánto de similar? —Vamos, vamos —dije, no dándome por vencido, a pesar de que vi el sesgo que iba a tomar el asunto y empecé a sentirme cogido en la trampa — Me parece que es posible reconstruir un caso real con considerable similitud: un grupo de gente decide vivir en colectividad e independiente del mundo... —Y apoyándote en esto —me interrumpió con desprecio— predices el fracaso de Walden Dos. —No, no me baso en eso solamente. Y no predigo ningún fracaso. Pero 144


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