I Jornadas de Comunicación desde las Administraciones Públicas

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V Í C T O R Almonacid

sado demasiado rápido de consumir esa información a recibir opinión; y de ahí a sufrir manipulación. No hemos sido capaces de asimilar este proceso, y por eso nos lo creemos prácticamente todo, especialmente si viene “de los nuestros”. Incluso las propias personas contertulias de los debates en los medios destacan mucho más por su capacidad de llevarse el gato al agua con tres argumentos que por su condición de personas expertas en el tema que se discute, entre otras cosas porque es imposible ser al mismo tiempo especialista en Derecho Constitucional hablando de Catalunya, en incendios hablando de Galicia, en economía hablando de la crisis, y en fútbol hablando de cómo juega la selección que dirige Lopetegui, quien no lo hace mal pero mejor le iría un 4-4-2. Aún así se defienden muy bien en su verborrea, critican bastante (lo cual siempre te hace parecer interesante) y, finalmente, logran convencer a muchas personas. Bienvenida la era influencers. Yo les llamo “ultracrepidarios” (ver Epílogo). Ante tal aluvión de argumentos fáciles pero emocionales sentimos la necesidad de opinar, y lo hacemos inmediatamente porque ahí están esperando nuestros perfiles en las distintas redes sociales. Uno de los grandes logros de la democracia es nuestro preciado derecho fundamental a hablar y a decir lo que queramos (libertad de expresión), pero dicho derecho podría matizarse sin perder un ápice de fuerza, con otros dos: • Derecho a ser una persona culta, o al menos a estar mínimamente informada. • Derecho a callar (y es que se puede hablar y opinar, pero también se puede, perfectamente, no opinar, al menos públicamente, sobre todo cuando se opina por encima de sus posibilidades). Difícil lo segundo, habida cuenta de que la mayoría de personas usuarias de las redes sociales presentan el efecto Dunning-Kruger, el cual consiste en opinar de todo sin tener ni la más remota idea de nada, consecuencia de lo cual es que el perfil dominante es el del “ultracrepidario”, persona que sobrevalora sus conocimientos y sienten la necesidad de opinar, e incluso de imponer sus opiniones, exhibiendo su superioridad cultural y a veces moral (recomendamos las muy interesantes entradas de http://www.rinconpsicologia.com). Pero, incluso hablando de personas expertas (y salvo que sean responsables públicos que deben dar explicaciones), la libertad de expresión es un derecho potencial, que se puede ejercer o no. No tiene menos libertad de expresión quien permanece en silencio o simplemente la ejerce privadamente. Por nuestra parte sugiero que, como responsables públicos y responsables de las comunicaciones públicas, no caigamos en el sectarismo, en la parcialidad, en el efectismo. No comuniquemos como los líderes de las repúblicas bananeras del último tercio del siglo XX. Los ochenta fueron muy buenos para la música, pero algunas canciones la gente ya 51


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