Ágora digital nº 22 Boletín 7

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Ágora núm. 22

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El conductor ha probado la carne de caballo, pero por alguna razón le parece antinatural sacrificar y desollar a un potro para comérselo. Cuando alguien no sabe matar a un cochino, y aún así empuña el cuchillo largo y afilado que se usa para hundirlo en la yugular, chilla de una forma desgarradora, principalmente porque lo hace como una persona. Y una vez colgado de un gancho por los tendones de las patas traseras, abierto en canal y eviscerado también parece un cadáver humano. La piel, quemada para hacer desaparecer el vello se lava con agua y por la pérdida de sangre y consistencia, se contrae tirante y rosada, arrugada en los cortes como una puntilla. La carne también recuerda el tono de la carne desechada tras una amputación después de haber aprovechado la sangre en un barreño. La similitud entre el cuerpo sacrificado de un cerdo y un cadáver humano es grande y hay personas que por ese motivo no lo soportan. Aunque solo es un animal. Pero por alguna razón al conductor le impresiona la imagen de un potro abierto desde el cuello hasta el ano sobre un gran banco de matanza. Su peso ha de ser demasiado para colgarlo de una argolla del techo. Tiene algo de sacrilegio el matar a un caballo joven, o esa es la impresión que le da en ese momento, pues no recordaba haber sentido algo así cuando años atrás comió cecina de caballo. Mientras conduce asimila la imagen del caballo agonizante a la muerte de un ser mitológico, de algo que participa de la esencia divina. Tal vez es la misma percepción que los indígenas de las regiones árticas podían tener del reno. Un caballo muerto, y además para hacer comida, le parece irreverente. A este respecto, como en un lugar apartado, quedó la duda de qué se haría con la cabeza decapitada del potro. Podía ser que su carne fuera exquisita, pero no era capaz de imaginársela servida en una bandeja. Porque una cabeza de caballo es algo muy grande, algo más que una cabeza humana y en muchos sentidos más elegante que esta. Pensó que en el maletero ahora vacío de su coche podrían caber no más de tres cabezas de caballo. De potro puede que más, aunque no podía imaginar cuantas, solo le venía a la mente la cabeza de un poni. La idea que tiene el conductor es la de hacer un texto en el que la mención del sacrificio y despiece de un potro sea el soporte sobre el que desarrollar un diálogo entre una pareja, a cerca del malestar que al hombre le ha producido comer con una persona que ha salido de la cárcel tras una condena por asesinato. Han hablado en el transcurso de la misma sobre la matanza de un caballo espiando las reacciones del asesino. La mujer reprochará al hombre sus prejuicios y con ellos se evidenciará el desmoronamiento de la propia pareja. El texto se llamará Cabeza de Caballo y es posible que lo trabaje en forma de diálogo, como una obra de teatro pero sin acotaciones. Pero el conductor no tiene claro cómo desarrollar el texto. No tiene dominio del trabajo teatral, de sus ritmos y códigos, pero sí tiene facilidad para escribir y hacer un diálogo como si fuese un cuento, un relato corto. El problema que tiene se debe a que no lo ve claro, no encuentra profundidad. Podría escribirlo al bajar del coche y llegar a su casa, y puede que incluso le saliese bien, puede que fuera un buen texto emotivo en el que crear tensión con unos personajes que intercalan la alusión al potro muerto entre sus propios problemas, en el que al final se descubriese que el invitado a esa comida había estado en la


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