la espada de la verdad 1 el libro de las sombras contadas

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Terry Goodkind

El libro de las sombras contadas

—Nada. Lo siento, pero yo no entiendo cómo funciona. Es algo que sólo tu madre te puede enseñar cuando te haces mujer. Pero ella no puede hacerlo, por lo que sus enseñanzas se pierden. Sin embargo, el poder sigue ahí. Ten cuidado. El hecho de que no te enseñen a usarlo no significa que no puedas liberarlo. —¿Conociste a mi madre? —preguntó Kahlan en un susurro preñado de dolor. El rostro de la mujer de los huesos se suavizó al mirar a Kahlan. Entonces asintió lentamente. —Recuerdo tu nombre de familia. Y recuerdo sus ojos verdes; no son fáciles de olvidar. Tú tienes sus mismos ojos. La conozco cuando te lleva en su seno. —Mi madre solía llevar un colgante con un pequeño hueso —dijo Kahlan con el mismo susurro lleno de dolor. Una lágrima le rodó por la mejilla—. Ella me lo dio cuando yo era una niña. Lo llevé siempre hasta que... hasta que Dennee, a quien yo llamaba mi hermana,... murió. La enterré con él. A ella siempre le había gustado mucho. Tú regalaste ese colgante a mi madre, ¿verdad? —Sí. —Adie cerró los ojos y asintió—. Se lo regalo para proteger a la niña que lleva en sus entrañas, para que el bebé está a salvo y crece y se hace fuerte, como su madre. Ya veo que ha sido así. —Gracias, Adie —le dijo Kahlan con lágrimas en los ojos y la abrazó—, gracias por ayudar a mi madre. —Adie sujetaba la muleta con una mano, y con la otra frotaba la espalda a Kahlan con auténtica simpatía. Pocos momentos después Kahlan se separó de la anciana y se secó las lágrimas. Richard vio su oportunidad y decidió aprovecharla. —Adie —dijo en tono suave—, tú ayudaste a Kahlan antes de que naciera. Ayúdala ahora. Su vida así como la vida de muchas otras personas, están en peligro. Rahl el Oscuro la persigue y a mí también. Necesitamos que estos dos hombres nos ayuden. Por favor, ayúdalos. Ayuda a Kahlan. Adie le lanzó su leve sonrisa y asintió, un poco para ella misma. —El mago elige bien a sus Buscadores. Desgraciadamente para ti, la paciencia no es un requisito imprescindible para el puesto. Tranquilo; si no pienso ayudarlos no te digo que los entres. —Bueno, tal vez no puedas ver pero Zedd, especialmente, está muy mal —insistió Richard—. Apenas respira. —Dime una cosa. —Los ojos blancos de la anciana lo miraron con forzada tolerancia—. ¿Conoces el secreto de Kahlan? ¿Lo que te está ocultando? Richard no respondió y trató de no demostrar ninguna emoción. Adie se volvió hacia Kahlan. —Dime, muchacha. ¿Conoces el secreto que te oculta él? —Kahlan tampoco respondió. Entonces Adie miró de nuevo a Richard—. ¿Conoce el mago el secreto que le ocultáis? No. ¿Conocéis vosotros el secreto que él os oculta? No. Sois tres ciegos. Mmmm. Digo que veo mejor que cualquiera de vosotros. Richard se preguntó qué le estaría ocultando Zedd. Enarcó una ceja y preguntó a Adie: —¿Y cuál de estos secretos conoces tú, Adie? —Sólo el suyo —contestó la anciana señalando a Kahlan. Richard se sintió aliviado pero trató de que su rostro permaneciera impasible. Había estado al borde del pánico. —Todo el mundo tiene secretos, amiga mía, y tiene derecho a guardarlos cuando es necesario. —Muy cierto, Richard Cypher. —La sonrisa de Adie se hizo más amplia. —Y ahora, ¿qué hay de esos dos? —¿Sabes tú cómo curarlos? —preguntó ella. —No. Si lo supiera ya lo habría hecho. —Tu impaciencia es perdonable; haces bien en temer por la vida de tus amigos. No te guardo rencor por preocuparte por ellos. Pero tranquilízate, los ayudo desde el momento que entran en esta casa. —¿De veras? —Richard parecía confuso. Adie asintió. —Los atacan por bestias del inframundo. Cuesta despertarse. Días. Cuántos, no puedo decirlo. Pero están secos. Si no tienen agua suficiente mueren, por lo que es preciso despertarlos de vez en cuando para 140


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