La cuadruple raíz del principio de razón suficiente

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inteligencia, y la mandaremos á paseo.» «¿Y la verdadera, la auténtica inteligencia?» «¡Qué nos importa a nosotros la verdadera inteligencia! Te ríes con incredulidad. ¡Ah! Nosotros conocemos a nuestro público y las harum horum54 que tenemos delante en esos bancos. Ya dijo Bacón de Verulamio: «En las Universidades aprenden los jóvenes a creer». Por tanto, pueden esperar de nosotros correctas enseñanzas. Tenemos buena provisión de artículos de fe. Si te invadiese el desaliento, no tienes sino pensar en una cosa: que los alemanes hemos hecho lo que nadie hubiera sido capaz de hacer, esto es, saludar como a un gran espíritu y a un profundo pensador a un filosofastro ignorante, vacio, forjador de desatinos, que ha destruido los cerebros para siempre con un cúmulo de huecos sofismas (hablo de nuestro querido Hegel), y no sólo hemos podido hacer esto impune y desvergonzadamente, sino que lo hemos creído, lo estamos creyendo, desde hace treinta años hasta el día de hoy. Así, a pesar de Kant y de su crítica, con tu ayuda, hemos poseído lo Absoluto; así nos hemos salvado. Luego, por medio de deducciones obtenidas por diversas artes, y que sólo tendrán de común su atormentador aburrimiento, extraeremos de este Absoluto el mundo, al que llamaremos lo finito, y a aquél, lo infinito— lo que introduce una amena variación en esta logomaquia—, y hablaremos constantemente sólo de Dios, explicando el porqué, cómo y de dónde; por qué proceso libre, o necesario, ha hecho el mundo, o le ha creado; si está dentro o fuera de él, etc., etc., como si la filosofía fuera teología y tratase de explicar, no el mundo, sino Dios.» Por tanto, la prueba cosmológica que nos ha valido este apóstrofe, y con la cual nos las tenemos que haber, consiste propiamente en la afirmación de que el principio de razón suficiente del devenir, o ley de causalidad, conduce necesariamente a una idea que la suprime y la anula. Pues a la causa prima (absoluto) se llega subiendo de la consecuencia al principio, al través de una larga serie; pero detenernos en la causa prima, es imposible, sin anular el principio de razón. Después de haber aquí reducido a la nada la prueba cosmológica, como en el segundo capitulo la ontológica, el lector querrá ver refutada también la prueba físico-teológica, que se presenta con alguna mayor apariencia que las otras. Pero no es este el lugar de hacerlo, pues su contenido corresponde a otra parte de la filosofía. Así, pues, remito al lector que se interese por estas cuestiones: primero, a Kant, tanto en su Crítica de la razón pura, como ex professo a la Crítica del juicio; y para completar su doctrina, puramente negativa, a mis resultados positivos, en La voluntad en la Naturaleza, ese libro pequeño en volumen, pero rico en contenido e importancia. El lector que no se interese por estos asuntos, puede transmitir este y todos mis escritos, intactos, a sus nietos. Poco me importa, pues yo no escribo para una generación, sino para muchas.

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