Leger 01

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5 Pasaba la media noche... la hora en la que todo mortal en el castillo Leger hacía rato que se había metido en la cama. Sin embargo, Anatole St. Leger a menudo se preguntaba a cuál de las dos existencias pertenecía: si a la del mundo de los hombres normales o al de las sombras inquietas de sus antepasados. Y esa noche se sentía más como uno de aquellos espíritus desasosegados, perseguido hasta su dormitorio. Estaba ante las ventanas oscurecidas por la noche, tiró del escote de la camisa medio abierta, luchando con el impulso de ir a consultar de nuevo al maldito cristal. Luchando contra el impulso más profundo de un varón St. Leger que había esperado a su novia demasiado tiempo. Ahora ella ya estaba allí y no parecía tan importante que no fuera la mujer que él había deseado. No a las dos y cuarto de la noche en el reloj de la pared marcando los minutos de tal manera que hacía volver loco a un hombre, con las velas consumiéndose, con la noche presionando contra el paño de las ventanas como si el amanecer nunca fuera a llegar. No con su sangre latiendo tan ardiente en sus venas. Anatole ahogó un gemido. Otra noche oscura sin luna. Otra noche oscura de desesperación, de soledad insoportable y de deseos tan poderosos que harían que un hombre se derrumbase. Otra noche infernal de insomnio. Se pasó las manos por los cabellos. No necesitaba buscar más visiones en el cristal para conocer su futuro. Aquella mujer endemoniada ya había empezado a destrozarlo. Oía los poderosos latidos de su corazón, cómo se incrementaba el ritmo de su respiración, y... el infernal tictac de ese reloj. Se dio la vuelta y, con una mirada, arrancó la delicada pieza de la pared y la levantó unos centímetros en el aire. Algo le detuvo justo antes de echar el reloj contra el fuego de la chimenea y, en cambio, lo lanzó sobre su grueso colchón de plumas. Por fortuna el tictac cesó. Mareado con el dolor que el pequeño acceso de genio le había provocado, Anatole se apoyó en el poste de la cama, maldiciendo su locura. Cuando se le aclaró la mente, sus ojos recorrieron el aposento. Las velas del candelabro de plata sobre el buró emitían un suave brillo sobre las colgaderas de la cama, expandiendo dedos de luz hacia la puerta oculta entre las sombras. Aquella puerta conectaba con la habitación en la que ella dormía. Madeline se había retirado muy pronto, con la excusa de que estaba exhausta. ¿Retirado? «Encerrado» sería la palabra. Se había encerrado para huir de él. Madeline... Su novia perfecta según le había dicho Fitzleger, todo lo que Anatole podría desear en una mujer. Todo lo que le causaba horror, pensó Anatole con amargura. Hermosa y frágil, temerosa de él. y Anatole ni siquiera le había contado la verdad completa acerca de él. Era demasiado cobarde para hacerlo. Siguió contemplando la puerta en un silencio absorto intentando ir más allá de la barrera, sentir los movimientos de Madeline como no podía hacerlo con ningún otro habitante del castillo Leger. Pero era inútil. Aunque utilizara toda la fuerza de su poder, Madeline continuaría eludiéndolo. Ella estaba fuera de su alcance, tan misteriosa e insondable como la noche que oscurecía sus ventanas. Anatole lanzó un suspiro de frustración y de confusa derrota. ¡Demonios de mujer! Si hubiera sido la verdadera novia que aseguraba Fitzleger, seguramente Anatole habría reconocido su respiración, los latidos de su corazón aunque hubiera estado a varias leguas de distancia. En cambio, no fue capaz de reconocer su presencia aunque estaba delante de sus narices. Y esa era la mujer a la que se suponía tenía que enfrentarse a la mañana siguiente para ofrecerle el más sagrado de los votos que podía dar un St. Leger. La prenda de su corazón y de su alma, no sólo para esta vida sino también para la siguiente. — Maldito seas, Buscador de novias — murmuró Anatole— . Tuviste que encontrarla a ella. Fue más un ruego que una maldición, porque si el anciano estaba equivocado... Anatole apenas se atrevió a pensar en las consecuencias, la agonía de una eternidad atado a la mujer equivocada, que no le atraía en absoluto.


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