Conectate - Julio de 2011

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En su búsqueda de satisfacción y felicidad, distintas personas toman caminos disímiles. El hecho de que no hayan tomado el mismo que tú no quiere decir que se hayan perdido. H. Jackson Brown, Jr.

explicó en términos sencillos que algunas de sus neuronas enviaban señales falsas. Eso estuvo muy acertado, pues de ese modo le echó la culpa a la enfermedad en vez de echársela a Quentin. En una conferencia sobre salud mental a la que asistí, uno de los ponentes recomendó: —No digan: «Es esquizofrénico», sino: «Padece esquizofrenia». De la misma manera, aunque yo tengo múltiples dolencias, preferiría que no se me caracterizara por ellas. No quiero que se me conozca como la enferma. Ese enfoque cambia no solo los términos que usamos, sino también nuestra actitud. ¿Podemos separar a la persona de la circunstancia que la afecta, cualquiera que sea, una enfermedad mental, una adicción a las drogas, la pobreza o un trastorno físico? ¿Es posible descubrir el ser que hay en el interior y tratarlo con respeto? Cuando no hacemos caso de las apariencias ni de nuestros

prejuicios tenemos oportunidad de hallar algo bueno y hasta hermoso debajo de un exterior áspero o poco atractivo. Cuando mi esposo y yo comenzamos a trabajar de voluntarios en un centro de acogida, mis ideas preconcebidas se hicieron humo al enterarme de la causa por la que tal madre soltera o tal anciano estaban allí. En muchos casos, una confluencia de acontecimientos desafortunados —que le pueden suceder a cualquiera— los habían dejado sin un lugar donde vivir y nadie a quien recurrir. Cuando le pregunté a un hombre lo que hacía anteriormente, me dijo: «Cuando era una persona, era auditor». Había estado a cargo de un departamento de auditores del Estado antes que una depresión le costara su trabajo y, a la larga, todo lo que tenía. Después de recibir tratamiento en el albergue, consiguió empleo, y ahora vive en su propia casa.

El personal del centro trata con cortesía a los que allí residen y los llama «señor —o señora, o señorita— Tal y Cual». Al mostrar respeto, conferimos dignidad. La dignidad ayuda a las personas a verse a sí mismas de forma más positiva, lo que genera esperanza. La esperanza anima a hacer nuevos intentos. Así, el respeto que manifestamos puede ayudar a una persona a comenzar una nueva vida. Resultó que las graves alucinaciones que sufría Quentin eran consecuencia de la medicación que le daban; cuando se redujo la dosis, dejó de ver tantas cosas extrañas a su alrededor. Todavía se comporta de una manera rara de vez en cuando, pero en el hogar de ancianos lo comprenden y lo aceptan, y él es feliz. Cary n Phillips tr abaja como voluntar ia con indigentes y otros marginados sociales en los EE .UU. ■ 9


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