México a 100 años de su Revolución

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la construcción de prácticas que posibiliten el tratamiento democrático de la cultura asumiéndola como un sistema de significación que permita a todos los sujetos redescubrir el mundo y apropiarse de él12.

Al ser considerada como una dimensión esencialmente

humana, la cultura comparte la misma naturaleza “bifacética” que Echeverría le atribuye al ser social: tiene un carácter práctico y uno semiótico. Por lo tanto, cualquier materialización de la cultura será el producto de la síntesis de un proceso operativo y de proyección del sujeto. Esto hace que la producción cultural de una sociedad sea un elemento central en sus procesos imaginativos, ya que es precisamente a través de ésta que el sujeto político es capaz de potenciar la proyección y la materialización de escenarios posibles y de cambio social13. Por lo tanto, cualquier reflexión en torno a la política cultural y la producción cultural, deberá de reconocer el valor de uso de la cultura, es decir, pensarla no sólo como un elemento identitario o como un factor de desarrollo económico, sino como una dimensión constitutiva y autocrítica de la reproducción humana a través de la cual un grupo determinado inventa y reinventa las posibilidades de su arrieros somos y en el camino andamos…

singularidad concreta. Si se piensan tanto la cultura como la igualdad en el contexto democrático aquí planteado entonces se reconocerá por qué estos elementos no sólo son positivos para la democracia, sino esenciales para su existencia.

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12. Laura Arce, Alteridad y participación: El Binomio Indispensable para construir una cultura de paz. 13. Gilbert Durand, Las estructuras antroplógicas de lo imaginario, Fondo de Cultura Económica, México, 2005.


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