Almeida Jiménez Pedro

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Escritores Siglo XIX

Pedro Almeida Jiménez

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Secretaría de la Cultura y las Artes Departamento de Fomento Literario y Promoción Editorial


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• Biografía •

Pedro Almeida Jiménez Poeta y político. Nació y falleció en Mérida (1774-1838). Participó en 1821 en los acontecimientos de la Independencia de Yucatán y por manifestarse abiertamente liberal, fue víctima de persecuciones y prisión. Fue diputado del Congreso Constituyente que promulgó la primera Constitución del Estado Libre y Soberano de Yucatán el 6 de Abril de 1825 y ocupó cargos dentro de la política regional. Como escritor es autor del libro Un mejicano. El pecado de Adán. Doce jornadas en doce cantos, con notas alusivas a los sucesos de la Independencia mexicana en general y relativamente a la provincia de Yucatán. Según el crítico Rubén Reyes Ramírez, la obra expresa el sentido alegórico y moralizante que le dio a su producción poética. En ella el autor describe enfermedades, tipos raciales, árboles, frutos, animales, lugares, costumbres, juegos, paisajes y hasta el cometa Halley, visible en Mérida en 1835.1

1 Diccionario de escritores de Yucatán. Roldán Peniche Barrera. Gaspar Gómez Chacón. Ed. por Instituto de Cultura de Yucatán junto a la Cámara de Diputados, LVIII Legislatura. 2003. P. 25.


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• Obra(s) • UN MEJICANO. EL PECADO DE ADÁN. DOCE JORNADAS EN DOCE CANTOS. Ed. Lorenzo Seguí, Mérida, 1838. Jornada undécima Su persecución (fragmento) Era, donde no vende en alegría La mas hermosa noche, el claro día, Donde Diana de Febo en Diana se retrata. Y mira de hito en hito, dó se apea, Y donde no le pesa que él la vea Para esmaltar sus huellas con que argenta De este astro el hemisferio que regenta: Era, y entre dos luces, digo que era El globo en que giramos de la tierra, Cuando absorto me dí por despedido De aquel sito de Edén favorecido; Y al cabo de algún rato, recobrado, Vuelto dije, entre mí: (maravillado De verde alrededor en mi retorno Todo lo bello que deje su contorno, Y en el mismo lugar de dó partiera Rigiendo, con placer, mi antigua tierra.) Torné, torné en mi patria á ser patricio, A merced del augusto sacrificio De haber cruzado, sin temor ni espanto Por un caos de desdichas, luto y llanto, Patria, primera luz primer abrigo De mi primer amor, primer amigo,


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Cuna de mi inocencia… ¡oh primavera, De mi infancia, oh mi infancia lisonjera, Símbolo de las gracias!... Patria amable, A ti vuelvo, articula, si te es dable, Y dime ¿por qué? dí, para mi fuiste Rastro de claridad, que cuando existes Como una débil luz vista de lejos, Vienes trayendo en pos, tristes reflejos. Y tu mi alegre infancia emuladora Del más íntimo olvido, esguazadora De las aguas del Lethe, cuya historia Amena, mas que el sueño, á mi memoria Me llena de ilusión la fantasía, Presta olvido á mis ansias. Patria mia, Colócame en tu seno, y á tu lado Un olvido total del pasado; Dó himnos de mi recibe, agradecido De un destierro en que te hube conocido, El secreto de amarte he descubierto, Oye lo que me dicta este secreto: Me sentí de tu cielo enamorado Cuando sufrí de tí estar privado; Privación pues, del bien es un escribo, Conocimiento de él, comparativo, El otro de los dos, ni uno es primero: Cierto soy, que de cuanto considero; Solo apetezco el bien que he conocido, Y solo el bien conozco que he perdido. Privación, pues, que ilustra la importancia Del bien, que precipita la ignorancia, Es la de acertar traza la ciencia, Que ministra en su alcanzar la experiencia. Baño de privación hace sabrosas, Y adapta al paladar todas las cosas; Por su númen divino siempre es bueno, El mal fruto del cercado ajeno; Porque, sin privación, que el bien alterne,


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No es bien la posesión, ni el bien perenne Lo es, por su veleidad, del apetito; Constante saciedad causa ahito: El rico de harto pía, y el cortesano Las míseras envidia de un aldeano. Sea, pues, la privación grande inventora De bienes de esta vida que mejora, De esta vida, que en la otra es de otra suerte Razón es inmortal, pese á la muerte Soy el que había de ser, y el que habré sido Vuelto á la eternidad, pese al olvido; Allá, no hay privación, actual contento Y futuro y pasado, es del momento. Mas, á pesar de congrua alternativa, Si privación no es bien cuanto me priva, No quiero privación, patria hechicera, ¡Fuera la privacion! … Al decir, fuera He aquí una ecsalación, una centella Viene á estivar de Diana su luz bella, Y llama mi atención al firmamento, Donde miro brillar de ciento en ciento, Por su bóveda inmensa repartidas Luces, hachas y antorchas encendidas, Que al derredor de mí van alumbrando. Patrias ¡oh Clío! A Urania contemplando Absorta de un cometa el movimiento, Con noble singular atrevimiento, Hurtó la admiración el astrolabio, Y de Hércules, á Ofioco, en sagitario, Pierde de vista el astro, ángulo recto Con Vega y Famalor, casi perfecto; Y de allá acá, en la efusión de Aguario Desde el Pez, á la Lira, el Cuervo, al Pabo, Del Triángulo, al Pagaso, á Trion, Perseo, Del Austro al Aquilón, vagar la veo Hasta donde la amable Cinosura, El rumbo le corrije, hora y altura;


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Con que osada revuelve al firmamento: Y, hasta dó cada siglo es un momento, Donde por la distancia más remota, Casa astro luminoso es una gota, Y esferas, por estremo desmedidas, Masas rojas ascuazas de encendidas, Por diferentes zonas van corriendo, Círculos encumbrados describiendo Disformes, en volubles giraciones: Salvando las demás constelaciones, Del septentrión allana el vasto imperio, Y se pierde en las cimas del Etéreo. ¡Salve, divina Urania, no mas vuelos, Tu sirvienta admiración que queda en los cielos! Yo vuelvo á mi elemento, que me espera Con los verdores de mi edad primera A girar iba el pensamiento relevando, Distraido á todas partes contemplando, Arrebatando á saz de la elocuencia Con que el Supremo Ser de su potencia, Me habla desde el silencio más profundo, Que impone la grandeza de este mundo, Cuando á fuerza exclamé indeliberado: ¡Divino pensamiento! Si te es dado, Ser nuncio celestial de un Ser Supremo Esencialmente trino y uno eterno, Condúceme á ofrecerle mis anhelos, Más allá de este globo, de esos cielos, De esos mundos, del centro de ese abismo, Cuya circunferencia; sino el mismo, ¿Cuál otro puede ser, que por su esencia Es Dios, inmensidad, Omnipotencia!!!…1

1 Selección extraída de La voz ante el espejo. Rubén Reyes Ramírez, Ed. por el Instituto de Cultura de Yucatán. 1998. P. 40, 41, 42 y 43.


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• Crítica Literaria • Un mejicano, El pecado de Adán, es un libro escrito en verso y estructurado en doce jornadas o cantos, a lo largo de los que el personaje principal –Pedro Jiménez– relata mediante monólogos y diálogos, las vivencias y peripecias de su propio proceso educativo y de emancipación. Desde una perspectiva en la que era aún prevalente el carácter alegórico, la visión culturalmente mestiza sobre el proyecto de sociedad que el autor intentaba contribuir a esclarecer, así como las tensiones y conflictos latentes en el tejido social y en su propia óptica, se desagregan en una triple vertiente de significado que permea la estructura de la obra: su emancipación individual, que da lugar al desenvolvimiento anecdótico de la trama; el gran trayecto bíblico del hombre, que de su expulsión del paraíso se ve arrastrado a la herencia del pecado; y el sendero estacional de la nación mexicana que peregrina primero desde “Aztlán” en busca del asiento de su imperio y después, desde el que pareciera considerar como opresivo interregno colonial, en pos de su destino como sociedad independiente. En un viaje circular que arranca y culmina en su hogar, abandonado por el deseo de liberarse del autoritarismo paterno, el protagonista (el joven Pedro Jiménez) se ve conducido por una dantesca visita al averno y al paraíso, para templar su espíritu. A lo largo de sus correrías y sobre todo en el panteón que se devela ante sus ojos, se aprecia la hibridez de su visión, al parecer entreverados personajes de la mitología grecorromana con próceres precolombinos y de la gesta insurgente de México y de la historia regional, junto con profetas del Antiguo Testamento y mártires de los albores del cristianismo. En el primer canto “Sus principios” Pedro, el protagonista nos dice: De dos leyes opuestas la inconstancia Que pesan sobre mí desde mi infancia: Mi ser y mi deber, la historia canto.


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Pecó y pequé en Adán; pero, entretanto Lloró, y lloré en Adán arrepentido Si perdonando Adán, yo no le he sido ¿Por qué delito en mí ¡Faltas ingratas! Todo es contradicción, todas son faltas ¿Pena de proscripción el que no llora? …

Y, di ¡oh musa! Esa ley de la obediencia Cuál puso desde Adán en competencia Mi “ser” con mi “deber”, ¿cómo he perdido La gracia, que en Adán no he merecido, Con la inmortalidad? Habiendo asumido la responsabilidad de educarle para la vida, un recuero ofrece al joven en el camino, enseñanzas y consejos sobre los misterios de las ciudades antiguas –Uxmal y Chichén Itzá–, y lo invita a entrar al pozo y las cavernas prohibidas de Maní, para templar el espíritu.

Tras un turbión repentino, Pedro se ve a oscuras, en manos de los seres de la gruta: enjuiciado por profano, es absuelto y le es concedida la luz; no obstante es sometido a grandes y duras pruebas. Conducido en tres viajes (por cielo, mar y tierra) la primera parte de su incursión culmina con la dantesca visita a los abismos del infierno, afrontando a su paso visiones y acechanzas. Guiado hasta los linderos del paraíso, Pedro se interna en él. Allí es bienvenido y recibe las orientaciones de Enoc y Elías, con quienes discute sus preocupaciones religiosas y políticas, especialmente el dilema entre monarquía o república. De vuelta en su patria finalmente, habiendo transcurrido unos veinte años terrenales, se encuentra con el obispo José María Guerra, condenado al destierro, quien lo espera en su ermita. En este sitio es sorprendido y arrestado por las fuerzas del gobierno. En prisión, se le


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presenta un personaje que le ofrece ayudarlo a fugarse y disponerse como sirviente suyo, y a quien Pedro identifica como el mismo arriero de su partida. Descubierto, el misterioso personaje se devela ante el prisionero, como un genio del mal que lo había acompañado a través del averno. Seducido por la posibilidad de la libertad y del poder, Pedro consiente aduciendo que el mismo dios no había temido valerse de las fuerzas del mal para alcanzar el equilibrio en el orden del universo. Con ello Pedro es despertado fuera de la cárcel y emprende un nuevo viaje con el genio–transfigurado ya en asno, ya en ballena- al término del cual retorna finalmente a su hogar. La penúltima jornada “Su persecución” contiene el elogio de su retorno a la patria.1

1 Op. Cit. La voz ante el espejo, P. 37,38 y 39.


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