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LA AVENTURA DE UN JESUITA PEDRO ARRUPE

1- Pedro Arrupe nace el 14 de noviembre en Bilbao, en el “Casco Viejo”, como se llama hoy a la parte antigua de la villa. Vasco, por tanto, como Ignacio de Loiola. Estudió en el colegio de los Escolapios de Bilbao, pero en 1918 ingresó en la Congregación Mariana de S. Estanislao de Kostka, (“los Kostkas”), dirigida por el P. Basterra, el primer jesuita que conoció, y que influyó mucho en la posterior vocación de Arrupe a la Compañía de Jesús.

2- En 1923 comienza el primer curso de Medicina en la Facultad de San Carlos de Madrid. Obtiene unas notas extraordinarias: sobresaliente o matrícula de honor en casi todas las asignaturas. Severo Ochoa, que llegaría a ser premio Nobel y que entonces era compañero de Arrupe, confesaría más tarde: “Pedro me quitó aquel año el Premio Extraordinario de la Facultad”.


3- El 25 de enero de 1927 ingresa en la Compañía de Jesús, en el noviciado de Loiola. El doctor Negrín, futuro presidente de Gobierno de la República y uno de sus profesores en la Facultad de Medicina, hizo lo posible por no perder a un alumno tan brillante. Más tarde, iría a Loiola a visitar a Pedro: “A pesar de todo, me caes muy simpático”, le dijo.

4- Poco después de haber comenzado sus estudios de Filosofía en el monasterio de Oña (Burgos), llega el decreto de disolución de la Compañía de Jesús en España. Era el año 1932. Arrupe parte al destierro con sus compañeros y profesores a Marneffe (Bélgica) y a Valkeriburg (Holanda). En la vecina Alemania surgía ya la fatídica sombra de Hitler y el nazismo. “Para mí”, diría más tarde Arrupe, “el encuentro con la mentalidad nazi supuso un tremendo shock cultural”.


5- El 30 de julio de 1936 es ordenado sacerdote en Marneffe, y en septiembre se traslada a los Estados Unidos para realizar estudios de moral médica. Allí trabaja en las cárceles americanas tomando contacto con el dolor y la miseria humana. Estando en Cleveland (EE.UU.), recibe una carta del Padre General en la que se le envía a la misión de Japón, destino que él había solicitado a sus superiores en varias ocasiones. El 30 de septiembre de 1938 embarca en Seattle rumbo a Yokohama.

6- En junio de 1940 es destinado a la parroquia de Yamaguchi, tan llena de recuerdos de San Francisco de Javier. Arrupe se dedica de lleno a asimilar la cultura y la espiritualidad japonesa. Se abre a la universalidad desde la inculturación. Pero Japón entra en la II Guerra Mundial en 1941. Tres policías japoneses registran la parroquia y Arrupe es encarcelado, acusado de espía. Permanece un mes entero en la cárcel.


7- El 6 de agosto de 1945, siendo Maestro de Novicios en Nagatsuka, cerca de Hiroshima, a las ocho de la mañana, Arrupe es testigo de la explosión de la bomba atómica.

8-Inmediatamente, convierte el noviciado en un hospital de emergencia. Más de ciento cincuenta personas, abrasadas por la radiación, son atendidas por una comunidad que apenas cuenta con medios y elementos para ello. Sus conocimientos de medicina resultan muy útiles en esos momentos. Más tarde, Arrupe escribiría un libro sobre esta experiencia: “Yo viví la bomba atómica”.


9- En 1965 es elegido General de la Compañía de Jesús. Fue el 22 de mayo. La Iglesia entera, recién terminado el Concilio Vaticano II, entraba en un tiempo lleno de ilusión y de tensiones. Arrupe, lleno de valor, de visión de futuro y, sobre todo, de una inquebrantable fe en Dios, tuvo que sufrir a menudo la incomprensión de muchos (incluso, a veces, de las más altas instancias de la Iglesia), pero marcó unos derroteros que hoy ya son imborrables para la Compañía de Jesús, la vida religiosa, la Iglesia y la sociedad.

10- El 2 de diciembre de 1974, con una visión realmente profética sobre el presente y el futuro de la Compañía de Jesús y de la Humanidad, Arrupe convoca la Congregación General 32. Supondrá un hito fundamental en la historia de los jesuitas, sobre todo por el acento que pondrán en que el anuncio del Evangelio, la proclamación de la fe en Dios, debe ir insoslayablemente unida a la lucha infatigable para abolir todas las injusticias que pesan sobre la humanidad.


11- Arrupe veía con claridad las necesidades de un mundo que conocía ampliamente, sobre todo en sus miserias: la injusticia y la falta de fe. Era urgente inculturar el Evangelio en todos los pueblos, en todas las culturas, así como luchar sin descanso por un mundo más humano y más justo. Adaptación, actualización y renovación serán para él palabras clave. Y al mismo tiempo, fidelidad a los orígenes de la Compañía de Jesús y a su fundador, Ignacio de Loyola.

12- La fuerza y la luminosa creatividad de Arrupe nacían de su absoluta disponibilidad para Dios y de su cotidiana e incansable oración. Una oración que realizaba en la que él llamaba “su catedral”: una pequeña capilla, cerca de su despacho. Y rezaba de rodillas, en la misma postura en la que aprendió a rezar en sus años en Japón: “Señor, que yo pueda sentir con tus sentimientos, los sentimientos de tu Corazón, con que amabas al Padre y a los hombres y mujeres…”.


13- El 7 de agosto de 1981, en Roma, a su vuelta de Oriente, donde había ido a visitar a los jesuitas de aquella parte del mundo, sufre una trombosis cerebral en el coche que le llevaba del aeropuerto a la ciudad. Esta trombosis le deja incapacitado del lado derecho de su cuerpo. Al día siguiente le administran el sacramento de los enfermos. El Papa interviene en la Compañía y nombra un delegado personal, el P. Dezza, para sustituir a Arrupe. Arrupe y, con él, toda la Compañía, reaccionaron con dolor pero con obediencia total a la decisión del Papa.

14- El 3 de septiembre, reunida por fin la Congregación General, el P. Arrupe presenta su renuncia al cargo ante todos los congregados: “Ahora más que nunca me siento en las manos de Dios. Eso es lo que he deseado toda mi vida, desde joven. Y eso es lo único que sigo queriendo ahora. Pero con una diferencia: hoy toda la iniciativa la tiene el Señor. Les aseguro que saberme y sentirme totalmente en sus manos es una profunda experiencia”.


15- Después de casi diez años de dolorosa inactividad y de ofrenda física y espiritual por la Compañía, la Iglesia y la Humanidad, el 5 de febrero de 1991 el P. Arrupe entregó su alma a Dios en la casa generalicia de los jesuitas en Roma. Días antes, ya en su agonía, le había visitado Juan Pablo II, quien expresaba después su pésame a la Compañía de Jesús, “que le recuerda como un dechado de santidad en el servicio misionero y el testimonio de fe y celo por la Iglesia”.


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