El león y la serpiente

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El primer fic “serio” que escribí, en realidad nunca llegué a terminarlo. Eso sí, si os animáis a leerlo veréis que acaba, que el final sí está escrito: son algunos capítulos intermedios los que le faltan. He intentado contar la historia entera a base de acotaciones para que resulte comprensible. Espero que seáis indulgentes: fue lo primero que escribí después de “Larry Motter”, y lo primero que escribí partiendo de cero (es decir, sin una estructura tomada de otro libro, como ocurrió con “Larry”, que sigue punto por punto la estructura de “Harry Potter y el prisionero de Azkaban”. Se nota que todavía era muy novata en esto de escribir, pero tiene cositas curiosas ;) Narra los orígenes de Hogwarts, centrándose en el personaje de Godric Gryffindor.

— CAPÍTULO 1— Sangre noble

Era una soleada mañana de primavera. El color verde que cubría el valle casi hacía daño en los ojos bajo la brillante luz del sol, más aún después de varios meses de lluvias casi contínuas. Los árboles, las flores, la hierba, la infinidad de matices del color verde se mezclaban armoniosamente con el blanco de las margaritas y el rojo de las amapolas, creando una alfombra salpicada de motitas de color y de humedad tras el rocío de la madrugada. El valle parecía recién lavado, recién creado incluso. Un valle en el que nada destacaba ni por feo ni por hermoso: las casitas de adobe y madera habían adquirido hacía siglos el mismo tono rojizo de la tierra, al igual que las vetustas piedras del castillo, que no 1


se elevaba sobre una colina, sino que abrazaba cariñosamente las moradas de la gente del pueblo y compartía con ellas el mismo espacio. Lo único que se alejaba un poco del conglomerado de viviendas era una pequeña iglesia de piedra, construída en imitación de las iglesias más grandes que llenaban toda Bretaña: con líneas rectas y pocas curvas, tres pequeñas naves y una torrecilla que, desde el centro del crucero, intentaba tímidamente acercarse a Dios. Las gentes del valle vivían a semejanza de sus casas: todos unidos, ricos con menos afortunados, nobles con menos nobles, una sangre mezclada con la otra y todos orgullosos de sentirse integrantes de una comunidad. En el valle no había persecuciones, no había envidias, no había odio, ni rencor. No se detestaban unos a los otros por motivos de sangre, y nadie les perseguía por no entender lo que eran. El valle ni siquiera tenía un nombre, quizá para no disgustar a nadie eligiendo una u otra denominación. Un muchacho caminaba por la calle de tierra apisonada, maravillándose ante el conocido paisaje, embelesado con el trino de los pájaros. Era un chico alto, bastante para su edad, y precisamente su edad se descubría al ver que su altura no se correspondía con la anchura de sus hombros. Su risa fácil, los brillantes ojos azules y el cabello negro despeinado por el viento desmentían la primera impresión que producía, y al ver las chispas doradas que aparecían en sus pupilas ante cualquier saludo nadie podía decir que el muchacho tuviera más de quince años. El chico siguió caminando por la calle, deteniéndose ante cada puerta a saludar a quienquiera que estuviese dentro de las casas. Por los efusivos saludos que recibía, era evidente que se trataba de alguien muy querido en una tierra en la que todo el mundo era querido. Quizá el amor que despertaba entre sus vecinos se debiera no sólo a su risa, o a su hermosura, o a la valentía que ya en ocasiones había demostrado ante cualquier amenaza 2


imaginaria contra la que hubiese luchado de niño; tampoco se debía al amor incondicional que profesaba por todos los habitantes del valle. Quizá se debiera a que todas esas características se daban en una sola persona, y era una persona, además, que si no lo era ahora indudablemente en pocos años sería la más poderosa del valle. El muchacho era un noble, un noble de la más alta estirpe, primo del mismo rey. Vivía en el gran castillo de piedra, con su padre y su hermana menor, y pese a la sencillez de sus vidas recibían a menudo visitas tan encumbradas como inesperadas, de personas que, a pesar de sus lujosas galas y sus modales cortesanos, se inclinaban respetuosamente ante los tres miembros de la familia del castillo y les suplicaban que les recibieran en su casa. El nombre del muchacho era Godric Gryffindor. Godric era, a primera vista, un chico feliz. En cada rasgo de su rostro, que apenas había endurecido el paso de la niñez a la pubertad, se veía la risa y la alegría. Y eso acentuaba aún más el cariño de sus vecinos, ya que Godric no había tenido una infancia excesivamente feliz, porque la temprana muerte de su madre le había dolido tanto que los habitantes del valle aún lloraban al recordar la tristeza del niño, y el asesinato de su hermano mayor había marcado en él el fin de su niñez. Hacía apenas tres años que Gerard Gryffindor había caído, solo, en un bosque cercano a Londres. Pero antes de morir se había llevado consigo a cinco de sus asaltantes. Un héroe, había dicho su padre. Un gran mago, con tan sólo veinte años había vencido a cinco poderosos hechiceros armado tan sólo con su varita. Un gran ejemplo. Ahora toda la responsabilidad de un noble de sangre real recaía sobre Godric. En muchas ocasiones su padre había intentado, durante las largas horas en las que le transmitía sus conocimientos, inculcarle también lo que significaba su apellido, su sangre. Godric había replicado también muchas veces que no creía que fuese la sangre lo que hacía 3


noble a una persona, sino los actos que llevase a cabo. — Si bien tengo que estar de acuerdo contigo, hijo mío — decía su padre en tales ocasiones —, debo recordarte que las cosas no son así en nuestro mundo. La nobleza se destila de las acciones, es cierto, pero nosotros somos nobles de sangre. Eso significa que no sólo debes comportarte de acuerdo a tu nobleza natural, sino también de acuerdo con la nobleza que tienes como herencia. Y eso implica seguir las leyes escritas y tácitas según las cuales debes comportarte. No es que a su padre le disgustase que Godric se comportara como un habitante más del valle; de hecho, cada vez que lo observaba el orgullo paternal se le marcaba en cada arruga de su rostro. Sin embargo, Galahad Gryffindor tenía miedo de que su hijo saliese algún día del valle y descubriera que la vida no era como la que él conocía entre sus adoradas montañas. La noche anterior su padre se había comportado de una forma muy extraña. Galahad siempre había sido un anciano bondadoso, fuerte y de gran voluntad pero amable y cariñoso con todos sus vecinos. Sin embargo, cuando Godric había suplicado aquel favor Galahad ni siquiera había contestado. Godric aún se sentía desconcertado por la conversación que había mantenido horas después con su padre. Galahad había subido a su habitación muy pasada la medianoche, algo que jamás había hecho, y le había confesado una verdad que a Godric aún le costaba asimilar. El muchacho había pedido a su padre aquella noche que permitiese que Rowena, una niña del pueblo, fuese todas las tardes al castillo a estudiar magia con él. Galahad era el maestro de Godric, al igual que el padre de Galahad, George, había sido el maestro de éste. Sin embargo, Rowena era huérfana. Vivía en casa de la anciana Rachel desde que su madre 4


había muerto, seis años antes. No quedaba nadie que la enseñase a utilizar los poderes con los que había nacido, puesto que Rachel no era lo que podía llamarse una gran maestra. Rowena no tenía familia, pero tenía a Godric. Y Godric quería que Rowena fuese educada. — No puedo enseñar a Rowena, Godric — había dicho su padre. Godric se había despertado completamente ante aquella frase. — ¿Por qué? — Simplemente no puedo. Godric se había incorporado en la cama y observado a su padre, aturdido. — Rowena es pequeña, pero tiene un gran poder... Lo he sentido, padre. ¿Querrías que ese poder se desperdiciase, o fuese utilizado de forma incorrecta? — No, no se trata de eso — había dicho Galahad, como si le costase pronunciar las palabras —. Es por esto que he estado hablándote tantas veces de la nobleza. No puedo enseñar a Rowena. — ¿Por qué, porque no es noble? Padre, has enseñado a Jonathan, has enseñado a Claudia, has enseñado a... — Rowena es distinta. — Rowena es una de las niñas más espabiladas que conozco, padre — dijo Godric con firmeza —. Jon no era capaz ni siquiera de coger bien la varita, ¿recuerdas?, y sin embargo le enseñaste con paciencia hasta que aprendió... — No puedo enseñar a Rowena — repitió Galahad. — ¡No lo entiendo! — se enfureció Godric —. ¿Ha hecho algo para disgustarte, o...? — Escucha, Godric — Galahad suspiró y se sentó a los pies de la cama de su hijo —. Ruth Ravenclaw era una gran mujer. Yo la conocía, sabes, vivía en Londres antes de 5


venir al valle con Rowena. No tengo ni tendré nada malo que decir nunca de ella. Pero... —¿Sí? — ...el padre de Rowena, John... Bueno, eso es otro cantar. — Ni siquiera lo conociste, padre, nunca vino aquí a vivir. — ¿Y nunca te has preguntado por qué no vino al valle con Ruth y Rowena? — No sé... — Godric se encogió de hombros —. Supuse que había muerto... — No, no está muerto — Galahad volvió a suspirar —. Vive en el norte, tengo entendido. — ¿Y por qué...? — Es un muggle, Godric. — ¿Un...? — Un muggle. Godric abrió mucho los ojos ante aquella revelación. En el valle jamás había visto un muggle. Bien, sabía lo que eran, por supuesto, sabía que los muggles eran gente no mágica (ni siquiera sabía cómo eran capaces de sobrevivir), pero jamás había visto a ninguno. El valle sólo lo poblaban los magos. Sin embargo, Godric se echó a reir. — ¿Y qué tiene de malo que su padre sea un muggle? — No es cosa de risa, Godric. — ¡Pero padre...! — Godric no podía dejar de reir —. ¡Rowena se libró de él mucho antes de ser lo suficientemente mayor siquiera para conocerlo! No puede ser que.. — No, no creo que Rowena tenga nada de muggle, Godric. — ¡Por el amor de Dios! ¡Incluso lleva el apellido de su madre! — Pero él sigue siendo su padre. 6


Godric miró a Galahad, desconcertado. — Padre... — Ella sigue siendo hija de un muggle. — ¿Y eso que importa? — dijo Godric enfadado —. ¡Rowena es poderosa, es inteligente, ha crecido entre magos! ¡Dudo siquiera que sepa que su padre... que su padre...! — Oh, lo sabe muy bien, que no te quepa duda — Galahad suspiró de nuevo —. Lo sabe tan bien que nunca ha pedido a nadie que le enseñe magia, pese a vivir rodeada de ella y saber que puede practicarla. — ¡Pero esto es... es ridículo! — gritó Godric —. ¡Rowena es una bruja, y debe aprender a controlar su poder! Galahad miró a su hijo, con lástima mezclada con un cierto orgullo. — Escúchame, Godric — Galahad se levantó y empezó a pasear por la habitación —. Eso es lo que he estado intentando enseñarte todos estos años. Los magos y los muggles no pueden convivir... — Eso ya lo sé, padre... — ¡Calla y escucha! Sabes perfectamente que los muggles no comprenden la magia. Sabes también que nos persiguen, y que intentan por todos los medios hacernos desaparecer. — ¡Como si pudieran...! — dijo Godric, riendo. — Esto es serio, Godric. Aunque no puedan hacer nada contra nosotros, nos odian. Más bien, nos temen. Por eso muchos magos odian también a los muggles... — Pero... ¿por qué odiar a alguien que tiene tan poco poder? — Godric seguía riendo —. No pueden dañarnos... — ¡No, pero sí pueden hacernos la vida imposible! — gritó Galahad —. La mayor 7


parte de los magos no quieren saber nada de los muggles. Nosotros mismos — hizo un gesto que abarcaba el castillo, el pueblo, el valle entero — nos hemos escondido de ellos con tanta seguridad que ninguno podría siquiera acercarse a este valle. Y la mayoría de los magos piensa que nuestra sangre nunca debe mezclarse con la de los muggles. Godric miró a su padre con la boca abierta. — ¿Mezclarse...? —¡Por eso Ruth Ravenclaw no pudo seguir viviendo en Londres, Godric! Porque la comunidad mágica la expulsó. Ella hizo lo que consideró mejor para Rowena... venir a vivir entre magos. Y este valle era la mejor opción. Aquí somos comprensivos. Aquí la acogimos. Y aquí le hemos dado un hogar a Rowena, aunque sea... aunque sea... — ...hija de un muggle — Godric terminó la frase por él —. Padre — continuó, con una mirada asqueada —, ¿puedes explicarme una cosa? — ¿Sí? — ¿Y de qué le sirve a Rowena que le hayamos dado un hogar — casi escupió la palabra —, si la tratamos como si fuese... como si tuviese...? — ¿La sangre sucia? — dijo suavemente Galahad. Godric abrió mucho los ojos. — ¿La sangre...? — Sí — Galahad se sentó de nuevo en la cama —. Sangre Sucia. Así es como los magos llaman a los que han nacido de un muggle. Godric tomó aire con dificultad. — Es... es... — Asqueroso. Lo sé, hijo — suspiró —. Pero nosotros no podemos hacer nada por cambiar las cosas. No puedo enseñar a Rowena porque es una... Sangre Sucia. 8


Godric se levantó y miró a su padre. Éste le devolvió la mirada con firmeza. — Entonces no eres diferente de los que inventaron ese término, padre — dijo Godric, asqueado —. No eres diferente de los que tratan a los muggles con desprecio. No eres diferente de... — ¡Claro que lo soy! — dijo Galahad, hirviendo de furia —. ¡Yo nunca he tratado a Rowena...! — ¡Lo estás haciendo ahora! — gritó Godric —. ¡Te niegas a enseñarla porque ha nacido de un muggle! ¡La miras con lástima, como si fuese digna de compasión, cuando deberías hacer lo posible porque la gente la viese como a una igual! — Godric... — ¿Así cómo vamos a cambiar nunca las cosas, padre? — medio chilló Godric —. ¿Quieres que los nacidos de muggle sean siempre unos marginados? ¿Que nunca aprendan magia? ¿Que, pese al poder que puedan tener, nunca sepan cómo controlarlo? — Confío — dijo Galahad con dificultad — en que un día las cosas sean diferentes. Quiero creer que alguien, algún día, querrá que magos y muggles convivan, y que no importará la sangre que corra por las venas de nadie, sino lo que haga y sea capaz de hacer. Pero por ahora... — ¡Me niego a aceptarlo! — rugió Godric —. ¡Si no quieres enseñar a Rowena, bien, lo haré yo mismo! Galahad miró fijamente a su hijo. — No puedes hacer eso, Godric — dijo tranquilamente. — ¿Por qué? — Porque eres el primo del rey. Godric se detuvo en mitad de la habitación, jadeando. Lentamente, se dio la vuelta y 9


miró a su padre. — No me importa la sangre que yo tenga, al igual que no me importa la sangre que tiene Rowena. Si mi primo no es capaz de ver que los nacidos de muggle forman parte de la comunidad mágica al igual que nosotros, entonces es que no merece ser el rey. Galahad se levantó. — Tu primo — dijo con un tono de voz suave y peligroso — es el rey por derecho de nacimiento. — Y te estoy diciendo — dijo Godric con el mismo tono de voz — que no me importa nada el nacimiento de la gente. Mi primo debería saber que no siempre el poder vendrá de la sangre, y que quizá algún día tenga que ser digno de ello para que le permitamos gobernarnos. Galahad cerró los ojos. — Estás loco. — No —. Godric posó las manos sobre los hombros de su padre —. Sólo actúo según mi concepto de nobleza, que, obviamente, no coincide con el tuyo. Galahad se soltó del abrazo de Godric, dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir de la habitación, se giró y buscó la mirada de su hijo. — Puede ser que, dentro de mí, esté de acuerdo contigo — dijo en un susurro —. Pero no puedo ponerme en contra del mundo —. Y cerró la puerta detrás de sí. Godric permaneció un rato mirando fijamente la lámina de madera. — Bueno, quizá yo sí pueda.

Godric siguió caminando por las calles de tierra, saludando alegremente a todos aquellos que se cruzaban en su camino. Sin embargo, por dentro no se sentía feliz en absoluto. La 10


conversación que había mantenido con su padre le había dejado un sabor amargo en la boca. La idílica imagen que tenía de su querido valle, de todo su mundo, se estaba desmoronando a su alrededor. Ahora comprendía por qué siempre había visto a Rowena un poco apartada del resto de la gente; eso le había extrañado, porque la niña era alegre y vivaracha, al menos con Godric. Claro que quizás sólo era un reflejo de la propia efervescencia de Godric... ¿Por qué los magos repudiaban de aquella forma a los nacidos de muggle? Era evidente que no podían vivir en paz con los muggles, pero una persona como Rowena, que había vivido toda su vida rodeada de magos, que era una bruja de la cabeza a los pies... ¿Por qué marginarla? Quizá porque la tienen miedo, dijo una vocecilla dentro de su cabeza. Godric no podía encontrarle sentido a tal afirmación. ¿Miedo de Rowena? Miedo de los muggles. Pero Rowena no era una muggle... Ni siquiera había conocido a su padre. No tenía sentido temerla. Sólo era una niña... O quizá, dijo la voz, quizá no la creen digna. Godric sacudió la cabeza. Eso, si era cierto, era una soberana estupidez. Digna... ¿Eran todos los magos dignos de poseer el poder que tenían? ¿Eran acaso los squibs como Rachel dignos de vivir privados de la misma fuerza que poseían sus familiares y amigos? ¿Eran más dignos los brujos nacidos de muggle que los squibs? ¿Quién seleccionaba a las personas, quién decidía quién iba a ser mágico y quién no? ¿Dios? ¿Y con qué criterio? ¿Por qué magos tenebrosos como los que mataron a Gerard tenían tal poder, y personas bondadosas como Rachel sólo tenían la oportunidad de verlo? 11


¿Por qué los muggles ni siquiera podían llegar a contemplarlo, y si lo hacían eran afortunados si escapaban simplemente con un hechizo desmemorizador encima? ¿Podía ser que no siguiera un criterio? ¿Podía ser que la magia no fuese un don, sino pura suerte? Entonces todos somos dignos o ninguno lo somos, se dijo Godric. Entonces simplemente nos ha tocado ser magos, y no importa si nuestra familia también tiene el poder o no. Entonces todo sigue siendo una tontería... o una tremenda injusticia. Lo mirase por donde lo mirase, Godric no podía encontrar una sola razón para que los nacidos de muggle no pudieran ser magos igual que los de familias mágicas. Se encogió de hombros. Bien, puesto que pienso así, así tendré que actuar. Godric se encaminó hacia el castillo caminando lentamente. Las sombras que daban los árboles se habían acortando a la vez que el sol subía por el cielo turquesa. No le apetecía demasiado ver a su padre, sobre todo porque sabía que ninguno de los dos iba a cambiar de opinión, pero era su deber acudir cuando Galahad le llamaba, y hacía ya horas que había ignorado el aviso de Gisele. Si esperaba mucho más para ir, probablemente su padre se desquitaría en las lecciones de la tarde y le echaría alguna maldición con consecuencias bastante molestas. Ante este pensamiento, Godric no pudo más que sonreir. La última vez que había discutido con Galahad había salido del Salón con una alcachofa en lugar de nariz y dos ramilletes de nomeolvides brotando de sus orejas. Atravesó las grandes puertas de madera del castillo y entró en el espacioso salón, que ocupaba toda la planta baja. El castillo de piedra era viejo, pero estaba muy bien conservado, evidentemente gracias a la magia. El suelo de piedra negra brillaba pulido, los tapices todavía conservaban todo su colorido, y los retratos que colgaban de las paredes 12


parecían recién pintados pese a su edad. Eran retratos de personas jóvenes, sonrientes y vivarachas como el mismo Godric. Muchas veces, cuando era un niño, había preguntado a su madre quiénes eran esas personas y por qué le saludaban. Su madre, riendo, le había explicado que eran sus antepasados, que habían sido retratados en su juventud, al igual que él viviría para siempre en uno de esos retratos, con el rostro joven y alegre. La idea de vivir para siempre joven en un cuadro había fascinado a Godric, hasta el día que murió su madre. Cuando, al bajar de su habitación, había visto al retrato de Gertrude Gryffindor saludándole desde la pared con una amplia sonrisa, cuando su cuerpo ni siquiera se había enfriado en la habitación superior, Godric pensó que en realidad era algo siniestro. Sin embargo, no se negó cuando, años después (hacía muy poco, de hecho), su padre le había pedido que posase para su propio retrato. Godric avanzó por el Salón y se dirigió hacia el gran hogar de piedra, frente al cual, en una cómoda silla tapizada, descansaba Galahad Gryffindor. El hombre miraba fijamente las danzarinas llamas, que se reflejaban en sus azules ojos. Galahad era viejo, aunque estaba lleno de energía; su cabello canoso aún tenía mechones de un negro brillante, y las escasas arrugas de su rostro parecían pertenecer a un hombre treinta años más joven. Galahad había perdido cuatro hijos, y Godric era el último que quedaba. De hecho, Godric y Gisele habían sido casi un regalo caído del cielo, puesto que tanto él como su esposa eran mayores cuando los tuvieron. Y, sin embargo, Galahad Gryffindor no parecía un anciano. Junto a Galahad, una niña permanecía sentada en un taburete, observando a Godric mientras se acercaba. La niña era, a ojos de su hermano, una auténtica belleza: los ojos azules reflejaban la luz dorada de las llamas, el negro cabello brillaba frente al fuego, su rostro de piel morena relucía de alegría al ver a Godric. A pesar de todo, Gisele Gryffindor no podía ser más diferente de su hermano. Pese 13


a su parecido físico, Gisele era una niña tímida, retraída, que sin embargo, como muy bien sabía Godric, tenía un carácter sensato y pensativo. Si Godric era un muchacho espontáneo y alegre, Gisele cavilaba varios minutos antes de responder a cualquier pregunta, y a veces incluso tardaba varios días en reaccionar ante alguna aseveración. Godric no cometía el error de pensar que Gisele fuese lenta de entendederas; sabía mejor que nadie que a su hermana le gustaba ver las cosas desde todos los puntos de vista posibles antes de decantarse por cualquier respuesta u opción. Godric se detuvo junto a la silla donde descansaba su padre y permaneció varios minutos en silencio. Galahad no parecía siquiera haberse percatado de la presencia de su hijo; continuaba observando las llamas, con la mirada perdida. Después de lo que le parecieron horas, Godric se aclaró la garganta. — Padre... — Vas a irte de aquí, Godric — dijo simplemente Galahad. Las palabras de su padre fueron como una bofetada. Godric sintió un dolor lacerante que le ardía en el estómago, y subía por su garganta como bilis. Intentó protestar, pero no pudo pronunciar una sola palabra. Galahad se giró en su asiento y lo miró a los ojos. Su mirada era triste, pero también inflexible. — Te he encontrado un maestro. Irás a estudiar magia unos años con él, y volverás cuando seas un hombre y hayas aprendido todo lo que pueda enseñarte... de magia y de otras cuestiones. Godric lo miró con la boca abierta. — ¿Me... me estás castigando, padre? — dijo con dificultad. — ¡No! — Galahad se levantó del asiento. Aunque era más bajo que Godric, su 14


presencia aún intimidaba al muchacho —. No te estoy castigando, hijo mío... — ¡Sí, lo estás haciendo! — Godric se alejó unos pasos de su padre —. ¡No quieres tenerme aquí porque pienso de forma distinta! ¡Porque te avergüenzo! Los hombros de Galahad se hundieron. En ese momento, el hombre pareció envejecer décadas en un minuto. — No me avergüenzas, Godric — dijo lentamente —. Jamás podría avergonzarme de tener un hijo como tú. — ¡Entonces por qué... — Quiero que aprendas todo lo que puedas, sobre la magia, sobre nuestro mundo, sobre los demás y sobre tí mismo. Y aquí no puedes aprenderlo. — ¡Padre! — jadeó Godric —. ¡Tú has sido mi maestro! ¿Por qué no puedes seguir siéndolo? Yo... — Escúchame bien, Godric — Galahad volvió a sentarse en la silla tapizada, y de nuevo miró a las llamas del hogar —. Mi conocimiento de la magia es muy limitado. Está bien para alguien que vive aquí, que no hace nada más que lo que yo he hecho durante toda mi vida. Pero tú no estás destinado a pasar aquí el resto de tus días. — Le detuvo con un gesto cuando Godric abrió la boca para protestar —. Yo nunca podría ser un maestro lo suficientemente bueno para tí. Tú eres poderoso, mucho más poderoso de lo que tu madre y yo hemos sido jamás. — ¿Cómo sabes...? — ¡Porque lo sé! — Galahad tomó aire —. Lo sé —. Detuvo de un ademán a Godric, que estaba a punto de hablar —. Lo sé, y algún día tú también lo sabrás. Y, como tú muy bien me dijiste anoche, no puedo permitir que ese poder se desaproveche. Debes tener un maestro que esté a la altura de tus habilidades. Por eso vas a estudiar con Luthor. 15


Luthor. Godric, que había tomado aire para interrumpir a su padre, lo soltó lentamente, sin atreverse apenas a hacer un sonido. Luthor. Un nombre que era casi una leyenda. — Luthor... — Sé que lo deseas, hijo mío — Galahad sonrió tristemente —. Te he visto durante nuestras clases. La magia para tí no es un medio: es un fin. La magia es lo que siempre has deseado, y ella te trata como si tú fueses el cuerpo que siempre ha estado esperando para canalizarse. Tú y ella sois casi uno, y eso yo jamás lo he sentido, y no puedo mostrarte cómo aprovechar esa cualidad. Godric alzó la mirada, que había dejado perdida entre las llamas. Su padre lo observaba a la espera de una reacción. Pero la misma alegría que lo embargaba por la oportunidad que se le daba la hacía a la vez bastante amarga. — ¿Por qué... por qué yo? — dijo, vacilante. — Porque él lo ha querido. Godric

tardó

unos

segundos

en

asimilar

esa

frase.

Después,

abrió

desmesuradamente los ojos. — ¿Él? ¿Él... me conoce? — Así es — dijo Galahad, con una marcada nota de orgullo en la voz, mezclada, sin embargo, con algo que Godric no supo definir. ¿Tristeza? ¿Dolor? — ¿Y... quiere que sea su alumno? — susurró. — Así es — repitió Galahad. — ¿Por qué? Galahad sonrió más ampliamente. — Al parecer, él piensa, como yo, que si te damos un poquito de formación puedes 16


llegar a ser uno de los grandes magos de esta época —. Hizo casi omiso del sonido de protesta que emitió Godric —. Ya tiene a otro a su cargo, pero confía en que, si aprendéis los dos juntos, ambos llegaréis lejos. No sólo por lo que podáis aprender de él, sino por lo que aprenderéis el uno del otro. Godric cerró la boca, que había tenido abierta un buen rato. Uno de los grandes magos de la época. No sonaba mal... Pero la amargura que había sentido antes volvió a abrasarle el estómago. — Dime, padre — su voz sonaba tensa. La sonrisa desapareció del rostro de Galahad —. Acabas de decirme que no quieres que desaproveche mi poder. ¿Por qué, entonces, sigues queriendo desaprovechar el de Rowena, o el de gente como ella? Galahad bajó la mirada. — No vamos a volver a tener esta discusión, Godric. — ¡No, escúchame! — gritó Godric —. ¡Yo voy a estudiar con Luthor, y ya he estudiado contigo, y voy a tener un compañero de estudios poderoso! ¡Y a Rowena ni siquiera le das la oportunidad de leer un libro de hechizos! ¿Tengo yo la oportunidad de estudiar con Luthor porque soy noble? — Te lo he dicho: cree que eres muy poderoso, y... — calló repentinamente. — ¿Ves? — dijo Godric —. No porque sea noble. Es porque soy poderoso. ¡Ella es poderosa, padre! — Godric... — Lo único que te pido — susurró Godric — es que no permitas que unos prejuicios estúpidos nos nieguen a todos la posibilidad de ver a una gran bruja en acción. Al igual que Luthor no ha permitido que el hecho de tener ya un alumno y de no vivir en el valle impidiese que yo estudiara con él. 17


Galahad permaneció unos segundos mirando fijamente a su hijo. Entonces, tan levemente que Godric apenas supo si realmente lo había visto o habían sido imaginaciones suyas, asintió con la cabeza. — Bien — dijo Galahad, como si aquello zanjase la cuestión —. Tienes que prepararte, ya que te vas mañana por la mañana —. Ante la mirada de aprensión de Godric, añadió — No te preocupes. Sólo serán unos años, y después podrás volver aquí... si es eso lo que deseas. Godric inclinó también levemente la cabeza. Entonces Galahad, al parecer satisfecho con su reacción, sacó la varita de entre los pliegues de su túnica e hizo una floritura con ella. Al instante, una silla igual a la suya se materializó junto a Godric. Éste se sentó, cruzó las manos ante sí y miró a su padre. — Bien, padre... — dijo, lentamente —. ¿Y dónde se supone que voy a ir? Galahad sonrió, agitó de nuevo la varita y apareció una mesita con dos cuernos para beber, un vaso lleno de una infusión que humeaba levemente y una jarra. Hizo otro movimiento de varita y el vaso levitó hasta Gisele, mientras la jarra se inclinaba por sus propios medios y llenaba los dos cuernos de una bebida oscura. — No me gusta el ale, padre, lo sabes — dijo Godric, sonriendo. — Para brindar hay que hacerlo con una bebida apropiada. No pretenderás que lo hagamos con té... — ¡Yo tengo té! — dijo Gisele indignada —. ¿Por qué no puedo brindar con ale yo también? — Da gracias a que no te hago beber leche, que es lo que debería haber hecho — dijo Galahad severamente, aunque la risa bailaba en sus ojos. Godric rió fuertemente ante la mueca asqueada de Gisele, y se inclinó para darle 18


una palmadita en el antebrazo. — No te preocupes, mocosa — dijo —. Cuando vuelva te prometo que iremos a emborracharnos los dos, diga padre lo que diga. — Por encima de mi cadáver — dijo Galahad, levantando el cuerno. — Eso se puede arreglar — rió Godric, levantando el suyo también y después bebiendo a grandes tragos. Hizo una mueca cuando el sabor amargo pasó por su garganta, vació el cuerno rápidamente y volvió a dejarlo en la mesita. Entonces volvió a mirar a su padre. — Bueno. ¿Y dónde se supone que me voy, entonces? ¿Dónde está Luthor, de cualquier forma? Decían que estaba fuera de Bretaña... — Y así es — dijo Galahad, dejando también su cuerno en la mesa. — ¿Fuera de Bretaña? — se asombró Godric —. Pero... pero... — ¿Qué tiene de malo? — dijo Galahad —. Fuera, dentro, da igual, si puedes volver en un segundo... — Todavía no he aprendido a Aparecerme, padre — dijo Godric, contrariado. — Por eso vas a viajar con un medio un poco más... sencillo. Pero para cuando vuelvas sabrás hacer eso y mucho más, así que no creo que tengas que preocuparte. — ¿Cómo voy a viajar? — Polvos Flú. Godric lo miró, desconcertado. — ¿Y qué se supone que es eso? — demandó. Galahad sonrió. — Es un método de transporte mágico... — Eso ya lo había deducido, gracias. — ¡Déjame terminar! — rió Galahad —. Se trata de viajar de chimenea en 19


chimenea. Echas unos polvos en el fuego, te metes en las llamas, dices dónde quieres ir y viajas hasta la chimenea más cercana a ese sitio. Godric lo miró, sonriendo. — Estás de broma. — No. — ¿Viajar por las chimeneas? Eso es... — ¿Imposible? — Galahad rió más fuerte aún —. También decían hace siglos que era imposible volar encima de una escoba... — Preferiría viajar en escoba... — dijo Godric, asustado. Chimeneas... —. Y eso que la escoba es un poco incómoda, la verdad... — No seas tonto. Los Polvos Flú están totalmente garantizados. Es sólo que como nosotros nunca hemos necesitado viajar, hasta ahora no los conocías. Es realmente fácil, desapareces aquí y apareces allí. — Sigo prefiriendo la escoba, gracias. — Además — dijo Galahad, ignorándolo — no puedes viajar en escoba. Vas a un lugar inmarcable. — ¿Perdón? Galahad suspiró. — ¿Ves? He sido un maestro nefasto. No sabes nada de nada. — ¡Perdona! — se indignó Godric —. ¡Sé bastantes cosas! — Sí, sabes hacer levitar cositas y transformar un palo en una aguja de punto. Ah, se me olvidaba, también sabes convertir una mesa con patas en una mesa sin patas... — dijo riendo. — ¡Eso fue un accidente! Me caí... 20


— Sí, sí, claro. — ¡Es cierto! — De acuerdo. Para tu información, un lugar inmarcable es un sitio que no se puede consignar en un mapa. El lugar al que te envío no puede ser encontrado así como así, de modo que no puedes viajar en escoba. Así que vas a ir por la chimenea. — ¿Está escondido? — Así es. Sus dueños son ingleses, de hecho viven no muy lejos de aquí, pero han heredado hace poco esta propiedad de un tío lejano o algo así, y ahora están allí... bueno, supongo que poniéndola a punto para que sea su segunda residencia o lo que sea. Tienen previsto vivir allí varios años, y tú vivirás con ellos. — ¿Y dónde está? — No lo sé. Creo que por el norte. — ¿El norte? ¿Vas a enviarme al norte? ¿Donde, donde viven los daneses? — Ya te he dicho que da igual, que tardarías lo mismo en llegar a casa de Jonathan que a Jutlandia. Además, los daneses viven también aquí. — Pero... — ¡No seas crío, Godric! — le reprendió Galahad —. ¿Quieres estudiar con Luthor o no? Godric bajó la mirada. — Sí, claro. — Pues entonces te vas al norte. Godric levantó la cabeza y observó un rato las danzarinas llamas. No le importaba vivir en la orilla de un fiordo o junto a los desiertos de arenas rojas del sur. Cualquiera de los dos destinos le parecía igual de malo. Lo importante era que no quería vivir en otro 21


lugar que no fuese su valle. Sin embargo, Luthor... — Bueno... — Godric volvió a sonreir —. Si no hay más remedio... Galahad rió, y movió de nuevo la varita para que la jarra llenase otra vez los cuernos. Gisele seguía bebiendo con precaución de su vaso de té, como si le estuviese quemando la lengua. — Entonces tendrás que prepararte para vivir allí los próximos años. — Bien — Godric cogió su cuerno y volvió a vaciarlo de un trago. Lo dejó sobre la mesita y se limpió la boca con la manga, ante la mirada de reprobación de Gisele —. ¿Y qué familia va a tener el inmenso placer de tenerme unos años como hijo? — Los Slytherin — dijo simplemente Galahad.

— CAPÍTULO 2 — El compañero de estudios

Godric se asomó por la ventana de su habitación. Era otra hermosa mañana de primavera, y la belleza de su valle le hacía daño en el corazón. De hecho, al observar el paisaje que tantas veces había contemplado, sintió un peso en el estómago. Amaba tanto aquel lugar que estuvo a punto de renunciar incluso a estudiar con un mago como Luthor con tal de no tener que alejarse de allí. 22


Bueno, supongo que seguirá igual cuando vuelva, se dijo. Al fin y al cabo, el valle no había cambiado en absoluto en los quince años que llevaba viviendo allí, y por lo que sabía no había cambiado apenas en siglos. Con ese pensamiento consolador, Godric cerró la ventana y comenzó a introducir sus pertenencias en un baúl. No eran gran cosa: Godric no le había dado nunca demasiada importancia a las cosas materiales. Algunas túnicas viejas que utilizaba en sus escapadas por el valle y para estudiar magia (los accidentes eran bastante frecuentes en las clases, y no había querido estropear las ropas medianamente decentes que tenía), dos túnicas un poco más nuevas, una manchada capa de viaje, un retrato de su hermana y otro de su padre, un par de ajados libros de hechizos, la varita y una escoba a la que su madre había puesto un hechizo levitador permanente especialmente para él muchos años atrás. Acarició el pulido mango de madera, recordando con nostalgia el momento en el que su madre se la había regalado. Aquel día cumplía ocho años. "Cuando vueles en ella, Godric" había dicho Gertrude, "acuérdate de mí, ¿vale?". Godric había cogido la escoba casi con reverencia. Después de muchas caídas, había aprendido a dominar al objeto, y finalmente había emprendido el vuelo sintiendo que el triunfo y la alegría le azotaban como el viento que hacía flotar su túnica detrás de él. Había mirado hacia abajo, donde su madre lo observaba con orgullo mezclado con una extraña mirada de tristeza. Pocos meses después, Gertrude había muerto. Godric guardó cuidadosamente la escoba en el baúl, envolviéndola entre las túnicas para evitar que se rompiese en un descuido, aunque sabía que su madre se había encargado de proteger la madera con un encantamiento irrompibilizador. Aún así, ese tipo de encantamientos podían fallar, por lo que a Godric no le parecía que las precauciones estuviesen de más. Cerró el baúl y lo arrastró hasta la puerta de su dormitorio. Abrió la puerta y, antes de salir, se detuvo a echar una última mirada a la habitación que había sido 23


su morada desde que tenía recuerdos. Recorrió con la mirada la cama adoselada, las altas ventanas y las paredes de piedra. "Si alguna vez tengo un castillo propio, me haré una habitación como ésta", se dijo. Suspirando, cerró la puerta tras de sí y arrastró el baúl unos metros, hasta la parte superior de la escalera que conducía al gran Salón. Volvió a suspirar, aunque esta vez fue casi un bufido, cuando vio la cantidad de escalones que tenía que bajar con el baúl a cuestas. Un brillo travieso apareció repentinamente en sus ojos azules. Miró a su alrededor. Ni su padre ni su hermana estaban a la vista. Sonriendo, Godric abrió el baúl, sacó la varita y volvió a cerrarlo. — Es hora de comprobar si soy capaz de aprender encantamientos por mí mismo — dijo, levantando la varita —. ¡Locomotor baúl! El baúl se elevó unos centímetros en el aire y comenzó a moverse hacia delante, flotando por encima de los escalones de piedra. Sonriendo satisfecho, Godric comenzó a bajar detrás del baúl, bajando la varita. En ese momento, el baúl cayó, resbaló en el borde de un escalón y se desplomó escaleras abajo, golpeando cada escalón con estrépito. Godric se quedó sin respiración. Cuando el ruido de la caída del baúl se desvaneció, bajó con precaución las escaleras de piedra, rezando porque su padre no hubiera oído el barullo. Galahad estaba al pie de las escaleras, observando con curiosidad el baúl abierto y las ropas y libros desparramados por la mitad del Salón. Cuando levantó la mirada hacia Godric, no había enfado en sus ojos, sino diversión. — Has bajado la varita, ¿verdad? — dijo, como si contuviese la risa. — Er... sí. Galahad soltó una carcajada. 24


— Hay cosas que no se enseñan en los libros — dijo, haciendo un movimiento circular con su propia varita. Las ropas de Godric se elevaron, se doblaron y volvieron al baúl, seguidas por los libros y el retrato de Gisele, que había caído casi hasta la puerta principal. — Supongo que no tenía que haberla bajado, ¿verdad? — dijo Godric, resentido. — No — dijo simplemente Galahad —. Hay que conducir el objeto que se quiere trasladar con la varita, o caerá al suelo... o, en este caso, por cuarenta y tres escalones de piedra. Es igual que con el hechizo levitador. — ¡Puedo hacer el hechizo levitador desde que tenía diez años! — dijo Godric, irritado. Levantó de nuevo la varita, apuntó al baúl y dijo: — ¡Wingardium Leviosa! El baúl se elevó en el aire. Godric miró a su padre, triunfante, y el baúl volvió a caer al suelo con un golpe sordo. Galahad rió aún más fuerte que antes. — También con ese tienes que mantener la levitación con la varita. — ¡De acuerdo, de acuerdo, lo he captado! — refunfuñó Godric. Se aclaró la garganta, levantó una vez más la varita y dijo: — ¡Locomotor baúl! De nuevo, el baúl se elevó, y comenzó a desplazarse hacia delante, flotando a centímetros del suelo. Godric se concentró en obligar al baúl a moverse, sin bajar en ningún momento la varita. De pronto, sin que nada cambiase aparentemente, lo comprendió. Sintió como si su varita estuviera conectada al baúl por un hilo invisible, y ese hilo llegase a su mano y, a través de ella, a su cerebro. Era él quien movía el baúl. Sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo, desde la parte de atrás de sus rodillas hasta la nuca. Era fácil. Era, simplemente, magia. Obligó instintivamente al baúl a posarse junto a la chimenea, y se volvió hacia su padre. Galahad le miraba sonriendo, asintiendo con la cabeza, con el orgullo marcándose en 25


cada línea de su rostro. — No es nada fácil aprender ese encantamiento a la primera — dijo —. Creo que ni yo ni Luthor estamos equivocados contigo, hijo mío. Godric sintió que se ruborizaba de placer. Un elogio así, viniendo de su padre, era casi desmesurado. Sin embargo, el desconcierto sustituyó a la alegría cuando oyó voces que provenían de la puerta principal. Dejando el baúl donde estaba, Godric se apresuró hasta las grandes puertas de roble, y se asomó al exterior. Parecía que se habían congregado allí todos los habitantes del valle. Niños, jóvenes, ancianos, todos estaban allí, esperando para despedirle. Godric echó una mirada interrogante a su padre, que sonreía en el Salón. — No me mires así. Ha sido cosa de Gisele. Godric giró sobre sí mismo y vio a su hermana apoyada despreocupadamente en una de las puertas del castillo, sonriendo, mientras la gente se acercaba a él y lo rodeaba. — No pensarías irte sin despedirte, ¿verdad? — dijo, simplemente, entre los "cuídate, Godric", "vuelve pronto", "aprende mucho" y "escríbenos de vez en cuando, muchacho" de los vecinos. — No, claro, yo... gracias... sí, claro, lo haré... — farfulló, intentando responder a todos a la vez. La multitud lo rodeaba, estrechándole la mano o intentando envolver su cuerpo en abrazos apresurados. Empezó a sentirse ligeramente mareado al ver tantos rostros sonrientes, tantos ojos tristes. Decidió que no le gustaban las despedidas. De pronto, entre todas las cabezas que lo rodeaban, entrevio una figurilla pequeña y delgada que permanecía un poco apartada del grupo. Poco a poco, tratando de no resultar descortés con nadie, Godric se abrió camino entre la multitud y caminó hasta llegar donde esperaba Rowena Ravenclaw. 26


La niña levantó la mirada, desafiante. Su largo cabello castaño caía como una cortina sobre sus hombros, y sus enormes ojos negros le miraban impasibles. Sin embargo, Godric pudo intuir la tristeza en aquella mirada. — Ven aquí, Rowena — dijo, abriendo los brazos. La niña corrió hacia él y lo abrazó. No dijo ni una palabra de despedida, ni siquiera un "te echaré de menos", pero Godric, que sentía el escuálido cuerpecillo temblando entre sus brazos, entendió. — Volveré pronto, Rowena — dijo en voz baja —. Te lo prometo. Rowena se apartó de él, igual de impasible que antes de abrazarlo. Sin embargo, sus labios temblaron levemente cuando lo miró a los ojos. — No te olvides de mí — susurró. — Nunca — dijo simplemente Godric. La niña vaciló, le echó los bracitos alrededor del cuello y le besó en la mejilla. Después abrió mucho los ojos, dio media vuelta y salió corriendo hasta que se perdió tras una casa de paredes de adobe. Godric volvió sobre sus pasos hasta la puerta del castillo. Intentando sonreir a los que seguían despidiéndose de él, se acercó a Gisele y la miró, implorante. — De acuerdo, de acuerdo — refunfuñó ella —. Bueno, Godric — dijo en voz alta —, creo que ya es hora de que te vayas. No querrás llegar tarde a comer el día que vas a conocer a tus anfitriones... Galahad reprimió una carcajada. Evidentemente, si el viaje con los polvos fluflú esos o como se llamasen era instantáneo, no había forma de que llegase tarde ni siquiera a desayunar, pensó Godric. Pero la excusa era perfecta, así que asintió vivamente en dirección a Gisele y miró por última vez a todos sus vecinos. 27


— Bien, adiós a todos, entonces — dijo, agitando una mano. Se dio la vuelta y se introdujo de nuevo en el castillo, seguido de Gisele. La penumbra del Salón fue como un bálsamo para su confuso cerebro. Todo había ido demasiado rápido: hacía tan sólo dos días aún no le había pedido a su padre que enseñase a Rowena, y ahora estaba a punto de viajar a un lugar desconocido (literalmente), con una familia desconocida, a aprender de un maestro desconocido, aunque legendario. Muchas cosas para asimilarlas tan deprisa. Godric se pasó la mano por la frente, apartando el cabello de sus ojos. Quizá fuese mejor así... Si tuviera que pensarlo detenidamente, igual no se iba a ninguna parte. Dejar a su padre, a Gisele, a Rowena, a todos los demás... dejar el valle... Pero voy a estudiar con Luthor, pensó, apartando todo lo demás de su mente. Voy a ser un mago poderoso. Voy a aprender... Godric enderezó los hombros y se volvió hacia su padre, que lo miraba con nostalgia. Galahad se acercó a él, le pasó un brazo por los hombros y le dio una palmadita en el antebrazo con el otro. — ¿Sabes, hijo? — dijo Galahad, mientras ambos se encaminaban hacia el hogar apagado —. Creo que dentro de unos meses ni siquiera te vas a acordar de nosotros. Ya veras, vas a estar muy a gusto en tu nuevo hogar. — Sí, supongo que tienes razón — suspiró Godric —. Pero siempre querré volver a mi valle. — Sí, claro. Hasta que descubras que el valle esta bien... para pasar unos días al año. — ¡Eso no va a pasar! — dijo Godric con fiereza —. ¡Este lugar siempre será mi casa! 28


— Ya veremos — dijo Galahad. Llegaron hasta el baúl que Godric había trasladado unos minutos antes hasta la chimenea. Galahad sacó la varita y golpeó suavemente la tapa, que se abrió de golpe. Luego, se volvió sonriente hacia Godric. — Creo que deberías llevarte esto — dijo Galahad, alargándole un bulto irregular envuelto en lo que parecía una piel de animal —. Puede serte útil. Godric cogió el bulto y lo desenvolvió. Era un libro. Observándolo más detenidamente, se dio cuenta de que las páginas estaban cortadas de una forma bastante irregular, y que la encuadernación era mucho más nueva. Eran antiguos rollos de pergamino cortados y cosidos en forma de libro. — ¿Qué...? — Es mi antiguo libro de hechizos — dijo Galahad, encogiéndose de hombros —. Antes fue de mi padre, y antes del suyo... No sé cuántos años tiene, pero cada uno de los que lo hemos poseído hemos añadido nuestro propio conocimiento. A partir de ahora te toca a tí, Godric. Godric miró el libro, fascinado. Ciertamente, era un tesoro. En un mundo en el que el único modo de aprender era que tu padre te enseñase (su caso, poder estudiar con otro maestro, era una excepción), un compendio como aquel era algo... algo por lo que había magos que incluso matarían. — Es... — Mantenlo en secreto. No es algo para ir enseñando por ahí, sabes... Cuida de él, Godric — dijo Galahad en voz baja —. Y cuida de tí mismo. — Lo haré, padre. — Y no confíes en nadie, hijo mío — dijo Galahad en un susurro —. En nadie. 29


Godric lo miró, extrañado. — Padre, ¿qué...? — Eres demasiado confiado, Godric — dijo Galahad —. Debes tener más cuidado. Sabes, la vida fuera de este valle no es igual que aquí — bajó la cabeza, apesadumbrado —. Mira lo que le pasó a tu hermano... — Bueno, espero que sabré reconocer a un mago tenebroso si me encuentro con él — dijo Godric con una sonrisa. — Pues no lo creas tan rápido, hijo — dijo Galahad, sombrío —. A tu hermano lo atacó alguien a quien conocía muy bien. Godric se quedó boquiabierto. — ¿Qué? ¿Quién...? Galahad suspiró. — A Gerard lo mató un amigo suyo, Godric. Godric cerró la boca, pero sus ojos permanecían tan abiertos como platos. Volvió a abrir la boca, la cerró, y la abrió de nuevo. — ¿U—un ami...? — Sí, un amigo suyo. Era un mago tenebroso. Y Gerard no lo sabía. Godric sintió que la furia lo inundaba. El estómago se le llenó de un líquido amargo que subía por su garganta. Su hermano había sido asesinado por un amigo. — ¿Quién? — susurró. — Ya no importa — dijo Galahad —. Está muerto —. Levantó la mirada y la fijó en los ojos de su hijo —. Tu primo lo mató. — ¿Mi primo? — Sí, tu primo. Pero basta de conversaciones tristes. Tienes que irte ya... 30


— ¡Espera! — dijo Godric, posando la mano sobre el hombro de su padre para evitar que se diese la vuelta. Galahad lo miró —. Dime su nombre. — Te he dicho que está muerto, Godric. Ya no importa. — A mí, si — dijo Godric con firmeza —. Dime su nombre. — No — dijo Galahad. Godric calló. Sabía que su padre no iba a decir ni una palabra más. — Cualquiera — susurró Galahad —, cualquiera, Godric, puede ser un mago tenebroso. Es lo único que tienes que tener claro antes de salir de aquí. Godric miró a su padre, que sostuvo su mirada con firmeza. — Recuérdalo siempre. Godric asintió con la cabeza. Entonces Galahad le dio una palmada en el hombro y le condujo hasta la chimenea vacía. — Antes de irme quisiera hacerte otra pregunta, padre. Galahad le lanzó una breve mirada. — ¿Por qué.. — Godric vaciló —, por qué dijiste anoche que... que sabías que yo soy poderoso? Su padre suspiró y volvió a mirarlo, esta vez directamente a los ojos. — Hoy no te lo voy a decir, Godric — dijo, como disculpándose. — ¡Pero...! — No. No quiero crearte espectativas, por si estoy equivocado, o por si he interpretado mal... — se encogió de hombros —. Creo que debería bastarte que Luthor te quiera como alumno. Al menos por ahora. Godric reconoció en la voz de su padre el tono que utilizaba cuando quería decir "y no hay más que hablar". Sabiendo que si seguía insistiendo lo máximo que lograría sería 31


irse de casa después de una pelea (y no necesariamente verbal) con su padre, se encogió de hombros él también. — En ese caso, tendré que preguntarle a Luthor. — Vamos, tienes que irte ya o realmente llegarás tarde a comer, como ha dicho antes tu hermana — sonrió Galahad, y Godric sintió como si una sombra se hubiera disipado del Salón, y la luz del sol que penetraba por las puertas abiertas brillase ahora con más fuerza en las paredes y el suelo de piedra. Galahad levantó la varita y apuntó al hogar, donde instantes después danzaban alegremente las llamas. Godric depositó el libro en el baúl y lo cerró de un golpe. — Padre... — Ven aquí — dijo Galahad, y atrajo a su hijo hacia sí para envolverlo en uno de los abrazos que Godric y Gisele llamaban cariñosamente "abrazos rompe—costillas" —. Cuídate mucho, Godric, y aprende todo lo que puedas de Luthor. ¿De acuerdo? — Claro, padre — dijo Godric, separándose de él. Sintió un tirón en la manga de la túnica, y giró sobre sí mismo para mirar a Gisele. — Demuéstrales a todos lo que vales, God — dijo Gisele con la voz empañada —. Así quizá yo también pueda ir a estudiar con Luthor algún día... — ¡Claro que sí, Gis! — medio rió, medio lloró, Godric —. Mañana mismo venimos a por tí... — No creo que Luthor quiera tener a tres mocosos consentidos a la vez como alumnos — rió Galahad —. Por ahora tendrás que conformarte conmigo, Gisele. Gisele hizo una mueca con la boca y se abrazó a Godric, que rió al ver la expresión de su rostro. — Padre es un buen maestro, Gis — dijo Godric —. Ya verás que serás una gran bruja algún día. 32


— Bueno — dijo Gisele, encogiendo los hombros —. Siempre puedes enseñarme tú cuando vuelvas... — ¡Serás descarada! — Galahad soltó una carcajada. — Cuanto más sepa, mejor — dijo Gisele. — Bien, Godric — Galahad se dirigió de nuevo a su hijo, que supo que esta vez sí que había llegado el momento —. Tienes que irte ya. Recuerda: aprovecha el tiempo todo lo que puedas. Esta es... — Una gran oportunidad. Sí, ya lo sé — dijo Godric. Suspirando, se separó de su hermana —. Vale. ¿Cómo se supone que voy a viajar hasta allí? — Bien. Coge el baúl —. Ante la mirada asustada de Godric, añadió: — Sujétalo por el asa, no hace falta que lo cargues en tu hombro. De acuerdo. Tienes que coger un puñado de Polvos Flú, echarlo al fuego, entrar en él — ignoró la mirada incrédula de Godric —, y decir en voz alta y clara dónde quieres ir. — ¿Y eso es...? — El castillo Durmstrang — dijo Galahad. Godric asintió. Cogió Polvos Flú de un cuenco que le alargaba su padre y los lanzó al fuego, que inmediatamente se volvió de un color verde esmeralda. Con una última mirada a Galahad y a Gisele, se introdujo entre las llamas, asombrándose al comprobar que no quemaban en absoluto aunque lamiesen sus piernas hasta llegar casi a sus caderas. Un poco aprensivo todavía pero sin poder evitar la emoción que serpenteaba en sus entrañas, pronunció: — ¡Castillo Durmstrang! Le dio la impresión de ser succionado rápidamente por un poderoso remolino de llamas verdes y cenizas. Giraba a gran velocidad, tanto que empezaba a marearse, y se alegró de no haber tenido tiempo para desayunar. Un sonido ensordecedor rugía en sus 33


oídos, y la cabeza comenzó a darle horribles punzadas. Cerró los ojos, pero la sensación de mareo se incrementó, así que volvió a abrirlos, y vio un cerco de llamas verdes que giraba a toda velocidad a su alrededor... o quizá era él el que giraba... Temió vomitar pese a que no tenía nada en el estómago, y se tapó la boca con la mano. El remolino verde incrementó su velocidad, y Godric cerró los ojos de nuevo, sintiendo que su cabeza iba a despegarse de sus hombros. Cayó cuan largo era contra el suelo, y permaneció tendido unos segundos, disfrutando de la sensación de estar parado de nuevo sobre suelo firme, con algo suave y cálido (¿una alfombra?) acariciando su mejilla. Alguien le cogió la muñeca e intentó enderezarlo. Completamente desorientado, abrió los ojos, e intentó enfocar la figura que se inclinaba sobre él. Un momento después pudo distinguir un rostro joven y sonriente, perteneciente a un muchacho aproximadamente de su edad. Los despeinados cabellos negros relucían extrañamente a la luz verde del fuego, y los ojos eran exactamente del mismo color que las llamas. La sonrisa se ensanchó cuando vio el desconcierto de Godric. Lo ayudó a levantarse, y Godric se dejó caer sobre su baúl, que había caído a su lado. — Godric Gryffindor, supongo — dijo el joven con voz jovial —. Bonita entrada... Casi, casi tan elegante como la que hice yo la primera vez que usé los Polvos Flú — rió. La cabeza de Godric palpitó dolorosamente —. Me caí de culo. Y entonces aquí todavía no había una alfombra... Estuve una semana sin subirme en una escoba —. Godric siguió mirándolo sin comprender exactamente lo que estaba diciendo. Sentía la cabeza a punto de explotar. — Yo... tú... — tragó saliva, y sacudió la cabeza para aclararla, aunque eso hizo que doliese todavía más —. ¿Quién eres? El joven rió de nuevo e hizo una parodia de reverencia. 34


— Soy Salazar Slytherin... Encantado de conocerte.

— CAPÍTULO 3 — Acertijos

— ¿Salazar Slytherin? — dijo Godric, totalmente confuso. — Ese soy yo — hizo de nuevo una reverencia —. ¿Qué tal el viaje? — No sé — respondió Godric, sinceramente —. Corto, supongo. Y algo... movido. Salazar rió de nuevo. — ¿Puedes andar? — Sí,claro — dijo Godric, orgulloso. Hasta ahí podía llegar, que su futuro compañero de estudios (porque suponía que el muchacho era el otro alumno de Luthor) pensase que era un blandengue. Sin embargo, cuando se levantó del baúl tuvo que hacer un gran esfuerzo para que no se le doblasen las rodillas, ante lo cual Salazar Slytherin rió de nuevo y con más fuerza. — No te preocupes. A todos nos pasa la primera vez... ¿No te he dicho que yo me caí de culo? — Sí — dijo Godric rencorosamente, mientras seguía al risueño Salazar por lo que parecía un enorme salón ricamente decorado. 35


— Bueno, te acompañaré a tu habitación. Así podrás recuperarte del viaje antes de la comida. Los Polvos Flú son así, sabes, siempre marean un poco. Aunque son bastante útiles... — dijo, pensativo. — ¿Sabes cómo funcionan los Polvos Flú? — preguntó Godric, curioso. — Bueno... — dijo Salazar —. Creo que se conectan dos chimeneas por consentimiento mutuo de los dos propietarios, y se realiza un encantamiento transportador... — ¿Transportador? — Sí, como la Aparición. Pero es permanente, y no lo hace el mago sobre sí mismo sino que se hace sobre las dos chimeneas. No me preguntes cómo funciona — sonrió socarronamente mientras emprendía la escalada por unas empinadas escaleras de mármol —, pero creo que abre una vía de comunicación permanente entre las dos chimeneas. Godric lo miró, incrédulo. — Pero eso es imposible... — Nada es imposible, Godric — rió Salazar —. Sólo hay que buscar una manera de hacerlo. — Pero... un encantamiento transportador permanente... las implicaciones que eso tendría... es... ¡No hay ningún control sobre algo así! Salazar se encogió de hombros. — Ya te he dicho que no sé exactamente cómo funciona. Sólo sé que evidentemente se necesita el consentimiento de las dos chimeneas (de sus propietarios, me refiero). Supongo que se controla por medio de los Polvos Flú, porque si no cualquier cosa que pusieras en una chimenea viajaría inmediatamente a la otra —. Soltó una carcajada —. ¡Imagina que todo el día estuviesen apareciendo en tu chimenea patatas y castañas asadas! 36


— ¿Y qué son exactamente los Polvos Flú? — No tengo ni idea. Alguna mezcla de plantas y de otras cosas asquerosas, supongo, como todas las pociones. El caso es que limitan el transporte a los magos, y los magos deben además dar la dirección del lugar al que se dirigen. No, no me preguntes cómo sabe la chimenea a dónde te tiene que transportar porque no lo sé. Obviamente sólo puedes ir a aquellas chimeneas con las que tengas un acuerdo... — suspiró —. A lo mejor algún día habrá algún método para ir a cualquier chimenea, independientemente de que haya o no acuerdo. — ¿Y vosotros teníais un acuerdo con mi chimenea? — se extrañó Godric, que nunca había oído hablar de los Slytherin. La cabeza seguía dándole vueltas, como si todavía estuviese en aquella chimenea. — Tu padre envió una lechuza hace tres días pidiéndolo, y en un instante mi padre y mi madre se conectaron con él — respondió Salazar —. Debe ser facilísimo, pero yo no conozco el encantamiento, así que... — se encogió de hombros —. No podré conectarme con las chimeneas que quiera, cosa que sería muy interesante. Godric lo miró, sonriendo. —¿Y con qué chimeneas querrías conectarte, Salazar? Salazar esbozó una sonrisa pícara —. Eso es mi secreto. Además, no es algo que tus jóvenes oídos deban oír... — ¡Oh, vamos! — exclamó Godric —. ¡Tengo la misma edad que tú! — Eso me lo tendré que creer — rió Salazar —. Pero porque tú me lo dices... Mira, ésta es tu habitación — añadió, mientras empujaba una puerta de madera, que se abrió sin un sonido. Godric entró en el cuarto y se quedó boquiabierto. La habitación era, fácilmente, 37


cinco veces mayor que la que tenía él en el Castillo Gryffindor; la enorme ventana estaba cubierta por una gran cristalera, puesta allí evidentemente por medio de la magia, ya que los métodos muggles nunca habrían conseguido un trabajo tan exquisito. (Además, los magos trataban por todos los medios de evitar los trabajos muggles excepto cuando eran estrictamente necesarios). Una cama adoselada en la que seis adultos dormirían cómodamente presidía la habitación, mientras que una mesa de roble, de aspecto pesado e imponente y, sobre todo, antiguo, se apoyaba contra una de las paredes cubiertas de tapices. Su baúl, que había abandonado frente a la chimenea y del que no se había vuelto a acordar, yacía en el suelo, junto a la cama. Un arcón mucho más grande, que Godric suponía estaba destinado a que guardase sus pertenencias de forma más cómoda, descansaba a los pies de la enorme cama. La habitación era, en conjunto, lo que Godric siempre había podido desear: igual que la suya, igual de acogedora, pero mucho más grande y rica. Godric se dirigió a la ventana. Por lo que pudo ver del exterior, el castillo se elevaba sobre una gran montaña. Allí, a lo lejos, podía ver un valle muy pequeño, más que el suyo. No había ninguna otra casa a la vista, pero sí había un pequeño lago rodeado de nevadas montañas. El valle era verde, pero de un verde mucho más oscuro que su propio valle. Un color verde esmeralda que contrastaba con el blanco puro de las cimas de las cumbres a su alrededor. El lago presentaba un color azul grisáceo, quizá como reflejo de las oscuras nubes que cubrían el cielo. — ¿Te gusta? — oyó que decía Salazar a su espalda. Se volvió, sonriente. — Es genial. Salazar sonrió.

Salazar y Godric comieron juntos en la habitación. Salazar le explicó que sólo cenaba con 38


sus padres de vez en cuando, que "estaban demasiado ocupados" para estar en casa todos los días y a todas horas y que apenas los veía. Aquella noticia, en cierto modo, alivió a Godric, que se sentía un poco aprensivo y tímido (lo que no se había sentido en su vida) ante la idea de conocer a los que serían sus padres adoptivos los siguientes años. Le extrañó, sin embargo, que los padres de Salazar no estuviesen en casa: su propio padre pasaba en su castillo toda su vida, excepto algunos viajes que hacía raramente a Londres a ver a su sobrino, el rey. — No tengo ni idea de lo que hace mis padres con su tiempo — estaba diciendo Salazar en ese momento —. No suelen contarme gran cosa de sus asuntos — dijo, mientras cogía un trozo de carne asada y lo trasladaba hasta su plato —, aunque sé que no estarán en mi casa. Quiero decir, donde vivíamos antes... Supongo que estarán en Londres. Bueno, allí es donde tu padre los conoció — añadió, partiendo la carne con los dedos —, porque casi siempre están con el rey... — se metió un gran pedazo de asado en la boca. — ¿Tus padres tienen asuntos con mi... con el rey? — dijo Godric. — Claro — contestó Salazar, tragando con dificultad —. Todo el mundo tiene asuntos con el rey. — ¿A qué te refieres? — Bueno, a que el rey es el que tiene la última palabra en todo, ¿no? — dijo Salazar como si fuera lo más evidente del mundo —. Así que tanto si quieres comprar una casa solariega como si tu vecino te ha robado, tienes que contárselo al rey. Claro, a menos que seas un mago tenebroso. Esos lo hacen todo por su cuenta. Qué listos. — ¿Cómo? — se atragantó Godric. Salazar se encogió de hombros —. Hombre, los magos tenebrosos hacen lo que quieren y cuando quieren. Eso sí que tiene que ser vida. 39


— Pero.. pero, Salazar... — No estoy diciendo que quiera ser un mago tenebroso, Godric — dijo Salazar pacientemente —. Sólo creo que el rey tiene demasiado poder y que nos controla demasiado. Los magos tenebrosos se han quitado de encima ese control, aunque haya sido para realizar... bueno... no sé, lo que quiera que hagan — bajó la voz —. Ni siquiera sé lo que hacen realmente los magos tenebrosos para merecer ese calificativo. ¿Y tú? — No deberías hablar con tanta alegría de la Magia Tenebrosa, Salazar — dijo una voz desde la puerta de la habitación —. Y tampoco del excesivo poder del rey. Y menos delante de su primo —. Godric se encogió: la voz parecía penetrar en su mente directamente, sin pasar antes por sus oídos. No se sentía capaz de levantar la cabeza, mucho menos de girarla para ver quién era su propietario —. Si fuésemos muggles, eso se podría considerar traición y acabarías con la cabeza lejos de los hombros. Finalmente, Godric hizo un esfuerzo y dirigió la mirada hacia la puerta de la habitación. Un anciano se apoyaba en el dintel, distraídamente, como si simplemente observara la escena y esperase su turno para entrar y cojear hasta la mesa, a la espera de que un alma caritativa le ofreciese una bebida caliente. Sin embargo, el poder que destilaba su cuerpo enjuto calentaba la estancia aún más que el fuego que bailaba alegremente en la chimenea. Godric lo miró a los ojos y se sintió atrapado por la mirada: aquellos ojos grises parecían haberse introducido en su cuerpo y estar buscando su misma alma sin siquiera hacer el más mínimo esfuerzo. Godric se sintió intimidado. — ¿Qué hacéis aquí, Luthor? — dijo Salazar, en un tono que Godric interpretó como de respeto forzado. El anciano sonrió. Godric se sintió de repente mucho más ligero; la sonrisa era de aprobación, y supo, sin saber realmente cómo ni cuándo ni por qué, que había aprobado el 40


primer exámen al que su maestro le había sometido. Cuando vio que la sonrisa se ensanchaba, supo también que aquel hombre era capaz de leer sus pensamientos además de su alma, y que no había aprobado: había llegado incluso a impresionar al anciano. Cuando el hombre entró en la habitación, Godric fue mucho más consciente, sin embargo, de su propia humildad. El poder que sentía en aquel ser era muy superior al que había sentido nunca en nadie. — Vengo a conocer a mi nuevo alumno, Salazar — respondió Luthor, y su voz sonó dura, en contraste con la ancha sonrisa que curvaba sus labios —. Vaya, vaya — dijo, dirigiéndose a Godric, y los ojos brillaron en su dirección —. Godric Gryffindor. — Señor... — dijo torpemente Godric, sin saber muy bien cómo debía reaccionar ante aquel hombre. Se levantó —. Maestro... — Siéntate, muchacho. Veamos... — sacó la varita, la agitó y una butaca tapizada de aspecto cómodo se materializó junto a él. Se sentó, y su enjuto cuerpecillo pareció perderse por un momento entre los cojines de seda. Sin embargo, a Godric le dio la impresión de hallarse ante un poderoso señor de los hombres, sentado en un trono demasiado pequeño para él —. Godric Gryffindor —. Sonrió, observándolo unos momentos. — Yo... — Así que finalmente mi deseo ha sido cumplido. Esperaba que tu padre gruñera mucho más antes de entregarte a mí, Godric Gryffindor. — ¿Qu...? — Tu padre es orgulloso. Como debe ser, siendo un mago de tan alta estirpe. Sin embargo... — permaneció unos segundos callado, mirando todavía a Godric —. No pude resistir la tentación de ver si su orgullo podía más que su sentido común. Veo que lo 41


segundo ha salido vencedor. Y me alegro. Godric lo miró con la boca abierta. — ¿Qué habéis dicho? — Digo que su sentido común ha vencido sobre su orgullo. Su orgullo de padre y de noble, claro — sonrió de nuevo —. Pero sabía que era lo suficientemente listo como para ver que tu sitio no estaba en aquel valle. Me alegro de que supiera interpretar las señales correctamente, y, egoístamente, debo decir, me alegro que se decidiese por mí a la hora de buscarte un maestro. Godric apartó la mirada, aturdido. — Mi padre... me dijo que vos, Maestro... — Luthor, muchacho. Llámame Luthor. — ... me dijo que habíais pedido... que le habíais pedido... La sonrisa de Luthor se desvaneció. — Mucho me temo que me habías pasado desapercibido, Godric. Un error que espero no volver a cometer — suspiró —. Supe de tí a través de Galahad, que acudió a mí para pedirme consejo. Cuando me contó todas las señales, todas las pruebas, le dije lo que pensaba. Y él me pidió que te enseñase —. Volvió a sonreir —. Cuando le dije que creía que podrías ser uno de los mejores magos de todas las épocas, creí que le tentaba para que me eligiese a mí como tu maestro. Pero debo reconocer que yo me sentía aún más tentado por ver hasta dónde podrías llegar. Godric abrió aún más la boca. — ¿Hasta dónde podría llegar? ¿Yo? Pero... ¡pero si no soy capaz ni de transportar un baúl como es debido! ¡Hasta los elfos domésticos lo hacen mejor que yo! — Ya verás, Godric — dijo Luthor, levantándose y haciendo desaparecer la butaca 42


con otro movimiento de varita —. Algún día seré yo quien me sienta orgulloso de decir que he sido tu maestro. Vuestro maestro — añadió, mirando a Salazar. Luthor se dirigió lentamente hacia la puerta. Una vez allí, se dio la vuelta y lo miró directamente a los ojos. — El poder no se enseña, Godric. Se tiene, o no se tiene. Ya verás, ya — rió —. Creo que lo vamos a pasar muy bien los próximos años —. Se volvió y salió de la habitación. La puerta se cerró sola, sin un sonido. Godric se sintió mareado por un momento. Aturdido, se giró hacia Salazar, que lo observaba con curiosidad. — Vaya, vaya... — dijo Salazar, con una sonrisa sesgada —. Así que, además del primo del rey, eres lo suficientemente poderoso como para impresionar a Luthor... — rió fuertemente al ver la mirada furiosa que le lanzó Godric —. Eres una caja de sorpresas, Godric Gryffindor. Godric resopló, indignado. No se sentía poderoso, ni mucho menos. De hecho, se sentía algo intimidado, con tanta gente a su alrededor repitiendo lo poderoso que era. Sentía que, de alguna manera, no iba a poder responder a tantas expectativas. En su fuero interno, pensaba que iba a defraudar a Luthor, a Salazar y, lo que era más importante, a su padre. — Creo que sí que nos vamos a divertir los próximos años — oyó que decía Salazar, riendo. Godric se preguntó, entre furioso y divertido, si aquel muchacho tenía algo más que risas en la cabeza.

*

Unas semanas más tarde, sin embargo, Godric se sentía mucho más alegre, y mucho más 43


seguro de sus propias posibilidades. Estudiar con Luthor era fácil, mucho más fácil que con su padre. Los hechizos y encantamientos que Luthor le explicaba parecían instalarse en su mente y en la mano con la que guiaba su varita en cuanto su maestro los pronunciaba, y pronto se dio cuenta de que la magia era algo que también destilaban sus propias venas. El escalofrío que sentía cada vez que pronunciaba unas palabras y su varita realizaba alguna acción, aunque fuese el hechizo doméstico más nimio e insignificante, lo llenaba de una euforia que a duras penas lograba contener. Las miradas de aprobación de Luthor eran como un bálsamo, y el hecho de haber alcanzado tan rápidamente el nivel de Salazar, que llevaba un año estudiando con Luthor, lo llenaba de orgullo. Salazar también le demostraba su aprobación conforme iba haciendo más y más progresos. El día que fue capaz de transformar una araña en una mesa con sus correspondientes sillas el caluroso aplauso de Salazar alegró a Godric casi más que el mismo encantamiento, y la sonrisa de Luthor fue mejor incluso que una alabanza directa. Evidentemente, las transformaciones y los encantamientos se le daban bien. No sabía exactamente cómo, pero ese tipo de magia era como algo intrínseco a su propio ser, le resultaba tan fácil como respirar. La realización de pociones también le gustaba, aunque eran unas lecciones mucho menos divertidas que las de encantamientos y transformaciones. Lo que realmente no soportaba era la Historia. Y lo peor era que Luthor se empeñaba en que estudiasen tanto historia de los magos como de los muggles, para cotejar ambas y comparar la evolución de una y otra civilización. — ¿Y a quién le importa saber que hace seis mil años los muggles eran unos brutos, mientras los magos se dedicaban a construir mastabas y pirámides? — saltó Salazar un día, después de tres horas de esquemas, fechas y datos históricos. — Tienes que saber todo lo que puedas sobre nuestra historia, Salazar — le 44


respondió tajantemente Luthor —. La historia forma parte de nosotros mismos, y sin ella no podrías comprender lo que sucede actualmente. — ¡La nuestra, vale! ¿Pero por qué la de los muggles? ¡No me importa nada que la mitad de Bretaña esté gobernada por los daneses! Nosotros, en Inglaterra, me refiero, tenemos un rey para todas las islas, y eso es lo que cuenta para mí. — De acuerdo. Pero también te sirve para saber por qué es tan difícil gobernar un país. ¿Acaso crees que el rey no ha tenido que mantener contactos con los reyes muggles para poder mantener su reino cohesionado? — Muggles — escupió Salazar —. No me importan los reyes de los muggles, Luthor. Y no creo que al rey le importen tampoco demasiado. — Pues a ellos sí les importamos, Salazar. Godric abrió la boca. — ¿Saben que existimos? — Claro. Los reyes, me refiero. El danés y el celta. Y supongo que los reyes y emperadores de los demás países también lo sabrán. El pueblo, los muggles normales, piensan que somos una invención de cuento de hadas — sonrió —, pero los gobernantes saben la verdad. Es el único modo de que podamos convivir con ellos. — ¿Y quién quiere convivir con ellos? — dijo Salazar. — Compartimos las mismas tierras, Salazar. Aunque no nos regimos por las mismas leyes, no podemos darle la espalda al mundo. Aunque algunos así lo quieran... — suspiró. Salazar hizo una mueca de desprecio —. El modo de vida de los muggles no me atrae, y tampoco sus leyes. No creo que debamos mezclarnos en absoluto con ellos. — Nadie dice que nos estemos mezclando con ellos, Salazar. Aunque... — sonrió 45


—. Algunos sí lo hacen, algunos se hacen pasar por muggles para adquirir un poco de poder. — No me lo creo. — Pues créetelo. Una vez tuve un alumno... — suspiró —. Era bueno, aunque un poco duro de mollera y un poco cabezota. Como todos los franceses... — sonrió —. Un día le dio por querer ser rey. El pobre no tenía sangre noble, así que no podía llegar a ese puesto de ningún modo. Así que se decidió por adquirir poder entre los muggles. Pobre Gerbert... — ¿Y cómo esperaba influir en los muggles? — se extrañó Salazar. — Acabó siendo Papa de la Iglesia muggle. Cuatro años nada más, pero se los pasó luchando por adquirir más y más poder. Y lo obtuvo, créeme. El actual rey de los húngaros, por ejemplo, está ahí por Gerbert. Le llamaban "Silvestre II, el Papa brujo" — rió —. Estos muggles... qué inocentes. Creo que acabó un poco loco. Murió. Godric levantó la cabeza. — ¿Murió? ¿Cómo? Luthor se encogió de hombros. — No lo sé. Supongo que los muggles lo matarían, como suelen hacer con sus gobernantes — atajó con un ademán la mirada escandalizada e incrédula de Salazar —. Por suerte, no son muchos los que se deciden por hacerse pasar por muggles. Vivimos apartados de ellos desde hace muchos siglos. Y, sin embargo, la historia de los muggles y la nuestra es la misma. No sólo me refiero a que los grandes faraones y emperadores de la antigüedad fuesen magos, sino a que, aunque hemos aprendido a no querer influir en la vida de los muggles, lo cierto es que nuestra vida y la suya van unidas. Salazar resopló. — Eso es una tontería. ¿Cómo iban los muggles a influir en nuestra 46


vida? — Supongo — intervino Godric — que una coexistencia pacífica nos daría muchos más beneficios que una lucha constante... ¿no? — añadió, mirando ansiosamente a Luthor. — Exacto — afirmó Luthor —. Podemos aprender mucho los unos de los otros si coexistimos. Y, aunque ciertamente es muy difícil que puedan dañarnos, sí que pueden hacernos la vida muy desagradable... Si se nos enfrentan. — ¿Cómo? — dijo Salazar —. No será con la tontería esa de quemarnos en la hoguera... — rió —. Ni siquiera un niño dejaría que las llamas le hiciesen daño. — ¿No te has dado cuenta, Salazar — dijo Luthor — de que la vida es mucho más agradable si no tienes que estar todo el día mirando a tus espaldas, con miedo a que alguien te ataque? Salazar siguió riendo. — Ni por esas podrían hacernos daño, Luhor... — Eres mortal — dijo Luthor secamente —. Estás hecho de carne y hueso, y tu sangre se puede derramar. No subestimes a los muggles, Salazar — dijo terminantemente —. Podrías tener una sorpresa... eh... desagradable.

— Está chalado — dijo Salazar, mientras él y Godric salían de la cocina después de pedir algo de comer a los elfos domésticos —. Muggles... ¿a quién le importan? No son más que un atajo de niños a nuestro lado. — Bueno... Pero supongo que Luthor tiene algo de razón — dijo Godric —. Me refiero a que la vida es más agradable si la vives en paz... Salazar lo miró unos segundos y después comenzó a reir de nuevo. 47


— Tienes razón, supongo. No me gustaría que los muggles me persiguiesen por todo el país intentando quemarme en la hoguera, aunque no pudiesen hacerme daño. Pero — sonrió traviesamente — es tan divertido hacer rabiar al viejo... — Eres incorregible — sonrió Godric. Caminaban por un ancho sendero que salía del castillo y serpentaba a través de las montañas hasta bajar al cristalino lago que descansaba a los pies de la mole de piedra. El tiempo era inmejorable, la primavera había dado paso a un verano caluroso y éste a un otoño dorado, y el sol se resistía a dejarse vencer por las nubes que amenazaban nieve. Godric suponía que el invierno sería crudo en el castillo Durmstrang, por lo que no podía sino alegrarse de que el otoño les diese una pequeña tregua antes de encerrarlos en el castillo meses y meses. Bajaron hasta el lago. A un lado, una enorme pradera de hierba, seca por la falta de lluvia, invitaba a correr y a saltar de alegría bajo el cálido sol de septiembre. — Qué día más estupendo... — suspiró Salazar —. Me están entrando ganas de jugar. No he montado en mi escoba desde el año pasado... — hizo una mueca —. Luthor me tiene encerrado, parece pensar que el aire libre puede dañar mi conocimiento de la magia. — ¿Jugar? ¿A qué? — dijo Godric —. ¿A la gallina ciega? — No, bobo — dijo Salazar con aire de fastidio —. Bueno, supongo que en vuestro valle no se jugará mucho... — Sabemos divertirnos, si a eso es a lo que te refieres — dijo Godric indignado. — Sí, vale — dijo Salazar, y sonrió —. ¿Jugando a la Gallina Ciega? — Pero qué listo eres — se encrespó Godric —. ¿Sabes? En mi valle también jugamos a... 48


— Sí, a las canciones, a las palabras encadenadas, a la Gallina Ciega... Godric sonrió. — Ese airecillo de superioridad que te gastas no te sienta nada bien, Sal — dijo —. A ver, Señor Diversión, ¿a qué se supone que jugaís encima de la escoba? ¿A ver quién coge más manzanas de lo alto de los árboles? ¿A tiraros los unos a los otros? ¿A daros escobazos sin dejar de volar..? — Bueno... — Salazar se levantó de golpe. Su rostro se había iluminado de pronto, y parecía un chiquillo a quien alguien ha hecho un regalo largamente esperado —. Es un juego bastante simple, verás: participan varios jugadores... — ¿Cuántos? — Da igual, no sé, unos cinco o seis en cada equipo... — ¿No lo sabes? Pues vaya... — Es un juego que inventaron los campesinos del pantano, ¿vale? Ellos jugaban como y cuando podían, así que deja de darme la vara... Godric contuvo la risa. — Vale, vale... no te enfurruñes. Salazar frunció el entrecejo, e hizo un esfuerzo por recuperar la sonrisa. — Bueno, a ver cómo te lo explico para que seas capaz de entenderlo — dijo, e, ignorando la mirada de indignación de Godric, prosiguió —. Tenemos una pelota, ¿vale?... — Vale. Pelota. ¿Y eso qué es?... Salazar rió. — Claro, supongo que vosotros todavía jugáis a pasaros una vejiga de dragón por encima de un seto... Una pelota es como la vejiga hinchada, pero está hecha de cuero. — Ah... — Godric miró a Salazar —. ¿Y para qué vais a desperdiciar el cuero en 49


esa chorrada, si la vejiga de dragón es muchísimo más barata?... Salazar lo miró con reprobación. — Los campesinos jugaban con vejigas, pero nosotros no tenemos que preocuparnos por el dinero, ¿no?... La pelota se coge mucho mejor y no cambia de dirección en el aire, es mucho más cómoda para jugar... Godric volvió a fruncir el entrecejo. — ¿Y qué más da que cambie o no de dirección? Si sólo es un juego... Salazar suspiró. — Voy a tener que esforzarme para que lo entiendas... — miró a su alrededor —. Bueno, a ver... Se juega sobre escobas... ¿Sabes volar? — ¡Claro que sé volar! — dijo indignado Godric. — ¡Vale, vale! — Salazar soltó una carcajada. Buscó entre sus ropas y sacó la varita —. Veremos en primer lugar si el convocador te sale tan bien como alardeas. El castillo está muy lejos, sabes... Godric lo miró, desconcertado, hasta que comprendió lo que quería decir. Sacó la varita de su túnica y la levantó. — ¡Accio escoba! — gritaron a la vez. Por unos momentos, no sucedió nada, y Godric pensó que quizás había fallado el encantamiento e iba a hacer el ridículo. Sin embargo, unos segundos después escuchó un zumbido y se volvió hacia el castillo. La escoba que su madre le había regalado años atrás volaba hacia él, junto a otra escoba, evidentemente de Salazar. Ambas se detuvieron en el aire junto a sus propietarios. — Vale — dijo Salazar, cogiendo su escoba y sentándose en la seca y crujiente hierba. Con un ademán, indicó a Godric que lo imitase —. Es un juego muy entretenido, 50


que se juega en grupos. Dos grupos, uno contra el otro. Veamos. Tenemos una pelota de cuero, ¿vale? — ¿Y para qué...? — dijo Godric. — ¿Cómo demonios quieres que te lo explique si me interrumpes a cada segundo? — dijo Salazar con fingida exasperación. — Lo siento... perdona. — Vale. Esta noche me haces los deberes de Historia — rió al ver el rostro compungido de Godric —. Bueno...Una pelota que hay que utilizar para marcar puntos. — Perdona que te interrumpa, milord, pero no me he enterado de nada. Salazar suspiró. Sacó de nuevo la varita, la dirigió hacia el castillo y dijo: — ¡Accio pelota! —. En pocos segundos, un pequeño arcón de madera, bastante nuevo y sin cerradura, aterrizaba a su lado. — A ver si así lo entiendes —. Abrió el arcón. Godric se inclinó a mirar: una pelota de aspecto inocente y totalmente vulgar reposaba en su interior. Era de cuero rojo, del tamaño de un melón redondo —. Bien. Hay unos jugadores, los catchers, que intentan meter la pelota entre dos árboles. Entiende que en el otro equipo hay otros... — Sí, vale, que intentan meter la pelota por entre otros dos árboles. Salazar rió —. Vale, veo que lo pillas. Otro jugador tiene que impedir que la pelota pase entre los árboles, porque cada vez que pasa es un punto para el equipo que ha conseguido meterla. Mientras tanto, hay dos piedras — miró a su alrededor como buscando algo, levantó la varita y susurró — ¡Accio piedras! —. Dos piedras un poco más pequeñas que la pelota acudieron a su llamada —. Vale, hay dos piedras, a las que solemos llamar blooders, que se han embrujado para que vayan entre los jugadores, intentando tirar de la escoba a quien se les ponga por delante. 51


— ¿No es un poco...? — ¿Peligroso? Nah, es una tontería, lo peor que te puede pasar es que te caigas de la escoba. Bueno, otros dos jugadores intentan que las blooders golpeen a los jugadores del otro grupo, claro. — ¿Cómo? — Antes lo hacían con la mano, con el pie o incluso con la cabeza — dijo Salazar —. Pero hace un par de años a alguien se le ocurrió que sería mejor que lo hiciesen con algo para no machacarse tanto la sesera. Creo que ahora golpean las blooders con una especie de palo o algo así — se encogió de hombros —. Siempre le quitan a la vida la parte interesante. — Hombre, no me parece a mí que dejarte el cerebro pegado a una pelota sea precisamente interesante... — rió Godric. — Pues que no jueguen — sonrió —. Bueno. Pues ese es el juego. El que consigue más puntos, gana. — Eso ya lo había deducido yo solito, gracias — dijo Godric, y miró a Salazas desconcertado —. ¿Y ese es tu famoso juego divertidísimo y estupendísimo? Hombre, pues... — Nadie dijo que el juego tuviese algún sentido — Salazar se encogió de hombros —. Sólo que es divertido. — ¿Y ya está? — dijo Godric —. ¿No hay más reglas, no hay algo que no se pueda hacer, como tirar de la escoba a los del otro equipo, o algo así? — Ya te he dicho que es un juego, nada más. Nadie se ha preocupado por ponerle unas reglas. Bueno, ¿quieres jugar? Godric sonrió. 52


— Claro. Parece divertido. Aunque... Creo que nos falta gente, ¿no? — Oh, no te preocupes — rió Salazar —. Sólo para que aprendas. Ya jugaremos en serio algún día... — De acuerdo. ¿Y qué jugador se supone que voy a ser? ¿El que mete la pelota, el que impide que entre, o el que golpea las piedras? — Eso depende de con quién juegues. Cada equipo decide antes de que empiece el juego quién está en cada posición. Así que tendrás que aprender a jugar en todas, y cuando sepas la que te va mejor, intentas que tu equipo te elija para... — se detuvo de pronto, como si hubiese oído algo. Miró hacia abajo, y Godric sintió la extraña sensación de que sus ojos se deslizaban por la orilla del lago, como observando algo. Silbó casi en un susurro y después, como percatándose de que Godric se hallaba a su lado, enderezó la cabeza —. Oops... — miró hacia el castillo —. Creo... creo que llegamos tarde a la lección de la tarde, Godric... — ¿Si? — dijo Godric, algo desconcertado por el abrupto cambio de ánimo de Salazar —. ¿Qué... qué hora es? — La hora de la merienda, creo. — Bueno — sonrió Godric —. Subamos antes de que Luthor nos convierta en algo asqueroso, ¿de acuerdo? — Sí... bueno, es... — miró de nuevo hacia el lago —. Sube tú, yo tengo que... que buscar unas hierbas para preparar pociones... Ya sabes, Luthor me mata si no las llevo... — No seas tonto, te ayudaré a buscarlas... — No — Salazar rió —. No, es mejor que uno de los dos llegue a tiempo. Sube, que yo iré en seguida. — Bueno... — Godric se levantó, cogió su escoba y montó sobre ella —. Llegaré 53


antes si voy volando. Date prisa, antes de que Luthor se ponga verde. — Sí, voy en seguida. Vete, que la paciencia no es precisamente una de las virtudes del viejo. Godric dio una fuerte patada al suelo y se elevó en el aire. Aceleró hasta que le lloraron los ojos, tratando de llegar al castillo lo antes posible. Sin embargo, antes de desaparecer detrás de una montaña echó una última mirada hacia donde Salazar se había quedado. El muchacho no había hecho ni el amago de buscar las hierbas; se había deslizado hasta la orilla del lago, y se inclinaba hacia el suelo, como si estuviese observando la tierra húmeda. Godric volvió a mirar hacia delante, a tiempo de virar antes de chocar contra un saliente rocoso de una de las montañas. Hizo un rápido giro con la escoba, de forma que estuvo a punto de caer al suelo, y se enderezó a duras penas. Aterrizó a trompicones, ya que no había frenado en su descenso en su ansia por llegar a tiempo a la lección de Luthor. Cuando entró en el castillo, con la escoba apoyada en el hombro, miró hacia su brazo y vio que, sin darse cuenta, se había llevado la pelota de cuero.

Media hora más tarde, Salazar entró en la pequeña sala donde Luthor les daba clase. Disculpándose apresuradamente, se sentó junto a Godric y convocó un pergamino y una pluma para que acudieran a él desde un estante un poco alejado. Godric se inclinó hacia él. — ¿Por qué has tardado tanto? — le preguntó en un cuchicheo —. Luthor me miraba como si quisiera hacer cosas muy feas con mi cabeza... — La pelota — sonrió Salazar —. Tenía que dejarla en su sitio... — ¿Ya la has guardado? — preguntó Godric, mirando a Salazar a los ojos. Éste se encogió de hombros. 54


— Claro... — rió, sin mirar a Godric. Godric lo miró, con el rostro inexpresivo. Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Por qué le estaba mintiendo? — ¿Salazar? — preguntó, dubitativo. — Bueno... — Salazar se volvió hacia él —. No, no la he encontrado. Y eso que he estado media hora buscándola, a la muy condenada... — se encogió de hombros —. No sé cómo se lo voy a decir a mi padre. Se la regaló tu primo... Bueno, supongo que siempre podrá encargar que me hagan otra... Godric sintió que su corazón se aligeraba. Riendo, sin preocuparse por que Luthor se diese cuenta, metió la mano en su bolsillo y sacó la estúpida pelota de cuero. Salazar la miró, asombrado. Después puso la mano sobre la de Godric y le cerró los dedos en torno a la pelota — Guárdala. Siempre puedo pedirle a mi padre otra... Godric sonrió. — Por cierto... Habría que ponerle un nombre a tu jueguecito famoso, ¿no crees?... Salazar se encogió de hombros. — Tú mismo. — No sé, no sé... — Godric se quedó pensativo unos segundos —. Podrías ponerle tu nombre... — No lo inventé yo — dijo Salazar, indiferente. — Pues... El nombre de tu pantano. ¿Cómo se llama ese sitio? ¿Tiene nombre, o es como el valle donde yo...? — Queerditch — dijo Salazar, antes de enfrascarse en su libro de hechizos —. Mi pantano se llama Queerditch.

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*

Godric miró soñadoramente por la ventana. Después de meses de riguroso invierno, en los cuales apenas se había atrevido a asomar la nariz fuera del castillo, un pálido sol intentaba caldear las piedras, sometidas al viento y a la nieve durante demasiado tiempo. Una bandada de pájaros sobrevolaba el castillo, lejos de la ventana por la que Godric observaba, y éste deseó por un momento convocar a su escoba, abrir la ventana y unirse a ellos en el vuelo, sentir el viento en el rostro... Se obligó a sí mismo a apartar la mirada del primer glorioso día de primavera y atender a lo que decía Luthor sobre las runas. A Godric no le disgustaban los lenguajes, y mucho menos los evidentemente esotéricos como aquel, pero la primavera bullía en sus venas y le impedía concentrarse como acostumbraba. — ...el origen etimológico de la palabra runa puede encontrarse en el latín — decía Luthor cuando Godric consiguió retomar el hilo de la lección —, o bien en el inglés, ambos con el significado de misterio o secreto. También hay un vocablo germánico, raunen, que significa adivinar. Por tanto, podemos deducir que las runas se utilizan para guardar secretos o misterios, para esconder a ojos que no deben verlos los grandes... — ¿Puedes imaginar algo más aburrido que esto? — le preguntó Salazar en un susurro. Godric se limitó a negar con la cabeza, que tenía apoyada sobre la mano con la que debería estar tomando apuntes, mientras seguía mirando por la ventana, perdiendo de nuevo la concentración. — ... ese mensaje secreto se lee de izquierda a derecha, y el alfabeto rúnico, de veinticuatro signos, es la misma clave del mensaje. Los muggles nórdicos — decía la voz de Luthor — aseguran que la unión de las runas con lo esotérico yace en los poderes 56


místicos que se ofrecen al que puede recitar el abecedario. Sin embargo, nosotros, los magos, creadores de este alfabeto, sabemos... Godric sintió que se le caían los párpados. El sol le daba en la cabeza, y caldeaba el ambiente a su alrededor, mientras el sueño producido por el bienestar físico se iba apoderando de él. A pesar de sus intentos por atender a las palabras de Luthor... — ...cada signo rúnico tiene su propio significado, que, unido al significado del mensaje completo, puede ocultar un hechizo, una maldición, o alguna verdad que es más seguro que permanezca oculta. Sin embargo, aunque seamos capaces de descifrar los signos, seguramente también tendremos que descifrar después su significado... Godric cerró los ojos y se deslizó en el sueño, arrullado por la suave voz de Luthor. Sentía cómo su cuerpo se hacía ingrávido, y se elevaba sobre la sala hacia la ventana, y volaba detrás de los pájaros... — ¡Godric! Se despertó sobresaltado, y vio los ojos grises de Luthor taladrándole con la mirada. Se encogió un poco en su asiento, y murmuró una excusa apresurada, aunque no estuvo seguro de que Luthor la hubiese oído, y mucho menos aceptado. Luthor lo miraba fijamente, y Godric no se atrevió a apartar los ojos de los suyos, pese a que, a su lado, escuchaba los esfuerzos de Salazar por contener la risa. Se prometió a sí mismo que le daría una paliza aquella misma tarde. — Yo... — ¿Puedes leerme esta inscripción, Godric? — dijo suavemente Luthor, señalando una piedra que había depositado a su lado sobre una banqueta. La piedra, un trozo de granito redondeado, parecía bastante antigua, de unos cinco siglos o así. Un altorrelieve mostraba la figura de un hombre montado sobre un animal, seguramente un caballo, aunque 57


por la forma más bien parecía un felino. Sobre el hombre había grabados una serie de caracteres rúnicos. Godric miró los signos angulosos, de líneas quebradas, y sintió que la cabeza le daba vueltas. Trató de concentrarse en todas las lecciones de runas que había recibido hasta entonces. — Er... — ¿Er? — dijo Luthor —. Ese signo no lo conozco, Godric. — No, este... — miró fijamente la piedra —. Fra... frawara... — Continúa, muchacho — le alentó Luthor, cuando Godric hizo una pausa. — Frawaradaz ana... hahai slaginaz. Luthor asintió con la cabeza. — De acuerdo. ¿Y qué significa? Godric siguió mirando intensamente la piedra, como si ésta tuviese el significado oculto en su interior y fuese a revelárselo simplemente con la intensidad de su mirada. — Em... "el hombre... no domina a la bestia" — Fíjate mejor. Godric se concentró todo lo que pudo, y observó de nuevo los extraños signos. — "El hombre no doma al animal..." — Bien — aprobó Luthor —. ¿Y el resto? — Este... "se hace uno... con él" — dijo titubeante Godric. — Así es — dijo Luthor —. "El hombre no doma al animal: se hace uno con él". Muy bien. ¿Y qué significa? — preguntó Luthor. Godric lo miró, aturdido. — ¿Qué significa? — repitió. — Sí, qué significan las palabras. Tendrán algún significado, si alguien se molestó 58


en grabarlas en una piedra... — Puede ser alguna poesía rara — intervino Salazar —. O un druida que había libado demasiado hidromiel... — rió. Luthor lo miró reprobador. — Ten por seguro, Salazar Slytherin — dijo con voz cortante — que estas palabras tienen un significado. ¿Cuál crees que es, Godric? — No sé... — Godric tragó saliva —. ¿Un acertijo? — Por supuesto. Todos los mensajes rúnicos contienen un acertijo. Es una forma más de ocultar el mensaje real... su significado — se encogió de hombros — puede ser cualquier cosa: un hechizo, una maldición, o algo tan simple como una advertencia. — ¿Y en este caso qué es, Luthor? — preguntó Salazar. — Eso — dijo Luthor — tendréis que descubrirlo vosotros... si no, la lección no serviría de nada.

— CAPÍTULO 4 — El maestro

— Así que has vuelto a conseguir que Luthor se largue de tu habitación — dijo Godric, riendo, mientras entraba en el dormitorio de Salazar —. Dos veces el mismo día... Debe ser una especie de récord. 59


Salazar levantó la mirada y le guiñó un ojo, sonriendo. Godric cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia la cama de Salazar, donde se dejó caer, y, estirando las largas piernas, dirigió la mirada hacia la silla junto a la ventana, donde Salazar escribía en un pergamino colocado sobre una antigua y enorme mesa de roble. — Sabes, me impresiona que el viejo siga siendo tu maestro. Si yo fuese él, hace años que te había convertido en una lombriz de tierra — dijo Godric. Salazar soltó una carcajada. — Eso sería si fueses capaz de aprenderte el encantamiento. Por ahora, confórmate con transformarte en una persona civilizada y siéntate en una silla. — Tu cama es más cómoda — repuso Godric —. Y no soy una persona civilizada —. Sonrió —. Además, hasta un muggle sería capaz de transformarte en una lombríz. — ¿Ah, sí? — Sí, porque ya lo eres. Salazar le lanzó lo que tenía más a mano, que resultó ser el tintero. La tinta negra salpicó el ornamentado edredón y la almohada donde Godric apoyaba la cabeza, pero a él ni lo tocó. El tintero rodó por la cama y cayó al suelo. Sonriendo, Godric sacó la varita, dibujó un círculo en el aire y la tinta se evaporó. — Muy bonito — dijo Salazar —. Lo de limpiarme la cama y lo de no dejar que te manche. Debes haber estado estudiando toda la noche para que te saliese el escudo... — Me sale de forma natural. — Sí, y yo soy Silvestre II. — Ni de broma eres tan poderoso como él. Cuando quieras te doy un par de lecciones de magia, Sal. Salazar sonrió más pronunciadamente. 60


— No, gracias. No quiero perder lo poco que he aprendido con ese viejo chocho. Godric rió. — ¿Qué le has hecho esta vez? Salazar se encogió de hombros —. Simplemente le pedí que se dejase de niñerías y me enseñase a Aparecerme. Godric abrió la boca. — ¿Cómo? — Aparecerme. Le dije que creía que sería estupendo si dejaba de intentar que memorizase los pactos de los bretones con los brujos daneses y el concilio que celebraron los magos vikingos con los muggles y me mostrase cómo podía transportarme yo solito, sin tener que dejarme los dientes en todos los suelos a los que llego con esa basura de Polvos Flú. Godric miró atónito a Salazar, parpadeando. Luego se echó a reir. — Estás chalado, Sal. No sé cuántas veces te habrá dicho Luthor que no nos enseñaría ese tipo de cosas hasta que tuviésemos... — ...un poco de cerebro dentro de nuestras gruesas calaveras. Sí, lo sé. Creo que lo he oído bastantes veces como para vomitar. Lo acabo de oír, de hecho —. Se encogió de hombros. — No sé por qué sigues insistiendo —. Godric meneó la cabeza —. Sabiendo que no quiere enseñarnos eso hasta que considere que tenemos suficiente poder... — ¡Oh, vamos, Godric! — exclamó Salazar, levantándose de la silla y comenzando a pasearse por la habitación —. Sabes que ya tenemos suficiente poder para eso y para mucho más. Vaya, si yo creo que lo hemos tenido toda la vida. Godric lo miró, sonriendo. 61


— Sigo creyendo que lo dices por fastidiarlo. — Claro — dijo Salazar, sonriendo traviesamente —. Pero eso no quita que piense que podemos hacerlo. — Eres un poco soberbio, hermano — rió Godric. — Sabes que es verdad, Godric — dijo Salazar, repentinamente serio —. Luthor nos está cortando las alas. Godric dejó de reir y se quedó paralizado. — Dios Santo, lo dices en serio, ¿verdad? — Claro — respondió Salazar —. Y creo que es porque nos tiene miedo. Porque podríamos ser mucho más poderosos que él. — Estás fatal, Salazar — dijo Godric, asombrado —. Creo que deberías ver a un Sanador... — Pues yo creo — le interrumpió Salazar —, que si intentásemos aprenderlo nosotros mismos seríamos capaces de hacerlo a la primera. — Dios mío, sí que necesitas a un Sanador — dijo Godric, sin saber si reirse o tomarle en serio —. La Aparición es peligrosa, Salazar... — Precísamente por eso tiene que ser divertida — respondió Salazar, con una sonrisa sesgada —. Vamos, God, ¿no te apetece intentarlo? — No quiero llegar a un sitio y encontrarme con que he dejado mis orejas atrás, gracias. Les tengo mucho aprecio. Salazar se encogió de hombros —. No ibas a estar más feo de lo que ya eres, sabes. Es imposible empeorarte. Godric rió fuertemente. — Sinceramente, me gustaría aprender un par de cosillas más antes de escindirme. 62


Pero si dentro de un tiempo me apetece y tu oferta sigue en pie... — ...te lo haré saber, no te preocupes — Salazar sonrió abiertamente y se sentó de nuevo en la silla —. Bueno, dime, ¿has conseguido transformar a Gorg en un caballo, o sigue resistiéndose a cambiar de vida? — Se me ha vuelto a escapar. Creo que tendrás que ordenarle que se quede quieto, o tendré que hacer mis prácticas de transformación contigo, Sal. — Eso ni pensarlo. A menos que me prometas convertirme en un animal interesante. Odio los caballos — bufó —. Ahora, un aguilucho, un buitre... Eso, me lo pensaría. Godric lo miró, sonriendo socarronamente. — ¿Para qué quieres ser un maldito pájaro? — Para viajar con rapidez. Ya que no me enseñan a Aparecerme... — Tienes tu escoba — razonó Godric. — Sí, pero un brujo montado en una escoba es un blanco de primera. Sin embargo, a un ave no la mataría ningún mago... — suspiró. —Parece como si pensases que nos van a atacar cientos de magos vikingos chalados con el único deseo de ver nuestras varitas insertadas en los agujeros más insospechados de nuestro cuerpo, Sal. Salazar esbozó una sonrisa enigmática. — Nunca está de más estar preparado. Permanecieron en silencio unos segundos. Godric estudió el perfil de su amigo, que tenía la mirada perdida en el exterior de la ventana, tal vez fija en el cielo, en el campo, en el lago, en las lejanas montañas, o incluso más allá. — Sabes — dijo Salazar al cabo de un rato —, echo de menos mi casa, allá, en 63


Inglaterra. Godric se incorporó. Salazar nunca le había hablado de cómo era su vida antes de conocerse, años atrás. Salazar siguió mirando por la ventana, con aire soñador. — Mi hogar no estaba en un sitio tan hermoso como éste — dijo Salazar, abarcando con un ademán toda la vista que se veía desde la ventana —. La casa de mis padres estaba junto al pantano de Queerditch. Odiaba todo aquello... — suspiró —. La humedad, los mosquitos, el barro... Y, sin embargo... Godric permaneció en silencio, dejando que Salazar se hundiese en los recuerdos. Sabía perfectamente lo que era echar de menos un lugar: no había día que no se sintiese un poco defraudado por despertarse en el castillo Durmstrang en lugar de en su querido valle. — En fin... — suspiró Salazar —. El hogar está donde estás, supongo, y ahora éste es mi hogar. — Tu hogar está donde tú quieres estar — dijo suavemente Godric —. Donde sientes que perteneces. Sea como sea ese lugar. Salazar se volvió a mirarlo. Los verdes ojos relucían, y Godric creyó ver en ellos una humedad que nunca antes había observado. — Me gustaría que lo conocieras — dijo de pronto —. Me gustaría que vinieses a verlo alguna vez. Me gustaría ir contigo a tu valle, y que tú vinieses a mi pantano... — sonrió, y el labio inferior le tembló levemente —. Me gustaría recorrer toda Europa contigo — sonrió. — Claro — dijo Godric, estupefacto —. Claro que sí, Sal... — se levantó de la cama y se dirigió a la silla junto a la ventana. Ver a Salazar en un momento de debilidad lo desconcertaba, y, a la vez, le resultaba incómodo. Se agachó junto a él, y sintió un fuerte impacto a la altura del estómago cuando vio a Salazar morderse los nudillos para controlar 64


el temblor de sus labios. — Salazar... — Yo... — Salazar bajó la cabeza, y apretó el dorso de la mano contra su boca. Cuando volvió a mirar a Godric pareció avergonzado —. Lo siento, Godric... — sonrió temblorosamente —. Creo que estoy cansado, eso es todo. — Sal, escucha — Godric cogió una de sus manos, que descansaba sobre sus rodillas, y la apretó fuertemente —. Iré contigo a tu pantano, ¿de acuerdo? Iré contigo donde quiera que vayas. Donde quieras que vaya. Salazar sostuvo su mirada. — Y yo, hermano — dijo, apretando la mano que Godric le había cogido —, siempre estaré contigo donde quieras que esté.

*

Las nieves del invierno dieron paso a un corto y cálido verano, que de nuevo se ahogó entre los gélidos vientos de un otoño prematuro y los hermosos copos de nieve que se agolpaban contra su ventana. Las estaciones se sucedían en un extraño remolino que, en ocasiones, hacía pensar a Godric que se hallaba en el centro de un huracán que lo arrastraba irremediablemente hacia algún destino desconocido para él. Las lecciones, los juegos, el frío, el calor, más lecciones, todo se mezclaba a veces en su mente de forma que no era capaz de distinguir un verano de otro, un invierno del precedente ni del que vendría a continuación. En ocasiones, mientras yacía en el inmenso lecho de su cuarto, insomne, se entretejían imágenes de vuelos en escoba junto a un risueño Salazar con otras de hechizos y encantamientos realizados bajo la atenta mirada de Luthor, y, pese a la felicidad que no 65


podía evitar sentir ante la confianza de su maestro, ante la amistad de Salazar y ante su propia magia, sentía que, de alguna manera, todo aquello llevaba a alguna parte, a algún agujero, a un bache que no era capaz de ver en su camino pero que, irremediablemente, en algún momento lo haría caer. La mañana lo sorprendió aquel día observando por la ventana cómo los tímidos rayos de sol intentaban, sin conseguirlo, derretir el gran manto de nieve que cubría la ladera de la montaña hasta casi tocar la orilla del lago. La puerta de su habitación se abrió de golpe. — ¡Estás despierto! — dijo una voz, entre acusadora y divertida, desde el umbral. Godric sonrió y tardó unos segundos en volverse, con la única intención de molestar un poco más a su impaciente compañero de estudios. — ¿Qué ha ocurrido — dijo, girando la cabeza lentamente — para que el muy noble Salazar Slytherin deje su cómodo lecho justo después del alba? — ¡Oh, no me vengas con tonterías! — exclamó Salazar, avanzando hasta detenerse en el centro de la habitación, con los brazos en jarras —. ¿Sabes qué día es hoy? Godric sonrió aún más pronunciadamente. — ¿Hoy? No sé... déjame pensar... la Natividad no puede ser, fue hace casi tres meses... Pascua tampoco... mmm... ¿El Día del Duende? — ¡Godric! — dijo Salazar, molesto. Godric soltó una carcajada y se acercó a él. — ¡Claro que sé qué día es hoy! — riendo, aferró a su amigo y lo abrazó —. ¡Felíz cumpleaños, Sal! La sonrisa de Salazar y sus ojos brillantes hicieron reir aún más a Godric. — ¡Es mi cumpleaños! — dijo Salazar, que de repente pareció un chiquillo de apenas diez años, diez menos de los que cumplía en realidad. 66


— Así es — asintió Godric —. Un gran día. La sonrisa de Salazar no vaciló pese a la mirada suspicaz que dirigió a Godric. — ¿Por qué es un gran día? — preguntó, curioso. — Porque hoy, grandísimo tonto, Luthor no nos va a molestar en todo el día. ¿Recuerdas? Los cumpleaños son la única fecha sagrada para el viejo... — Es verdad — dijo Salazar, guiñándole un ojo —. Y parece que este año voy a tener suerte... — añadió, mirando por la ventana —. El lago sigue helado, pero el sol brilla y me apetece dar un paseo. ¿Quieres ir a patinar un rato? — No — dijo Godric. Salazar se volvió, sorprendido. — ¿Por qué? — preguntó, sin poder evitar que la desilusión se marcase en su voz. — Porque hoy es tu cumpleaños — dijo Godric —. Y tu mejor amigo — hizo una reverencia — tiene preparado para tí un regalo especial. — ¿Un regalo? — exclamó Salazar. — Sí. Así que ponte algo decente, que vestido de esa guisa no me atrevería ni a reconocer que te conozco — Salazar miró hacia sus piernas desnudas y se encogió de hombros —, y baja a desayunar conmigo. — ¡Te apuesto el ensayo sobre antídotos a que estoy en el salón antes que tú! — dijo, corriendo hacia la puerta. — ¡Tienes que estar vestido de verdad! — gritó Godric al rellano vacío por donde Salazar acababa de desaparecer —. ¡Si no, me haces la traducción de la piedra de Iarlabanki ocho veces! Godric apareció en el salón pocos minutos después, y se encontró con un Salazar perfectamente vestido y peinado, que comía carne seca y jamón a dos carrillos. Salazar tragó con dificultad y sonrió. 67


— Me debes un ensayo, Gryffindor. — Confórmate con que ensaye mis antídotos sobre tí. — De eso nada — dijo Salazar —. Un trato es un trato. — Pero no vale si no te has quitado la camisa de dormir antes de ponerte la túnica — sonrió Godric, señalando la manga de Salazar. Un trozo de tela de un blanco puro sobresalía por debajo de la túnica verde oscuro. Salazar soltó una carcajada. — Está bien — dijo riendo. Sacó la varita e hizo un movimiento ascendente — Evanesco —. El trozo de tela, y, supuso Godric, la camisa de dormir, desaparecieron. — Me debes ocho traducciones de la piedra Iarlabanki — dijo Godric. Salazar hizo una mueca. — Ya te la sabes de memoria — respondió —. Bueno, Lord Gryffindor, ¿qué vais a regalarme por mi cumpleaños? — Ven conmigo — dijo Godric, y se dio media vuelta. Salazar cogió otro trozo de carne seca y se apresuró a seguirlo. Godric se encaminó hacia la chimenea, y sacó de un pliegue de su túnica una bolsa de cuero. Se volvió a mirar a Salazar, sonriendo —. Hace años me dijiste que querías conocer mi valle... Bueno, Luthor ha accedido a prestarme unos pocos Polvos Flú. Este es mi regalo de cumpleaños. Salazar lo miró, boquiabierto. — Por lo menos podrías decir algo... — rió Godric —. Me ha costado siglos convencer a Luthor para que me diese esto — señaló la bolsita —. Bueno... ¿No dices nada? Salazar abrió la boca, la volvió a cerrar, y la abrió de nuevo. Godric soltó una carcajada. — Parece que te vayas a ahogar... — rió —. ¿No te apetece conocer mi casa? 68


¿Preferirías que te hubiese regalado un chivatoscopio? — Es... — dijo Salazar, con la voz temblorosa — es el mejor regalo de cumpleaños que me han hecho nunca.

Godric sintió un escalofrío cuando salió de la chimenea y se encontró en el salón del castillo Gryffindor. Las paredes de piedra, los retratos de la pared, la vieja escalera de piedra, la gruesa alfombra, los tapices... Todo era mucho más humilde y pequeño de lo que lo recordaba, quizá por las dimensiones del castillo Durmstrang, quizá porque él mismo era más mayor. Sin embargo, de nuevo estaba en casa... En ese momento supo, con una punzada de dolor, cuánto había echado realmente de menos aquel lugar. — ¿Este es tu castillo? — dijo Salazar con curiosidad, saliendo de la chimenea y colocándose a su lado. — Sí — respondió Godric —. Bueno, no es tan grande como el tuyo, ni tan lujoso... — añadió, preguntándose si Salazar lo vería como un lugar humilde comparado con Durmstrang. — ¡Es fantástico! — dijo vehementemente Salazar, avanzando unos pasos hacia el centro del salón —. ¡Es estupendo, Godric! Todos esos retratos... ¿Quiénes son? — Mis antepasados — dijo Godric, sonriendo orgulloso —. Aquel es mi abuelo, George, mira, y esa es mi madre, Gertrude, y... — ¿Godric? — dijo una voz desde el otro extremo del salón. Godric y Salazar se volvieron, a tiempo para ver a una jovencita bajar el último escalón hasta la estancia. La muchacha sonrió radiante cuando los vio, y se volvió para gritar: — ¡Galahad! ¡Galahad, baja, deprisa! — ¿Quién es? — preguntó Salazar, observando a la joven. Godric también la miró, 69


sin estar muy seguro de conocer la respuesta. La chica aparentaba unos quince años, la edad que debía tener Gisele, pero evidentemente no era su hermana: el cabello era castaño, y brillaba dorado bajo los escasos rayos de sol que se colaban por las altas ventanas. Los ojos que habían sonreído a Godric no eran azules, sino negros, y enormes. — ¿Rowena? — preguntó, dubitativo. La muchacha se volvió de nuevo a mirarlo, sonriente, y corrió hacia donde se encontraban —. ¿Eres tú? — ¡Godric! — dijo Rowena mientras se lanzaba hacia el aturdido Godric y lo envolvía en un abrazo. Godric observó la mirada ceñuda que Salazar dirigió hacia ellos, y se separó unos centímetros de Rowena, con el pretexto de mirarla mejor — ¡Pero... Rowena! — dijo Godric, sonriendo —. ¡Estás... estás... preciosa! Rowena soltó una carcajada —. Lo que estoy es mayor, Godric —. Le dio un empujón —. ¡Llevas siglos sin aparecer por aquí! Me extraña que no me hayas encontrado hecha una ancianita... — Tenía que estudiar, Rowena — dijo una voz. Godric observó a su padre bajar también las escaleras de piedra, sonriente —. Me pregunto qué demonios estará haciendo aquí... — ¡Padre! — gritó Godric, y corrió a su vez hacia Galahad, que lo trituró con su habitual abrazo rompe—costillas. Godric sonrió, medio asfixiado, al comprobar que Galahad no había perdido un ápice de fuerza en los últimos cinco años. — Deja que te mire — dijo Galahad con voz seria. Lo estudió durante unos segundos, y después volvió a abrazarlo, incluso con más fuerza que antes —. Estás increíble, hijo mío. — Tú también, padre — dijo Godric, sin saber si reír o llorar. Estaba en casa... Ahora sí que estaba en casa. 70


— Creo que ya conoces a mi alumna — dijo Galahad a Godric, señalando hacia donde Rowena permanecía observándolos, con una media sonrisa —. Aunque no es fácil reconocerla... — ¿Es tu hermana, Godric? — preguntó Salazar con curiosidad, estudiando a Rowena con la mirada. — Qué curioso. Hasta hoy, creía que yo era su hermana... — dijo una voz cristalina desde las escaleras. Salazar se volvió a mirar, y la expresión de su rostro cambió repentinamente. Sin detenerse a cambiar siquiera una mirada con Godric, avanzó hacia la escalera y se detuvo frente a Gisele, a quien murmuró algo que Godric no fue capaz de escuchar y, después, se inclinó para besar la fina y blanca mano que ella le tendía. Godric frunció el ceño ante la descortesía de Salazar con Rowena, aunque no pudo evitar hincharse de orgullo. Al parecer, la belleza de su hermana Gisele había cautivado a Salazar... Y no era para menos. Gisele se había convertido, a sus quince años, en una preciosa jovencita. Su cabello moreno estaba recogido en un moño cubierto por una redecilla de plata, que brillaba casi tanto como los ojos del color de los zafiros, engastados entre negras y larguísimas pestañas. El vestido de terciopelo azul oscuro hacía juego con sus ojos, y las zapatillas plateadas la hacían parecer una joven princesita. Salazar, evidentemente, no podía apartar los ojos de ella, y el orgullo hizo que Godric olvidase en un segundo la aparente falta de tacto de su amigo. — Mira, Salazar — dijo, cuando él y Gisele se acercaron a donde se encontraban ellos —. Esta es Rowena Ravenclaw, una amiga de la infancia. — Y mi compañera de estudios — añadió Gisele, sonriendo —. Estás estupendo, God. 71


— Y tú, hermanita — dijo Godric, inclinándose para besar su mejilla. Salazar titubeó y, después de unos segundos, alargó la mano para estrechar la de Rowena. — Encantada — dijo ésta fríamente. — Lo mismo digo — respondió Salazar, en el mismo tono de voz. — Y éste — interrumpió Godric — es mi padre, Galahad Gryffindor. — Así que tú eres el joven Slytherin... — dijo Galahad, midiendo a Salazar con la mirada. — Salazar — dijo éste, devolviéndole firmemente la mirada —. Mis padres me han hablado mucho de vos... — Yo también he oído hablar de tí — interrumpió Galahad —. Eres un buen mago, creo... — Bueno... — dijo Salazar —. Estoy aprendiendo todavía... — Con Luthor — dijo Galahad firmemente —. Espero que aproveches las lecciones, pocos maestros pueden superar hoy en día a Luthor. ¿Y tú, Godric? — se volvió hacia su hijo, que observaba a Gisele y a Rowena con la incredulidad marcada en cada rasgo —. ¿Has aprendido algo, o sigues sin saber hacer otra cosa que convertir las mesas con patas en mesas sin patas? — ¿Mesas con...? — balbució Salazar, confuso, entre las risas de Galahad y Gisele. — Es una vieja historia — respondió Godric, con los dientes apretados —. Sí, padre. Sé hacer algunas cositas más. — Eso espero — sonrió Galahad —. Si no, Rowena y Gisele van a dejarte a la altura de un gusarajo con artrosis... Las risas volvieron a resonar entre las paredes del salón, aunque Godric no pudo evitar hacer una mueca ante la mirada con el ceño fruncido que Salazar, seguro de que 72


nadie le observaba, dirigía a Rowena.

— Lo cierto es que son unas alumnas excelentes, las dos — dijo Galahad, sirviendo vino a Salazar —. No podría estar más orgulloso de ellas. Algunas veces me ponen incluso en algún aprieto, porque veo que, en cualquier momento, podrían superarme. — Esa es Rowena — dijo Gisele, apartando el cuchillo con el que acababa de cortar un trozo de cordero y aferrando el hueso con los delicados dedos —. Yo soy un poco torpe, pero Rowena aprende como si no le costase ningún esfuerzo. Sólo hace dos años que estudia con Padre, pero ya me da una paliza cada vez que competimos. Godric dirigió una mirada triunfante hacia Galahad, que respondió a regañadientes con una inclinación de cabeza. Ambos sabían que había tenido razón al asegurar que Rowena era muy poderosa, y ambos sabían también que Godric había hecho lo correcto al pedir a su padre que la enseñase. — ¿Puedo preguntar — dijo Salazar, dejando la copa en la mesa y mirando a Galahad — por qué ella es vuestra alumna? — ¿Qué quieres decir, muchacho? — dijo Galahad, distraído con su comida. — Quiero decir... Ella no es vuestra hija, ni es de vuestra familia, ¿no?... — No, no lo es — admitió Galahad, mientras se peleaba contra un trozo de tocino que se empeñaba en no dejarse agarrar por un pedazo de pan. — ¿Entonces? — ¿Entonces qué? — dijo Gisele, sonriente, a Salazar —. Es mi amiga... — ¿Ella... ella no es... no es...? — ¿Una Sangre Sucia? — dijo fríamente Rowena. El silencio se apoderó de pronto de la mesa. Godric miró incrédulo a Rowena, y 73


después a Salazar, como si esperase que su amigo se escandalizara porque Rowena pensase que él podía haberse sentido incómodo por una estupidez semejante. Sin embargo, Salazar ni siquiera miró hacia la joven, sino que continuó observando a Galahad. — No me gusta que digas ese término, Rowena — dijo suavemente Galahad —. Ya te lo he dicho muchas veces, en esta casa eso no importa —. Rowena bajó la vista —. Sí — dijo Galahad a Salazar —. Rowena es hija de un muggle. Pero eso no impide que vaya a ser una de las brujas más grandes de nuestro tiempo. Godric abrió la boca. Sólo una vez había oído a su padre hablar con tanta rotundidad del poder de alguien y en aquella ocasión se había dirigido a él. ¿Acaso Rowena era tan poderosa como para poder competir con él y con Salazar, los magos que Luthor había escogido para enseñarles? — Perdonad, Lord Gryffindor, pero... — ¿No estás de acuerdo, Salazar? — dijo tranquilamente Galahad —. Bien, te diré una cosa: en este valle no estamos de acuerdo con esa tontería de que los nacidos de muggle son inferiores. Hubo un tiempo en que algunos lo seguíamos creyendo — hizo una imperceptible inclinación de cabeza hacia Godric —, pero era porque se nos había olvidado que, si vinimos a este valle a vivir, fue precisamente para no tener que dejarnos llevar por los prejuicios de los demás. — No quisiera ser descortes con ella, pero... — "Ella" tiene un nombre — dijo Rowena en tono gélido. — ... con... con... — Yo la llamaría "Lady Ravenclaw" — dijo Gisele riendo. Al parecer, seguía sin tomarse demasiado en serio el asunto de la limpieza de sangre. — ... pero — continuó Salazar — considero que un noble como vos, pariente del 74


mismo rey, no debería... — Salazar — dijo Galahad sin levantar la voz —, no me estás escuchando. Aquí vivimos como queremos, aquí tratamos a las personas por lo que son, y no por cómo o de quién han nacido. Sí, es cierto, soy el tío del rey — dijo, sonriendo —, pero excepto porque mi casa es un poco más grande que las suyas, no me diferencio mucho de los que viven a mi alrededor. Y tampoco hago distingos a la hora de tratarlos como iguales, sean hijos de rey, de noble, de campesino o de muggle —. Suspiró —. Me costó entenderlo, pero alguien me dijo una vez que, quizá en un futuro, la sangre no será lo único que dé derechos en este mundo — le guiñó un ojo a Godric —. Y así es como vivimos aquí. Sin prejuicios, sin insultos, sin discriminación. Salazar volvió a coger su copa de vino y tomó un sorbo. — Todo eso está muy bien — dijo, dejando la copa frente a su plato —. Pero... ella... Rowena... vive en vuestra casa... Galahad rió. — Rowena vive en mi casa porque es huérfana, Salazar — dijo —. Y porque necesitaba un maestro. Pasó mucho tiempo viviendo con una squib, pero, cuando Godric se fue, decidí que tenía espacio para un alumno más. Y te aseguro que no me he arrepentido. — ¿Por...? — Porque es la mejor alumna que he tenido nunca, y lo siento, Gisele — la hermana de Godric simplemente se encogió de hombros y rió de nuevo —. Porque es una bruja despierta, intuitiva y poderosa, y es una de las personas más inteligentes que conozco. Godric no pudo evitar ver un brillo de incredulidad en los ojos de Salazar. — No importa de dónde vengas, sino hasta dónde quieres llegar, y qué haces por conseguirlo — dijo simplemente Galahad —. Y Rowena puede llegar tan lejos como 75


vosotros dos, incluso con este viejo como maestro —. Suspiró —. Casi debo decir que fue un acto egoísta traerla aquí... para ver cómo se convertía en una mujer poderosa, bella y mortífera — rió —. Cuando era joven eran mis favoritas — sonrió pícaramente. — No me importa ser tu experimento, Galahad — sonrió Rowena —. Eres mi maestro y contigo he aprendido lo que nadie más habría querido enseñarme. — Nosotros tratamos a Luthor con deferencia — dijo Salazar mordazmente —. No como si fuese nuestro hermano, o nuestro padre. Godric soltó una carcajada. — ¡El día que te vea tratar a Luthor con respeto habrá banquetes durante dos meses seguidos, Sal! — rió. — Aquí las cosas se hacen de otro modo — dijo Gisele a Salazar, sonriendo ampliamente —. Ya te acostumbrarás. Rowena observaba a Salazar con una mirada fría, pero a la vez triste y, curiosamente, risueña. Éste la miró por primera vez desde que se habían sentado a la mesa, y sonrió. — Bien, pues — dijo, y su sonrisa se hizo más amplia —. Parece que mis planteamientos estaban bastante equivocados —. Se encogió de hombros —. Nunca es tarde para rectificar. Se levantó de su asiento, rodeó la mesa y se acercó hasta donde se sentaba Rowena, que lo observaba precavidamente, como si esperase un ataque en cualquier momento. Salazar alargó una mano, tomó la de Rowena y se inclinó para besarla. — Encantado de conoceros, Lady Ravenclaw. Rowena titubeó, y después inclinó la cabeza respetuosamente. — El placer es mío, Lord Slytherin. 76


— ¿Seríais tan amable de guiarme para que pueda conocer vuestro encantador valle? — dijo Salazar suavemente, con esa sonrisa que Godric calificaba de "atontadora". — Creo — respondió Rowena, vacilante —, que eso es privilegio de la anfitriona de la casa... — Y esa soy yo — dijo Gisele, risueña, levantándose de la mesa y derramando su copa de vino —. Ven, Salazar. Verás como cuando conozcas este valle no quieres irte de aquí. Godric rió mientras se levantaba de la mesa y se acercaba a donde Rowena esperaba para seguir a los dos jóvenes fuera del castillo. Miró por un segundo a Galahad, y le pareció ver que la sonrisa había desaparecido de sus ojos.

— Ha sido estupendo, Godric — dijo Salazar, eufórico, cuando salieron de nuevo de la chimenea, esta vez en el castillo Durmstrang —. Mañana podemos ir a Queerditch... Tu valle es genial, tu padre es genial, y tu hermana, yo... — Vaya, vaya — dijo alguien desde el otro extremo del salón —. Así que el alma de la fiesta llega tarde... Salazar se quedó paralizado donde estaba, mientras Godric, aturdido, miraba a su alrededor. El salón, generalmente vacío, aparecía ahora, por contraste, lleno de gente. Cinco personas, una auténtica multitud para lo que solía ser aquel castillo, los observaban, entre divertidos y enojados. — ¡Vaya! — dijo Salazar, yendo hacia ellos con una sonrisa forzada en los labios —. Ven, Godric. Creo que mis padres me han preparado una sorpresa para para mi cumpleaños... — por su tono de voz, Godric comprendió que no le hacía ninguna ilusión — . Bueno, a mis padres ya los conoces... 77


— Sí — dijo Godric, desorientado, saludando a un hombre y una mujer que permanecían de pie junto a la puerta —. Claro... — Buenas noches, Godric — dijo jovialmente Sheldon Slytherin, estrechándole la mano —. Espero que mi hijo no te haya hecho recapacitar y plantearte la huida de este castillo... — rió —. Me extraña que hayas durado tanto tiempo. ¿Cuánto son, tres, cuatro años? — Casi cinco, señor — dijo Godric, incómodo. Nunca se había sentido a gusto entre los padres de Salazar. — Buenas noches — dijo fríamente la madre de Salazar, alargando una mano fina y blanca para que Godric la besase. Sonya Slytherin era una mujer hermosa, pero helada como el país en el que había nacido. Sus rubios cabellos y los ojos verdes parecían tener la misma calidez que un glaciar en pleno invierno. — Llegas tarde, Godric — dijo una voz a sus espaldas. Godric se volvió y vio a Luthor, con una copa de vino en la mano, sonriendo. — Siempre tan agradable, Luthor — dijo Salazar, frunciendo el ceño —. Ven, Godric. Quiero que conozcas a mis primos... — lo arrastró hasta una pareja, que charlaba animadamente en un rincón —. Godric Gryffindor, mi prima Sarah — Godric se inclinó ante una mujer que debía tener aproximadamente la edad de Gerard, si hubiese vivido: unos veintitantos años — y su hermano, Simon — un hombre de unos treinta años le sonrió, aunque Godric sintió que la sonrisa no se extendía hasta sus fríos ojos azules. — Encantada — dijo Sarah, sonriendo abiertamente —. Así que tú eres el famoso Godric Gryffindor... Supongo que mi primo ya te habrá demostrado cuál es la parte mala de los Slytherin... Bueno, menos mal que hemos venido Simon y yo a enseñarte la parte buena — emitió una risa cristalina, que a Godric le recordó el sonido del agua de un arroyo en la 78


montaña. — Sí — dijo Simon, y le echó una mirada evaluadora —. Creo que hemos llegado a tiempo de librarlo de las malas influencias de Salazar. Quizá todavía podamos sacar algo bueno de tí... — dijo, mientras le daba una fuerte palmada en el hombro. — Ja, ja — dijo Salazar con voz lúgubre —. Ven, Godric. Vamos a sentarnos a la mesa antes de que se te pegue algo de estos dos. — Godric lo acompañó hasta la enorme mesa de roble, lujosamente decorada, y se sentó, algo desconcertado. No le gustaba haberse dado cuenta, pero era evidente que Salazar no sentía ningún cariño por su propia familia. La cena transcurrió en un ambiente más tenso de lo que Godric había vivido jamás. Apenas tuvo ánimo de probar los platos de carne y pescado que abarrotaban la mesa, y tampoco participó en la conversación, que fluctuaba entre los errores políticos de su primo y los convenios que "esos traidores" de los daneses habían firmado con los muggles. Su mente se perdía entre los nombres, los datos, las fechas, al igual que en las clases de Luthor, y las pocas frases que cogía al vuelo le parecían propias de mentes cerradas y retrógradas. Empezaba a comprender a Salazar: en realidad, a él tampoco le gustaba demasiado la familia Slytherin. En las pocas ocasiones en que se atrevió a levantar la mirada, descubrió que dos pares de ojos permanecían clavados en él: unos grises, rodeados de arrugas, que lo observaban entre curiosos e implorantes. Otros verdes, fríos, que parecían penetrar en su carne hasta el hueso y hurgar en su interior en busca de su alma. Pero la mirada de Sonya Slytherin no lo estudiaba como a veces lo hacía la de Luthor: los ojos de Sonya eran como un cuchillo al rojo, que abría su mente en busca de alguna reacción, de alguna pista, de algo que le diese poder sobre él. Las escasas frases que Sonya decía parecían estar destinadas a él, parecían buscar un gesto, una mirada, un temblor, que le indicase cuál era su mayor 79


debilidad. — Lo cierto es que Kernel no debería haberse puesto en contacto con Canuto el Grande — decía en ese momento Sheldon —. Me parece un movimiento un tanto imprudente. No es por criticar a tu primo, Godric — inclinó levemente la cabeza en dirección a él —, pero si Brian Boru descubre que mantenemos contactos con los daneses a pesar del pacto que firmamos con ellos... — Sólo son muggles, Sheldon — respondió Simon —. No podrían hacer nada por impedirlo, y, admitámoslo, Brian Boru es demasiado listo como para romper sus relaciones con Kernel Keystone. Brian es el primero que ha logrado tener bajo su control una extensión de tierra tan grande, y sabe que los magos que habitan en la zona celta pertenecen a la misma comunidad que los que vivimos junto a los daneses. Así que... — Los muggles siempre me han dado dolor de cabeza — interrumpió de pronto Sonya, mirando fijamente a Godric —. Nunca entenderé por qué se afanan tanto en vivir una existencia tan... deplorable. La frase fue acogida con risas. — Pobres — rió Sarah. — Pobres, no — dijo fríamente Sonya —. Se pasan la mitad de sus aburridas vidas buscando poder, cuando en realidad su existencia dura tan poco que, si yo fuese una de ellos, ni me molestaría. — Buscan poder, sí — intervino Luthor —. Al igual que nosotros. Sonya no apartó la mirada de Godric. — No todos — dijo —. Sólo algunos magos saben cuál es el poder y cuál es el camino para alcanzarlo. — Sí — dijo Luthor suavemente —. Me pregunto si sabrán también el precio... 80


— Otros magos, sin embargo — continuó Sonya, como si no le hubiese oído —, o no lo buscan o realmente no saben cómo alcanzarlo. Y esos magos me dan aún más pena que los muggles. En esta ocasión nadie rió. — ¿A qué te refieres, madre? — dijo Salazar, desconcertado. — Algunos magos — dijo Sonya, mirando insistentemente en dirección a Godric — saben lo que quieren y cómo obtenerlo, y no reparan en nada y en nadie para conseguirlo. — Godric sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal cuando la imagen de Gerard se le apareció en la mente, muerto, en un bosque, a las afueras de Londres —. Otros, por el contrario, todavía piensan que incluso los muggles pueden acercarles al poder que o no saben o no pueden alcanzar. Godric levantó la mirada y la clavó en la suya. — ¿Cuál es el problema con los muggles? — dijo, con voz temblorosa —. ¿Acaso creéis, señora, que pueden contagiaros alguna enfermedad? ¿Que, si permanecéis mucho tiempo junto a ellos, desaparecerá vuestra magia, o algo así? La desdeñosa risa de Sonya resonó en sus oídos. — Veo que es cierto lo que comentaban en la corte, Godric — sonrió —. Pero claro, de tal padre, tal hijo. — Sonya... — dijo Sheldon, vacilante. — ¿Qué ocurre con mi padre? — preguntó Godric, alzando la voz —. Me siento muy orgulloso de ser hijo suyo, y agradecido de haber conocido a un gran mago como él. — ¿Un gran mago? — la risa de Sonya se clavó en sus oídos como una daga. — La grandeza no siempre proviene del poder — intervino Luthor con voz suave. — No niego que Galahad Gryffindor fue un gran mago — dijo Sonya con una fría 81


sonrisa bailándole en los labios —. Pero siento decir que ya no es el que era... — rió de nuevo. Un trueno resonó sobre el castillo. Sonya rió más fuerte, observando a Godric con una mueca de reprobación. Contrólate. La voz había sonado dentro de su cabeza. Godric sintió que la sangre se agolpaba en su rostro. Un extraño zumbido retumbaba en sus oídos. Lo veía todo de color rojo. — Godric, por favor... — susurró Salazar a su lado, implorante. Pero una rabia imprudente se había apoderado de Godric, y apenas entendió lo que su amigo le decía. — ¿Y por qué diríais que mi padre ya no es el que era? — dijo, con la voz tensa. Sonya se encogio de hombros. — Es evidente, querido — rió, mientras alargaba la mano para coger su copa de vino —. Mantener a una sangre sucia en su casa... Dar lecciones a una como... como ella... — se estremeció ligeramente —. Imaginaos... Se rumorea que la ha tomado como su amante... Godric se levantó de la silla, que cayó al suelo con estrépito. La mesa quedó en silencio, un silencio tenso que sólo rompió el correteo de un elfo doméstico, que se apresuró a levantar de nuevo la silla volcada. Salazar se levantó también, atónito. — ¡Godric...! Miró a su alrededor, y se dio cuenta de que todos los ojos estaban fijos en él. Mareado, dio un paso hacia atrás y estuvo a punto de volver a tropezar de nuevo con la silla. — No... no me encuentro demasiado bien... — balbuceó —. Si me disculpáis... 82


Sin una palabra más, se dirigió tambaleándose a la puerta del salón y salió, a tiempo para oír cómo Salazar decía, con voz animada: — Es un chico estupendo, pero no tiene aguante para el vino... Subió corriendo, ciego, la escalera de mármol. Tropezó con un escalón y cayó al suelo cuan largo era, pero se levantó de un salto y siguió subiendo a trompicones hasta golpearse con la puerta de su habitación. Entró y cerró la puerta de un golpe, y se echó encima de la enorme cama, bocarriba, con los latidos de su corazón resonando estruendosamente en sus oídos. La habitación, que siempre le había parecido acogedora, se le aparecía de repente ostentosa, como si con tanta riqueza y grandiosidad los Slytherin estuviesen demostrando que estaban muy por encima de todos los demás habitantes del mundo, y por supuesto, que los nacidos de muggles eran como hormigas. Los muggles, desde luego, no merecían ni mención. Godric se mordió el labio, intentando contener las lágrimas de rabia y amargura que pugnaban por salir de sus ojos. Malvados... Estúpidos... Cómo se atrevían... Cómo se atrevían a hablar así de Rowena, que siempre había sido... — Una mujer muy lista, desde luego. No como tú. Esa ha sido una salida muy poco inteligente. Godric enterró la cabeza entre los brazos, negándose a mirar a quien había hablado. No quería otra lección. No quería volver a aprender nada de nadie. A partir de entonces, se regiría por lo que le dictase su propio corazón, y al diablo con lo que dijesen los demás. — Y eso es lo que debes hacer, muchacho — sintió un peso que se posaba sobre el borde de su cama, y una mano que apartaba suavemente los brazos y le obligaba a mirarlo. Godric se negó a abrir los ojos —. Siempre debes hacer lo que tu conciencia te dicte. Pero, si fueses la mitad de listo que de vehemente, no pensarías esas cosas de los Slytherin, y 83


menos en su propia casa. Esta vez sí que Godric abrió los ojos. Luthor lo observaba, con el rostro marcado de arrugas de tristeza. — ¿Habéis leído...? — ¿Tu mente? Estaba tan claro como si lo hubieses dicho en voz alta — dijo Luthor, con una sonrisa desvaída —. Hasta el mago más cerrado podría haberlo leído. Pero sí, puedes decir que sí, que he leído tus pensamientos. O algo parecido. Godric lo miró, entre asombrado y enojado. — ¿Cómo...? — Se llama Legeremencia — le interrumpió Luthor —. Es el arte de extraer emociones y sentimientos de otras personas. No todo el mundo puede hacerlo, no siempre funciona y se puede luchar contra ello, pero en esta ocasión me temo que tu furia se ve escrita en tu cara, sin necesidad de recurrir a la Legeremencia. Y, siento decirlo, los Slytherin son una familia muy dotada para esta rama de la magia. Godric volvió a cerrar los ojos. Deseaba estar solo, poner sus pensamientos en orden, decidir qué hacer... — No voy a irme hasta que te haya dicho una cosa, Godric — dijo Luthor a la petición no formulada —. Tampoco voy a permitir que tomes una decisión sin haberme escuchado antes. — No tengo ganas de hablar. — Ya. — dijo Luthor —. Ni yo. Escucha, Godric — de pronto su voz sonó como la primera vez que la había oído: grave, potente, poderosa, como si no hubiese forma de escapar a ella, ni tapándose los oídos ni marchándose de la habitación —. Los Slytherin piensan como la mayoría de los magos. No voy a decir que está bien, porque ambos 84


sabemos que no estoy de acuerdo con esa idea. Pero no debes mostrar tu desacuerdo con tanta... intensidad. Godric se incorporó, bajando los brazos y cerrando los puños. La furia lo embargaba. — ¡No voy a permitir que...! — ¡Escúchame! — dijo Luthor en un tono de voz aún más fuerte —. ¡No puedes ir por ahí perdiendo los estribos de esta forma, ni diciéndole a todo el mundo que está equivocado! ¡Aunque creas que es verdad! En ese caso estarías cometiendo el mismo error que ellos: creer que estás en posesión de la verdad, creer que la tuya es la única verdad razonable o válida. — Pero... — Sé que es difícil comprender por qué se trata así a los muggles y a los nacidos de muggle. Yo tampoco estoy de acuerdo, pero no puedes pretender que la gente cambie de la noche a la mañana sus creencias, sus ideas, su mentalidad, todo lo que han visto y pensado toda su vida. — ¡Pero es... asqueroso! — gritó Godric. — ¡Haz las cosas bien, maldita sea! — rugió Luthor, y Godric se sintió amedrentado ante el exabrupto de su generalmente apacible maestro —. ¡Llevo cuatro años diciéndote que eres poderoso, y ese poder lo puedes utilizar para lo que creas que es correcto! ¡Pero no puedes insultar a tus anfitriones y llamarlos...! — ¡Les llamaré como me dé la gana! — chilló Godric, fuera de sí. — ¡Levántate! — gritó Luthor —. ¡Levántate, Godric Gryffindor! ¡Veamos qué estás dispuesto a dar por conseguir que el mundo sea como tú quieres! Godric lo miró, boquiabierto. Sin embargo, cuando estuvo sin moverse unos 85


segundos, Luthor sacó la varita, hizo un movimiento y Godric sintió un fuerte impacto en el hombro izquierdo. Fuera de sí, se levantó, sacó la varita y apuntó hacia Luthor. — ¡Desmaius! — gritó. Pero Luthor hizo otro movimiento de varita y el rayo rojo rebotó en un escudo invisible. Lívido de rabia, Godric lo miró. — ¿Qué estás haciendo? — chilló —. ¿Luchas contra mí? Al instante, sintió otro golpe en la cabeza, que lo lanzó hacia atrás hasta que chocó contra una pared. Mareado, Godric se dio cuenta de que estaba resbalando por la superficie de piedra, de que caía hacia el suelo, pero no pudo hacer nada para frenar su caída. Se desplomó. — Los muggles — dijo una suave voz, mientras unos brazos lo levantaban del suelo y lo acunaban —, tienen un dicho: "La letra, con sangre entra" —. Godric sintió que un cálido líquido se deslizaba desde su sien hasta su barbilla. Una mano fría le apartó el pelo de la frente —. Yo he sido el primero en derramar tu sangre, Godric Gryffindor. Nunca olvides lo que te he dicho hoy. La sangre cayó por su cuello y se introdujo bajo su túnica. Godric intentó levantar un brazo para detenerla, pero su cuerpo parecía no pertenecerle. — Usa tu poder, Godric. Pero úsalo con cabeza. Ya llegará el momento de intentar que los muggles sean respetados. Y, cuando llegue, lo sabrás. Godric sintió que su cabeza se desplomaba hacia atrás, pero los músculos del cuello parecían haber desaparecido. Cuando intentó levantarla de nuevo, el suelo de la habitación pareció desaparecer. Caía... — He sido el primero en derramar tu sangre, Godric Gryffindor, y espero ser el último. Se desmayó. 86


— CAPÍTULO 5 — Doble filo

Salazar no mencionó el incidente de la cena al día siguiente, ni al siguiente, ni después. Poco a poco Godric fue enterrando en su memoria lo que había ocurrido, las palabras ácidas y amargas que había ingerido junto a los exquisitos platos aquella noche durante la cena. La vida en el castillo Durmstrang seguía siendo igual que antes, y su amistad con Salazar no había cambiado un ápice pese a su enfrentamiento con Rowena y al comportamiento de su madre. Luthor tampoco hizo comentario alguno acerca de su pelea en la habitación de Godric. El maestro seguía siendo igual de inaccesible y cercano a la vez, una paradoja viviente, y nada en su mirada o en sus palabras dejaba entrever disgusto, tristeza, enojo o emoción alguna hacia Godric, al menos ninguna que Godric pudiese ver. El sol se caldeó y volvió a enfriarse una vez más. El tiempo parecía no seguir una continuidad, sino ir a saltos, y desde luego pasaba muy deprisa: tan pronto era primavera como invierno, el sol caldeaba sus jóvenes huesos o alumbraba simplemente durante menos de la mitad del día, y Godric empezaba a sentir que siempre había vivido en Durmstrang. De no ser por aquella visita a su casa, de la que apenas guardaba recuerdos, Godric ni 87


siquiera habría tenido una imagen de algún lugar que no fuese el hogar de Salazar, y no recordaría conocer a alguien aparte de éste y de su maestro. Y también estaba la magia... Godric no podía concebir un mundo sin ella. La magia burbujeaba en su interior, siempre aguardando un momento en el que mostrarse, en el que salir a la superficie y saludar al mundo. En ocasiones se había descubierto observando el cálido sol del verano y había sentido en su interior un calor mucho más intenso, mucho más placentero. Sentía que inundaba cada fibra de su cuerpo, que era lo que realmente mantenía unidas sus células y daba a Godric Gryffindor su verdadero ser. Luthor parecía saber que experimentaba esa sensación. Cada vez que Godric se sentía conformado por la magia, hecho de ella, había algo en la mirada del anciano que hacía que la magia diese un brinco, por así decirlo... Que Godric fuese aún más consciente, si cabe, de lo que la magia significaba para él. — Tienes que aprender a canalizar esa energía que guardas dentro, Godric. Hacerla salir, sí, pero que siempre y en todo momento quede claro que eres tú el que la controla y no al revés. Que la magia no piense que eres un simple instrumento del que se vale para actuar, sino que ella sea un instrumento que tú utilizas para tus propios fines. Cualesquiera que sean esos fines. Luthor intentaba conseguir que Godric aprendiera a Aparecerse. A Godric aquel hechizo no le daba ninguna confianza, de hecho sentía incluso aprensión ante la idea de realizarlo, puesto que no requería ninguna fórmula mágica, sino utilizar la propia magia del interior y moldearla de forma que consiguiese trasladarlo en el espacio sin utilizar el tiempo. Godric no comprendía el encantamiento. Siempre, ante un hechizo de cualquier tipo, sentía que la magia respondía a sus deseos a través de sus palabras o del movimiento 88


de su varita. Pero para la Aparición no hacía falta varita, ni palabras: simplemente, o al menos así lo parecía por las explicaciones de Luthor, requería desearlo. Y Godric sentía que un simple deseo era algo incontrolable, algo que no se podía reprimir o expresar a placer, sino que se manifestaba casi por propia voluntad, sin que la de Godric interviniese en el proceso. El joven se imaginaba a sí mismo Apareciéndose y Desapareciéndose en cualquier momento o lugar... — Usa tu instinto, muchacho — le apremió Luthor —. Es lo único que necesitas para realizar cualquier hechizo. — No creo... que el instinto... me ayude a controlar este... encantamiento — murmuró Godric, esforzándose por reprimir la magia que ya notaba revoloteando a la altura de su estómago. Luthor rió. — Es precisamente el instinto el que te ha ayudado con todos y cada uno de los hechizos que te he enseñado, Godric— dijo, sonriendo —. Sin el instinto la magia no funciona, porque el instinto es el sentido más mágico que tenemos... Es la única magia que poseen los muggles, por ejemplo. Godric lo miró con los ojos muy abiertos un momento y después sonrió. De pronto sintió un fuerte empujón hacia atrás,como si una ráfaga de viento le hubiese golpeado. Cayó al suelo y, cuando levantó la cabeza, aturdido, y miró a Luthor, vio bailar una sonrisa en el anciano rostro. — Contrólate, Godric — dijo, aún sonriendo, mientras le ayudaba a levantarse —. Cualquier día vas a hacer explotar el castillo sin darte cuenta... — ¿Qué... qué ha pasado? — dijo éste, aturdido. — Que has perdido el control — respondió Luthor —. Antes te pasaba más a 89


menudo, pero gracias a Dios has aprendido a manejarla un poco mejor... — ¿Cómo que me pasaba más a menudo? — demandó Godric —. ¡No me había pasado nunca...! — Claro que sí — interrumpió Luthor —. Pero para eso estaba yo aquí, para evitar que te hicieses daño... o nos lo hicieras a Salazar o a mí. Godric sacudió la cabeza. — No entiendo... — Eso es porque no me has escuchado — dijo Luthor en un tono duro, aunque todavía sonriendo —. Todas las veces que te he dicho y repetido que controles la magia, y no me has hecho ni caso... — suspiró —. Menos mal que lo estás consiguiendo pese a que no lo hayas intentado. Será cosa de la edad... — Sigo sin entenderlo — dijo Godric, frunciendo el ceño. — Pues piensa en ello — dijo Luthor —. Es bastante más sencillo de lo que piensas, jovencito. Tú, como yo, has notado cómo la magia tiene vida propia dentro de tí. Si no la controlas, si no la usas, si permites que sea ella la que te use a tí, entonces todo el poder que tienes se convierte en nada, puesto que la que tendrá poder sobre tí será la magia. — Entonces... — Control — repitió Luthor, palmeando a Godric en el hombro —. Es lo único, Godric. Control, e instinto. Tú sabes lo que tienes que hacer, sabes cómo controlarla y obligarla a hacer lo que tú quieres. — No sé... — Sí sabes — Luthor se alejó unos pasos y señaló por encima de su hombro una de las ventanas del castillo, donde Salazar se apoyaba indolentemente en el alféizar y miraba hacia el prado, donde se encontraban ellos —. No tienes que pensarlo: sólo tienes que 90


hacerlo. Godric miró hacia la ventana que señalaba Luthor. La magia bullía en su interior, como siempre, animándolo a actuar. Entonces Godric decidió que deseaba estar allí arriba, con Salazar. Sintió una fuerte presión en los riñones, un escalofrío que le recorrió el cuerpo desde los tobillos hasta la nuca, una sensación de frío que se instaló en su cráneo, justo detrás de las orejas... Y simplemente desapareció. Un momento antes Luthor estaba a su lado, y al siguiente Salazar lo observaba con la boca abierta. Godric sonrió. Luthor apareció a su lado un instante después, con un resonante crack. Godric miró a su amigo y después a su maestro con una sensación de triunfo y de intenso placer en la boca del estómago. Había sentido la misma sensación de éxtasis que cuando realizaba un conjuro sencillo, pero multiplicada casi hasta el infinito. Por primera vez, Godric se había hecho uno con la magia que llevaba dentro, había sido durante un breve momento una criatura completamente hecha de sustancia mágica. — Ahora lo comprendes — afirmó Luthor, mirándolo, y asintió con un movimiento de cabeza. — Sí — dijo Godric, levantando la mirada hacia el techo —. Ahora lo comprendo.

— Así que ya sabes Aparecerte... — dijo Salazar con una amplia sonrisa —. Entonces yo aprenderé pronto, porque si un negado como tú ha sido capaz... Godric rió. — Claro que sí, si cuando lo comprendes es bastante fácil... — dijo, Desapareciéndose de donde estaba y Apareciendo junto a Salazar, que estaba tumbado en 91


su cama —. Sólo tienes que desearlo. — Como los cuentos que nos contaban de pequeños — dijo Salazar con acritud —. Si lo deseas, lo lograrás... — ¿Sabes? — dijo Godric, la mirada perdida en las frías piedras del techo —. Creo que tenías razón hace años, cuando decías que estábamos preparados para Aparecernos. Es muy fácil... — se sentó en la cama junto a Salazar —. Creo que si Luthor no nos lo ha enseñado antes ha sido porque no confiaba en nosotros. — Porque temía que nos volviésemos muy poderosos — rectificó Salazar —. Ya te lo dije entonces y te lo digo ahora: podríamos haber superado al viejo antes de tener nuestro primer grano en la cara... Y él lo sabía. Godric permaneció un par de minutos en silencio. — No — dijo al fin, suspirando —. Luthor ha hecho bien. Si me hubiese mostrado antes cómo hacerlo, con el poco control que yo tenía de mi magia, podría haberme escindido, o algo peor. — Tú te controlas perfectamente, Godric — dijo Salazar, incorporándose de la cama —. Si no, ¿por qué nunca has hecho ninguna barbaridad? No — hizo un ademán para impedir que Godric hablase —, Luthor no quería enseñárnoslo por alguna razón, quizá por envidia, o por temor... — Temor, sí — dijo Godric —, pero no por sí, sino por nosotros. Te pongas como te pongas, Sal, yo he notado muchas veces que la magia se escapaba de mi control. Y es ahora cuando empiezo a dominarla. Salazar sonrió. — Eso tú, que eres patético — rió —. Pero ¿y yo? — Tú eres un payaso — afirmó Godric —. Por eso Luthor todavía no te ha 92


enseñado a Aparecerte. Salazar se levantó. — ¿Por qué no me enseñas tú? — preguntó ansiosamente. — ¿Yo? — Godric rió —. Sal, yo no tengo ni idea de cómo enseñar a nadie, yo no soy un maestro... — ¿Y eso qué importa? — dijo Salazar, paseándose habitación arriba y abajo —. Si tengo que esperar hasta que Luthor me enseñe, puedo hacerlo a la vez que mis nietos... ¡Godric, por favor! — añadió, al ver cómo éste negaba con la cabeza. — No, Salazar — dijo Godric —. No me atrevo. ¿Y si lo hago mal, te enseño y luego te ocurre algo...? — ¡No me importa! — exclamó Salazar, yendo hacia él y aferrándolo por los hombros —.¡Quiero aprender a hacerlo, God! ¡Quiero Aparecerme! — No — repitió Godric —. Lo siento, Sal... — añadió, al ver el ceño fruncido de su amigo —. No me atrevo — repitió. Salazar lo soltó. — Desde luego que eres patético — sonrió después de unos momentos —. De acuerdo, de acuerdo... Esperaré hasta que el viejo tenga a bien enseñarme. Que puede ser el milenio que viene... — ...o puede ser hoy — dijo una voz desde la puerta. Ambos se volvieron: Luthor se apoyaba despreocupadamente contra el marco, sonriendo. Sin embargo, Godric estaba seguro de que la sonrisa no alcanzaba los duros ojos del color del acero —. Me preguntaba dónde estarías, Salazar Slytherin — continuó el anciano —. Hace media hora que tenías clase conmigo... — Yo... — empezó Salazar. 93


— ... y hace media hora que podías haber aprendido a Aparecerte, jovencito — continuó Luthor, sin hacer caso de la mirada avergonzada y a la vez ansiosa de Salazar —. Baja a los terrenos y veremos si eres tan buen mago como alardeas. Salazar permaneció quieto unos instantes. — ¡Sí, señor! — gritó alegremente, y salió corriendo y desapareció por la puerta instantes después. Luthor miró a Godric. — Ven a verme después de cenar, Godric — dijo en voz baja —. Tengo algo para tí. Y desapareció detrás de Salazar.

*

Godric entró en la habitación de Luthor después de que éste le abriese la puerta. El anciano se dirigió hacia una mesa de roble que descansaba apoyada contra la pared, y se sentó. Godric miró a su alrededor. La estancia estaba apenas iluminada por la dorada luz del fuego que ardía en la chimenea. Como todas las salas del castillo, las paredes, el techo y el suelo eran de piedra gris, pero las paredes de Luthor estaban completamente desnudas, sin un tapiz o un simple cuadro que disimulase su frialdad. Los únicos muebles de la habitación eran la enorme mesa, la silla donde ahora descansaba Luthor y un arcón que yacía a un lado de la ventana más pequeña que Godric hubiese visto jamás. Ni siquiera había una alfombra, mucho menos una cama... Godric se preguntó fugazmente dónde dormiría Luthor. — Siéntate, Godric — dijo el anciano. Godric sacó la varita e hizo un movimiento con ella para convocar una silla. La magia pareció dudar un momento en su interior (algo que jamás le había ocurrido antes), pero finalmente se derramó y la silla se materializó 94


junto a él. Godric se sentó y miró a su maestro, que lo observaba con las cejas enarcadas. — Impresionante — dijo, y juntó las manos bajo la barbilla —. Muy impresionante. — ¿Qué es impresionante? — preguntó Godric, desconcertado. — Nadie había conseguido realizar el hechizo más simple aquí antes, Godric. Tengo mi habitación protegida con tantos encantamientos que la mayoría de los magos ni siquiera habrían sido capaces de sacar la varita. Y, sin embargo... — hizo un expresivo gesto hacia la silla sobre la que se sentaba Godric —. Impresionante. Godric miró sus propias manos un momento, y después se encogió de hombros. — No es por eso por lo que te he pedido que vinieras a verme — continuó Luthor en tono casual —. Quería verte porque apenas nos queda tiempo, y hay algo que quiero decirte. — ¿Apenas...? — preguntó Godric. — Ya tienes veinticinco años, Godric — dijo Luthor pacientemente —. No esperarás seguir siendo un aprendiz toda tu vida... — No, yo... — Godric hizo una pausa. Lo cierto era que no había pensado que aquella etapa de su vida fuese a acabar alguna vez... pero por supuesto, quizá ya era hora de volver a casa. — Se acerca el momento en el que dejaré de ser tu maestro — dijo Luthor, sonriendo satisfecho —. No existe un hechizo, conjuro o encantamiento, poción o transformación que no seas capaz de realizar a la perfección, e incluso algunas otras cosillas más... — sonrió satisfecho —, cortesía, supongo, de ese fantástico libro de encantamientos que guardas en tu baúl. Godric lo miró asombrado un momento. Después, el sentido de lo que acababa de decir Luhor cayó sobre él como una losa. 95


— Todavía no estoy preparado, Luthor... — dijo Godric, repentinamente asustado. — No hay nada más que pueda enseñarte, Godric — interrumpió Luthor —. Al menos, nada de lo que se refiere a la magia. Y lo que no es magia tendrás que aprenderlo tú por tus propios medios. Godric lo miró un instante. — No sé... — Ya eres un hombre, Godric — dijo Luthor pacientemente —. Ahora es cuando debes empezar a buscar lo que quieres ser y hacer la elección de cómo quieres vivir tu vida. Me permito darte un consejo: sigue siempre tus instintos, que tan bien te han servido con la práctica de la magia — hizo un gesto que abarcaba todo el castillo, o quizá toda la vida de Godric —. Vive como quieras vivir, haz caso de tus principios, y tendrás la vida que deseas. — No comprendo... — No — dijo Luthor —. Pero lo harás. Se levantó de la silla y se dirigió hacia el arcón. Parecía una reliquia de madera, hecha siglos atrás. Luthor se inclinó y posó la mano sobre el cerrojo, que tenía aspecto de ser una simple pieza muggle, oxidada y medio rota además. — Maestro — dijo Godric —. Yo... — Hacía tiempo que tenía pensado darte esto — dijo Luthor sin hacerle caso. Abrió el arcón y sacó un bulto alargado, envuelto en una raída pieza de terciopelo azul. Lo puso sobre la mesa y, al ver que Godric lo miraba sin saber qué hacer, lo animó con un gesto a que lo desenvolviese. Godric apartó el terciopelo y dejó al descubierto uno de los objetos más bellos que había visto en su vida. 96


Era una espada. Pero no una espada común, como la que usaban los muggles en sus estúpidas y torpes guerras: se trataba de una espada plateada, perfectamente pulida y afilada, lisa como un espejo y que brillaba gélidamente bajo la luz del fuego. La empuñadura de plata, labrada con maestría, estaba llena de fulgurantes rubíes del tamaño de huevos, que emitían un suave fulgor cálido de color sangre al bañarlos la luz de las llamas. Era ligera pese a su tamaño, y estaba perfectamente equilibrada, lo que era evidente incluso para un novato en armas de ese tipo como Godric. — No te diré el poder que tiene la espada — dijo Luthor al ver que Godric se había quedado sin habla —. Eso lo descubrirás algún día. Baste decir que es poderosa, y que necesita unas manos que la empuñen. — Yo... — dijo Godric, con la boca seca —. Luthor, yo... — ¿No la quieres? — preguntó Luthor con una sonrisa. — ¡Sí! Sí, es que... — Godric tragó saliva —. No entiendo por qué... Luthor se encogió de hombros. — Tómala como un regalo de despedida de un anciano — dijo, acercándose a Godric —. Eso sí: si vas a ser su dueño, si vas a quedártela, te pido que la uses de acuerdo con tus principios, que siempre, y quiero que me lo prometas, la uses para defender aquello que sabes que es lo correcto. Godric levantó a duras penas la mirada de la espada para clavarla en los ojos de Luthor — ¿Lo prometes? — insistió Luthor. Godric asintió con la cabeza. — Bien —. Luthor dio la vuelta a la mesa y volvió a sentarse en su silla —. La espada, como la magia, tiene doble filo, Godric... Aprende a usarlas bien, ambas, y te 97


servirán. Déjate llevar por ellas y pueden llegar a destruirte. — No comprendo — repitió Godric. — Pero lo comprenderás — volvió a decir Luthor. Permanecieron unos minutos en silencio, Godric observando la espada, Luthor observando a Godric. Finalmente, el muchacho levantó la vista. — ¿A quién pertenecía esta espada? — preguntó. — A nadie — respondió Luthor —. ¿La aceptas, Godric, con todas sus condiciones? — Sí — dijo firmemente Godric. — De acuerdo —. Luthor se inclinó sobre él, tomó su mano y posó uno de los dedos de Godric sobre la espada, justo bajo la empuñadura. Godric sintió como si Luthor estuviera arrancándole toda su magia de dentro, como si su maestro fuese capaz de hacer salir de su interior todo el poder que poseía y canalizarlo a través del dedo hasta la espada. Unas finas líneas doradas surgieron de la yema del dedo y se extendieron sobre la superficie de plata, como una escritura realizada a fuego. Poco a poco las líneas conformaron unas palabras, y, al instante, parecieron enfriarse. Godric se inclinó para leerlas. Allí, bajo la empuñadura, rodeadas de enormes rubíes, y como si hubiesen sido grabadas siglos atrás, se leían las palabras: Godric Gryffindor. Godric cogió la espada y la sujetó con un mano, observándola maravillado de su brillo y su perfección. Pensó que tendría que pedirle una funda a su padre... ahora que su regreso a casa parecía inminente. Se dirigió hacia la puerta de la estancia, consciente de que Luthor quería que se marchase como si el anciano hubiese expresado su deseo en voz alta. Sin embargo, cuando estaba a punto de salir, se giró y miró de nuevo a Luthor. — Dime, Maestro... — comenzó. Luthor levantó la mirada —. ¿Le has hecho también un regalo de despedida a Salazar? ¿Algún arma tan magnífica como ésta? 98


Luthor lo miró fijamente a los ojos durante lo que parecieron siglos. Después, se encogió de hombros. — Salazar ya tiene su propia arma, Godric — dijo enigmáticamente —. Y más poderosa y magnífica que esa que tienes en tus manos. Mi regalo ha sido intentar enseñarle a usarla para el bien. Si lo ha aprendido — volvió a encogerse de hombros —, es cosa suya.

— CAPÍTULO 6 — El hogar está donde tú quieras estar

El color verde que cubría el valle casi hacía daño en los ojos bajo la brillante luz del sol, más aún después de varios meses de lluvias casi contínuas. Los árboles, las flores, la hierba, la infinidad de matices del color verde se mezclaban armoniosamente con el blanco de las margaritas y el rojo de las amapolas, creando una alfombra salpicada de motitas de color y de humedad tras el rocío de la madrugada. El valle parecía recién lavado, recién creado incluso. Un hombre caminaba por la calle de tierra apisonada de la aldea, maravillándose ante el conocido paisaje, embelesado con el trino de los pájaros. Era un hombre joven, alto, de risa fácil y ojos serios, de intenso color azul. El cabello negro despeinado por el viento daba una falsa primera impresión de juventud, y al ver las chispas doradas que aparecían en 99


sus pupilas ante cualquier saludo nadie podía decir que el hombre hubiese conocido la amargura, el dolor o el desdén. El hombre siguió caminando por la calle, deteniéndose ante cada puerta a saludar a quienquiera que estuviese dentro de las casas. Por los efusivos saludos que recibía, era evidente que se trataba de alguien muy querido, y muy añorado en una época no muy lejana. Quizá el amor que despertaba entre sus vecinos se debiera no sólo a su risa, o a su hermosura, o a la valentía que todos le reconocían; tampoco se debía al amor incondicional que profesaba por todos los habitantes del valle. Quizá se debía al orgullo que todos sentían de haber recuperado al que una vez fue el muchacho más querido del valle, convertido en un hombre que, lejos de haber dejado atrás los ideales de su juventud, había crecido con ellos y se había forjado en un acero tan duro y resistente y tan flexible y afilado como la mejor espada. El nombre de aquel hombre era Godric Gryffindor. Godric llegó a la puerta de su castillo y entró decididamente en la penumbra del interior. El salón, que ocupaba toda la planta baja del edificio, parecía más pequeño de lo que recordaba de su infancia, y cada vez que entraba en él tenía esa misma impresión. Más aún en momentos como aquel, en los que la estancia parecía abarrotada de gente, aunque sólo hubiese tres personas en él. Galahad, Gisele y Rowena estaban sentados junto al fuego, bebiendo una copa de vino y riendo de algún comentario que alguno de los tres acababa de realizar. Sin embargo, cuando se percataron de la presencia de Godric callaron de repente, y aquello reafirmó la extraña sensación que el joven había experimentado desde que volvió al valle: la extraña sensación de estar fuera de lugar, de no pertenecer realmente a ese castillo, a esa aldea, a sus gentes, a su propia familia. 100


— Ven, Godric — dijo alegremente Gisele, su hermana pequeña, que a sus veinte años era una de las mujeres más hermosas que Godric había conocido —. Siéntate con nosotros. — ¿Otro paseo por el valle, hijo? — preguntó Galahad, alargándole una copa que una jarra que flotaba en el aire se encargó de llenar de líquido de color sangre —. Cada día pasas menos tiempo con nosotros, Godric... — pensativo, hizo un ademán y la jarra flotó hasta una pequeña mesa que había junto a Galahad. — Intenta recordarse a sí mismo que está de vuelta a su hogar — afirmó Rowena, otra hermosa criatura a la que Godric, sin embargo, no podía ver de otra forma que como una chiquilla sucia y despeinada de rostro pensativo —. No te haces a la idea, ¿verdad, Godric?... Godric se encogió de hombros mientras se llevaba la copa a los labios. — Cuesta acostumbrarse a estar otra vez aquí, es cierto... — admitió. — Cualquiera diría que no quieres vivir con nosotros... — dijo Gisele, y había reproche en su voz —. Después de tanto desear que volvieras, y ahora... — Ha estado fuera mucho tiempo — dijo Rowena con voz ecuánime —. Es lógico que ahora te resulte difícil volver a tu vida anterior, Godric. Éste se limitó a encogerse de hombros de nuevo, y volvió a beber de su copa. Galahad lo miró, pensativo. — Salid de aquí — dijo de pronto. Godric lo miró, sorprendido —. Salid un momento — repitió, dirigiéndose a Gisele y Rowena, que lo observaban con los ojos muy abiertos —. Por favor — añadió. Rowena y Gisele se miraron, se encogieron de hombros a la vez y se dirigieron a la puerta del Salón. 101


— Bien, Godric — dijo Galahad cuando Rowena y Gisele hubieron salido y cerrado la puerta —. Y ahora dime qué te pasa. Godric permaneció en silencio tercamente. — ¿Y bien? — insistió Galahad. — No lo sé, padre — admitió Godric finalmente. — ¿No lo sabes? — repitió Galahad con una mueca —. Claro que lo sabes. — No. — Entonces, yo te lo diré — dijo Galahad —. Has pasado mucho tiempo fuera, y, sobre todo, han pasado muchas cosas durante tu ausencia. Tú has aprendido mucho, has cambiado mucho, has crecido en todos los sentidos. Nosotros hemos cambiado también. Y ahora no te sientes tan feliz como recordabas haber sido aquí. Godric miró sus propias manos durante lo que parecieron horas. — No sé qué hacer — dijo al cabo de un rato —. No era feliz allí, al menos no del todo, pensando en este sitio, y aquí no soy del todo feliz recordando aquello... No estoy a gusto en ninguno de los dos lugares, y ya no sé lo que quiero... Dónde quiero estar. — Bien — dijo Galahad, y suspiró —. Debía haberlo previsto... pero tampoco puedo decir que me pille de sorpresa. Ya imaginaba que te ocurriría algo así, Godric. Aunque tenía la esperanza de que todo volviese a ser como siempre... Que pudiese recuperar a mi hijo como si nunca lo hubiera perdido. — ¿Es que no te has dado cuenta, padre? — exclamó Godric —. "El hogar está donde tú quieras estar"... Y aunque yo siempre amaré este valle, y todos mis recuerdos, no me encuentro a gusto aquí... No encuentro mi sitio... ¡Tú no sabes cómo recuperar a tu hijo, pero yo no sé cómo recuperar mi vida! — terminó, con la voz empañada de angustia. Galahad miró a su hijo con los ojos entornados. 102


— ¿Recuperar tu vida? — repitió —. Godric, hijo mío... Tu vida es tuya, y no es sólo el tiempo que pasaste aquí cuando eras un niño... La vida de una persona se compone de momentos, momentos buenos y momentos malos, y esos instantes se pasan en uno u otro lugar... El hogar no es un sitio, el hogar es donde tú estés... Tú mismo lo has dicho. — Padre — interrumpió Godric —. Entonces, ¿por qué tanta gente pasa su vida entera buscando un hogar? — Porque no están a gusto consigo mismos — afirmó Galahad contundentemente —. Puedes vivir aquí o en Constantinopla: si no estás bien, no vivirás feliz. Godric permaneció pensativo unos instantes. — Godric — dijo Galahad, vacilante —. ¿Tú eres felíz aquí, con nosotros...? Godric levantó la mirada, miró a su padre a los ojos y comenzó a hablar, con esfuerzo evidente. — No lo sé — dijo —. He pasado años enteros añorando este sitio, echándolo de menos con tanta intensidad que me dolía el corazón. Para mí era... Era a la vez el pasado y el futuro, lo que, en los momentos difíciles, me mantenía en pie... Era como una promesa, una voz siempre presente en mi cerebro que me repetía: Vas a volver... No te preocupes, vas a volver... Y... Sin embargo... — tragó saliva. — ¿Qué? — lo increpó suavemente Galahad. — Para mí ya sólo es eso: un recuerdo. Algo que no puedo recuperar. Y que no sé si quiero recuperar. Galahad miró a Godric fijamente a los ojos durante lo que a éste le parecieron siglos. Después, lentamente, se levantó, fue hacia él y posó una de sus nudosas manos sobre su hombro. — Tú ya has decidido, Godric — dijo, y había tristeza en su voz —. Amas este 103


lugar, y siempre lo echarás de menos: esa es tu tortura. Pero te irás. Igual que ya te fuiste una vez. Y esta vez será en busca de eso que tú llamas un hogar... — apretó su hombro con la mano, y Godric giró la cabeza para mirarlo —. Pero en realidad te estarás buscando a tí mismo. Así que acepta un último consejo de este viejo: haz siempre lo que creas que es correcto. Entonces, y sólo entonces, encontrarás tu hogar. Godric sostuvo su mirada unos segundos, y después, lentamente, asintió. Galahad apretó una última vez su hombro y se enderezó. Sacó la varita, hizo un movimiento brusco y, repentinamente, la puerta del Salón se abrió. Rowena y Gisele cayeron al suelo con un golpe amortiguado, en un lío de túnicas, pañuelos de seda y cadenas doradas: era evidente que habían estado apoyadas en la puerta hasta que ésta se había abierto. — ¿Qué, tomando el sol? — preguntó Galahad socarronamente, mientras observaba cómo las dos jóvenes intentaban sin mucho éxito levantarse del suelo. Finalmente, Rowena dio un tirón del bajo de su túnica, la rasgó y consiguió liberarla del nudo que se había hecho con el cinturón de eslabones de oro de Gisele. Rowena logró enderezarse con dignidad y una expresión desafiante, que no desmerecía en absoluto el roto de la túnica de seda azul, el moño deshecho y la tiara de perlas que, desde su frente, había resbalado hasta colgar precariamente de una de sus pequeñas orejas. Echando chispas por los ojos, se enfrentó con Galahad y Godric. — No habríamos tenido que escuchar a escondidas si alguien no hubiera actuado como un idiota — dijo. Galahad enarcó una ceja burlona, mientras Rowena miraba desafiante a Godric. Levantó a varita y murmuró: — Reparo —, y su túnica se cosió y bordó de nuevo el un abrir y cerrar de ojos. 104


— ¿Se refiere a mí, señora? — dijo Godric con aspecto de dignidad herida. — No, me refiero a Guillermo de Normandía, no te digo... — No te sienta nada bien la ironía, Rowena — dijo Godric. Se lo veía molesto. — Y a tí no te sienta nada bien hacerte el mártir. — Yo no me hago el mártir. — Entonces es que eres el mejor actor que he visto en mi vida. — Y tú eres la mujer más entrometida que conozco. — No tendría que entrometerme si no hicieses el idiota tan a menudo. — Yo no... En ese momento sonó una especie de explosión amortiguada, y Godric y Rowena cerraron la boca al unísono. De la gran chimenea de piedra surgieron unas lenguas de fuego verde, y el Salón se llenó de chispas color esmeralda. Un instante después, el cuerpo larguilucho de un joven salió despedido del hogar, y aterrizó cual largo era sobre el suelo de piedra. El hombre sacudió la cabeza para despejarse, se incorporó de un salto y se quitó una mota de polvo imperceptible de la túnica. Después, con un ademán altivo, levantó la cabeza y sonrió. — ¿Interrumpo algo? — preguntó Salazar Slytherin con voz burlona, abarcando con una mirada los ojos muy abiertos de Gisele, la ceja levantada de Galahad y la furia que latía en los ojos de Godric y Rowena.

*

— Así que te aburrías en tu chabola y has tenido que venir a hacerle una visita a tu antiguo compañero de estudios, ¿eh?.. 105


Godric miró burlonamente a Salazar y levantó su copa de vino. Salazar simplemente se encogió de hombros y bebió a su vez, haciendo caso omiso del ceño fruncido de Rowena, que lo observaba desde el otro extremo de la mesa. — Pensé que necesitarías que alguien te salvase, Godric — dijo —. Supuse que este castillo se te había quedado pequeño una vez habías conocido el mío... — Eres tan idiota que no mereces vivir, Sal — dijo Godric con el ceño fruncido. Salazar se limitó a soltar una carcajada. — En realidad — dijo, todavía riendo —, he venido a hacerte una proposición. — No eres mi tipo. — Ja ja — dijo Salazar —. Muy gracioso. Bebió otro sorbo de vino y dejó la copa encima de la mesa con un golpe sordo. — Simplemente creí que a lo mejor estabas un poquitín aburrido y que te apetecería un poco de aventura, Godric — dijo —. Pero claro, si prefieres quedarte aquí... — ¿Qué clase de aventura? — preguntó Godric, suspicaz. Salazar sonrió. — No sé... Algo que pensé que quizá te apeteciese antes de encerrarte para siempre en este mausoleo. — Oye — interrumpió Rowena —. Que esta casa no sea tan grande y lujosa como la tuya no te da derecho... — Déjalo, Rowena — dijo Galahad, aunque miraba a Salazar con los ojos entrecerrados —. Creo que lo único que pretende Slytherin es tentar a Godric para que lo acompañe en una de sus famosas escapadas. ¿Me equivoco, jovencito? Salazar volvió a encogerse de hombros. Godric, sin embargo, miró a su padre desconcertado. — ¿Famosas escapadas? — preguntó —. ¿De qué hablas, padre? 106


— Bueno — dijo Galahad con voz casual —, he oído que el joven Slytherin gusta de desaparecer de repente de donde quiera que esté, pasar días e incluso semanas sin dar señales de vida, y regresar, también repentinamente, sin que nadie sepa qué ha estado haciendo... Salazar rió. — Vos también lo haríais si tuviéseis que soportar a mis padres, Lord Gryffindor — dijo serenamente —. A veces creo que si no me fuera de su lado de vez en cuando, sería capaz de cometer un asesinato. Pero esta vez os equivocáis — añadió —. No vengo a proponer a Godric una de esas "escapadas", como vos las llamáis, sino algo mucho más interesante. — ¿Y es...? — Un torneo — dijo Salazar —. Y ni siquiera vos podríais encontrar algo reprobable en él, ya que es un torneo que organiza vuestro propio sobrino. Galahad lo miró, sorprendido. — ¿Kernel? — Exacto — afirmó Salazar —. Kernel Keystone, rey de la Inglaterra mágica. Galahad frunció el ceño y no dijo nada. — ¿Un torneo? — dijo Godric tras unos segundos —. ¿Y quieres que yo participe? — Quiero que participemos los dos — dijo Salazar sonriente —. Será divertido, ¿no crees? — ¿Y por qué — preguntó Galahad de pronto — organiza mi sobrino un torneo ahora? Hace años que no se celebra uno en su corte... Desde que reinaba su abuelo, creo. — Tenía entendido que a Kernel no le gustaban los torneos... — dijo Rowena —. Eran una excusa demasiado buena para cargarse a un rival y hacerlo pasar por un accidente. 107


— Creo — dijo Salazar, todavía sonriente — que el rey se ha visto en la necesidad de deshacerse de cierta propiedad de su familia, que ha vuelto a sus manos y que no quiere para nada. Galahad guardó silencio. — ¿Qué propiedad...? — dijo Gisele, pero Galahad hizo un ademán y la joven se interrumpió a mitad de la frase. Godric lo miró, desconcertado. Salazar esbozó una sonrisa irónica. — Se trata de un castillo — explicó —. Un castillo que pertenecía a su hermano, Kestrel. Claro, una vez ejecutado éste... — ¿¡Ejecutado!? — exclamó Godric. El ceño de Galahad se hizo más pronunciado aún. — ¿En qué mundo vives, Godric? — preguntó Salazar, curioso —. Mira que enterarte de las cosas de tu familia por mí... Kestrel Keystone fue ejecutado hace años, hombre... Creo que era un mago tenebroso o algo así — se encogió de hombros, indiferente —. El caso es que ahora Kernel no quiere el castillo para nada, pero como tampoco quiere regalarlo así, sin más, para no despertar suspicacias en según qué gente de la corte... — Como tus padres, por ejemplo — dijo Galahad. — ...por ejemplo — admitió Salazar —, ha decidido convocar un torneo, y que el castillo sea el premio para el ganador. Godric se echó hacia atrás en la silla, pensativo. — Muy inteligente — murmuró Rowena para sí, mientras observaba las danzarinas llamas de la chimenea. — ¿Tú crees? — dijo Salazar, esta vez sin sonreir. — Sí — dijo Rowena, y lo miró directamente a los ojos —. Así se libra del castillo 108


que no quiere, se ahorra tener que mantenerlo, no tiene que derruirlo y tampoco se arriesga a que lo tachen de favoritismos por regalarlo a uno u otro de sus súbditos. — Y dime, Slytherin — dijo Galahad, ceñudo —. ¿Para qué quieres tú ese castillo del hermano del rey? Creía que tu familia ya poseía bienes suficientes para comprar todo el reino... — Yo el castillo no lo quiero para nada — dijo Salazar con indiferencia —. Lo que me interesa es ganar ese torneo. — A Salazar nunca le ha gustado pensar que hubiera alguien superior a él en cualquier cosa — dijo Godric, burlón. — Exacto. — Pues vete preparando, Sal, porque si yo participo en ese torneo me encargaré personalmente de que acabes tumbado en el suelo boca arriba. — ¿Vas a participar? — preguntó Rowena con seriedad. — No sé — dijo Godric —. Podría ser divertido... Galahad suspiró. — Bueno — dijo —, a lo mejor ese castillo es lo que estabas buscando hace un rato, Godric... — ¿Y dónde se supone que está el castillo, por cierto? — preguntó Godric, volviéndose hacia Salazar. — No sé — dijo éste —. En el norte, creo. — ¿Esa zona no está controlada por los celtas? — intervino Gisele con los azules ojos muy abiertos. — Ni idea — contestó Salazar, encogiéndose de hombros —. A mí todos los muggles me parecen iguales... 109


— ¿Qué más da? — exclamó Godric —. No tenemos relación con los muggles aquí, tampoco es necesario que la tengamos allí... — Sólo era un comentario — dijo Gisele bajando la cabeza. Godric rió, y levantó su copa hacia Salazar. — Vamos a ese torneo, Sal — brindó alegremente —. Será un placer volver a derrotarte. — Tú sólo me has derrotado en sueños, Gryffindor — dijo Salazar, y levantó su copa hacia él.

— CAPÍTULO 7 — Sangre limpia

La explanada donde había de celebrarse el torneo estaba a los pies de una colina, sobre la que se erigía uno de los castillos más imponentes que Godric hubiese visto jamás. No tenía una estructura definida: más bien parecía un extraño conglomerado de altas torres y de edificaciones añadidas a la mole principal del castillo con posterioridad a su edificación. Sin embargo, pese a la falta de ordenación, tenía una armonía y una elegancia que hacían 110


que, al observar su perfíl recortado contra el cielo, Godric sintiese que cada piedra, arco, teja y viga estaban exactamente donde deberían estar. De hecho, un constructor muggle habría dicho, en caso de haber sido capaz de ver la edificación, que era virtualmente imposible que ésta se mantuviese en pie. Y probablemente así era: Godric no tenía ninguna duda de que era la magia, y no la argamasa, la que sostenía el castillo y mantenía unidos sus componentes. La construcción no se parecía a nada que Godric hubiera visto antes. Si las casas generalmente eran bajas y hechas de ladrillo, piedra, adobe y paja, y si los castillos estaban hechos de piedra y eran edificios bajos y achaparrados, ésta era una edificación alta, esbelta; los arcos de las innumerables ventanas y de las puertas no estaban formados a base de semicírculos, como ocurría en otros edificios, tanto mágicos como muggles, sino que se elevaban en su punto más alto y formaban un vértice, como si fuera la unión de dos semiarcos la que los formase. Incluso desde la distancia se podía llegar a comprender que semejante arquitectura no podía llegar a realizarse nunca sin la ayuda de la magia, salvo que los constructores muggles descubrieran una forma de sostener tal cantidad de toneladas de piedra y madera sin que éstas se despomasen sobre su cabeza. El castillo del hermano del rey era, sin duda, una construcción hermosa, aunque intimidante. Se elevaba hasta una altura inconcebible salvo para los que conocían el poder de la magia, y aún así Godric se preguntó, inquieto, si la magia normal podría realmente mantener semejante estructura en pie. Su belleza se veía realzada por las altas montañas que la rodeaban y que parecían abrazarla, y por el gran lago que yacía a sus pies, cuyas aguas completamente tranquilas, sin una onda, presentaban un profundo color turquesa mezclado con el verde que se reflejaba en su superficie desde las montañas. La explanada se encontraba junto al lago, bordeada por un poblado bosquecillo de 111


árboles viejísimos y de aspecto siniestro, que parecían exudar magia por las cortezas de sus troncos y ramas, por la superficie de sus hojas. En la orilla más cercana al castillo se extendía una explanada cubierta por una hierba esponjosa de color esmeralda, suave y húmeda, y sobre ella se agolpaban cientos de magos y brujas, sus túnicas y sombreros multicolores contrastando vibrantemente contra el verde y el azul del paisaje. En medio de la multitud se elevaba una tienda formada por retales de seda que ondeaban al viento; parecía que no hubiera ninguna estructura debajo que los sujetara, que los trozos de seda de color granate se irguieran allí sin ayuda de ningún tipo. Y, de hecho, cuando Godric se acercó para observarla, comprobó que en efecto así era. Godric apartó una de las vaporosas telas y entró en la tienda, seguido de cerca por Salazar. Ambos se detuvieron en el umbral al ver en su interior a un hombre y una mujer, charlando animadamente. Godric esbozó una sonrisa, pero permaneció en silencio hasta que el hombre se volvió hacia ellos. — ¡Godric! — exclamó, sonriente, y se dirigió hacia él con los brazos abiertos. Lo envolvió en un abrazo triturante, algo que podría considerarse preocupante, ya que el hombre debía medir unos veinte centímetros más que Godric —. ¡Cómo estás, hombre! — Bien, bien... — fue capaz de pronunciar, medio asfixiado por el abrazo. Se separó del hombre y lo miró con una sonrisa radiante —. Hacía tiempo que no te veía... — ¡Y tanto! — rió el hombre, y se apartó de él. Godric se acercó a la mujer que esperaba de pie, sonriente, y besó su mano con una reverencia. — Blanche... — dijo Godric. Se irguió y la abrazó —. Estás preciosa. Bueno, es imposible que no estés preciosa. — Adulador — dijo la mujer, y soltó una risa cantarina que recordaba al sonido del agua al chapotear entre las rocas en un arroyo en la montaña. Era una mujer joven, quizá 112


unos pocos años mayor que Godric, de figura esbelta, sonrisa radiante y ojos cristalinos. Llevaba la larga melena rizada sujeta en lo alto de la cabeza con una redecilla de plata cuajada de perlas, y una túnica de seda verde que parecía tejida con esmeraldas (y probablemente así era), y que contrastaba admirablemente con los rizos de color rojo que escapaban del peinado. El hombre, de unos treinta años, era muy corpulento, tan ancho y tan alto que junto a él su esposa parecía una muñeca de juguete. El pelo largo y negro, que se rizaba en las sienes, le daba un aspecto de ferocidad, que desmentía sin embargo la calidez de su sonrisa. La túnica parecía a punto de estallar por las costuras a la altura del pecho y en los brazos. Los ojos, del mismo color turquesa que los de Godric, brillaban bajo las pobladas cejas. El rostro de rasgos cuadrados, que podía contraerse hasta hacer temblar a cien magos, destilaba en aquellos momentos la alegría más pura y mucha, mucha diversión. — Tú debes ser el hijo de Lord Slytherin, ¿no? — dijo, dirigiéndose hacia Salazar. Éste dio un respingo y se acordó, quizá demasiado tarde, de hacer una reverencia. — Majestad... — dijo, tembloroso. Godric se asombró de ver a Salazar asustado por primera vez en todo el tiempo que hacía que lo conocía. — ¿Conoces a mi reina? — dijo el rey en tono amistoso. Salazar levantó la mirada, se dirigió hacia Blanche y se inclinó ante ella, repitiendo la reverencia que había hecho instantes antes frente al rey. — Bueno, Godric — dijo éste, volviéndose de nuevo hacia su primo —. ¿Qué haces aquí? Suponía que no estabas interesado en absoluto en dejarte ver en mi corte... — su sonrisa se hizo más ancha —. De hecho, creo que no te había visto fuera de tu castillo en la vida. ¿A qué debo el honor de esta visita? —. Su expresión se puso seria repentinamente — . No le habrá pasado nada a tu padre... 113


— No, no — se apresuró a decir Godric en tono tranquilizador —. En realidad, mi "visita", como tú la llamas, es culpa de este caballero que me acompaña — hizo un gesto en dirección a Salazar —. Como no es capaz de mantener quieta su lengua, me ha retado a participar en un torneo que tengo entendido que se celebra aquí... Kernel Keystone los miró a ambos alternativamente. Después, lentamente, se giró sobre sí mismo, se dirigió hacia una mesita de bronce que permanecía en el centro de la tienda y sirvió cuatro copas de vino. Tendió una a Blanche, acercó otras dos a Salazar y a Godric y bebió pensativamente un sorbo de la última, sin mirar a nadie en concreto. — Así que quieres participar en el torneo, ¿eh? — dijo finalmente, y dejó de nuevo la copa sobre la mesa. Godric asintió. Kernel suspiró y miró a Godric directamente a los ojos. Sostuvo su mirada durante lo que parecieron horas, como si tratase de evaluar aquello que Godric pensaba y de lo que era capaz. Suspiró otra vez —. Bien, supongo que es lo apropiado — dijo crípticamente. — ¿Qué quieres decir? — preguntó Godric, confuso, buscando a su vez la mirada del rey. Éste volvió a coger la copa de vino y la apuró de un trago. — Quiere decir que menos mal que has venido, Godric — intervino la reina, cambiando una mirada rápida con Kernel —. Sin tí, este torneo sería un auténtico aburrimiento. — Tienes razón — sonrió Kernel —. Todos estos magos que me siguen a todas partes y que hacen todo lo que se me ocurre decirles son unos auténticos patosos. Ellos solos en un torneo... sería como ver una lucha protagonizada por un teatro de marionetas — . Se levantó, e indicó a Godric y a Salazar que hicieran lo mismo —. Quizá ahora que vosotros también vais a participar la cosa se ponga un poco más interesante... Salazar se dirigió hacia la abertura entre los retales de seda que hacía las veces de 114


puerta, siguiendo las indicaciones del rey. Sin embargo, Godric permaneció quieto en su sitio. Levantó la mirada y miró a Kernel. — Por cierto — dijo en tono casual —. ¿En qué va a consistir el torneo? Kernel lo miró y después de unos segundos soltó una carcajada. — Si te lo digo, sería demasiado fácil, ¿no crees?... — ¡Oh, vamos, Kernel...! ¡Soy tu primo! — Sí — admitió el rey —. Pero no quiero tener favoritismos. Si se supiera, se me echarían encima todos los participantes... Blanche se levantó y se dirigió hacia Kernel. Deslizó suavemente su mano en la de su marido, y logró que éste bajase la mirada hacia ella. — Yo creo que van a pensar que tienes favoritismos de todas formas, Kernel — dijo con voz suave —. Al fin y al cabo, es tu primo, como muy bien ha dicho... — Sí, pero... — Y todos los participantes — continuó la reina como si no la hubiera interrumpido — van a creer sin lugar a dudas que le has traído aquí para que gane el torneo —. Se encogió de hombros —. Así pues, ¿por qué no decírselo? Si van a dudar de tí, al menos que sea por una buena razón... El rey se quedó pensativo unos instantes, y después hizo un imperceptible gesto de asentimiento con la cabeza. Se sentó de nuevo, y Salazar lo imitó. Blanche permaneció de pie junto a su esposo, con una mano apoyada sobre su hombro, como si posara para un retrato. — En realidad es muy simple — dijo Kernel —. Se trata, a grandes rasgos, de entrar en el castillo, recorrerlo buscando una única escoba que hemos puesto allí, subir hasta la torre más alta y volar de vuelta a la explandada. Diría que el que antes llegue hasta aquí 115


será el ganador — sonrió —, pero, puesto que sólo hay una escoba, sólo llegará uno... — ¿Sólo eso? — exclamó Salazar, olvidando por un momento el respeto y el temor que, según Godric había podido comprobar, le inspiraba el rey. Éste le miró, sonriente. — No te confíes, Slytherin — dijo con voz agradable —. Ten en cuenta que todos los participantes van a por la escoba... De modo que, probablemente, tendrás que enfrentarte a muchos de ellos si deseas el castillo. Y — añadió, ante la mueca de desprecio que asomaba a los labios de Salazar —, debo decir que, por mucho que yo haya podido decir de ellos, son grandes magos. Y tienen muchas ganas de quedar bien delante de mí, claro — se encogió de hombros. Godric permaneció pensativo unos instantes. — Me parece demasiado simple, demasiado fácil — concluyó, mirando a su primo —. ¿No te parece muy poco espectacular para ser el primer torneo que se celebra en... no sé, casi un siglo? Me había hecho a la idea de tener que vencer a un par de dragones, o a un rebaño de mantícoras desquiciadas, o incluso a una familia de acromántulas, pero ésto... — No te confíes — repitió Kernel, devolviéndole la mirada con seriedad —. Hay muchos magos que harían cualquier cosa por conseguir el triunfo. Muchos, sí — repitió, y desvió la mirada hacia Salazar —. Así que andaos con ojo. Muchas veces las cosas no son lo que parecen — concluyó. Godric continuó mirando a Kernel un buen rato, pensando en lo que le esperaba. No parecía nada preocupante, a decir verdad, y también era cierto que, aunque el rey le hubiera contado en qué consistía, eso no constituía una ayuda para él. Si al menos le hubiera dicho dónde estaba escondida aquella escoba... — No creo que nadie pueda acusarte de favoritismo después de esto, Kernel — dijo, sonriente —. No me has ayudado nada, a decir verdad... 116


Kernel se encogió de hombros. — Si quieres, Godric, anulo el torneo y te regalo el castillo directamente — dijo, y sonrió a su vez —. Pero creo que así te resultará más divertido, ¿no?... Y, además, si has aceptado el reto de este joven señor aquí presente — inclinó la cabeza en dirección a Salazar —, lo mejor que puedo hacer es no intervenir en vuestra lucha. Si te doy ventaja a tí y a él no, nunca sabríais cuál de los dos mereció realmente ganar vuestra pelea particular, ¿verdad...? Salazar esbozó una sonrisa torcida. — Sois prudente, mi Señor — dijo, inclinando la cabeza. El rey soltó una carcajada. — Y tú sabrías defenderte muy bien en una corte real, Slytherin — dijo —. Ese es el tipo de comentario que se hace cuando se está pensando justo lo contrario. — Probablemente — dijo Godric —, Salazar esté pensando en que a él también le vendría muy bien saber dónde está escondida la escoba... — Sobre todo si tú no lo supieras, Godric — dijo Salazar, y sonrió ampliamente. — Bien — dijo Kernel, levantándose de nuevo de la silla. Godric y Salazar se levantaron precipitadamente —. Lo lamento, pero vamos a tener que dejar la conversación para después... Me temo que, si tardo un poco más en salir, los de ahí fuera se van a amotinar — rió, y en ese momento Godric se dio cuenta de que desde el interior de la tienda se podía oír claramente un gran tumulto proveniente del exterior. Godric y Salazar precedieron a los reyes y salieron de la tienda, apartando los retazos de seda que se obstinaban en enredarse entre sus brazos y frente a sus rostros. Godric trató de acostumbrarse a la fuerte luz de la explanada, que lo había deslumbrado momentaneamente. Antes de ser capaz de ver prácticamente nada, una figura se interpuso entre la brillante luz del sol y palmeó vigorosamente su hombro, haciéndolo vacilar. 117


— Hola, Godric — dijo la figura con voz suave, y Godric pudo distinguir claramente la risa en el tono que la figura había empleado. También pudo reconocer fácilmente la voz, ya que la había escuchado en innumerables ocasiones desde que era apenas un adolescente. — ¿Rowena? — preguntó, dubitativo. La risa se escuchó con toda claridad en esa ocasión en la voz de la mujer —. ¿Qué demonios haces aquí? — Bueno... — dijo la figura, a la que poco a poco los ojos de Godric iban dando forma, conforme se acostumbraban al exceso de luz —. Pensé que, si tú ibas a venir a divertirte, yo también podía pasarme por aquí a ver de qué iba el torneo este... — Ah — dijo Godric, y miró por fin a Rowena, distinguiendo su figura con toda claridad. La joven llevaba el castaño cabello recogido en una apretada trenza que caía por su espalda. La túnica, de paño grueso color marrón claro, caía hasta debajo de los muslos, ceñida en la cintura por un cinturón de cuero del que colgaba la varita, y bajo ella llevaba unos pantalones oscuros, de tela áspera y aspecto resistente, que se perdían bajo unas botas altas de cuero marrón y aspecto cómodo. Poco a poco, la mente de Godric fue registrando el porqué no sólo de la presencia de Rowena sino también de la extraña indumentaria que había sustituído a las túnicas de seda y gasa y a las zapatillas bordadas. — ¿Vas a participar? — preguntó, incrédulo. Rowena asintió con una amplia sonrisa. — No creerás que voy a dejar que Salazar y tú os llevéis toda la gloria... — Pero... pero... Rowena... — ¿Qué? — exclamó ella —. ¿Que soy muy joven? ¿Que soy una mujer? ¿Que todavía no he terminado mi educación mágica? Si vas a decirme todo eso, Godric, te lo puedes ahorrar. Tu padre ya me lo ha repetido bastantes veces, gracias. 118


— Pues deberías haberle hecho caso — dijo Salazar, que observaba a Rowena con una expresión de incredulidad y desagrado en el rostro. — ¿Ah, sí? — preguntó Rowena agresivamente —. ¿Hay algo que te moleste, Salazar? Sí, claro — se respondió a sí misma —. Supongo que no te hará ninguna gracia si resulta que alguien como yo te gana en este torneo, ¿no?... — Exactamente — admitió Salazar —. No participes, Rowena. No me gustaría que... que te hicieses daño. — Preocúpate por tu propio trasero, Salazar, que ya me ocuparé yo del mío — dijo Rowena despectivamente. — No es necesario ponerse agresivo — intervino Godric —. Pero Rowena... Estoy de acuerdo con Salazar, este torneo puede ser peligroso, y... — No me vengas con historias, Godric Gryffindor — interrumpió ella —. Sabes perfectamente que soy muy capaz de participar, y que incluso puede que gane. — Ni en sueños — susurró Salazar con una sonrisa burlona. Godric se volvió hacia él con el ceño fruncido. — Lo mismo dijiste el otro día sobre mí, Salazar... ¿Recuerdas? — Claro — dijo éste —. Y lo sigo manteniendo. Ninguno de los dos sois capaces de vencerme ni aunque me pilléis ebrio como un duende. Pero participa si quieres, Rowena — añadió, con una risa silenciosa —. Puede llegar a ser hasta divertido.

Las enormes puertas de roble que daban acceso al castillo se abrieron silenciosamente a su paso, y las docenas de magos que buscaban la gloria, la fama, el reconocimiento del rey o, simplemente, quedarse con el castillo, avanzaron hasta hundirse en la penumbra. La oscuridad se hizo total cuando, sin un leve sonido, las puertas volvieron a cerrarse. Se 119


oyeron casi simultaneamente una veintena de voces pronunciando el hechizo que iluminaría los alrededores. — Lumos — dijo también Godric, y una tenue luz blanca surgió del extremo de su varita. Salazar lo imitó. Rowena hacía rato que se había alejado de ambos, y Godric no fue capaz de localizarla entre la multitud de magos y brujas que lo rodeaban. A la luz de las varitas, Godric vio que se hallaban en un espacio muy amplio, de techo tan elevado que apenas podía distinguirse en la penumbra. Frente a él, una ancha escalinata de mármol daba acceso a lo que, seguramente, eran los pisos superiores. Justo a su lado una puerta tan inmensa como la que acababan de atravesar dejaba entrever una estancia aún más amplia que el vestíbulo, y en uno de sus lados, como escondida, una abertura enmarcada en un arco de piedra mostraba lo que sólo parecían sombras. La mayoría de los magos subían en silencio la escalera de mármol. Godric pensó por un momento que quizá fuera lo más sensato, puesto que lo más probable era que hubiera que registrar varias veces el castillo para dar con la dichosa escoba. Sin embargo, decidió empezar por las estancias que estaban en la planta baja; aunque tardase más que los demás en llegar a las plantas superiores, si la escoba estaba allí abajo sería el primero en encontrarla. Atravesó la enorme puerta que había visto al entrar y se encontró en una sala de proporciones casi gigantescas, más grande, al parecer, que el exterior del castillo entero. Las paredes de piedra se elevaban hasta una altura inconcebible, sobrecogedora, y parecían unirse arriba, formando una bóveda apuntada que se sostenía sobre los nervios de piedra que surgían de las falsas columnas que recorrían la pared. Aunque, probablemente, fuese la magia lo que mantenía en su sitio tantas toneladas de piedra a semejante distancia del suelo.

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tan inmovilizado como las cuerdas que un rato antes le habían rodeado los brazos.

— Así que has encontrado la escoba... — oyó Godric que decía la voz de Salazar a sus espaldas. Se giró apresuradamente y se encontró con la sonrisa burlona de su compañero de estudios, que miraba desinteresadamente a su alrededor —. ¿Sabes si hay otra por aquí? Godric se encogió de hombros. — No, que yo sepa — dijo. — Vale — dijo Salazar, y agitó la varita en dirección a Godric —. Expeliarmus —. Godric sintió que la escoba salía volando de entre sus dedos. — ¡Serás...! — exclamó, mientras observaba cómo la escoba volaba hacia Salazar, que la aferró con una mano. — Oh, vamos, Godric — dijo éste, riendo —. Se trata de ganar, no de comportarse como un caballero andante y retirarse ante el vencedor... Godric lo miró, furioso. — ¿Eres capaz de hacer trampas para ganar? — Nadie ha dicho que no nos podamos atacar los unos a los otros... — De acuerdo — dijo Godric. Sacó la varita de entre los pliegues de su túnica —. ¡Duplico! —. Hubo un fogonazo de luz, y cuando ésta se desvaneció, Godric sujetaba una escoba idéntica a la que Salazar apretaba entre sus manos. Salazar lo miró asombrado un instante, y después sonrió. 121


— Muy bueno, Godric — admitió —. Ahora los dos podemos ganar... —. Lo miró unos instantes, y levantó la varita —. ¡Expeliarmus! — gritó. La varita de Godric fue a su encuentro, como antes había hecho la escoba. Se dirigió corriendo hacia la puerta de la habitación y salió a toda prisa, cerrando la puerta tras él. Godric lo oyó pronunciar un encantamiento atrancador —. Aunque eso será si eres capaz de salir de aquí antes de que yo llegue a la explanada, claro. — ¡Salazar! — exclamó Godric, furioso, golpeando la plancha de madera —. ¡Salazar, abre la puerta! — No te preocupes, God — dijo éste, y Godric oyó cómo su voz se iba alejando —. Le diré a tu primo que estás aquí encerrado cuando me dé mi premio. O, mejor, vendré yo mismo a buscarte y a invitarte a pasar unos días en mi castillo... Godric golpeó furioso la plancha de madera que se interponía entre él y Salazar. Sin su varita se sentía indefenso, no era capaz de abrir la puerta ni de hacer absolutamente nada útil. Bueno, pensó, desalentado, tengo la escoba, siempre puedo salir por la ventana... Antes de volverse para comprobarlo, supo a ciencia cierta que no había ninguna ventana en aquella habitación. En las mazmorras no hay ventanas, estúpido. Desanimado, se dejó caer contra la puerta y apoyó la frente en la rugosa madera. Cerró los ojos, y golpeó con un puño cerrado la puerta. Maldita sea. De modo que Salazar se las había ingeniado para ganar... Aunque él lo mereciera más. Nadie ha dicho que el mundo sea justo, dijo en su cerebro una voz burlona que se parecía sospechosamente a la de su padre. Una mierda, es lo que es el mundo. — ¡Alohomora! — oyó que pronunciaba una voz al otro lado de la puerta. Al 122


instante la puerta se abrió, y estuvo a punto de estamparse contra su nariz. Godric retrocedió, tambaleándose y tropezando con sus propios pies, y finalmente perdió el equilibrio y cayó hacia atrás. Maldiciendo para sus adentros, intentó librarse de su propia túnica, que se había enrollado alrededor de su cuerpo, dejándolo tan inmovilizado como las cuerdas que un rato antes le habían rodeado los brazos. Oyó una risita contenida, lo que hizo que redoblase sus esfuerzos por librarse de su túnica, con lo que sólo consiguió enredarse más aún en ella. — Vaya, Godric... — dijo una voz que conocía tan bien como la suya propia —. Veo que estás muy ocupado, así que te dejaré para que lo soluciones, ¿vale? —. Notó cómo alguien caminaba junto a él, y el leve roce de una túnica cuando ese alguien se agachó para coger la escoba que yacía a su lado —. No quisiera molestar... — ¡Rowena! — exclamó, y la túnica aprovechó que había abierto la boca para intentar asfixiarlo, con bastante éxito —. ¡Rowena, espera! Con un par de contorsiones logró finalmente sacar la cabeza por entre la maraña de terciopelo y paño, y miró hacia donde Rowena permanecía, mirándolo con una sonrisa divertida. — Me encantará contarle a tu padre que te ha derrotado tu propia ropa, Godric — dijo, y soltó una carcajada. — Muy graciosa — refunfuñó Godric —. ¿Por qué no me ayudas, en lugar de quedarte ahí riéndote como una idiota? — Creo que no estás en situación de insultarme, Godric — dijo Rowena, mirándolo con la burla bailoteando en los oscuros ojos. En ese momento otra voz soltó una carcajada. Godric se giró como pudo en dirección a la risa, y vio a una muchacha de unos veinte años, vestida con una túnica dorada, doblada sobre sí misma como si le faltase el aliento. Y claro 123


que le faltaba a la muy estúpida, pensó Godric enojado, si se estaba riendo como si la vida le fuera en ello... — ¿Y ésta quién es? — preguntó, frunciendo el ceño, mientras la joven se ahogaba con sus propias carcajadas. El cabello rubio le caía sobre el rostro, de forma que lo único que Godric podía ver de ella era el cuerpo encogido y la boca abierta en una risa sonora y contagiosa. — Godric, te presento a Helga Hufflepuff — dijo Rowena, sonriendo ampliamente —. Hemos estado recorriendo el castillo juntas, ya sabes, por aquello de que dos pueden más que una... — Ya — dijo Godric, y se incorporó con dificultad, acomodándose la túnica alrededor de su cuerpo —. ¿Y cómo pensábais repartiros el premio? ¿Os lo íbais a jugar a las tabas rúnicas? Rowena se encogió de hombros. — Habíamos hablado de compartirlo... — dijo Rowena, mientras palmeaba a Helga Hufflepuff entre los omoplatos para ver si conseguía que dejara de reír. Helga recuperó poco a poco la normalidad, y se irguió, todavía sonriente, hacia Godric. Era una mujer joven, como había pensado Godric al principio, tal vez un poco más mayor que Gisele. Tan alta como Rowena, de cuerpo delgado y flexible, cuando se enderezó adoptó una postura felina que se contradecía con la torpeza que había aparentado segundos antes, al doblarse sobre sí misma, ahogada en sus propias carcajadas. El pelo rubio claro caía lacio sobre sus hombros, y los ojos, de un extraño color dorado similar al de sus cabellos, chispeaban de regocijo. Sin embargo, Godric tuvo que descartar su primera apreciación, ya que aquellos ojos brillaban con una inteligencia que Godric había visto en muy pocos ojos, ninguno de aquel color, y mucho menos en unos ojos que se aposentaran 124


bajo una cabellera digna de la cortesana más simplona de todo el castillo real. Toda ella era dorada, desde la piel hasta los escarpines de seda, pero Godric tuvo que admitir que, contrariamente a lo que su aspecto dejaba entrever, era una rival digna de cualquier mago poderoso. — Hola — dijo Helga, sonriente, y le tendió la mano para saludarlo. — Hola — respondió él, y esbozó una sonrisa vacilante. — Helga, éste es Godric Gryffindor — apuntó Rowena —. Se supone que es mi mejor amigo, aunque después de este ridículo no sé si atreverme a confesarlo... — Qué simpática — gruñó Godric. — Bueno, God — continuó Rowena, ignorándolo —. Nosotras ya nos íbamos... — ¡Espera! — exclamó él —. No te lleves la escoba. Rowena se giró para observarlo. — Pues no me dejes llevármela — dijo simplemente. — Es que.. No tengo varita. Rowena enarcó una ceja. — ¿También has perdido la varita? — dijo, conteniendo la risa a duras penas —. Oh, vaya, esto es demasiado... Verás cuando se lo cuente a Galahad... No se lo va a poder creer. — Salazar me la quitó — dijo Godric, y frunció el ceño ante el gesto de incredulidad de Rowena —. Y también me quitó la escoba. — Siento decepcionarte, Godric — intervino Helga, y ensanchó aún más su sonrisa —, pero si las matemáticas no me fallan, una escoba y una escoba suman dos, y eso no puede ser porque las reglas establecían que sólo había una escoba, así que, teniendo en cuenta que nosotras estamos a punto de robarte una escoba, ese tal Sala—como—se—llame 125


no puede tener otra... — La he duplicado — dijo Godric —. Él me la robó, yo la dupliqué, y él me quitó la varita y me encerró aquí. Rowena lo miró silenciosamente unos segundos. — Vaya con el querido Salazar — silbó —. Así que tenía ganas de ganar por todos los medios, ¿eh? Porque eso es... — ...exactamente lo mismo que tú estabas a punto de hacer, Rowena — la interrumpió Godric. — Sí, ¿verdad? — dijo ésta con un brillo peligroso en sus negros ojos —. Bien, puesto que así están las cosas, Helga y yo nos vamos, ¿vale? Puedes ir a buscar a Salazar a ver si lo convences para que te devuelva la escoba y la varita. — ¡Rowena, espera! — casi gritó Godric cuando vio que ella volvía a dar media vuelta. — ¿Sí? — No podréis montar las dos en esa escoba... — Siempre podemos duplicarla — intervino Helga alegremente. Rowena miró fijamente a Godric. — Tiene razón — dijo —. No sé tú, pero yo no sé de qué encantamiento habla. No sé duplicar cosas. Helga frunció el ceño. — Yo tampoco — admitió. Y después sonrió de nuevo —. Pero no importa, esta escoba aguantará el peso de las dos. Vámonos... — Pero no podréis coger velocidad suficiente para adelantar a Salazar — sentenció Godric. 126


Rowena lo miró sin pestañear. — ¿Qué propones, Godric? — Déjame tu varita, y... — Oh, vamos, qué truco más viejo — exclamó Helga. — En serio — exclamó Godric —, déjame tu varita y triplicaré la escoba, y así por lo menos tendremos una oportunidad de adelantarlo. — Ya, y tú tendrás una oportunidad de oro de noquear a Rowena y después largarte con la escoba. — Mira, Helga — dijo Godric, exasperado —. Apúntame tú con tu varita mientras tanto, si quieres. Si dejo a Rowena fuera de combate, puedes hacer lo mismo conmigo y largarte a toda leche con la escoba, a ver si alcanzas tú solita a Salazar. Pero no me des más la paliza, ¿vale? Todo el tiempo que estamos aquí charlando como viejos amigos Salazar lo pasa subiendo a saltitos los escalones de la torre. — ¿Sube a saltitos? — preguntó Helga, interesada —. Uau, vaya con el hombre... — Toma, Godric — dijo Rowena, y le tendió la varita, mientras sujetaba con la otra mano la escoba —. Pero cuando todo esto acabe quiero que me enseñes ese hechizo. — Ya veremos — sonrió éste —. No sé si deshacerme tan fácilmente del secreto de mi éxito... ¡Duplico! — Secreto de tu éxito una mierda — refunfuñó Rowena mientras sujetaba con la mano libre la segunda escoba que acababa de aparecer —. A saber de dónde lo habrás sacado... — Duplico — pronunció Godric suavemente, sin dejar de sonreir, y una tercera escoba se materializó en su mano. — Qué bueno... — susurró Helga, observando interesada la escoba que Rowena 127


acababa de ponerle en la mano —. ¿Cómo...? — Otro día, milady — dijo Godric con sorna, y le devolvió la varita a Rowena —. Ahora vamos a alcanzar a nuestro querido amigo Salazar Slytherin. La escalera que llevaba hasta lo alto de la torre más alta, desde donde tenían que emprender el vuelo, era larguísima, sinuosa, y llena de curvas y vueltas y revueltas. Ya les había resultado bastante difícil dar con ella, puesto que desde el interior del castillo era complicado saber dónde caía la torre más alta y cuál de todas las escaleras que salían del vestíbulo era la correcta; sin embargo, subirla les estaba suponiendo un esfuerzo mucho mayor. — Ya queda menos... — decía Godric a cada minuto, aproximadamente, cosechando en respuesta un gruñido de Rowena y un jadeo de parte de Helga en todas las ocasiones. — Ya queda menos — dijo, una vez más, cuando llevaban lo que parecían días enteros subiendo los empinados peldaños de piedra húmeda y resbaladiza. — Menos, dice... — resopló Rowena. — Es cierto, allí al fondo veo... — Como vuelvas a repetirlo te hago comer esa escoba y te la duplico en el estómago, Godric Gryffindor. — Vale, vale, ya me callo... — Lo que no entiendo — jadeó Helga — es cómo alguien puede subir esto a saltitos... Un buen rato después alcanzaron el final de la escalera. Se encontraron en una sala diminuta, de forma circular, sin ventanas, sin otra salida excepto aquella por la que acababan de entrar. 128


— Vaya vaya... — dijo Helga, mirando interesada a su alrededor, donde el halo de luz que emitía su varita apenas iluminaba las paredes —. Esto sí que es divertido. — ¿Y ahora qué? — exclamó Godric, desanimado —. ¿Qué se supone que tenemos que hacer, explotar la torre para salir? — No seas obtuso, Godric — dijo Rowena, explorando la sala minuciosamente —. Tiene que haber una salida... Si no, la torre sería totalmente inútil. — Ahora que lo dices — dijo Helga en tono casual —, nunca había visto un castillo tan inútil como éste. — ¿Qué quieres decir? — preguntó Godric, que, sin varita, no servía de gran ayuda a la hora de explorar el entorno. — No sé... Tantas vueltas, giros, mazmorras, pasillos, puertas, escaleras... El arquitecto debía darle demasiado al vino, si entiendes a qué me refiero... — A mí me gusta — dijo Godric, encogiéndose de hombros. — Mirad, aquí hay una especie de trampilla — anunció Rowena desde el centro de la sala. Godric y Helga se dirigieron hacia ella: unas finísimas rendijas dejaban entrar una minúscula porción de luz. Rowena se puso de puntillas, intentando alcanzar el techo, pero no llegaba ni a rozarlo siquiera. — Déjame a mí — dijo Godric, y palpó con la mano extendida todo el contorno de la trampilla. Efectivamente, en un lateral había una especie de cerrojo, que, por el tacto, estaba hecho de hierro forjado y tenía la edad aproximada del bisabuelo de Tutankamon. Godric tiró, empujó, golpeó, aplastó, y el cerrojo permaneció inmóvil, como burlándose de él. — No puedo abrirlo — admitió al fin. — Habrá que usar la cabeza, entonces — dijo Helga alegremente. 129


— ¿Qué te crees, que no he pensado que...? — Me refería a usar tu cabeza para abrir un boquete en la pared, hombre... — ¡Alohomora! — exclamó Rowena apuntando hacia el techo. La trampilla se abrió de golpe y estuvo a punto de arrancarles la cabeza a Helga y a Godric en su caída. Godric se tambaleó y tropezó hacia atrás. Después, miró a Rowena. — ¿Por qué demonios siempre te funciona el mismo hechizo? — preguntó. — Porque algunas personas sabemos pronunciar este hechizo, Godric — contestó Rowena en tono burlón. Treparon por la trampilla, no sin alguna que otra dificultad (como por ejemplo que Helga no había trepado una pared en su vida, o que la túnica de Godric parecía empeñada en hacerle la vida más interesante), y salieron al exterior, a una terraza circular bordeada por una barandilla de piedra que sólo les llegaba por la rodilla. — ¿Veis? — dijo Helga, asomándose —. Otra muestra de lo inútil que es todo en este castillo. — Si tan poco te gusta — dijo Godric, exasperado —, ¿por qué te empeñas en ganar el torneo? — Porque es divertido — respondió sencillamente Helga. — En eso te voy a dar la razón — dijo la voz de Salazar desde detrás, y, al volverse, Godric pudo ver cómo terminaba de trepar la trampilla y se incorporaba, sonriendo —. Hola a todos. — Hola, Salazar — dijo Godric sin muchas ganas. — Vaya, Salazar — dijo Rowena, frunciendo el ceño —. ¿Qué te ha retrasado? Te hacíamos ya saboreando las mieles de la victoria allá abajo... Salazar se encogió de hombros. 130


— Como diría esta chica rubia aquí presente — señaló a Helga —, así es mucho más divertido. — Me llamo Helga Hufflepuff — dijo ésta, alargando la mano. — ¿Hufflepuff? — repitió Salazar, estrechándole la mano —. ¿Eso que es, un apellido o una enfermedad? — Lo segundo — dijo Helga alegremente —. Y se contagia por contacto de las extremidades, así que estás jodido. Salazar saltó hacia atrás y se examinó su propia mano, lo que hizo que tres carcajadas simultáneas surcaran el aire húmedo del atardecer. — Bueno... — dijo Rowena finalmente, enjugándose el rostro con la manga de la túnica —. ¿Y ahora qué hacemos? — Me parece bastante obvio — contestó Helga —. Somos cuatro, tenemos cuatro escobas, así que salimos y el que llegue antes se queda con el edificio absurdo este. — Supongo que es lo más razonable — admitió Godric. — También podría dejaros a los tres fuera de combate y quedarme con la victoria — dijo Salazar, acariciando su varita. — ¿A los tres? No seas fantasma, Slytherin — dijo Godric con una sonrisa. — Mira quién fue a hablar de apellidos... — rió Helga. — Tú no tienes varita, Godric — dijo Salazar en tono razonable —. Y ellas dos no son rivales para mí. — ¿Quieres apostar? — exclamó Rowena en tono agresivo. — Venga ya, hombre — dijo Godric —. Vamos a jugar limpio, ¿no os parece? — ¿Qué pasa, Salazar? ¿Que tienes miedo de no ser el más rápido? — se burló Rowena. 131


— Ni lo sueñes — dijo éste. — Venga, vamos — apremió Helga —. Tengo ganas de que todo esto termine de una vez. Godric sostuvo la mirada de Salazar durante un minuto interminable, al final del cual éste se encogió de hombros. — Bueno — dijo —, juguemos limpio, entonces. Podría resultar divertido... — Sí, jugar limpio para variar, ¿no, Salazar? — dijo Rowena, sonriendo —. Un buen cambio. — No he preguntado tu opinión. — Te la regalo con todo el gusto. — Dejadlo ya, los dos — interrumpió Godric. — Sí — corroboró Helga —. Estoy empezando a tener hambre, y allá abajo debe haber preparado un buen banquete... — ¿Cómo lo sabes? — preguntó Salazar. Helga sonrió. — Porque esa gente — hizo un gesto con la mano que abarcaba toda la explanada que se extendía a sus pies — no es capaz ni siquiera de salir de la letrina sin celebrarlo con una buena comilona. — Una costumbre estupenda — dijo Godric —. Bueno, yo no sé vosotros pero yo me voy — y montó en su escoba. Al verlo, los otros tres se apresuraron a hacer el mismo gesto. — ¡Vamos allá! — exclamó Helga, risueña, y dió una patada en el suelo de piedra de la terraza. Su escoba salió disparada hacia el cielo púrpura. Rowena soltó una exclamación ahogada y despegó también, siguiendo su estela. 132


— ¡Eey, que se van sin nosotros! — exclamó Salazar, y salió disparado hacia arriba. Godric dio una patada al suelo y dirigió su escoba hacia el cielo, donde una enorme montaña parecía estar comiéndose el sol a mordiscos. El color dorado lo inundaba todo, y Godric sintió una euforia imprudente al sentir el viento desordenando sus cabellos y silbando en sus oídos. Se inclinó sobre el palo de la escoba para imprimir a su vuelo una mayor velocidad, apremiando mentalmente a la escoba para que acelerase, tratando por todos los medios de alcanzar a Rowena y a Helga, que volaban un par de metros por delante de él. Poco a poco fue acercándose a ellas, hasta que estuvo a una distancia de un brazo de la cola de la escoba de Helga. En ese momento sintió un fuerte golpe en la nuca. Desorientado, trató de recuperar el equilibrio, y, tras luchar unos instantes con su escoba, logró enderezarla y que el suelo volviese a estar debajo y el cielo arriba. Miró a su alrededor. Salazar lo observaba a una cierta distanciam, riendo a mandíbula batiente. — ¡Bonita pirueta, Gryffindor! — gritó, sonriendo. Después, hizo ademán de darle una colleja a alguien. — ¡Te voy a...! — Godric apretó la escoba con ambas rodillas, y ésta, como un buen caballo amaestrado, salió disparada hacia Salazar. El viento le arrancaba lágrimas ardientes de los ojos, que surcaban su rostro hasta perderse en el hueco de las orejas. Sin embargo, Godric no frenó. Logró alcanzar a Salazar, que volaba como un poseso hacia lo que Godric adivinó era la línea que tenían que cruzar para alzarse con la victoria. Una mancha dorada apareció repentinamente a su lado: Helga, con la misma cara de velocidad que debía tener él mismo en ese instante, concentrada en un sólo punto: allí donde convergían dos hileras de rostros sonrientes y manos alzadas en gestos de ánimo. La meta. 133


Rowena estaba un par de metros por delante de ellos, la túnica azul revoloteando al viento, cintas de color carmesí chocando inmisericordes contra los rostros de los que le iban a la zaga. Godric se dio cuenta en ese mismo momento de lo mucho que deseaba ganar el torneo. Contorsionó el cuerpo, prácticamente lo unió al palo de la escoba, en un último intento de ganar velocidad y alcanzarla. — ¿Blanche? — preguntó Kernel, dubitativo, dirigiéndose a la reina. Ésta tenía los ojos muy abiertos y miraba fijamente la línea que acababan de cruzar los cuatro, exactamente al mismo tiempo. Finalmente, ésta negó con la cabeza. — Bien — dijo el rey. Sacó la varita —. Repitum — musitó, y de la varita surgió un halo de luz blanca que fue dibujando un cuadrado en el aire siguiendo los movimientos que Kernel hacía con la varita. Cuando el cuadrado estuvo cerrado, el interior se iluminó. Un instante después se formó una imagen: una multitud de magos, de pie, en un campo... el rey y la reina destacando entre ellos... una línea dibujada a sus pies... Y cuatro magos montados en sendas escobas, pasando junto a ellos como una exhalación, y cruzando sobre la línea... exactamente al mismo tiempo. El silencio cayó sobre la explanada, mientras el cuadrado de luz se difuminaba y desaparecía. — A la vez — musitó Kernel, y volvió a dirigirse a la reina —. Tendrás que decidir por su maestría, puesto que han empatado... — No — dijo Blanche sacudiendo la cabeza —. No puedo juzgar cuál de los cuatro es mejor mago —. Miró por turnos a Salazar, Helga, Godric y Rowena, que permanecían de pie junto a sus escobas idénticas, sudorosos y despeinados, y volvió a negar con la cabeza —. Los cuatro merecen el premio. 134


La reina volvió la espalda a la multitud. Kernel miró hacia el público, sonrió como excusándose y la siguió, pasó un brazo sobre sus hombros y empezó a hablar con ella en voz baja. La tensión se mascaba en el ambiente, o al menos eso pensó Godric, nervioso como hacía tiempo no lo estaba, sin atreverse apenas a mirar hacia Salazar, Rowena y Helga. Pese a la gran cantidad de personas que llenaban la explanada, no se oían más que murmullos apagados, tan bajos que se escuchaba perfectamente el sonido del viento jugando con las hojas de los árboles del bosque y con la superficie de agua del lago. — Muy bien — dijo Kernel al cabo de un rato, y se dirigió hacia el público que abarrotaba la explanada —. Mi reina ha dicho que no es posible decir cuál de estos cuatro magos es más poderoso que los otros. Así pues, y ya que no parece que sea posible decidir un ganador, hemos acordado que este castillo pase a ser propiedad de los cuatro, y que sean ellos los que decidan cómo se reparten el premio. Un murmullo se elevó entre los magos que rodeaban a los reyes. Godric miró a Salazar sonriente, y se dirigió hacia su primo, que se mantenía erguido frente a la multitud, como desafiándolos a que se mostrasen en desacuerdo con su decisión. — Kernel — dijo. El rey se volvió. — Ah, Godric — contestó Kernel, y pareció aliviado de hablar con alguien, como si el silencio y la mirada permanente de la multitud lo incomodasen —. Enhorabuena, hombre — añadió, estrechando su mano vigorosamente. — Gracias. — Bien — dijo Kernel en tono jovial —, ahora eres el dueño de una cuarta parte de un castillo —. Había diversión en su voz —. ¿Ya has pensado qué vas a hacer con ella? — No lo sé — dijo Godric, y miró hacia un lado, donde Salazar miraba a Rowena 135


con el ceño fruncido y Helga reía a mandíbula batiente, observando detenidamente un desgarrón que Salazar tenía en la túnica a la altura de la rabadilla —. Va a ser complicado poner de acuerdo a esos tres... Kernel rió. — Siempre es complicado poner de acuerdo a gente tan distinta... — sonrió —. A mí me pasa a diario — añadió, y lanzó una significativa mirada hacia sus súbditos, que se aglomeraban a su alrededor —. Bueno, pero alguna idea tendrás, ¿no? Sobre el castillo, me refiero... Godric se encogió de hombros. — Tengo una idea, pero no sé si ellos — señaló a Salazar, Rowena y Helga — estarán de acuerdo... — Utiliza tu poder de persuasión — rió Kernel —. Conmigo siempre te ha dado buen resultado... — ¿Qué? — preguntó Godric, confuso. — Ya sabes — hizo un movimiento con la mano, como si empuñase una varita, y rió de nuevo —. Una buena maldición de cosquillas permanentes y harán lo que les pidas. Godric sonrió. — Hace mucho tiempo que no uso ese conjuro... — dijo. — Eso es como montar en escoba, Godric: nunca se olvida. — Supongo que tendrás razón. Godric miró hacia el imponente edificio que se alzaba en lo alto de la colina. Las altas torres se recortaban contra el cielo, oscurecido por el anochecer, en el que se mezclaban el añil, el violeta, el rojo y el dorado como en la paleta de uno de esos pintores que decoraban las paredes de las iglesias muggles. 136


— ¿Y tiene nombre este castillo? — preguntó al rato. — Sí — respondió Kernel —. Se llama Hogwarts.

— CAPÍTULO 8 — El castillo del jabalí

— No me lo puedo creer — dijo Salazar con voz desagradable. — ¿Algún problema, Lord Slytherin? — dijo Rowena, mirándolo con una sonrisa burlona en sus bellos labios. Salazar la ignoró, y se dirigió hacia donde estaban Godric y Kernel, uno junto al otro, en silencio, contemplando el castillo de Hogwarts. — Godric... — dijo en un susurro, e inclinó tardíamente la cabeza en señal de respeto a Kernel. Éste le devolvió el saludo, aunque su sonrisa se congeló en sus labios. — ¿Qué pasa, Salazar? — preguntó Godric. — ¿Podemos hablar un momento? Kernel miró alternativamente a uno y a otro, y finalmente asintió brevemente y se giró hacia donde le esperaba su reina. Godric lo observó alejarse, y después se volvió hacia Salazar. 137


— ¿Qué ocurre? — Mira, Godric... — empezó a decir Salazar, con aspecto incómodo —. Sé que no me he portado demasiado bien en este torneo... — Vaya, vaya — dijo Godric, incrédulo —. ¿Salazar Slytherin en un acto de contrición? Esto sí que es digno de ver. — No te burles, Godric — espetó Salazar con el ceño fruncido. — Sí, supongo que esto no te estará resultando nada fácil — aceptó Godric con una sonrisa burlona. — Oye, comprendo que estés enfadado, pero yo... — Salazar hizo una pausa —. Bueno, es que tenía muchas ganas de ganar este torneo. — Ya — dijo Godric, irónico —. Yo también, pero ¿sabes?, no me dedico a atacar a mis amigos por un castillo. — Atacar es un término un poco fuerte, ¿no crees? — dijo Salazar con una sonrisa vacilante —. Sólo ha sido una colleja... — Sí, y también un par de encantamientos de desarme, ya — añadió Godric —. Dame mi varita, por cierto. — Toma — Salazar la sacó de un bolsillo de la túnica y se la tendió —. Nadie dijo que fuese contra las normas atacarnos los unos a los otros. De hecho, ahora que lo pienso, se trataba precisamente de eso... — Sí — repitió Godric —. Aunque no me lo esperaba, y tú lo sabías, lo que lo convierte en un ataque por la espalda y a traición. Salazar se encogió de hombros. — En fin — dijo —. El caso es que ya se ha acabado, ¿no?... Y... Bueno, yo... — Escúpelo de una vez, Sal, no te vayas a atragantar. 138


— De acuerdo —. Salazar tomó aire —. Me parece bien compartir el castillo contigo. De hecho, supongo que esa fue mi idea desde el principio... Pretendía ganar este torneo e invitarte a vivir aquí conmigo. — Vaya, muchas gracias — dijo Godric irónicamente —. Cuánto honor. — ¿Pero es necesario compartirlo con ellas? — escupió, señalando hacia Rowena y Helga, que se dirigían hacia ellos —. Quiero decir, vale, no conozco a esa tal Hufflepuff, y no sé cómo será o de dónde habrá salido, pero Rowena... — ¿Qué pasa con Rowena? — dijo Godric con el ceño fruncido. — Bueno, es que es... ya sabes... — Es mi amiga — dijo Godric rotundamente —. Y es una de las mejores brujas que conozco. — Pero es... — El caso, Salazar — lo interrumpió Godric tajantemente — es que ellas también han ganado este torneo. Por lo tanto, no podría importar menos lo que tú puedas pensar de ello: tienen el mismo derecho que nosotros a disfrutar del castillo. — ¡Pero no podemos compartirlo con ellas! — exclamó Salazar como si fuera la idea más ridícula que se le pudiera ocurrir a alguien. Godric lo miró con las cejas levantadas. — ¿No decías que no querías el castillo para nada? — preguntó —. Creo que tus palabras exactas fueron: "A mí lo que me interesa es ganar este torneo"... Entonces, ¿a qué viene tanta historia? Ya has ganado, aunque hayas compartido la victoria con otras tres personas. ¿Qué te importa compartir también el premio? — Ya te he dicho que no me importa compartirlo contigo — dijo Salazar —. Incluso con esa tal Helga, aunque no la conozco de nada y no sé qué tal será. Pero 139


Rowena... — Te sugiero que lo hables con el rey, Salazar — dijo fríamente Rowena, que acababa de unirse a ellos junto con Helga —. Igual hasta lo convences de que no soy digna de la recompensa que tú, por supuesto, sí mereces, ¡oh, Lord Slytherin! Salazar la miró con el ceño fruncido. — Ni siquiera tenías que haberte presentado al torneo... — Pero lo hice — interrumpió ella —. Y demostré que me merezco el premio igual que tú. Así que lo siento mucho pero tendrás que aguantarme como vecina... — sonrió —, a menos, claro, que renuncies a tu parte del pastel. Salazar la miró, furioso. — Eso ni lo sueñes, Rowena — dijo con frialdad, y, dando media vuelta, se alejó de ellos. Godric lo siguió con la mirada, y después miró a Rowena y esbozó una sonrisa de disculpa. — No te preocupes, Rowena — dijo en tono conciliador —. Salazar es un poco orgulloso, pero ya se dará cuenta de que compartir este castillo contigo es lo mejor que le ha pasado en la vida... Salvo, quizá, haberme conocido — añadió, y su sonrisa se hizo más pronunciada. — Ya veremos — dijo ésta, dubitativa. Ambos levantaron la mirada hacia el castillo, cuyas torres se recortaban contra el cielo púrpura del anochecer. — Ese tío más que un amigo es un auténtico bulto sospechoso — sentenció Helga, y soltó una carcajada alegre.

(aquí, el primer hueco importante: después de muchas discusiones deciden hacer una 140


escuela en el castillo donde todos los niños puedan aprender magia. Slytherin no quiere compartirlo con ellas y menos dar magia con una sangre sucia pero Godric le convence. Lo descontaminan (era un castillo bastante tenebroso) y lo acondicionan para dar clase. Empiezan a llegar alumnos y surgen las primeras discusiones, porque cada uno quiere enseñar a un tipo de alumno, claro...

— CAPÍTULO 10 — Valentía, inteligencia, ambición, trabajo

— ¿Sabes, Salazar? — dijo Godric en tono coloquial, mientras se servía un vaso de vino y cogía un trozo de pan para untarlo en la salsa del cordero —. Esta mañana he bajado por las escaleras que van desde mi torre hasta el Vestíbulo, y resulta que ya no van hasta el Vestíbulo... — ¿Ah, no? — dijo Salazar como si estuviera ausente, mientras Helga y Rowena contenían a duras penas una carcajada —. Y... ¿Dónde van ahora? — Ahora mismo no lo sé — dijo Godric encogiéndose de hombros y sirviéndose cordero —. Esta mañana me han llevado directamente a las letrinas del cuarto piso. Helga explotó finalmente y comenzó a reír a carcajadas, seguida, aunque un poco más discretamente, por Rowena. Salazar se limitó a sonreír. — Tienes un problema, sí — dijo Salazar encogiéndose de hombros —. A lo mejor 141


mañana te encuentras con que bajan hasta lo alto de la Torre Norte... — Me gusta bajar por las escaleras sabiendo a dónde me dirijo, gracias — dijo Godric con el ceño fruncido, mientras Helga escondía la cabeza bajo la mesa para reírse a gusto sin que los alumnos la vieran. — Entonces te ha tocado la escalera equivocada — dijo Salazar simplemente. — ¿Quién lo ha hecho? — preguntó Godric, mirándolos a los tres por turnos. Rowena enarcó las cejas oscuras y sonrió ampliamente. — Qué poco sentido del humor tienes, Godric — dijo Salazar, y soltó finalmente una carcajada —. Hay que tomarse la vida un poco menos en serio... — Eso me suena — dijo Godric con el ceño fruncido —. Lo has dicho muchas veces, y siempre ha sido para anunciar algún desastre... — Mira que eres exagerado, Godric — dijo Salazar riendo —. Algún desastre... Sólo hemos animado un poco todo esto... Este colegio estaba hecho un auténtico muermo, hombre... — Miedo me da cuando quieres animar las cosas, Sal — respondió Godric, y se introdujo un gran pedazo de cordero en la boca. — Vamos, Godric, no es nada más que una broma... — dijo Salazar —. Eso sí, ten cuidado cuando bajes por cualquier escalera... Algunos escalones podrían desaparecer debajo de tus pies —. Y se apartó de un brinco cuando Godric escupió el cordero encima de la mesa.

— CAPÍTULO 11 — Herencia 142


El color verde que cubría el valle casi hacía daño en los ojos bajo la brillante luz del sol, más aún después de varios meses de lluvias casi contínuas. Los árboles, las flores, la hierba, la infinidad de matices del color verde se mezclaban armoniosamente con el blanco de las margaritas y el rojo de las amapolas, creando una alfombra salpicada de motitas de color y de humedad tras el rocío de la madrugada. El valle parecía recién lavado, recién creado incluso. Un hombre se apresuraba por la calle de tierra apisonada, sin mirar siquiera el conocido paisaje, sin escuchar el trino de los pájaros. Era un hombre alto, bastante joven, aunque hacía falta una segunda mirada a su rostro serio y preocupado para comprobarlo. Las arrugas que rodeaban sus ojos y la comisura de sus labios eran de risa, pero cuando su cara reflejaba un tormento interior como el que sufría en esos momentos se hacían más profundas y parecían pertenecer a un hombre más mayor. El hombre siguió caminando por la calle, sin detenerse a saludar a las personas que encontraba. Por las miradas de comprensión y tristeza que recibía, se podía ver que era un hombre muy querido en el valle, y no por la risa fácil que todavía resonaba en los oídos de todos los habitantes de la aldea, sino por la clase de hombre que había demostrado ser a lo largo de los meses y de los años. El nombre de aquel hombre era Godric Gryffindor.

— Siempre... siempre supe que serías así, Godric... — dijo Galahad en un hilo de voz. 143


— ¿Así cómo, padre? — dijo Godric, las lágrimas resbalándole por el rostro —. ¿Qué quieres decir? — Noble, gentil, valiente, bueno, justo... — suspiró —. Godric... — ¿Qué, padre?... — Una vez te dí un consejo, y te dije que sería el último... — tosió, e intentó vanamente inhalar aire. Godric intentó ver a su padre a través de las lágrimas, pero apenas podía vislubrar una imagen de lo que su padre había sido. Parecía que su cuerpo se evaporaba a la vez que su alma lo abandonaba, y, aunque sólo fuese una imagen óptica, Godric sintió que la opresión crecía en la boca de su estómago. — ¿Padre? — Ten... ten cuidado... con la serpiente, hijo mío... — susurró Galahad. — ¿Cómo? — dijo Godric —. ¿Cómo dices, padre? ¿Qué significa...? Pero la mano de Galahad había caído sobre la manta, y Godric supo que su padre ni siquiera había llegado a oír su pregunta.

(Otro hueco importante: pasan los años y poco a poco se va enrareciendo el ambiente porque Salazar trata muy mal a los sangre. Gisele y Salazar se casan, y en Hogwarts empieza a haber ataques a sangre sucias)

Godric se sentó pesadamente detrás de la enorme mesa de roble, y jugueteó 144


distraídamente con su varita. Por primera vez en su vida, no sabía qué hacer. Lo mirase por donde lo mirase, se enfrentaba con un problema que no parecía tener solución. Todos aquellos hijos de muggle... ¿Quién demonios podía estar atacándolos? Nadie en todo el colegio tenía suficiente poder como para emprender acciones semejantes y pasar desapercibido... Claro, excepto los mismos profesores, pero Godric no podía creer que ninguno de ellos fuese capaz de intentar asesinar a los sangre sucia simplemente por el hecho de serlo... No tenía sentido, era normal que hubiese enfrentamientos por culpa de la sangre y de la herencia, pero hasta entonces habían sido simples disputas verbales, tal vez algún que otro golpe propinado entre alumnos hasta que algún profesor había acudido a poner paz. Pero de ahí al asesinato... ¿Quién podía ser capaz de destrozar todo lo que estaban intentando construir ellos cuatro, aquello por lo que habían abandonado todos los demás proyectos que hubieran podido tener en la vida, simplemente por una tontería como la limpieza de sangre? Comenzó a dar golpecitos distraídos con la varita en un cuenco de piedra que yacía sobre su escritorio. De repente, un destello plateado iluminó la habitación. Godric reconoció la vasija de piedra: era el Pensadero de su padre, que había permanecido olvidado sobre su escritorio desde que Salazar lo ayudó a utilizarlo. Miró su interior; una extraña sustancia plateada, ni líquida ni gaseosa, bullía y se arremolinaba en su interior. Curioso, Godric volvió a tocarla levemente con la varita. La sustancia comenzó a girar vertiginosamente y, de repente, surgieron de ella dos figuras, ambas plateadas y gaseosas, ambas sentadas, ambas conocidas, ambas de personas que ya habían muerto. Su padre, Galahad Gryffindor, y Luthor. 145


— No me extraña que estés preocupado, Gryffindor — dijo la voz de Luthor —. Todas esas señales... — ¿Señales? — respondió Galahad —. No, no, no se trata de señales, simplemente demuestran que no estoy preparado para esto... — Cierto —. Luthor permaneció en silencio un momento. — ¿Qué debo hacer, entonces? — Has dicho que no estás preparado para enseñar a tu hijo... ¿tan distinto es? — Más que eso — la figurita de Galahad suspiró —. Incluso sin saber hacer ni el más pequeño de los conjuros siento bullir dentro de él la magia, siento que en cualquier momento la magia podría escaparse de su cuerpo y derramarse por el mundo. Siento como si... como si... — ¿Como si él mismo fuese la esencia de la magia? — Algo así... Sé que es ridículo, no es más que un chiquillo... — Dices que los elementos le obedecen... — le interrumpió Luthor. — No... — se turbó Galahad —. No, no es así, es más... Cuando está de un humor o de otro, parece que la Naturaleza le acompaña, se hace eco de su estado de ánimo.... Gracias a Dios es un muchacho de buen carácter... — Empatía — dijo distraídamente Luthor —. Algo inconsciente... Que en realidad no será capaz de controlar jamás. Una señal... Godric observó cómo Luthor se levantaba de su asiento de niebla plateada y caminaba alrededor de la figura de Galahad. — Me has mostrado el retrato de tu hijo, Galahad — dijo Luthor. — Sí, pero... ¿qué imp...? — Mucho — atajó el anciano —. Importa mucho. Moreno, ojos azules, quince 146


años... Parece hecho a propósito... — ¿Cómo? — El físico a veces importa, Galahad. A veces importa —. Suspiró —. ¿Sabes? Todo lo que me has contado... La magia, el carácter, el físico... Me hacen pensar que sé más de él que tú mismo. — Si tú lo dices... — Galahad se encogió de hombros —. Todo esto de la empatía me parece un cuento de viejas... — Deberías escuchar más a las viejas comadres, Galahad — repuso Luthor —. Es bien sabido que la sabiduría de un pueblo pervive en los conocimientos de las ancianas. Galahad permaneció unos minutos en silencio, mirando al anciano maestro, desconcertado. — ¿Sabes, Galahad? — continuó Luthor —. Muchas de las antiguas leyendas y profecías sólo se recuerdan en los cuentos de viejas. Y, sin embargo, mantienen intacto todo su poder... Galahad abrió mucho los ojos. — ¿Profecías? ¿Leyendas? ¡Pero... Luthor! — exclamó, y después se echó a reír —. Por un momento pensé que hablabas en serio... Pero... ¡Profecías! — y siguió riendo hasta que se percató de que la mirada de Luthor permanecía fija en él, impasible, serena. Galahad calló de pronto —. Hablas en serio — concluyó, impresionado. — Así es — respondió Luthor —. Tú también deberías tomártelo en serio, Galahad. La profecía de la que hablo tiene relación con tu hijo. — ¿Ah, sí? — demandó Galahad. Más que impresionado parecía enojado —. ¿Y a qué profecía te refieres, Luthor? ¿Qué profecía habla de Godric Gryffindor y es recordada por las viejas y los viejos chochos? 147


— La profecía — continuó Luthor — no versa sobre nadie en particular... Pero creo que mi interpretación es correcta. Creo que tu hijo está relacionado con esa profecía. — ¿Y es...? — ¿Recuerdas — interrumpió Luthor — la canción del León y la Serpiente? Godric vio cómo su padre se quedaba boquiabierto, casi igual que él mismo en ese momento. — ¿El León y la Serpiente? — repitió, anonadado. — Tu hijo es uno de los dos animales de la canción — dijo Luthor —. Cuál, no sabría decirlo... Pero está claro que será padre o madre, o ambas cosas, de los magos que nacerán en el futuro. Que el futuro de la raza de los magos depende de él, al menos en parte. Y de ahí que deba pedirte que me permitas convertirme en su maestro. — Luthor — dijo Galahad tras una pequeña pausa —, no sé si Godric es quien... quien dices que es, pero no creo que los lamentos de una vieja desquiciada sean suficiente motivo para creer que va a ser el futuro de toda nuestra raza. Es cierto, es poderoso, sí, pero... — Tú mismo has escuchado muchas veces la profecía, Galahad — le interrumpió Luthor —. Y sabes mejor que yo que Godric es uno de esos dos. Así que te pido, por el bien de Godric y de los magos, que me permitas enseñarle a controlar esa magia que lleva dentro. Hubo una larga pausa. — Quizá... — titubeó Galahad —, quizá si le enseñas a ser más poderoso aún se convertirá en la Serpiente... Yo... Luthor sonrió. — Eso depende de lo que tu hijo lleve dentro, Galahad. Tú lo conoces mejor que 148


yo... Y, aunque así fuera — añadió —, has oído la profecía... Tienen que existir ambos, o no habrá equilibrio, y el equilibrio es fundamental para que el mundo exista. Al menos... hasta que lleguen otros encargados de inclinar la balanza hacia uno u otro lado... — ¡Sólo es un poema, y ni siquiera rima! — se exasperó Galahad. — No fue dicho para seguir una métrica ni unas normas poéticas — respondió Luthor —. Es posible que me equivoque, Galahad, pero no creo. Y si es así, tu hijo debe tener la oportunidad de controlar todo su poder antes de encontrarse con la Serpiente... o con el León, claro. — La Serpiente. Se enfrentará con la Serpiente — gruñó Galahad. Luthor pareció sonreir. — ¡Mi hijo es un muchacho noble, justo y bueno! — exclamó Galahad —. ¡Si toda esta locura tiene algún sentido, si no es simplemente un desvarío, entonces mi hijo es un león! La figura de Galahad pareció hacerse más grande sobre la vasija de piedra, mientras miraba desafiante a Luthor, que permanecía impasible en su asiento de niebla. — Como sea — dijo —. Y — continuó —, en caso de que me equivoque, Godric habrá tenido una educación mágica que tú, admitámoslo, no habrías podido procurarle. Galahad se interrumpió antes de comenzar a hablar. Pareció considerarlo unos segundos. — Lo... pensaré — dijo secamente. Esta vez la sonrisa de Luthor fue claramente visible. — Piénsalo.

Las imágenes desaparecieron como si la vasija de piedra las hubiese succionado, y 149


la estancia quedó en penumbra de nuevo. Godric permaneció en silencio, mirando absorto el pensadero. Las palabras que había escuchado bailaban en su mente, confusas algunas, claras y potentes las otras. Por mucho que intentó dejar de pensar en ellas, se arremolinaban en su cabeza, bailando, esquivando sus intentos de extirparlas, obsesionándolo, inundando su mente de imágenes que jamás había contemplado antes. ¿Qué canción era aquella que su padre y Luthor conocían? Jamás la había oído en boca de nadie, ni viejo ni joven... ¿A qué se refería la profecía? ¿A él? Por más vueltas que le dio, no le encontró sentido por ninguna parte. La Serpiente y el León... Qué tontería. Se encogió de hombros y decidió ir en busca de una verdadera solución para el problema que realmente le preocupaba. La conversación que había escuchado quedó enterrada en lo más profundo de su mente.

— CAPÍTULO 15 — El león

(Otro hueco: Gisele le da a Godric un blasón o enseña bordado de Gryffindor, dice que fue la última voluntad de Galahad, y Godric va atando cabos... su blasón debe ser un león, 150


claro. Dice que Galahad lo hizo bordar cuando estaba fuera)

Godric desplegó la pesada pieza de tela, y la extendió cuidadosamente sobre la hierba. Allí, bordado con una paciencia infinita y un cuidado exquisito, había un escudo. Encerrado entre los cuatro lados cosidos con hilo de oro, apoyado sobre sus patas traseras y sujetando con las garras delanteras un lateral del escudo, la boca abierta como si hubiera sido sorprendido y conservado en mitad de un profundo rugido, había un león. El enorme felino estaba también bordado en oro, y enredados en su melena brillaban pequeños granates. En sus ojos, dos grandes rubíes del color de la sangre le daban una expresión de fiereza y, al mismo tiempo, de bondad. El hilo de oro formaba una filigrana alrededor del escudo, sobre el cual, bordado en plata, descansaban un yelmo y un penacho de plumas granates. Bajo las garras del animal, una gran "G" dorada con rubíes incrustados. Destacando apenas sobre el terciopelo negro que recubría el paño, bordadas en hilo de oro en una caligrafía alargada, las letras unidas unas a otras con tanto cuidado que parecían escritas con oro líquido, Godric leyó un mensaje.

Uno reflejo de la naturaleza, otro aliado de quien desea cambiarla tiempo llegará en el cual la magia dependerá de dos... Serpiente y León, juntos, dedicados a ella hasta que la Serpiente muestre su verdadero rostro. Serpiente y León, una para hacer suyo el mundo de los hombres, otro para evitar su destrucción... Y así será, dia tras día, Serpiente, León, vigilándose uno al otro, 151


hasta que lleguen quienes romperán el círculo que la Serpiente creó para hacerse con todo el poder. El heredero de la Serpiente, a quien la misma Serpiente habría rechazado, y el único con el poder para derrotarlo.

Las palabras bordadas bailaron en su mente. Por mucho que intentó dejar de pensar en ellas, se arremolinaban en su cabeza, esquivando sus intentos de extirparlas, obsesionándolo, inundando su mente de imágenes que jamás había contemplado antes. Comprendió inmediatamente lo que había leído: la profecía. La profecía a la que Luthor había hecho referencia, la profecía que creía que tenía que ver con él, la profecía por la cual Galahad lo había enviado a estudiar con Salazar. Allí estaba. La profecía. Uno reflejo de la naturaleza, otro aliado de quien desea cambiarla... ¿Qué demonios quería decir? ¿A qué se refería la profecía? Serpiente y León, juntos, dedicados a ella, hasta que la Serpiente muestre su verdadero rostro. ¿A él? Godric sacudió la embotada cabeza. No tenía ningún sentido. Serpiente y León... qué tontería. Serpiente y León... Y, sin embargo, Luthor creía que él era uno de ellos... Una serpiente, o un león... Godric sonrió. Realmente, al viejo a veces se le iba la cabeza. Pero su padre también creía que... Galahad se lo había tomado en serio. Godric recordó la expresión de su padre cuando Luthor había hablado de la profecía. Galahad creía que Godric era uno de esos dos animales. Creía que era el León, a la vista del animal 152


bordado en la enseña... Serpiente y León, una para hacer suyo el mundo de los hombres, otro para evitar su destrucción... Godric no pudo evitar soltar una carcajada. Una serpiente y un león. El destino del mundo. Qué absurdo... Y así será, dia tras día, Serpiente, León, vigilándose uno al otro. Día tras día... Hasta que lleguen quienes romperán el círculo que la Serpiente creó para hacerse con todo el poder. El heredero de la Serpiente, a quien la misma Serpiente habría rechazado, y el único con el poder para derrotarlo. ¿Y quiénes serían? ¿Hasta cuándo debían estar vigilándose los dos? ¿Cómo podía un heredero ser rechazado por su antepasado? ¿Y cómo podía ser que sólo hubiera uno capaz de acabar con él? Y, sin embargo, Galahad lo había creído. Y Luthor. Godric recordó: ambos habían estado muy serios, quizá incluso asustados... ¿Asustados? Godric sintió que un nudo de incertidumbre le oprimía el estómago. La cabeza comenzó a darle vueltas. Serpiente, león... Si tan sólo Galahad o Luthor estuvieran allí para aclarárselo... Si pudiese hablar con alguno de los dos, para saber qué era exactamente lo que ellos pensaban de la profecía, lo que creían que sería el futuro de ese león y esa serpiente, fuesen quienes fuesen... Se levantó de un salto, sacudió la túnica, a la que habían quedado adheridas briznas de hierba y ramitas, y dobló cuidadosamente el blasón, que guardó entre los pliegues de su túnica. Sólo se le ocurría una cosa que podía hacer para despejar sus dudas. 153


Fue a buscar a Rowena.

— CAPÍTULO 16 — Rowena

La encontró en una de las amplias estancias de la planta baja, rodeada de una veintena de jóvenes que intentaban sin mucho éxito hacer algo con sus varitas. Cuál era el verdadero propósito del ejercicio, Godric no llegó a descubrirlo, ya que ni siquiera parecían estar llevando a cabo el mismo hechizo: de hecho, los efectos de los encantamientos eran tan diversos que más bien parecían estar intentando descubrir las innumerables posibilidades del cultivo de especies vegetales ignotas en el cuero cabelludo humano, eso sí, con marcado acierto. Rowena pareció agradecer la interrupción de Godric, y aprovechó para escapar de la habitación, dejando a sus alumnos que encontrasen por sí mismos el antídoto necesario para contrarrestar los efectos de sus hechizos; Godric se apostó consigo mismo su parte del castillo a que, para la hora de la cena, los alumnos de Rowena serían una patética colección de mutantes risueños. — Creí que sólo enseñabas a los más inteligentes... — dijo Godric con una media 154


sonrisa. — Parece que los más inteligentes no lo son demasiado — respondió Rowena, todavía con el ceño fruncido, y siguió a Godric escaleras arriba —. Panda de incompetentes... — Son patéticos. — Más lo serán los tuyos, entonces — exclamó Rowena con una mueca —. Si los míos son los más capaces, entonces tus protegidos se habrán convertido a sí mismos en amebas danzarinas antes de Navidad. Godric sonrió ampliamente. — ¿Quién dice que la inteligencia es lo más necesario a la hora de hacer magia? — No vamos a volver a discutir esto, Godric — dijo Rowena, y se volvió hacia él en el rellano de la escalera —. ¿Verdad? — No — admitió éste —. Hace tiempo que he aprendido a no discutir con mujeres. Mi padre siempre me aconsejó que no me metiera con nadie más inteligente que yo. — Lo has aprendido tarde, entonces. — Todo lo aprendo tarde, princesa. Rowena no pudo evitar sonreir. — ¿Qué quieres, Godric? — preguntó —. No es que me moleste que me hayas sacado de clase, la verdad... Pero supongo que habrá sido porque quieres algo, ¿no? Aparte de verme y de cambiar agudezas conmigo, claro... Godric suspiró. — Quería hablarte de algo, Rowena — dijo. — ¿De qué? — Aquí no — contestó Godric en voz baja —. Ven. 155


La condujo escaleras arriba, hasta el pasillo donde las dos gárgolas de piedra de Helga vigilaban la entrada de sus estancias. Se detuvo frente a ellas y las observó en silencio. Las estatuas cobraron vida y se lo quedaron mirando fijamente. — ¿Y éste a qué viene ahora? — dijo una de ellas a su compañera, con la vista fija en Godric. — No sé — respondió la otra gárgola —. ¿No estabas dando clase, hombre? — preguntó a Godric. — No, estaba hablando con su hermana — dijo la primera —. Ya sabes, la morenita esa tan mona... — Uy, sí, es verdad... ¿Ya se ha ido? — preguntó a Godric. — ¿Ido?... — dijo éste, desconcertado. — No, tonta, su hermana vive aquí con él... — dijo la primera gárgola a la otra. — ¿Con él? ¿Y entonces quién es ésta? — preguntó la segunda señalando a Rowena. — Su amiguita. — ¡Su amiguita! — exclamó la estatua de piedra —. ¿Y su hermana no lo sabe? — Su hermana está con el otro, tonta, con el de la lengua larga... — Ah, es cierto... — ¡¿Queréis dejar de decir incongruencias y dejarme pasar!? — dijo Godric, impaciente. — Uy, usted perdone, Su Ilustrísima... — se encrespó una de las gárgolas, y se echó hacia un lado. — Pase, pase, no faltaba más... — dijo la otra con voz de dignidad perdida, y se desplazó hacia el otro lado —. Para eso estamos aquí... 156


— Sí, y parece que sólo para eso... — No servimos para otra cosa... — Unas meras porteras, eso es lo que somos... — Por lo menos no tenemos que fregar la escalera... — No lo digas muy alto, no sea que se le ocurra ordenárnoslo... — ¡Callad! — Vaya carácter... Godric y Rowena subieron por la escalera móvil que había detrás de las gárgolas, y llegaron a la puerta de roble del despacho de Godric. Éste la abrió, hizo pasar a Rowena, entró, cerró la puerta y se sentó en una butaca que había tras una mesa también de roble. Después, estalló. — ¡No sé cómo aguanto a esas dos! — exclamó, con el ceño fruncido —. ¡Todos los días la misma historia! Vaya par de marujas... — Tienen su encanto, ¿sabes? — dijo Rowena, y soltó una carcajada que hizo que la silla que había convocado con su varita temblase en el aire y volviera a posarse con un golpe seco en el suelo. — Sí, claro — refunfuñó Godric —. Estoy seguro de que Helga me las regaló pensando en su apasionante personalidad... — En realidad — dijo Rowena, sonriendo ampliamente —, las gárgolas las hizo ella, pero yo les dí la capacidad de hablar... — ¿Tú? — Sí — rió Rowena —. Pensé que te hacía falta fomentar un poco tu sentido del humor, Godric. — Sí, vamos, precisamente lo que estaba deseando — exclamó Godric —. Dos 157


estatuas parlantes cuya única pasión es enterarse de todo lo que ocurre en el castillo para así poder chismorrear a gusto... — Así no tendrás que hacer ningún esfuerzo para enterarte de lo que ocurre en Hogwarts — dijo Rowena, y su sonrisa se hizo más amplia —. Bueno, Lord Gryffindor, dime, ¿qué quieres de mí? — Quiero que me digas qué crees que significa esto — dijo Godric, y extrajo el estandarte que le había entregado Gisele de su túnica —. Mira — insistió, alargándole en estandarte —. Mira lo que me ha regalado Gisele... a petición de mi padre. Rowena lo cogió, estiró la tela finamente bordada y se lo quedó mirando fijamente. — Vaya — musitó al cabo de un rato —. ¡Vaya! — repitió —. ¿Sabes... sabes lo que significa, Godric? — ¿La canción? No — dijo éste —. Pero parece que tú sí... — Yo... — vaciló Rowena. — No digas nada — interrumpió Godric —. No antes de que lo veas todo. Puso en sus manos la vasija de piedra rodeada de runas y sacó la varita de su túnica.

Después de escuchar la conversación de Luthor y Galahad, Rowena permaneció en silencio unos minutos. — ¿Y bien? — preguntó Godric, impaciente —. ¿Tú qué crees? ¿Es ésta — señaló el estandarte que Rowena todavía apretaba entre sus finos dedos — la canción de la que hablaban? ¿Hace referencia a mí? Rowena levantó la mirada, que había tenido clavada en sus propias manos. — No lo sé — dijo finalmente —. Aunque todo parece indicar que sí. — ¿Qué quieres decir? — se encrespó Godric —. ¡¿Pero es que todo el mundo sabía 158


de esta canción excepto yo?! — No te pongas bruto, Godric — dijo Rowena con su mejor voz de profesora enojada —. Esta profecía es, o más bien era, muy conocida entre los aldeanos y las viejas... Ya sabes lo que dicen, que la sabiduría está en las canciones que conocen las viejas comadres... Se lo has oído decir a Luthor hace un instante. Pues bien — dijo —, parece que en este caso es así. Yo había oído hablar de esta canción — añadió, y su voz tomó un tinte nostálgico —, Rachel me la había cantado, aunque hay que reconocer que no sabía ni la mitad de la letra. Así, leyéndola, es mucho más fácil descubrir a qué hace referencia... — ¿Y es?... — casi gritó Godric cuando Rowena se quedó callada otro par de minutos. — Mira, Godric — dijo Rowena, titubeante —, según decía Rachel, esta canción era obra del mismísimo Merlín. Godric abrió mucho los ojos, y después sonrió. — Merlín era un viejo chocho — afirmó —. Venga, hombre... ¡Si creía que la magia acabaría cuando él muriese! — rió —. Tan loco estaba que llevó a Arturo a creerse el elegido de los dioses para unir a toda Bretaña bajo su mandato — dijo Godric con voz burlona —. Estúpido... Lo único que consiguieron fue una vida llena de sobresaltos y una muerte que los campesinos todavía aprovechan para hacer bromas acerca de ella cuando beben junto al fuego... — Pero Merlín fue un gran mago, Godric — repuso Rowena —. Y un gran vidente. — No me hagas reír. — Es cierto. Sólo que se equivocó de tiempo, y de persona. — ¿Cómo...? Rowena suspiró, y levantó la mirada hacia Godric. 159


— Pensó que Arturo era el león, y Morgana la serpiente. Godric permaneció pensativo unos segundos. — Pues no le faltaba razón — dijo al final —. Eran antagónicos, pese a ser hermanos... ¿Y qué mejor amigo y colaborador que un hermano?... — Arturo no se dedicaba a la magia, Godric. Estaba en contra de todo tipo de hechicería — dijo Rowena —. Era un muggle de la cabeza a los pies. — Pero tenía a Merlín de su lado... — Sólo por miedo. Y Morgana... — Era una bruja — interrumpió Godric —. Y una bruja de las poderosas, diría yo. —Y te equivocarías. Godric sonrió. — Suelo hacerlo a menudo. — Sí — admitió Rowena con una sonrisa —. Morgana no era una bruja, Godric. Era muggle. Godric la miró. — Estás de broma. — No. Godric se levantó se su silla y comenzó a pasearse por la habitación. — No pudo ser una muggle, Rowena... — dijo —. La historia... — La historia, Godric, es una pura y dura invención de algún juglar con mucho sentido del humor y mucho vino en las venas. Arturo y Morgana fueron dos muggles a los que un mago intentó utilizar para conseguir un poco de poder. — No tiene sentido — dijo Godric al cabo de un rato —. Merlín ya tenía poder entre los muggles... No le hacía falta que Arturo... 160


— No quería tener poder entre los muggles — interrumpió Rowena —. Quería tener poder entre los magos. Godric se detuvo y la miró. — ¿Entre los magos...? Pero... — Por eso permaneció al lado de Arturo, y por eso le instó a unirse a todos los caballeros que pudiera, y por eso hizo de Morgana, su hermana, una enemiga — dijo Rowena —. Mira, Godric... Si lees entre líneas, si le quitas toda la paja a la leyenda, te darás cuenta de que Arturo y sus caballeros de la mesa redonda, sus Lancelot, Gowain, Galahad y etcétera, no eran más que una panda de majaderos. Godric comenzó a reír. — Menos mal que ya está muerto... A mi padre le daría algo si te oyese decir que tenía el nombre de un majadero. — Ya se lo dije una vez, y estuvo de acuerdo conmigo — repuso Rowena, sonriendo a su vez. — Así que eran unos majaderos... ¿Y Ginebra qué era, un loca absurda? — Un pendón verbenero — corrigió Rowena —. Pero le vino muy bien que todos creyesen a Morgana una bruja, así pudo decir que la habían hechizado para acostarse con Lancelot... Lo que tenía en realidad no era un hechizo, era una ninfomanía aguda. Godric rió hasta que se le saltaron las lágrimas. — En realidad, Godric — continuó Rowena cuando éste dejó de reír —, es una historia muy común entre los muggles, ya sabes, traición, reyes locos, lujuria, celos... La única diferencia es que en esta ocasión tenían detrás a un mago de verdad. — Un mago loco. — Un mago que buscaba poder — dijo Rowena —. Poder entre los suyos. Es muy 161


fácil para un mago mandar sobre los muggles, y de hecho muchos lo hacen. Lo difícil es reinar sobre los demás magos. — ¿Y qué idea tenía nuestro buen amigo Merlín en su linda cabecita? — preguntó Godric, sonriente —. ¿Una horda de muggles abalanzándose sobre los magos, o algo así? — Algo mucho más sutil — dijo Rowena —. Merlín hizo esa profecía, y Merlín creía que, al tener a Arturo bajo su control y a Morgana bajo el control de Arturo, controlaba, en realidad, el destino de la magia. Godric abrió la boca, incrédulo. — ¡Pero.. si... dos muggles! — Sí — dijo Rowena —. Pero fíjate en la profecía... tiempo llegará en el cual la magia dependerá de dos... Merlín creía que esos dos eran Arturo y Morgana, que, pese a ser muggles, podían tener algo que ver con el futuro de todos nosotros... Godric soltó una carcajada. — Digas lo que digas, sigo pensando que Merlín estaba como una cabra. — ¿Has olvidado el trozo de la historia que se refiere al Santo Grial? Godric enmudeció. Rowena se levantó a su vez, y fue hasta donde estaba Godric. — El Santo Grial, sí... Ese fue el motivo por el que Merlín creyó que Arturo y Morgana jugarían un papel trascendental en la historia de la magia. — ¡Pero... pero... Rowena! — exclamó Godric —. ¡Es...! — Absurdo. Sí, lo es — admitió ésta —. Merlín creía que el Santo Grial era un objeto, un objeto físico con cualidades mágicas, y que la veneración con que los muggles se referían a él tenía que ver, en cierto modo, con la Profecía... El destino del mundo, el destino de la magia... Por eso, cuando no consiguió el poder que buscaba con Arturo y 162


Morgana, hizo caso a las leyendas que ambos le contaron y les lanzó en esa loca búsqueda del Grial, creyendo que, al conseguirlo, el Grial podría canalizar ese poder que Arturo y Morgana debían tener en su interior y dárselo a él. — Creo que estaba más loco de lo que pensaba... — Y supongo que, al final, así fue — admitió Rowena gravemente. — ¿Y no se dio cuenta, si tanto sabía de leyendas, de que el Grial no se lo podían llevar ni Arturo ni Morgana? Tenía que ser un corazón puro... Tenía que haberle dado la espada a... — calló de pronto. — ¿A Galahad? — preguntó suavemente Rowena. Godric permaneció en silencio —. Así es... — dijo Rowena después de unos segundos —. Tu padre, Galahad, lleva el nombre del hombre de corazón puro que podía conseguir el Grial... Una vasija, Godric, una vasija como el Pensadero, que te mostró a tí toda esta locura. Una vasija capaz de poner en marcha la Profecía. Si Merlín creía que el Grial canalizaría el poder hacia él, Luthor pensó que el Pensadero de tu padre te mostraría, a su debido tiempo, el modo de hacer que la Profecía se cumpliese. Y así ha sido. Rowena fue hacia la pared con decisión y arrancó la espada de Godric de un tirón. Después se la mostró. — ¿Ves?... Excalibur... — Mi espada no tiene nombre — djo Godric con acritud —. No dice que sea el legítimo rey ni nada por el estilo... — Eres el legítimo primo del rey — rió Rowena —. Eso ya es algo... — Y no la saqué de una piedra de donde nadie más pudiese sacarla. — No — dijo Rowena —. Te la dio Luthor... Te la dio Merlín. Godric la miró, enfurecido. 163


— ¡No te atrevas a decir que Luthor... que Luthor...! — Luthor buscaba, en cierto modo, lo mismo que buscaba Merlín — atajó Rowena —. Poder. No poder sobre los magos: eso ya lo había conseguido por sus propios medios. Buscaba poder sobre la magia. Sólo que Luthor era muchísimo más inteligente que Merlín. Él sí supo interpretar la profecía, y sí supo encontrar a la Serpiente, y después tuvo suerte... — ¿Suerte? — Sí — dijo Rowena, tajante —. El corazón puro que Merlín buscaba para traerle el Grial fue el que llevó a Luthor al León. Y Luthor adquirió el poder sobre la magia que quería al hacer que la profecía pudiera cumplirse... Así que, en realidad, la búsqueda de Merlín del Grial era una equivocación... Estaba buscando al León y a la Serpiente, pero pensaba que ya los había encontrado, y no comprendía por qué no tenía el poder que había querido... — Estás desvariando, Rowena. — ¿Sí...? — dijo ésta, y miró a Godric directamente a los ojos, con esa mirada que a Godric le hacía sentirse desnudo e indefenso —. Luthor te dio la espada sabiendo que, si seguía los pasos de Merlín pero evitaba cometer sus mismas equivocaciones, conseguiría lo que buscaba... Te dio la espada para que fueses lo que Arturo no podía haber sido jamás: un león. El León. — ¿Equivocaciones...? — Merlín se equivocó en muchas cosas: se equivocó cuando creyó que Arturo y Morgana eran la Serpiente y el León, se equivocó cuando creyó que el Grial era lo que los cristianos decían que era, se equivocó cuando creyó que uno de los dos, Serpiente o León, debía reinar para cumplir la profecía, se equivocó cuando dió a Arturo poder sobre toda Bretaña. Luthor, por el contrario, sabía que tú eras el León, y sabía que no debía darte un 164


poder terrenal para seguir los términos de la Profecía de Merlín. La espada de Arturo le dio un reino: la tuya, en realidad, es un simple reflejo material de lo que tú mismo llevas dentro. — Luthor me dijo... — dijo Godric, frunciendo el ceño —... me dijo que yo debía descubrir el poder que tenía la espada, pero que era poderosa y necesitaba unas manos que la empuñasen... — ¿Ves? — dijo Rowena. Fue hacia la ventana y miró hacia fuera, como intentando buscar las palabras correctas que expresasen sus embrollados pensamientos —. El poder de esa espada reside en tí mismo, puesto que tú eres el que tiene poder sobre ella. — Luthor dijo que ella era poderosa — corrigió Godric. — Y que necesitaba unas manos que la empuñasen — añadió Rowena —. Creo, Godric, que es una especie de alegoría de esas que tanto le gustaban a tu maestro... Es como decir que la magia es poderosa en sí misma, pero necesita de alguien que la canalice... Nosotros, los magos. Y, en este caso en concreto, se refiere a tí. — No te entiendo. — Si la espada fuese poderosa por sí misma, no necesitaría de tí... Si la magia fuese capaz de actuar por sí misma, no nos necesitaría a nosotros... Si nosotros fuésemos capaces de controlar a la magia, no necesitaríamos al León ni a la Serpiente. Luthor no te habría necesitado para tener poder sobre la magia. Godric permaneció silencioso unos minutos. — Luthor me pidió que usase esta espada para defender aquello que considerase correcto — dijo —. Para actuar de acuerdo con mis principios. Godric reanudó su paseo por la estancia, mirando hacia todas partes y sin ver, en realidad, nada de lo que había en la habitación. Era todo tan absurdo... 165


— Es un símbolo — concluyó Rowena —. Igual que Excalibur fue un símbolo por el cual Merlín hizo a Arturo rey de toda Bretaña... — ¿Qué soy yo, entonces? ¿Rey de Inglaterra? ¿Debo hablar con mi primo y decirle: "Perdona, Kernel, pero Luthor me dio una espada y es porque yo soy el rey, macho, así que aparta el culo de mi trono"? — Quizá seas el legítimo rey de Hogwarts... — dijo Rowena, riendo, mientras miraba hacia los terrenos bañados por el sol del atardecer. — No — dijo Godric tajante —. Somos cuatro, ya sabes... — Sí, pero... — y la risa bailaba en los ojos de Rowena —. ¿Sabes?... El símbolo del rey Arturo era un jabalí... — ¿Y eso qué..? — comenzó Godric, pero enmudeció cuando vio lo que Rowena le señalaba. Abajo, en los terrenos del castillo, sobre dos pedestales, se elevaban las figuras de dos jabalíes alados.

— CAPÍTULO 17 — Sangre

— Coincidencia — dijo Godric, con el ceño fruncido. 166


— Quizá — dijo Rowena —. Pero es una coincidencia divertida... — ¿Sabes?... creo que antes te molestaba que fuese yo el que veía siempre el lado divertido de las cosas... — ¿Bromeas? Tú nunca has sido capaz de reconocer una broma, Godric — rió ella —, ni aunque bailase desnuda delante de tus propios ojos. — No le veo la gracia — refunfuñó el joven. Rowena se acercó a él. — Te has tomado demasiado en serio todo esto, Godric — dijo suavemente cuando llegó junto a él —. Tienes que relajarte un poco, hombre... Si no, vas a acabar loco... — ¿Y cómo quieres que me lo tome? — estalló Godric —. ¿Cómo quieres que esté, Rowena? ¿Cómo quieres que reaccione cuando están haciendo daño a tanta gente dentro de nuestro propio castillo, cuando ni siquiera podemos defenderlos porque más de la mitad de la comunidad mágica está de acuerdo con que los sangre sucia no merecen estudiar magia, o ni siquiera vivir? ¡Y ahora me vienes con que soy el salvador de los magos, o algo parecido...! — Yo no he dicho eso — dijo Rowena con voz firme. Godric sintió como si un bálsamo se extendiera dentro de él, y su furia repentina desapareció con la misma rapidez con la que había llegado. Fuera, encima del castillo, las nubes se disiparon como si nunca hubieran existido —. Simplemente te he dicho lo que esa profecía puede significar, lo que significa para mí. Y, según creo, esa profecía no te señala como el mesías del mundo de la magia, Godric Gryffindor. Godric bajó la cabeza, avergonzado. — Lo siento — susurró. Rowena asintió imperceptiblemente, y acarició con suavidad el mechón de cabellos 167


negros que caía sobre la frente de Godric. — No te preocupes tanto — dijo —. Lo bueno que tienen las profecías es que, si son ciertas, no tienes que hacer nada... Ellas mismas se cumplen. — De cualquier forma — dijo Godric, levantando la cabeza —, según todo esto mi símbolo no es el jabalí... sino el león. — Desde luego — asintió Rowena con una sonrisa —. Tú no eres Arturo... más bien, eres la versión corregida y mejorada, podríamos decir. — Pues ni que fuese un experimento de alquimia... — refunfuñó Godric —. Ahora me dirás que nací en el laboratorio de algún loco mezcla—hierbas... Rowena rió, con esa risa cantarina que a Godric le hacía evocar cielos azules, campos verdes y trinos de pájaros. — Si te hubiesen fabricado de encargo, Godric — dijo —, te habrían hecho mejor... — Muy graciosa — gruñó Godric. — Venga, Godric — dijo Rowena, risueña —. Sé que las cosas no están siendo fáciles... Pero en realidad no es para tanto, no ha habido nadie herido gravemente, y, aunque tengamos que ir con un poco de cuidado, podemos continuar con nuestro sueño, ¿no? ¿O habías olvidado que estamos aquí para enseñar magia?... — No, no lo he olvidado — dijo Godric, y su expresión se volvió grave —. Pero... — Si permites que todo esto te haga renunciar, Godric — dijo Rowena —, entonces dejarás que la Serpiente se salga con la suya. Y eso es, en esencia, lo que estás destinado a impedir. Godric calló y miró al techo. Al cabo de un rato, suspiró. — Tienes razón — admitió —. Si, como creían mi padre y Luthor, yo soy el León, entonces no puedo abandonar... 168


— No — dijo Rowena. — ...pero si, como tú dices, las profecías se cumplen solas, entonces no hace falta que haga absolutamente nada a ese respecto. — No es exactamente así — dijo Rowena con el ceño fruncido —. Pero lo que no debes hacer es permitir que esa profecía guíe todos tus actos. Al menos, hasta que sepas exactamente qué se te pide que hagas. Godric volvió a suspirar, y sonrió tristemente. — Ojalá lo supiera ahora... — dijo —. No me gusta estar así, sabiendo que tengo que hacer algo pero sin saber qué es exactamente... — Por el momento — dijo Rowena — limítate a sacarme de aquí y llevarme al Comedor, Godric. Éste bajó la mirada y la clavó en Rowena, desconcertado. — Tengo hambre — Rowena se encogió de hombros, sonriendo —. Como no sabemos qué tendrás que hacer en un futuro, ni si va a ser pronto o tarde, lo mejor que podemos hacer es bajar a cenar, ¿no te parece...? Godric soltó una carcajada. — Detrás de tí, señora — dijo, señalando la puerta de la estancia. Rowena rió y se dirigió a la salida. Abrió la puerta, y, antes de salir, se volvió y dio a Godric un apresurado beso en la mejilla.

Después de cenar, Godric subió de nuevo a sus estancias y se acostó inmediatamente. No tenía ganas de pensar, ni de que la idea de la profecía diese vueltas y más vueltas en su cerebro. Quería dormir sin soñar, descansar realmente y dejar todos sus pensamientos, los referidos a la canción de la Serpiente y el León y los que tenían que ver con su escuela, 169


enterrados en lo más hondo de su mente, para volver a retomarlos al día siguiente. Tras un rato de intentar infructuosamente dejar su mente en blanco, se incorporó, atrajo hacia él con un movimiento de varita un frasco que reposaba en lo alto de una estantería, lo abrió y bebió un generoso trago. El líquido pasó por su garganta sin dejar ningún sabor ni sensación de frío o calor: era como no beber nada. Pero, instantes después, notó cómo su cerebro se ralentizaba, y, finalmente, dejaba de pensar. El sueño finalmente lo alcanzó. Godric se dio cuenta, con el último pensamiento consciente, de que había olvidado preguntarle a Rowena quién era la Serpiente que Luthor había encontrado antes que a él.

(aquí veréis un hueco: lo dejé sin escribir porque me puse con “La sombra de la serpiente”, y ya nunca llegué a terminarlo. Por resumiros lo que tenía pensado escribir, decir que aquí tendría que haber habido algún otro ataque a sangres sucias y una paulatina pérdida de confianza de Godric respecto a Salazar. También se producirían algunos asesinatos reales, y una requetepreciosa historia de amor entre Godric y Rowena. En un momento dado, Godric descubriría que Salazar puede hablar con las serpientes)

— CAPÍTULO 18 — La serpiente

— Salazar — musitó Godric, aturdido. Miró a Rowena sin verla. 170


Rowena no dijo nada. — Salazar — repitió Godric, como si no fuese capaz de creerlo —. Salazar es la serpiente —. Rowena lo miró fugazmente y asintió con un movimiento imperceptible de cabeza. — Salazar — murmuró Godric, como una letanía. Apartó la mano que Rowena había posado sobre su antebrazo, y avanzó por el pasillo dando tumbos, hasta alcanzar la puerta principal del castillo. Salió al exterior, y miró impasible las lejanas colinas que rodeaban el edificio, sin que el verde intenso del campo y el azul turquesa de las aguas del lago hicieran mella en su confusa mente. Un recuerdo lo invadió repentinamente. ... Salazar se detuvo de pronto, como si hubiese oído algo. Miró hacia abajo, y Godric sintió la extraña sensación de que sus ojos se deslizaban por la orilla del lago, como observando algo. Silbó casi en un susurro y después, como percatándose de que Godric se hallaba a su lado, enderezó la cabeza —. Oops... — miró hacia el castillo —. Creo... creo que llegamos tarde a la lección de la tarde, Godric... — ¿Si? — dijo Godric, algo desconcertado por el abrupto cambio de ánimo de Salazar —. ¿Qué... qué hora es? — La hora de la merienda, creo. — Bueno — sonrió Godric —. Subamos antes de que Luthor nos convierta en algo asqueroso, ¿de acuerdo? — Sí... bueno, es... — miró de nuevo hacia el lago —. Sube tú, yo tengo que... que buscar unas hierbas para preparar pociones... Ya sabes, Luthor me mata si no las llevo... — No seas tonto, te ayudaré a buscarlas... — No — Salazar rió —. No, es mejor que uno de los dos llegue a tiempo. Sube, que 171


yo iré en seguida. — Bueno... — Godric se levantó, cogió su escoba y montó sobre ella —. Llegaré antes si voy volando. Date prisa, antes de que Luthor se ponga verde. — Sí, voy en seguida. Vete, que la paciencia no es precisamente una de las virtudes del viejo. Godric dio una fuerte patada al suelo y se elevó en el aire. Aceleró hasta que le lloraron los ojos, tratando de llegar al castillo lo antes posible. Sin embargo, antes de desaparecer detrás de una montaña echó una última mirada hacia donde Salazar se había quedado. El muchacho no había hecho ni el amago de buscar las hierbas; se había deslizado hasta la orilla del lago, y se inclinaba hacia el suelo, como si estuviese observando la tierra húmeda... Apretó los puños. — Salazar ya tiene su propia arma, Godric — dijo Luthor enigmáticamente —. Y más poderosa y magnífica que esa que tienes en tus manos. Mi regalo ha sido intentar enseñarle a usarla para el bien. Si lo ha aprendido — volvió a encogerse de hombros —, es cosa suya. — Salazar — volvió a decir Godric. La rabia empezaba a sustituir poco a poco a la sorpresa —. Ten cuidado con la serpiente... ¡Fuiste tú quien me envió a estudiar con la serpiente, padre! ¿Qué se hace cuando tu enemigo es tu mejor amigo? ¿Cómo enfrentarte a alguien a quien amas más que a tí mismo? Godric miró hacia el cielo. Las cumbres de las montañas parecían frías y distantes a su vista, en vez de acogedoras, dignas, amables, como siempre había sido. A su alrededor todo parecía desmoronarse. Salazar, la Serpiente... No, gritó dentro de su mente su propia voz. No. Salazar es tu amigo, Salazar jamás podrá hacer algo para poner en peligro el 172


mundo de la magia, Salazar no se pondrá en tu contra, Salazar no intentaría hacer suyo el mundo de los hombres, Salazar no crearía un círculo, o lo que sea, para hacerse con todo el poder... Salazar no. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras entraba de nuevo en Hogwarts y subía a trompicones las escaleras que, esta vez sí, le condujeron a la primera hasta su despacho. Lágrimas de rabia y de dolor. Fuese o no la Serpiente, Salazar le había engañado. No había sido capaz de confiar en su mejor amigo, de compartir con él que era capaz de hablar con las serpientes... Y eso sólo podía significar una cosa: No quería utilizar ese don para nada bueno. Godric siempre había sido una persona confiada. Jamás habría podido creer a priori en la culpabilidad de una persona simplemente por poseer un poder. Pero Salazar no se lo había confesado nunca... Y, sin embargo, dijo en su cabeza una vocecilla molesta, tú también tienes un poder especial, y tú tampoco se lo has confesado a Salazar... ¿No te hace eso igual a él? Empatía, lo había llamado Luthor. Pero yo no sabía que lo poseía... Yo no sabía que era capaz de influir en el tiempo, no sabía que algo así fuese posible... Y cuando lo supiste tampoco se lo dijiste. Godric arrancó de un tirón la espada que Luthor le había regalado tantos años antes de la pared y la observó detenidamente, como buscando en su brillante superficie un signo que lo hiciera igual a Salazar, mientras caminaba hasta la ventana. El cielo se oscurecía paulatinamente, y el sol se zambullía con lentitud entre las montañas que rodeaban el colegio, rojo como la sangre, observando a Godric con su único ojo, como si lamentase esconderse y tener que esperar al día siguiente para enterarse del final de la historia. — No te preocupes, amigo mío — susurró Godric, colgándose al descuido la espada 173


del cinturón, aunque no sabía muy bien si se dirigía al sol o a Salazar —. Nada va a ocurrir esta noche. Al menos, nada que vaya a cambiar la vida en este lugar. Se apartó de la ventana y se dirigió hacia la puerta. Tiró del pomo y la abrió, pero, antes de salir, echó una última mirada hacia el cielo por encima de su hombro. — Eso puede esperar hasta mañana.

— CAPÍTULO 19 — Salazar

Godric se dirigió hacia la habitación de Rowena. Dio un golpe quedo en la puerta, y, sin esperar respuesta, accionó el pomo y entró en la estancia. Cerró la puerta y se volvió. Y permaneció quieto, petrificado, junto a la entrada. Rowena estaba tumbada sobre su cama, dormida. Apoyaba el rostro sobre un brazo doblado por encima de su cabeza, y el otro permanecía sobre el colchón, con la mano abierta, la palma hacia arriba, los dedos flexionados. El cabello castaño y despeinado caía sobre su rostro, y las pestañas doradas acariciaban la parte superior de sus mejillas. Un libro permanecía en su regazo, medio caído, como si el sueño la hubiese sorprendido mientras leía. Godric se acercó. Acarició ligeramente el rostro relajado con el dorso de la mano, y después, lentamente, se alejó de ella y se dirigió de nuevo hacia la puerta, tratando de no 174


hacer ruido para no despertarla. — Te estaba esperando — dijo una voz a su espalda. Godric apartó la mano del pomo de la puerta y se volvió. Rowena seguía en la misma postura, pero los ojos brillaban ahora entre las pestañas, y los labios se curvaban en una sonrisa. Se desperezó lentamente, y se inclinó para recoger el libro, que había resbalado desde su regazo hasta el edredón. Después, se incorporó y se sentó sobre la cama. — ¿Estás bien, Godric? — preguntó, mirándole directamente a los ojos, lo cual hizo que éste sintiera un escalofrío a lo largo de toda su espina dorsal. — No pasa nada — dijo Godric, sentándose junto a Rowena en la cama. Suspiró. — Sólo estoy muy cansado. No tenía ganas de hablar con Rowena de lo que habían descubierto, aunque no sabía muy bien por qué. Quizá todavía no tenía muy claras las implicaciones de su descubrimiento, o quizá simplemente deseaba olvidarse de todo, aunque sólo fuera por un instante. Hizo un gran esfuerzo por sonreir, y después, lentamente, se inclinó hacia ella y rozó su boca con los labios. Rowena respondió a su beso con uno aún más exigente, como tratando de comprender y, a la vez, intentase absorber los problemas y preocupaciones que Godric tuviese dentro de la cabeza. Godric gimió y continuó besándola aún con más urgencia, buscando en ella el consuelo que su propia mente no podía ofrecerle. Se recostó en la cama junto a ella sin separar los labios de los suyos, acariciándole el rostro suavemente. Se separó de ella apenas un milímetro y entreabrió los ojos para mirarla. sin embargo, lo que vió hizo que toda su pasión se congelase dentro de él, y una sensación de horror se apoderó de sus entrañas. Una pequeña serpiente salía lentamente de entre las sábanas, siseando amenazadora, 175


a apenas un centímetro del cuello de Rowena. Godric saltó por encima del cuerpo de Rowena y apartó las sábanas de un tirón. Ignorando el silbido amenazador que emitía la serpiente, empujó a Rowena violentamente, haciendo que cayera al suelo con un golpe sordo, y, de un manotazo, envió al animal al otro extremo de la habitación. — Godric, ¿qué...? — Rowena calló al descubrir a la serpiente, que, en cuanto tocó el suelo, se desenrrolló y se dirigió hacia las pesadas cortinas de terciopelo que cubrían las ventanas. Godric saltó de la cama y corrió hacia ella, pero se detuvo en seco cuando una mano, una mano humana, apareció entre los pliegues de la cortina y la apartó con brusquedad. La pequeña y letal serpiente acarició suavemente la bota de Salazar Slytherin con su cabeza triangular. Godric abrió mucho los ojos, asombrado, y después, al ver la sonrisa sardónica de su antiguo compañero de estudios, se volvió hacia Rowena con deliberada lentitud. Sin embargo, la calma que aparentaba estaba lejos de reflejar los sentimientos que realmente bullían en su interior. — Estoy bien — susurró ella, con el rostro pálido e inexpresivo. Únicamente los ojos dejaban entrever el nerviosismo que sentía —. No me ha tocado, Godric. Estoy bien. Godric la miró unos segundos a los ojos, como buscando en los negros iris alguna muestra del veneno del ofidio, y después asintió de forma imperceptible. — Sal de aquí, Rowena — exclamó suavemente, mientras se volvía para enfrentarse a Salazar. Rowena lo miró un instante, parpadeó como si comprendiese, se levantó del suelo tratando de conservar su dignidad pese a que el camisón se le enredaba en las largas piernas y la hacía tropezar a cada paso, y salió muy erguida de la habitación. 176


Godric miró intensamente a Salazar un largo instante, haciendo caso omiso de la pequeña serpiente que siseaba a los pies de su amigo. Qué le estaría diciendo, si una advertencia, una amenaza, un simple consejo, una recomendación, a Godric no le importó. Por un instante sintió lástima al ver los verdes ojos de Salazar prendidos en sus propios ojos azules, creyó morir de la tristeza al comprender que jamás podría volver a compartir sueños, esperanzas, alegrías, juegos o penas con aquel hombre. Un segundo después, no supo quién le causaba más repulsión: si la serpiente o su antiguo compañero de estudios. — Has sido tú, Salazar — dijo Godric, sintiendo que la amargura y el horror le oprimían la garganta de tal forma que era casi incapaz de hablar —. Has sido tú todo este tiempo. — ¿Qué dices, God? — dijo Salazar. — Tú. Has sido tú. Tú has atacado a todos esos hijos de muggle. Tú has atacado a Rowena. Salazar sonrió. — Godric, Godric, Godric.... — dijo, suspirando —. Sigues teniendo esa extraña manía de erigirte en defensor de los más débiles, Godric... — sonrió de nuevo —. ¿Cuál es realmente tu problema? — ¡Tú eres mi problema! — gritó Godric. — ¡Pero si no he hecho más que mirar por el bien de Hogwarts! — dijo Salazar, sonriendo ampliamente —. Ni más ni menos que lo que has hecho tú. Godric lo miró, horrorizado. — ¿El bien de Hogwarts? — dijo en un susurro —. ¿El bien de Hogwarts? — dijo, casi gritando —. ¿Crees que el bien de Hogwarts es intentar matar a toda esa gente, a Rowena, que todos vivamos en un ambiente de terror e incertidumbre...? 177


— La selección es un principio de la naturaleza, Godric — le interrumpió Salazar —. Sólo los mejores sobreviven, y así se va mejorando la especie. Lo ves en los animales, lo ves en los muggles, y lo ves también en los magos —. Se encogió de hombros —. Así es la vida, y no he sido yo quien la ha inventado. Godric temblaba visiblemente, mientras observaba a Salazar con una mirada de repulsión. — No... no... — farfulló. — Todos esos niños no son más que hijos de muggle, Godric — dijo firmemente Salazar —. La raza de los magos no puede permitirse esos lastres. Limpieza de sangre — sonrió —. Eso es lo que se necesita para evolucionar. O, si no, nos estancaremos y, finalmente, nos extinguiremos. Godric lo miró, sin poder creer lo que oía. — Rowena... — ¡Rowena no es más que una sangre sucia, God! — exclamó Salazar, frunciendo el ceño —. Estaríamos mejor si me hubieses permitido terminar lo que empecé —. Al ver que Godric seguía mirándolo asqueado, se acercó a él y posó una mano sobre su hombro — . Rowena no merece ser una maga, Godric. Rowena tendría que haber nacido muggle. Godric apartó la mano de Salazar de un golpe y se alejó unos pasos de él. — ¡Estarías mejor sin ella, Godric! — gritó Salazar a su espalda —. ¡Imagina que el primo del rey tiene hijos de sangre sucia! ¡No podrías...! — ¡No vuelvas a decir esa frase! — gritó Godric, dando media vuelta y aferrando a Salazar por el cuello de la túnica —. ¡No vuelvas a hablar de Rowena! Sólo consigues ensuciar su nombre. — Su nombre está sucio desde que fue concebida — dijo despectivamente Salazar 178


—. De ese muggle... Su madre también estuvo sucia toda su vida... Acostarse con un... Godric apartó a un lado la túnica y desenvainó su espada, la espada que Luthor le había regalado tanto tiempo atrás, la espada que, por alguna razón incomprensible para él, había llevado aquella noche hasta la habitación de Rowena. Al ver la hoja reluciente, Salazar rió. — No puedes herirme con esa espada, Godric — dijo, apartándose de él —. Y lo sabes. — No quiero matarte, Salazar — dijo Godric, la voz temblándole de furia —. Sería demasiado fácil. Salazar soltó una carcajada helada. — Por fin el famoso Gryffindor reconoce la verdad — dijo —. Cruel hasta el final, aunque vaya de noble y justo, de hombre bondadoso y todos esos rollos. De qué pasta estás hecho, amigo mío... — No me llames así — dijo secamente Godric. — ¿Que no te llame cómo? — Amigo mío. No soy amigo tuyo, Salazar. Ya no —. Bajó la espada y enganchó con ella la serpiente, que siseaba a sus pies. La lanzó hacia Salazar y, cuando estuvo en el aire, cortó limpiamente por la mitad el alargado cuerpo de un sólo tajo —. Esta espada sirve para algo, aparte de para adornar una pared. — Sí — dijo Salazar, riendo —. Sirve para matar pequeños animales que no te han hecho nada. Habría sido más fácil matarla de un pisotón, Godric... — Lo que acabo de hacer no ha sido matar a una serpiente — dijo Godric, mirando fijamente los verdes ojos de Salazar —. Lo que he hecho ha sido cortar todos los lazos que me unían a tí —. Guardó la espada en su funda, sin molestarse en limpiarla. 179


Salazar le devolvió la mirada, furioso. — Haz lo que quieras, Godric — dijo fríamente —. Pero al final te darás cuenta de que yo tenía razón. De que sólo los fuertes merecen sobrevivir. — Piensas como una serpiente — dijo Godric, con una expresión de disgusto en el rostro. — Hablo con las serpientes — le rectificó Salazar —. Y en muchas ocasiones me dicen cosas más sensatas que los hombres. — Frawaradaz ana hahai slaginaz — dijo Godric. — ¿Cómo? — dijo Salazar, extrañado. — Frawaradaz ana hahai slaginaz. El hombre no doma al animal: se hace uno con él —. Godric lo miró intensamente un momento, y después dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta. —¿Qué esperas, por qué me miras así? — se enfureció Salazar —. ¿Crees que me va a desaparecer la nariz y mis pupilas van a alargarse, o algo así? —Así es como ya te veo — dijo Godric sin volverse —. Adios, Salazar. Salió de la habitación sin mirar ni una sola vez atrás.

(aquí hay otro hueco, en el que tenía previsto contar cómo Salazar y Gisele se van de Hogwarts y los otros tres deciden dividirse a los alumnos en casas)

— CAPÍTULO 20 — 180


Gryffindor, Ravenclaw, Hufflepuff, Slytherin

Permanecieron en silencio unos minutos. — ¿Y por qué una casa Slytherin? — preguntó Rowena con el ceño fruncido —. No sé si quiero que en mi colegio haya un grupo de imbéciles como Salazar... — Ah, pero piensa en las posibilidades — dijo Helga con una sonrisa soñadora —. La cantidad de suspensos que íbamos a poder repartir, los castigos, los azotes... — El colegio lo fundamos los cuatro — dijo Godric con firmeza —. Y, nos guste o no, las cosas hay que hacerlas bien. — Pues por eso — dijo Helga, repentinamente seria —. Menudo plan, si fomentamos actitudes como la de Salazar... — Si admitimos alumnos que piensen como él — dijo Godric —, quizá podamos corregirlos cuando todavía son pequeños... — ¿Y eso en qué se diferencia de lo que Salazar pretende hacer en Durmstrang? — preguntó Rowena —. Al fin y al cabo, se trata de manipular las mentes de los niños para hacer que piensen como nosotros creemos que deben pensar... — Sí, pero nuestras ideas no son como las de él — dijo Godric. — Aún así, creo que cada uno debe ser libre de pensar como quiera. — Pues más a mi favor — dijo Godric —. Que vengan, que piensen como quieran, pero que se acostumbren a que deben convivir con gente que piensa distinto, y que deben compartir el colegio con nacidos de muggle, e incluso hacerse amigos suyos... — Así me gusta, Godric — dijo Helga con una sonrisa irónica —. Que seas realista. — Por lo menos quiero intentarlo. 181


Helga se encogió de hombros con indiferencia. — Cuestión de probar, supongo — dijo. Godric miró a Rowena, y ésta, después de un instante de duda, asintió. Godric sacó la varita de entre los pliegues de su túnica y la agitó brevemente. Instantes después, un inmenso paño de terciopelo negro cubrió la pared del Gran Comedor, exactamente detrás de donde se sentaban normalmente los tres. Miles de pequeñas agujas comenzaron a trabajar al instante sobre el paño, bordando y cosiendo a tal velocidad que sus ojos no eran capaces de seguirlas. Poco a poco fueron esbozando un dibujo, bordado en oro y plata, con esmeraldas, rubíes, zafiros, y topacios, pequeños fragmentos de lapislázuli, azabache, granates y otras piedras semipreciosas. Cuando las agujas finalizaron su tarea y Godric las hizo desaparecer, la pared del Comedor estaba cubierta por un enorme tapiz en el que se veía claramente un escudo, similar a aquel que Gisele hizo para Godric tiempo atrás. Además del león rugiente, una serpiente enroscada, un tejón rampante y un águila con las alas majestuosamente extendidas rodeaban una enorme y dorada letra "H". La serpiente plateada estaba encerrada en un fondo verde, y las esmeraldas brillaban en sus ojos. El águila tenía zafiros en lugar de pupilas, y sus alas refulgían broncíneas en contraste con el azul de la seda del fondo, que imitaba el cielo. El tejón negro caminaba sobre seda amarilla y dorada, y el león de oro, cuya garra delantera parecía (quizá por casualidad) querer arañar a la serpiente, reinaba sobre un trozo del escudo del color de la sangre, el mismo que brillaba en sus ojos. Bajo el escudo brillaba, bordada en oro, la leyenda: Draco Dormiens Nunquam Titillandus. — Muy bonito — dijo Helga, mirando apreciativamente el escudo de Hogwarts que Godric acababa de bordar —. El tejón no me hace justicia, pero gracias de todos modos. 182


— La intención es lo que cuenta — dijo Rowena, y una media sonrisa apareció en la comisura de su boca. — Claro, como tú eres un águila, so lista... — se quejó Helga, fingiendo disgusto — . No sé qué manía le ha entrado a Godric con identificarme con un puñetero tejón... — Es un animal simpático — Godric se encogió de hombros, indiferente. — Ya — dijo Helga —. Como te dé un mordisco verás. — ¿Me vas a morder? — ¡El tejón, idiota! — se encrespó Helga —. Un día voy a meterte uno en la cama, a ver si te hace tanta gracia. — Oye, Godric — intervino Rowena, y apartó por un instante la mirada del blasón —. ¿Por qué has puesto ese lema debajo? Nunca le hagas cosquillas a un dragón dormido... ¿Tiene algún significado oculto...? — No — dijo Godric, y sonrió abiertamente —. Pero es un buen consejo, ¿no?... — Ah. — Nunca le hagas cosquillas a un tejón dormido, habría puesto yo — refunfuñó Helga, y Godric y Rowena soltaron finalmente una gran carcajada.

(otro hueco: quería contar el regreso a Hogwarts de Gisele, la hermana de Godric)

— CAPÍTULO 21 — 183


Promesas

— Salazar me dijo que habíais tenido una hija, Gis... Gisele sonrió tristemente. — Sí — respondió —. Una niña, Godric... Tendrías que verla — suspiró —. Es preciosa, con el cabello negro y los ojos verdes... — ¿Y por qué no la has traído? — preguntó Godric —. Me gustaría conocer a mi sobrina... Gisele permaneció en silencio unos minutos, abstraída, mirando hacia los alumnos que reían y hacían bromas mientras comían pero sin verlos realmente. — Se llama Selene — dijo al fin, sin mirar directamente hacia Godric —. Yo misma le puse ese nombre... Pensé que a Salazar le gustaría, ya que es un nombre oscuro, nocturno... Y a él le gusta mucho la oscuridad —. Levantó la mirada y clavó los ojos en los de su hermano —. Pero en realidad pensé que mi hija podría ser como aquella de la que tomó el nombre... Una luz brillante en medio de las tinieblas —. Rió amargamente —. Sí, le puse el nombre de la Luna, pensando que quizá ella podría iluminar la oscuridad en la que su padre se ha envuelto. Miró hacia la ventana, por donde entraba la triste y apagada luz del sol invernal. — Pero Selene no es ninguna luz para Salazar. Al contrario, desde que hemos tenido una hija se ha alejado por completo de mí y de todo aquello que era antes, y se ha convertido en un auténtico mago tenebroso... Está enseñando sus artes a Selene, Godric —. Ignoró el brusco movimiento que hizo su hermano —. No he sido capaz de impedírselo. Incluso... Incluso he llegado a tener miedo de él, miedo a que fuese capaz de hacerme daño 184


si volvía a intentar apartar a Selene de su lado —. Se encogió de hombros y sonrió tristemente —. Así que... aquí estoy. Godric no dijo nada. No le extrañaba en absoluto que Salazar hubiese admitido al fin lo que era, un mago tenebroso, y tampoco que en Durmstrang se enseñasen esas artes a los niños que acudían a aprender. En cuanto a lo de Selene... — Bueno — dijo al fin —, ya encontraremos la manera de hacerlo entrar en razón, Gis... Ésta rió amargamente. — Ya conoces a Salazar — dijo —. Si algo se le ha metido en la cabeza, entonces nadie, ni siquiera tú, será capaz de arrancárselo. — De acuerdo — admitió Godric —. Ya veremos. Por ahora, tú te quedas aquí con nosotros. Puedes ayudarnos, ahora que Salazar se ha convertido en el mayor imbécil del mundo nos hace falta alguien que dé clase... — No me hagas dar clase a los alumnos de Salazar, God — suplicó Gisele —. No podría soportar seguir rodeada de pequeños monstruos arrogantes como los de Durmstrang... — Bueno — repitió Godric —, ya veremos.

(otro hueco, en el que cuento cómo Gisele se va dejando morir poco a poco de desgana, de pena y de miedo)

— ¿Sabes? — dijo Gisele, el pálido rostro del mismo color que la blanca almohada sobre la que descansaba su cabeza —. Nunca me he sentido tan atada a ese valle como tú, 185


Godric —. Hizo una mueca de tristeza —. Tú adorabas la hierba, las montañas, las casas, la gente... Y, en respuesta, el valle te quería más que a nadie. Más que a nada. — A tí también, Gis... — dijo Godric, pero se interrumpió ante la mirada de su hermana. — El valle siempre fue para mí el sitio donde vivía, simplemente. Me alegré de poder escapar de él cuando padre murió. Y no lo he echado de menos en todos estos años. Tú, sin embargo... Elevó la mirada hacia la ventana, donde la luz del crepúsculo se colaba entre las pesadas cortinas de terciopelo. — El valle siempre ha sido tuyo, Godric. Parecía como si hubiera estado esperando a alguien como tú para hacerle su dueño. Yo no podría volver allí ahora, porque no significa nada para mí, salvo que es el lugar donde nací —. Suspiró —. Tampoco Hogwarts significa, en realidad, absolutamente nada... Ni Durmstrang. Ni ningún otro lugar sobre la tierra. Ya no tengo nada por lo que vivir... — Eso no es cierto — dijo Godric, ceñudo —. Tienes una hija, Gisele. Y tienes un deber para con ella. Y para con su padre, lo quieras o no, y me guste a mí o no. Que no me gusta, por cierto, pero eso es otro asunto... Gisele esbozó una media sonrisa y permaneció en silencio unos minutos. — Salazar no quiere a Selene — dijo Gisele de pronto, y levantó una mano para impedir que Godric protestase —. No, Godric. Salazar quiere a Selene como quiere a todo el mundo, porque puede serle útil, porque puede servirle para un fin. — No — dijo Godric firmemente —. Estás equivocada, Gisele. Por mucho que Salazar... — Sabes que él no me quería, Godric — interrumpió suavemente Gisele —. Se casó 186


conmigo porque necesitaba a Selene. Cuando la tuvo, no me necesitó para nada más. Y yo... — vaciló un momento —, yo... no tuve valor para llevármela, Godric. La dejé allí, con él... Godric se incorporó. — Selene está bien, Gisele... Salazar no tendría valor para hacerle daño. — No — sentenció Gisele —. No le hará daño. Lo sé, porque la necesita. Para hacerte daño a tí. Para haceros daño a los tres. Para deshacer todo lo que habéis creado durante tantos años... La voz de Gisele se fue perdiendo, como si ya apenas tuviese fuerzas para seguir hablando. — Te odia tanto... — susurró, con la voz anegada en lágrimas —. Te odia tanto que es capaz de esperar siglos para poder vengarse de tí. Y yo le he dado los medios para conseguirlo... Un sollozo se escapó de la garganta de Gisele, repentinamente sustituido por un ataque de tos. Alarmado, Godric se inclinó y la acunó entre sus brazos hasta que dejó de temblar. Gisele cerró los ojos, respirando con dificultad. Después volvió a abrirlos, y sus azules ojos se perdieron en los de Godric, tan similares a los suyos, como buscando la fuerza necesaria para pronunciar las siguientes palabras. — Perdóname, Godric — dijo sin apenas voz —. Perdóname... si eres capaz. Godric sintió que se ahogaba de dolor. — Eres mi hermanita — musitó Godric —, no tienes que pedirme perdón por nada. Hagas lo que hagas, todo estará bien... — No soy tu hermana — dijo Gisele con la voz entrecortada. Intentó tomar aire, pero parecía que los pulmones no funcionaban como deberían. Jadeó, y después respiró 187


profundamente —. Soy la mujer que le ha dado un heredero a Salazar para llevar a cabo sus horribles planes. Un nudo apretó la garganta de Godric hasta que a él también le costó respirar. Una lágrima se deslizó por su mejilla cuando vio la mirada suplicante de Gisele. — Godric... Se inclinó hacia ella, ya que apenas era capaz de oír sus palabras. — ...detenlo. Gisele tomó aire, apartó la mirada de Godric y, con una mueca de angustia, cerró los ojos y se quedó profundamente dormida.

El color verde que cubría el valle casi hacía daño en los ojos bajo la brillante luz del sol, más aún después de varios meses de lluvias casi contínuas. Los árboles, las flores, la hierba, la infinidad de matices del color verde se mezclaban armoniosamente con el blanco de las margaritas y el rojo de las amapolas, creando una alfombra salpicada de motitas de color y de humedad tras el rocío de la madrugada. El valle parecía recién lavado, recién creado incluso. Un hombre deambulaba por la calle de tierra apisonada, observando nostálgico el conocido paisaje, embelesado con el trino de los pájaros. Era un hombre joven, con arrugas de risa marcadas alrededor de los labios y de los azules ojos, mezcladas con otras, menos profundas pero más visibles, de dolor y de amargura. El hombre siguió caminando por la calle, deteniéndose a cada paso a recibir el cariño de los que paseaban por la aldea. Por los abrazos que recibía, era evidente que se trataba de alguien muy querido. Quizá el amor que despertaba entre sus vecinos se debiera no sólo a la risa que todos recordaban, o a su hermosura, o a la valentía que había 188


demostrado a lo largo de su vida, o a la defensa que siempre había hecho de los principios que, desde niño, habían gobernado su existencia; tampoco se debía al amor incondicional que profesaba por todos los habitantes del valle. Quizá se debiera al amor que había demostrado por su familia, o por esos principios, que le habían llevado a perder lo que más había querido. O quizá era por el amor que sus azules ojos mostraban por el valle donde había crecido y donde había dejado a las dos personas que más amaba para que descansasen bajo la verde hierba: su padre y su hermana. El valle que el hombre seguía adorando y seguiría amando hasta descansar, él también, bajo aquella tierra. En la tierra de un lugar que, por fin, tenía un nombre. El Valle de Godric.

— CAPÍTULO 22 — El sombrero

Salazar esbozó una sonrisa irónica, y se sentó despreocupadamente en la cuarta silla. — ¿Cuál es la idea, entonces? — preguntó, mirando alternativamente a Helga y a Godric, e ignorando la presencia de Rowena —. ¿Cómo se supone que vamos a... ¿como habéis dicho, preservar los fundamentos de este colegio? Godric frunció el ceño al recordar que Gisele había asegurado que Salazar sería capaz de cualquier cosa con tal de destruir precisamente los "fundamentos" de ese colegio. 189


Pero cuando iba a replicarle, Rowena posó una mano sobre su rodilla e impidió que hablase. — Pensábamos que debíamos dejar algo o a alguien que conservase en la memoria nuestras ideas — dijo Helga con voz reposada —, pero que no fuese capaz de tergiversarlas, que no se dejase influir por nada ni por nadie, que fuese totalmente objetivo con ellas, sin inclinarse ni para un lado ni para otro... — Helga quiere decir que necesitamos a alguien que continúe con la selección de los alumnos, separándolos en las distintas casas, y que sea como una memoria permanente de lo que nosotros hemos intentado construir aquí — dijo Rowena. Salazar no la miró. — En otras palabras, necesitáis un dios — dijo sardónicamente, con la burla bailoteando en sus verdes ojos. — No — dijo Rowena fríamente —. Necesitamos un receptor que registre esa parte de nosotros que ha creado este colegio y que sea capaz de transmitirla a las futuras generaciones. —¿Un receptor? — preguntó Salazar, y esta vez sí clavó los ojos en Rowena —. Cualquiera al que le prestes parte de tu cerebro, eso suponiendo que lo tuvieras, por supuesto... —Salazar... — advirtió Helga en voz baja —. No te hemos llamado para continuar peleándonos contigo. Salazar se encogió de hombros. —Cualquiera al que le prestes parte de tu cerebro, decía, tiene necesariamente que morir alguna vez, porque el conocimiento no da la inmortalidad... — Salvo que sea algo que no puede morir — intervino Godric. Salazar calló y miró a Godric con los ojos entrecerrados, evaluándolo. 190


— ¿Qué propones, Godric? — dijo, suspicaz —. No existe ningún ser inmortal, y eso hasta tú eres capaz de deducirlo. — No me refiero a un ser — dijo Godric —. Me refiero a un objeto. Salazar abrió mucho los ojos un intante, y después soltó una carcajada. — ¡Un objeto! — exclamó entre risas. — Sí — afirmó Godric —. Un objeto. Salazar siguió riendo hasta que vio que en el rostro de Godric no había hilaridad, y tampoco en los de Rowena y Helga. — Dios Santo, hablas en serio — afirmó, atónito. Godric asintió con la cabeza. Salazar volvió a reír quedamente. — Dotar de vida e inteligencia a algo que no la posee se considera Magia Tenebrosa, Godric — dijo suavemente, con la voz temblando de regocijo —. Pensaba que tenías claros tus principios... — ¡No me vengas con esas! — explotó Godric, furioso —. ¡Como si nunca hubieras usado este tipo de magia antes!... — Sí — admitió Salazar sin perder la sonrisa —. A veces lo he hecho... para ayudar a mis amigos. O — añadió en un susurro — a aquellos que creía mis amigos. Godric se echó hacia atrás, como si Salazar lo hubiera golpeado físicamente. Pero recuperó rápidamente la compostura y sonrió a su vez. — No hablemos de traiciones, Salazar — dijo, y había una nota de peligro en su voz —. O tal vez te encuentres de repente con la cabeza separada de los hombros, sin saber qué es lo que realmente te ha pasado. Claro que no habría una gran diferencia... — ¡Godric! — exclamó Helga —. ¡No estamos aquí para eso! Godric entrecerró los ojos, mientras Salazar volvía a reír con suavidad. 191


— Otro día, quizá — dijo Salazar dulcemente, mirando a Godric. — Otro día — prometió éste. — Bien — dijo Rowena —. El caso, Salazar, es que hemos pensado en trasladar parte de nuestros pensamientos a un objeto, para que éste los conserve y sea capaz de seguir seleccionando a los alumnos que entren a estudiar a Hogwarts una vez que nosotros ya no estemos. — Como una memoria colectiva — dijo Helga —. Un objeto no intentará inerpretar nuestras ideas, ni las cambiará para adaptarlas al futuro, de forma que éstas acaben totalmente tergiversadas. — Pero chicos — dijo Salazar burlón —, con este cuento que os estáis inventando, lo que en realidad hacéis es negar la posibilidad de evolución... ¿Y el conocimiento no tiene que enriquecerse con otros conocimientos obtenidos por medio de la experiencia para ser un conocimiento válido? ¿Pensáis que lo que sabéis ahora será todo lo que tengan que saber los magos de, digamos, dentro de mil años? — Estás desvariando — dijo secamente Godric. — No estamos hablando del conocimiento que enseñamos a nuestros alumnos, Salazar — intervino Rowena —. Los profesores tendrán que seguir siendo magos, magos que traspasen su propio conocimiento además del nuestro. No, a lo que nos referimos es a la selección de los alumnos para estudiar en Hogwarts. Salazar la miró con el ceño fruncido. — Creo que tu criterio y el mío difieren en esto, Rowena Johnson — escupió. Rowena asimiló el insulto sin mostrar reacción alguna. — Ravenclaw — dijo Godric, y parecía estar a punto de saltar sobre él y partirle la cabeza —. Se llama Rowena Ravenclaw, hijo de puta. 192


Salazar rió. — La llamaré como a mí me dé la gana, Godric — dijo. — Lo importante — dijo Rowena fríamente —, es que estamos dispuestos a seguir admitiendo a los alumnos que tú querías en nuestro colegio, Salazar. Pese a todo. — Lo importante — graznó Salazar —, es que éste no es tu colegio, puesto que ni siquiera deberías haber puesto los pies en él en el primer momento. — ¡Voy a sacarte el alma por las orejas, Salazar! — gritó Godric, furibundo, y se abalanzó sobre él. Al instante, chocó contra una pared invisible y salió rebotado hacia atrás. Miró a Salazar, pero éste estaba tan desconcertado como él. — Lo importante — dijo Helga, que se había levantado y tenía la varita en alto —, es que hagamos lo que tenemos que hacer, sin permitir que nuestras emociones se interpongan en nuestro camino. Así pues, Salazar — continuó —, si realmente deseas que en Hogwarts haya una casa Slytherin, como la ha habido hasta ahora, bien. Si no, nosotros tres podemos seguir con el colegio sin tu ayuda. Es tu decisión. Salazar la miró con un odio intenso reflejado en sus verdes ojos. Después, sonrió de nuevo. — ¿Y.. qué se supone que vamos a utilizar para que guarde nuestros... criterios de selección? Los otros tres se miraron, indecisos. No habían pensado en ningún objeto en particular. Salazar sonreía burlón, y Godric, todavía furioso, se arrancó el sombrero de la cabeza, que no se había molestado en quitarse en todo el día, y se lo arrojó a Helga. — ¿Servirá ésto? — preguntó secamente. Salazar soltó una carcajada. — ¿Un sombrero? — rió —. ¡Un sombrero! 193


— Puede ser útil — dijo Helga, observando el sombrero puntiagudo de Godric —. Un sombrero capaz de decir a qué casa va cada alumno... — ¿Y cómo se supone que va a hacer eso? — preguntó Salazar. — Fácil — dijo Rowena, y agitó la varita en dirección al sombrero. Un rayo de luz azul surcó el reducido espacio entre ella y Helga, y dió de lleno en el sombrero que ésta sujetaba. El sombrero se iluminó y brilló con una tenue luz azul grisácea, que, tan repentinamente como había surgido de la varita de Rowena, se apagó. En las manos de Helga seguía habiendo un simple sombrero de paño marrón, pero, ante la atónita mirada de Salazar, Helga y Godric, el objeto abrió dos pequeños ojales, recorrió a los presentes con la ¿mirada?, y bostezó a través de un agujero que se abrió para ello justo encima del ala. — ¿Para qué me has despertado? — preguntó con voz chillona a Rowena. Godric se quedó boquiabierto. Helga contuvo una exclamación de asombro. Salazar, por el contrario, rió suavemente. — Bien, bien, bien... — dijo —. Nunca había visto a una muggle hacer magia tenebrosa. Eres una sorpresa constante, Rowena Johnson... Rowena no se molestó en mirar a Salazar. — Bueno... — dijo Helga, dubitativa —. ¿Y ahora, qué? — Supongo que tenemos que darle al sombrero una parte de nuestros pensamientos, o algo así... — dijo Godric. — Sí — afirmó Rowena —. Ya es un ser más o menos vivo, ahora tiene que ser un ser pensante. Y para ello lo mejor es que cada uno piense en las cualidades que cada uno de sus alumnos tiene que tener, y se los traspase a él... — ¿Cómo? — preguntó Helga. — Así — contestó Rowena. Se llevó la varita a la cabeza y la pegó a sus cabellos 194


castaños. Al separarla, un hilo plateado surgió de entre su pelo, unido a la varita. Rowena hizo un gesto rápido con la varita, y el cabello plateado voló por el aire del Comedor hasta chocar contra el sombrero, que, sorprendido, abrió los ojales y exclamó suavemente: — ¡Ey, eso se avisa! — ¿Cómo son los alumnos de la casa Ravenclaw? — preguntó Rowena al sombrero, con una leve nota de amenaza en su voz. — Inteligentes — respondió el sombrero con presteza, apartándose de forma casi imperceptible de Rowena, como si temiese un ataque por su parte. Rowena se volvió hacia los demás, con una sonrisa. — Bien, no parece muy difícil — dijo Helga, y sacó con su propia varita sus pensamientos de su cabeza para enviarlos hacia el sombrero. Éste la miró al recibirlos, y una arruga apareció en el paño, entre los dos ojales. — Eso es muy impreciso, quieres admitirlos a todos en la casa Hufflepuff... ¿Y las otras casas, entonces...? Godric envió sus pensamientos hacia el sombrero con un movimiento fluido de varita. — Bien, vale, lo he pillado... Valientes, te gustan valientes. ¿Y a quién no?... Qué listo, Gryffindor... — ¿Siempre es así de sarcástico? — preguntó Godric a Rowena, exasperado. Rowena sonrió. — Bueno... Tendrás que oírlo cuando empiece a cantar. — ¿¡Cantar!? — exclamó Godric —. ¿Cantar? Rowena comenzó a reír, al ver la cara de enojo fingido de Godric, mientras éste refunfuñaba: — Gárgolas cotillas, sombreros que cantan... ¿Qué vendrá después?... Helga, sin embargo, no rió. Permaneció de pie, con el sombrero agarrado entre las 195


manos, observando a Salazar con el ceño fruncido. Salazar no hizo el más mínimo movimiento, como si no tuviese intención de completar su parte del hechizo. — ¿Salazar? — interrogó Helga, al ver que Salazar seguía mirando ceñudo hacia el sombrero. — No me parece bien — dijo al fin —. Siempre pensé que mi mente era lo que me hacía único... — Eres humilde, Lord Slytherin — dijo Rowena, rencorosa. — ...y no me hace gracia prestársela a un trozo viejo de tela — continuó Salazar, ignorando a Rowena —. No le veo la razón, sinceramente... — La selección es un principio de la naturaleza — dijo irónicamente Godric, imitando la voz de Salazar —. Tú mismo lo dijiste. Así pues, deja de inventar excusas y haz tu parte del hechizo, Salazar —. Se dirigió hacia Helga y cogió el sombrero —. Al fin y al cabo... ¿No es lo que querías? ¿Que Slytherin siguiera teniendo su sitio en Hogwarts?... Salazar lo miró, malhumorado. Después, sacó su varita de la túnica, la acarició un momento, pronunció unas palabras en voz queda y prácticamente inaudible y la posó sobre sus negros cabellos. Arrancó violentamente sus pensamientos de su mente y, con la misma violencia, los lanzó hacia Godric, que a duras penas fue capaz de interceptar el haz de luz plateado con el sombrero que sujetaba con ambas manos — ¡Cuidado, Slytherin! ¡Que no soy una diana! —. Salazar lo miró un instante y después, sin una sola palabra, sin siquiera un gesto, o una inclinación de cabeza, giró sobre sus talones y salió del Gran Comedor. Godric miró el sombrero que permanecía en su regazo y, cuidadosamente, lo guardó entre los pliegues de su túnica, donde sintió que el sombrero palpitaba y temblaba como un animalillo asustado. Introdujo la mano y lo acarició como lo habría hecho con un conejo o un pájaro perdido y miró a Helga y a Rowena, que le devolvieron la mirada, angustiada la 196


primera, impasible la segunda. Godric sintió una repentina sacudida de odio por Salazar, que tanto daño había hecho y tanto parecía dispuesto a causar en el futuro. Sin permitirse una vacilación, siguió sus pasos y salió de la habitación.

— CAPÍTULO 23 — Godric

— ¿Tienes algo que decirme, Godric? — preguntó con voz suave Salazar, volviéndose a mirarlo. Godric lo alcanzó en la puerta del castillo y lo empujó para que entrase en una de las salas laterales. El sol brillaba con fuerza y caía directamente contra la ventana entreabierta —. ¿Una disculpa por cómo me has hablado ahí dentro, quizá? — sonrió. — Tú mataste a mi hermana, Salazar — dijo Godric con los dientes apretados de furia y de dolor. La sonrisa que esbozó Salazar estuvo a punto de volverle loco de rabia. Se encontró de pronto conteniéndose para no saltar encima de él. — Tu hermana sabía lo que era yo antes de casarse conmigo, Godric — dijo Salazar con una risa petulante —. Sabía lo que hacía —. Se encogió de hombros —. Nunca la engañé. — Ella no opinaba lo mismo —. Godric apretó los puños. Sentía cómo la sangre iba 197


agolpándose en su cabeza, volviéndolo ciego, sordo e inconsciente a cualquier cosa que no fuese la furia y el odio que sentía contra el hombre que sonreía frente a él. — Se casó conmigo porque su ansia de poder igualaba a la mía, Godric — dijo simplemente Salazar —. Sabía que yo podía alzarla por encima de su hermano y de su compañera de estudios. No puedes imaginar el odio que sentía por Rowena y por tí. Siempre superiores, siempre mejores que ella, siempre condescendientes... — ¡Cállate! — gritó Godric, haciendo un esfuerzo por no sacar la varita y fulminar a Salazar allí mismo —. ¡Cállate, Salazar! Salazar soltó una carcajada. — Tu hermana te odiaba, Godric. ¿No puedes hacerte a la idea? ¿No puedes creer que nadie odie al muy noble y recto Godric Gryffindor? Godric avanzó hacia Salazar con gesto amenazador. Se inclinó sobre él y, cuando habló, lo hizo a escasos milímetros de su rostro. — Mi hermana — susurró — era una mujer buena y amable. Si en algún momento albergó alguno de esos sentimientos que dices, fue porque tú se los inculcaste. Así que no pretendas que ahora odie el recuerdo de la que ha sido una de las personas más hermosas que he conocido, porque... — ¿Hermosa? Sí, lo era — Salazar sonrió socarronamente —. Como lo fue su madre. Igual de hermosa que su hija. Godric tardó un segundo en captar lo que Salazar acababa de decir. — ¿Qué... qué quieres decir? — dijo en voz baja. — Selene... la hermosa Selene — rió Salazar —. Tengo muchos planes para mi hija, Godric. Y, debo añadir, la mayoría de ellos te incluyen. Godric se apartó ligeramente de él. 198


— ¿Qué vas a hacer? — preguntó, temblando. Salazar volvió a reír duramente. — Ya te dije que no quería que los hijos de muggle estudiasen en mi colegio, Godric. Y lo sigo manteniendo. — Pero... Selene... — Selene es de sangre limpia, por supuesto — sonrió con sorna —. Es mi hija, al fin y al cabo. Y de ella nacerán más magos de sangre limpia, que estarán dispuestos a luchar por lo que Salazar Slytherin pretendió cuando fundó este colegio. Godric sintió unas ganas enormes de vomitar. El rostro de Salazar se contorsionó en una mueca. — Mis descendientes, Godric, vendrán a Hogwarts... Y tú no lo impedirás, ¿verdad?... Godric no tuvo fuerzas para negarlo. — Por supuesto que no... — continuó Salazar. sonriendo —. El muy noble y justo Godric Gryffindor... Sigues creyendo que todos tienen derecho a estudiar aquí, incluso los que piensan como yo, ¿verdad, Godric?... Godric abrió la boca, y volvió a cerrarla. — Antes de irme de Hogwarts — continuó Salazar, haciendo caso omiso de los gestos de Godric —, construí una Cámara, ¿sabes?, un lugar al que me retiraba de vez en cuando para estar a solas, lejos de todos vosotros y de vuestras estúpidas ideas sobre la igualdad y la justicia. Godric abrió de nuevo la boca. — Así... así que por eso... — Exacto — interrumpió Salazar —. Esa Cámara será lo que culmine la tarea que 199


yo mismo comencé, y que no me has permitido terminar, Godric. — No sé cómo esperas que me crea... — empezó Godric, pero Salazar volvió a interrumpirle. — Sinceramente, Godric, me da igual lo que creas o no — dijo, y repentinamente le aferró la muñeca con una mano que más parecía una garra —. Dentro de la Cámara se esconde un sirviente leal a mí, que esperará cuanto tiempo sea necesario hasta que lo liberen. Y entonces será el momento de librarnos de los sangre sucia que todavía estudien en este colegio. Godric miró fijmente a Salazar unos segundos. — No sé quién va a... — comenzó. — Ese sirviente sólo me obedece a mí, Godric — dijo Salazar riendo —. Y, puesto que no seré yo quien abra de nuevo la Cámara de los Secretos, como me gusta llamarla, será mi Heredero quien lo haga —. Rió más fuerte aún —. Sí, Godric. Alguien, no sé si pronto o tarde, pero alguien, un descendiente de tu propia hermana, se encargará de echar por tierra todas tus esperanzas, tus anhelos, aquello por lo que has luchado toda tu vida. — Estás loco — susurró Godric, tratando de alejarse de él. Salazar tiró de su muñeca y lo acercó un poco más a su cuerpo. — ¿Loco? Quizá — dijo Salazar con una sonrisa demente —. Pero seguiré adelante con esta locura, Godric, hasta que no quede ni un solo sangre sucia en Hogwarts. — Acaba con esto, Salazar — imploró Godric —. Deja en paz a los nacidos de muggle. ¿No sería mejor que todos pudiésemos vivir en paz, juntos...? — Ahora eres tú el que dice estupideces — escupió Salazar —. ¿Vivir en paz con los sangre sucia? No son dignos de vivir, mucho menos de aprender magia en un lugar como éste... 200


— Esas palabras han dejado de tener un significado, Salazar — dijo Godric —. Creo que tu lucha ya ni siquiera es contra los nacidos de muggle, sino que es contra mí. — Puede ser — rió Salazar —. Pero, al igual que tú enarbolas como una bandera la defensa de tus principios, he decidido que yo puedo hacer lo mismo. Apretó un poco más la muñeca de Godric, que hizo un esfuerzo supremo para controlar su ira. La luz que provenía de la ventana entreabierta se oscureció, y un trueno retumbó a lo lejos. Contrólate. La voz de Luthor resonó en sus oídos. Pero sentía la magia bullendo, luchando por salir a la superficie y acabar con el hombre que reía frente a él. Y una parte de sí deseaba más que nada dar rienda suelta a su furia y permitir que su magia golpease a Salazar con toda su fuerza. — Y tú mismo — dijo Salazar —, con tu estúpido deseo de enseñar a todos, incluso a aquellos que siguen mis preceptos, te has condenado, Godric. Porque tú mismo, al permitir que siga habiendo una casa Slytherin en Hogwarts, haces posible que mi heredero, el Heredero de Slytherin, venga a tu querido colegio y termine la noble labor de Salazar Slytherin. Salazar hizo una pausa y cogió aire, mientras Godric observaba cómo el rostro una vez hermoso de su amigo se contorsionaba en una mueca de malignidad. — Tú, Godric — continuó Salazar —, serás el responsable cuando el Heredero de Slytherin vuelva al colegio para abrir la Cámara de los Secretos, y desencadene el horror que contiene, que acabará con todos los nacidos de muggle. Godric intentó librarse de la mano que sujetaba fuertemente su muñeca, pero Salazar apretó aún con más fuerza. — Recuérdalo, Godric — susurró —. Con tu insistencia en que los sangre sucia estudien aquí, al final lograrás que mi Heredero acabe con todos ellos. 201


Godric sintió que la furia nublaba su vista. — Sal de aquí, Salazar. Los verdes ojos permanecieron firmemente sujetos a los ojos azules, en una lucha de voluntades que, de haber sido entre otras dos personas, habría acabado con uno de los dos aplastado contra la pared, tan intensos eran los sentimientos de ambos. Sin embargo, tanto Salazar como Godric se hicieron frente sin ceder un ápice a la voluntad y al poder del otro. Salazar apartó la mano de la muñeca de Godric, sin permitir a sus ojos que abandonasen la lucha con los de su antiguo compañero de estudios. Entonces, después de lo que parecieron siglos, se encogió de hombros, tanteó a su espalda buscando la puerta y, sin dejar de mirar a Godric, desapareció.

— CAPÍTULO 24 — El Heredero

Godric siguió mirando hacia la puerta un buen rato, incapaz de coordinar un pensamiento coherente, sintiendo que la rabia y el odio lo inundaban, ahogándolo. Las paredes que lo rodeaban parecían estrecharse poco a poco, robándole el aire. El sol que traspasaba la ventana no iluminaba la oscuridad que veía en la estancia, y que, sabía, provenía de su propia mente. Repentinamente, escuchó un ruido a su espalda. Hirviendo de furia y, sin 202


embargo, helado por la tristeza que inundaba su interior, se volvió. Rowena permanecía inmóvil, como petrificada, junto a la pared, mirándolo con los ojos desorbitados, la boca muy abierta, sin emitir un sonido. Avanzó hacia él, trastabillando, como si a ella también le costase trabajo realizar el más mínimo esfuerzo. — ¿Cámara de los Secretos? — formó las palabras con los labios, y una mano crispada se posó sobre el antebrazo de Godric, donde minutos antes había estado la mano de Salazar —. ¿Cámara de los Secretos? — repitió Rowena, en un susurro casi inaudible. Godric esbozó una tensa sonrisa. — Así que ya conoces los planes de nuestro querido amigo Salazar... — dijo, aferrando a Rowena por la cintura cuando fue evidente que ella apenas podía mantenerse en pie. — ¿Cámara... de los Secretos? — dijo de nuevo Rowena, y en su rostro se leía claramente que el asco estaba a punto de hacerla vomitar. Tropezó de nuevo cuando intentó moverse, quizá porque su cuerpo había intentado a la vez acercarse y alejarse de Godric. Se enderezó a duras penas, como si intentase recuperar su dignidad, pero las rodillas parecían no ser capaces de sostenerla. Godric la sujetó firmemente, y la estrechó contra su cuerpo. Cerró los ojos, mientras la nostalgia y un pinchazo agudo a la altura del corazón se unían a los sentimientos contradictorios que ya sentía tras la partida de Salazar. Suspiró, abrió los ojos de nuevo y se encaminó, con ella apoyada contra su cuerpo, hacia la puerta que acababa de atravesar Salazar. — Ven — explicó simplemente, cuando vio un interrogante en sus grandes ojos negros al comenzar a subir la escalinata de mármol que ascendía desde el Vestíbulo. 203


Llegaron al despacho que Godric había instalado en una de las torres del castillo minutos después. Las dos gárgolas de piedra lo reconocieron y se hicieron a un lado, sin decir una sola palabra por una vez en la vida, y Godric agadeció la idea de Helga de hacer una escalera móvil, puesto que era evidente que las palabras de Salazar habían debilitado a Rowena mucho más de lo que cualquier enfrentamiento físico, cualquier penalidad o cualquier herida podría haber hecho. La sentó en una silla que había aparecido casi por propia voluntad, y, con otro movimiento de varita, hizo que se materializase una copa de vino, que obligó a Rowena a beber hasta que estuvo seguro de que el color había vuelto a las pálidas mejillas. Después, posó la copa en la mesa y se deslizó alrededor de ella para alcanzar su propio asiento. Cuando miró de nuevo a Rowena, ésta parecía haber recuperado su aplomo de siempre, y lo observaba con una expresión de seriedad en el bello rostro. — ¿Cámara de los Secretos? — dijo por cuarta vez, en esta ocasión en un tono de demanda —. ¿De qué va todo esto, Godric? Éste suspiró. — Parece que nuestro antiguo camarada está dispuesto a hacerles la guerra a todos los nacidos de muggle de Hogwarts — dijo, levantando la vista hacia el techo —. Ya lo has oído, Rowena... ha creado una Cámara que sólo su heredero puede abrir, y cuando lo haga, algo desde dentro matará a todos los sangre sucia del castillo. Rowena permaneció unos minutos en silencio. —¿Y tú lo crees? — preguntó. Godric la miró de nuevo. — Sí — dijo simplemente —. Conociendo a Salazar, es capaz de eso y de mucho más. ¿Una Cámara que nadie sea capaz de encontrar y que nadie sea capaz de abrir? — rió 204


—. Si alguien puede imaginar algo así y, lo que es más, llevarlo a cabo, ese es Salazar. Godric paseó la mirada por su despacho. Conocía cada detalle de la estancia, desde la chimenea hasta la repisa donde descansaba su espada. Como si recordase algo repentinamente, se levantó y fue hacia ella, introdujo la mano en su túnica y sacó su sombrero. Sonriendo tristemente, lo depositó junto a la reluciente espada, donde el sombrero se desperezó, abrió las pequeñas rajas en la superficie de tela que hacían las veces de ojos, observó a Godric con cara de reproche, bostezó ruidosamente a través del gran agujero junto al ala que era su boca — No le dejan a uno descansar a gusto... — y se hizo un ovillo, como si fuese un gato dispuesto a echarse una siesta junto al fuego. Godric se volvió hacia el escritorio. Rowena no se había movido ni un milímetro. — ¿Y qué vamos a hacer? — preguntó Rowena, con un deje de angustia en su voz. Godric se sentó de nuevo. — Nada. — ¿Nada? — dijo Rowena, sorprendida. — Nada. Miró la chimenea vacía, y, extrayendo la varita de uno de los bolsillos de su túnica, lo dirigió hacia ella —. Incendio —. Las llamas danzaron al instante en el hueco del hogar. — ¿Sabes? — dijo minutos después, todavía observando el alegre fuego —, ahora es cuando lo comprendo todo. — ¿Qué quieres decir? — le llegó la voz de Rowena desde el otro extremo de la habitación. Godric la miró: se había levantado y había ido, ella también, hacia la repisa donde descansaba la espada que, tanto tiempo atrás, le había regalado Luthor. Ahora la sostenía reverentemente entre sus delicadas manos, y observaba el brillo color sangre de los rubíes y el frío destello de la plata de la hoja. 205


— Aquella profecía... — dijo lentamente Godric —. Lo que realmente significa no es que yo tenga que detener a la serpiente ahora, sino que debo pararle los pies hasta que llegue otro que lo hará. Mi tarea no es derrotar a Salazar, sino vigilarle. Rowena levantó la mirada, acariciando todavía con la mano la magnífica espada. — Tengo que seguir como hasta ahora, Rowena — dijo Godric tristemente —. Mi labor es enseñar magia a todos aquellos que la poseen, no emprender una lucha contra Salazar. Quizá... — se detuvo un instante —, quizá enseñando a mis alumnos los principios que llevo toda la vida defendiendo consiga, en cierto modo, detener a Salazar. Si los más jóvenes creen firmemente en la igualdad entre todos los magos, Salazar no tendrá seguidores. Y frustraré sus planes sin levantar la mano contra él. — Seguirá habiendo alumnos de la casa Slytherin — dijo Rowena —. Seguirá habiendo magos de sangre limpia que piensen que los nacidos de muggle somos escoria. Seguirá habiendo un Heredero de Slytherin. — Pero las cosas ya no serán como ahora — dijo Godric —. Las cosas cambiarán, Rowena. Ahora la opción válida es la de ellos, pero pronto la mayoría pensará como nosotros, y los nacidos de muggle no tendrán que esconderse. El rostro de Rowena se contorsionó en una mueca de dolor. — ¿Por qué seguir con esto, Godric? — dijo angustiada —. ¿Por qué no rendirnos, simplemente, y permitir que sólo los sangre limpia puedan hacer magia? —. Bajó la vista —. Estoy cansada — se disculpó. — Porque todos tienen derecho a aprender magia, Rowena — dijo firmemente Godric —. Si así lo creemos, ¿por qué no luchar por ello? ¡Imagina — dijo con fingida alegría — la gran bruja que se habría perdido el mundo, si mi padre no hubiese sido tu maestro! 206


Rowena fue hacia el escritorio, llevando consigo la espada. — ¿Sabes? — dijo suavemente —. Creo que aquel día yo tenía razón. Hay algo del rey Arturo dentro de tí, Godric. Éste la miró, desconcertado. Rowena le tendió la espada, y él la cogió por primera vez desde que había matado a aquella serpiente a los pies de Salazar. Bajo la empuñadura, rodeadas de rubíes del tamaño de huevos, brillaban las palabras: Godric Gryffindor. — Todavía no he aprendido cuál es el poder que guarda esta espada — dijo Godric en tono ausente, observando la inscripción realizada por la mano de Luthor —. Mi maestro me dijo que, con el tiempo, lo descubriría... Rowena lo miró, y sonrió. — Todavía tienes mucho tiempo por delante para averiguarlo, Godric — dijo —. Y, si no eres tú, serán tus descendientes los que lo hagan. — No pienso tener descendientes — dijo Godric, y levantó la mirada. Sus azules ojos se prendieron de las negras pupilas de Rowena, que, por un momento, pareció quedarse sin aliento —. Te quise, y te perdí, y no tendré hijos con otra mujer. Rowena permaneció muy quieta un momento, mirándolo fijamente, y después bajó la vista. — ¿No piensas tener un heredero? — susurró —, ¿alguien que detenga al heredero de Salazar cuando éste llegue? Godric suspiró. Sintió un nudo en el estómago cuando miró a Rowena. — No tendré descendientes — repitió —. Pero sí tendré herederos. Rowena lo miró de nuevo, desconcertada. — Mis herederos serán todos aquellos a los que el Sombrero — Godric señaló hacia la repisa — elija para ello. Los alumnos de Gryffindor. Esos serán mis descendientes, esos 207


serán los que descubran cómo utilizar mi espada, esos serán quienes derroten al Heredero de Slytherin. Rowena permaneció sentada frente a él, inmóvil, como si las palabras que acababa de oír fuesen una maldición o una bendición, una afirmación que, por el hecho de haber sido pronunciada, tuviese irremediablemente que cumplirse. Las palabras que Godric leyó tiempo atrás, bordadas en oro, resonaron en sus oídos:

Y así será, dia tras día, Serpiente, León, vigilándose uno al otro, hasta que lleguen quienes romperán el círculo que la Serpiente creó para hacerse con todo el poder. El heredero de la Serpiente, a quien la misma Serpiente habría rechazado, y el único con el poder para derrotarlo.

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