[Radiador] No.8

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Reportaje Gráfico: Ukiyo-e

Textos de: Abril Albarrán Peter Paul Ramírez Chávez Leonardo de Ononvide Sergio García Díaz Darío Camacho Leal Luis Vicente de Aguinaga Roberto Malpica Ceballos Mallinalli Horacio Gabriel Saavedra Mauricio Hernández Castillo Juan Andrés Herrera Pegaso Zorokin Parte 3 [Novela por entregas]: Gerardo Arana

Fanzine Digital de Literatura

Haikú: Jesús Carmona-Robles Paola Klug Carla Xel-Ha López Méndez Luis Alfonso Angulo Segura Emma Cobarrubias Cobos Elodia Corona Meneses


Ukiyo-e: Ilustraciones de heroes por Ichiyu [Utagawa KUNIYOSHI (1797–1861)]


No.8

- Fanzine mensual de publicaci贸n digital Para mayor informaci贸n visita: M O L I N O D E C U E N T O . B L O G S P O T. C O M radiadorfanzine.blogspot.com


No. 8

DIRECTORIO

Mayo de 2012

°Editor

Daniel Malpica*

°Selección y Prólogo Emmanuel Vizcaya

°Gravitación Extendida [Columna] Erik Alonso

°Tracklist

Gavilondo Soler

°Diseño y Complementos *

radiadorfanzine.blogspot.com

M O L I N O D E C U E N T O . B L O G S P O T. C O M

ÍNDICE Abril Albarrán Peter Paul Ramírez Chávez Leonardo de Ononvide Sergio García Díaz Darío Camacho Leal Reportaje Gráfico Ukiyo-e / Antología de Haikú: Jesús Carmona-Robles Paola Klug Carla Xel-Ha López Méndez Luis Alfonso Angulo Segura Emma Cobarrubias Cobos Elodia Corona Meneses Luis Vicente de Aguinaga Roberto Malpica Ceballos Mallinalli Horacio Gabriel Saavedra Mauricio Hernández Castillo Juan Andrés Herrera Nueva crónica y buen gobierno: Guaman Poma Nueva Pestaña: The Delirium Constructions Pegaso Zorokin Parte 3 [Novela por entregas]: Gerardo Arana

............ [05] ............ [06] ............ [09] ............ [10] ............ [11] ............ [12] ............ [14] ............ [16] ............ [18] ............ [23] ............ [25] ............ [27] ............ [29] ............ [30] ............ [32] ............ [33] ............ [34] ............ [36] ............ [37] ............ [38] ............ [40]


La Tradición

EDITORIAL

N

o es tan acertado pensar que a la tradición debe sepultarla la vanguardia. A fin de cuentas, cada una es un reflejo del mismo espejo: la poesía. El tiempo cambia y se crea una necesidad de buscar lo nuevo, pero en la literatura, la tradición siempre funciona como un punto de arranque. Sonetos, haikús, décimas, versos medidos, nada es ajeno. En este número de [Radiador], presentamos el ejemplo de escritura que alude a la tradición literaria, al conocimiento y empleo de figuras retóricas, a la correcta acentuación silábica y a las ‘técnicas’ que aparecen en el estudio de la literatura. No obstante, nos alegra ver que una frescura inherente se manifiesta en los textos y nos hace reparar en que la poesía contemporánea está hecha para dar vuelcos, para implantar estilos y salir por caminos alternos usando los recursos que sean necesarios. [Radiador] o de La Tradición, muestra la parte clásica de la creación poética, esa parte que conocemos, disfrutamos (sí, disfrutamos) y que tal vez habíamos pensado que sólo quedaba en grandes tomos de Historia Emmanuel Vizcaya

Track-list [ medium sessions ] por GAVILONDO SOLER

Conlon Nancarrow study no.12: http://www.youtube.com/watch?v=3Zz665iwnfE


Decibel El Poeta del Ruido: http://www.youtube.com/watch?v=TpSrrPgm1Dw

Silvestre Revueltas Redes: http://www.youtube.com/watch?v=K4ylqLuTqUE http://www.youtube.com/watch?v=MTff7DGlzjw

Juan García Esquivel Spellbound: http://www.youtube.com/watch?v=xkmuY1vaweA

Nazca Estación de Sombra: http://www.youtube.com/watch?v=WKMoNXLjDBg

Rockdrigo González Perro en el periférico: http://www.youtube.com/watch?v=dk6AeLRe2es http://www.youtube.com/watch?v=IXVRGK5ol28

Humus Trastornorgonal:


Bordo de Xochiaca Abril Albarrán

(Ciudad Nezahualcóyotl, 1987)

Bordo, río del inframundo que por bestias tuberías vas con tus oscuras eses dilatándote, pues no existe otra vía por donde la conciencia ande fuera de mí sino vagando por la espesura siendo sumergida en ella

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Rápido y bien

Peter Paul Ramírez Chávez *** (Ciudad de México, 1982)

La eyaculación precoz es el ejemplo más claro de que a veces ser veloz nos puede costar muy caro O como dicen también: rápido y bien no ha habido quien Los que son acelerados más pronto alcanzan la muerte como los atropellados que corren con mala suerte Pensemos en las tortugas y en los ágiles conejos ellas todas con arrugas y ellos no llegan a viejos O como dicen también: rápido y bien no ha habido quien No hay por qué atarearse tanto sobra tiempo para todo Lento sanan los quebrantos y si no pues ya ni modo Si es que desea vivir más no corra ¿cuál es la prisa? Es mejor morir en paz que tenaz pero hecho trizas O como dicen también: rápido y bien no ha habido quien

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Causa de fuerza mayor ***

Llama Jacinto a Raquel –¡En el baño no hay papel! ¡Tráeme un rollo por favor! –Mejor le llevo un doctor pañales mesa y mantel –piensa –¡Caray pobre de él esa diarrea es de lo peor! Y a punto de levantarse para cumplir el mandato oye al marido quejarse lanzándole un nuevo grito –Espera ven más al rato voy a hacer otro poquito

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Aromas ***

Mi padre deja el baño oliendo a humo mi madre a dulce estiércol con perfume y yo como mi padre a lo que fume y al resto de fragancias que le sumo: mi abuelo a naftalina lo resumo mis primos a diarrea sin resumen mi hermano a su pañal de gran volumen y todos cada cual a su consumo Y entre otras muchas cosas me pregunto ¿quién dijo que la mierda huele a flores? Mejor no discutamos este asunto Las libres secreciones los olores son íntimos placeres que en conjunto le traen al esternón tiempos mejores

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Crisál

Leonardo de Ononvide (Cuernavaca, Morelos, 1989)

El andén de la luz La carroza del Sol La sutura de un feto Espejismo de manos Antes, la vida: espada de escorpio-jinete de mercurio Quise subir y preguntarte de qué se componen mis meñiques llegué, pero sólo pude descubrir que a tal altura no respiro. Quise creer que allí me guardas que bajo la sombra perenne lloro en vano Te negué Te negué Te negué El gallo cantó y ahora, te dudo

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Me gustan sus misterios Sergio García Díaz (Ciudad de México, 1962)

De gustarme, me gusta señorita y lo digo y me nacen mariposas y lo digo y me nacen dulces sueños y lo digo y me enredo en bellos dedos y lo digo y me siento desolado De gustarme, me gustan sus misterios y lo digo y me siento palafito y lo digo y me veo una semilla y lo digo y recreo su gran figura como Venus de Milo con arcilla. De quedarme, me quedo entre sus manos para acariciar piel con piel su espalda caminar pie con pie hasta su huerto y así abandonar feliz triste karma. De quedarme, me quedo en dulces sueños y lo digo quedito y con delirio y lo digo en silencio muy pegadito lo digo y lo repito en su latido de quedarme me quedo calientito

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Temazcal

Darío Camacho Leal (Ciudad de México, 1986)

Al Señor escultor de Montañas y su lugar (Tepetl-Postecqui-Tlán), a los ancestros y maestros, a mis guerreros de camino.

Atrapado en el pesar oscuro de los trabajos y los días, preso de la negrura lineal que asciende por la pendiente de Sísifo, no sé de la renovación ni de la calidez mágica de la caricia, no recuerdo el misterio del contacto, tan solo la rueda que se atasca en soledad profunda. Casa del aliento pétreo loto floreciente, en ti la sombra es luminosa y el lodo se purifica, fuego y agua

¡Oh Temazcalli!

reconciliación de opuestos; la mezcla de la vida y su secreto dos energías.

¡Atlachinolli! ¡Ome-teotl!

Entro, atado y enlodado, salgo renacido de los elementos por la alquimia: agua, fuego, aire y tierra. Asciendo, no me clavo más en la contracción de rueda detenida, expansión aligerada en celebración, rito festivo en comunión.

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Temazcalli, no es la negra lĂ­nea que desfallece, es la luz del calendario, el ritmo de los tiempos, el contrapunto fulgurante, y vuelve cada luna llena a veces llega con la luna nueva a veces con la creciente, pero nunca mengua

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Haikús

Jesús Carmona-Robles (Chihuahua, 1992)

Pájaros gritan tu nombre en otro idioma. Nadie acude. En el instante donde tu perfume ahoga yo lloro y río.

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Sin saber de ti me armé con luces blancas derrotándome. Tanta ceniza. Mis manos se derriten sobre tus flores. Antes de morir quiero que tus mil manos cierren mis ojos. Anonimato. El hacerse el dormido en la inundación. Gemías tan lindo. Entre muerta y despierta, flor de amatista.


Ichiyusai KUNIYOSHI (1797-1861)


Haikús

Paola Klug

(Tecolutla, Veracruz, 1980)

*¿Sueñan mis lágrimas con el tacto de tus manos? * *El verdor del bosque ruega por vida en la canción de la noche*

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*Un eco eterno es la palabra entre tus labios* *Como el ave me fui envuelta de aire* *Soy la ola que quiebra en tus ojos* *Tristeza de otoño como una hoja quebradiza*


Onishi CHINNEN (1792-1851)


Virtud del vicio

Carla Xel-Ha López Méndez (Guadalajara, 1991)

I Una cerveza me llamó por mi nombre, después la maté II Roto el vicio se acabo la rabia ¡rómpete perra! 18

III En la colilla de un cigarro yo te escribo: humo. IV En los pulmones el humo de tu boca escribe cáncer.


Tsukioka YOSHITOSHI (1839-1892)



Tsukioka YOSHITOSHI (1839-1892)


Kobayashi KIYOCHIKA (1847-1915)


Haikús

Luis Alfonso Angulo Segura (Tijuana, 1989)

Pintura y danza en la oscuridad todo es música. Tengo ojos cortos quiero lentes de astrónomo para ver lunas.

Verdad en venta el hombre es la medida ahí el sofista.

El cuerpo dice a base de dolores que está vivo.

Solón, el Sabio gobernó en Atenas la democracia.

Los veo y lo sé: danzar es habitar un cuerpo extraño.

Rigió Corinto edificó el diolkos planeó su muerte.

Haiku haiku haiku haiku haiku haiku haiku.

Aristocracia gobierno de los mejores ¡Oh! Aristóteles.

Primero Tales el agua es la medida bellos los actos.

La Cleptocracia nepotismo y robo nuestro México.

Arjé extraño, lo indeterminado Anaximandro.

La Democracia voto libre del pueblo sueño moderno.

Origen, tierra los bueyes tienen dioses es él, Jenófanes.

Isonomía el voto informado ideal griego. La Oclocracia política impura voto de masas.

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OSAKA SCHOOL (c.1830)


Diminutas puertas VII/XIV Emma Cobarrubias Cobos (Ciudad de México, 1979)

I

Tú, otoño embelleces la luz Así te encontré II Fui a la luz sí como ahí yo acerté camino impío

III Inicio el aire desde las alturas son un bosquejo IV

campos humedad ¿acuarela verde es? solo intento

V algún punto…tos puntos amarillos son mangos maduros

Luz ciclo

VI caen se pudren caen la nutren caen ahí vuelven

VII Así te encontré como ahí yo acerté Fui a la luz sí reiterar reiterativo Luz reiterar

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Ichiryusai HIROSHIGE (1797-1858)


Haikús

Elodia Corona Meneses (Chipiltepec, Edo. México, 1968)

Memoria Mi ciudad, perdida en abismo abrumado del ayer. Muerte [1] Se apaga la luz. Pierdo el recuerdo de tu figura. Muerte [2] Cuerpo inerte, aliento perdido inmenso vacío. Muerte [3] Oquedad indeleble, sin aliento. Quietud necesaria.

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Colecci贸n Tablada de Estampas Japonesas http://www.tablada.unam.mx/ukicol/index1.html

Colecci贸n Richard Kruml - Ukiyo-e http://www.japaneseprints-london.com/


El sueño

Luis Vicente de Aguinaga (Guadalajara, 1971)

Todo el amor, si es mucho, es poca cosa. Todo el amor, si es poco, es demasiado. La noche, tras arder, se ha disipado y el sol es la persiana en que se posa. De luz, no de razón, es la dudosa orilla de los cuerpos. Lo deseado vuelve del sueño al día y, a su lado, lo sueñas tú, rozándolo, deseosa. El ruido es más tenaz que la mañana y al cabo llegan voces del presente que conducen al mundo hacia la tarde. Todo el amor, si enferma, también sana y es poco, y es de noche, y no se siente y sueñas otra vez, y otra vez arde

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In illo tempore

Roberto Malpica Ceballos *** (Cosamaloapan, Veracruz, 1949)

Dicen que aquellos antiguos peldaños andados alguna vez no han de volver. Los rostros de entonces no son los mismos, y sus voces, desemejante cantar. Lejana vía inundada entre lodo y estiércol y lejanos pescadores se ha ido. Ajeno el pueblo, el amigo, y ausente el árbol de púberos tarzanes. Aquello que parte no mira hacia atrás. Reminiscencias. Cenizas en el aura que se desvanecen, y sólo despojos. Mas me defiendo de aquel irreverente desmemoriado que calla vieja historia… -A mí... a mí me basta con cerrar los ojos-

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Cosamaloapan ***

Cómo recuerdo tu campo en blanca copa y aquel aroma de aguardiente y nanche, cenizas pinceladas en el aire y colores zigzagueantes: mariposas. Cuánta garza en la laguna en mi memoria y el jinete y su alazán que se galopan El cocuyo1 y las noches mil aromas Tengo tanto en mí de ti, cuánta historia. La poinciana que hace honores al sol; los galanes1 que se irguen con su olor. El grillo, la cigarra, el río Papaloapan. Cómo guardo de ti mis años mozos que olvido lo de hoy cuando reposo y me vivo de nuevo aquella etapa

-----------------------1. Galanes: Flor de tallo largo y pétalos ondulados (como copa de vino) de fino perfume. [31]


Morirnos viejos (Con ritmo de son) Mallinalli “Desfachatada” (Coatzacoalcos, Veracruz, 1986)

Aunque me duela mucho tenerte lejos. Tenerte lejos. Siento que estás bien cerca si miro al cielo. Si miro el cielo. Cuando me siento triste me voy al río. Me voy al río. Subo al palo de guaya y triste sonrío. Triste sonrío. Dejo que el viento fuerte sople mi cara. Sople mi cara. Siento cariño mío como que me hablas. Como que me hablas. Es que’so de extrañarte me mata el sueño. Me mata el sueño. Siento me han secuestrado mi alma y mi pecho. Mi alma y mi pecho. Avanzo entre la milpa, siembro maíces. Siembro maíces. Me gusta oírte hablar y lo que dices. Lo que Me dices. Ya viene el aguacero de arriba’el cerro. De arriba’el cerro. Y escucho la tonada del jaranero. Del jaranero. Cántame lo que piensas dulce muchacha. Dulce muchacha. Quiero probar tu boca color pitahaya. Color pitahaya. Busco sólo enredarme en tu negro pelo. Tu negro pelo. Dormirme entre tus brazos y hacerme viejo. Hacernos viejos

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¿Qué es poesía?

Horacio Gabriel Saavedra Castillo (Cuautitlán Izcalli, 1990)

No es ritmo, rima ni eufonía tampoco es prosa puesta en verso no es métrica en su esencia ni es necesariamente escrita, no es aire, agua, fuego o tierra no es interpretación, no es teogonía no es cosmogonía no es vida… No es algo que se enseñe en academias no es ciencia mucho menos disciplina, no es nada ni es todo: es poesía…

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Insomne Palas

Mauricio Hernández Caudillo (Ciudad de México, 1982)

“No escribo yo estos versos. Lo dije ya. Me son dictados, hablados al oído, por los dioses abolidos y por los modernos, por nuestros siempre quejumbrosos fantasmas familiares.” Eduardo Lizalde

Eléctrico y desnudo te escribo ciego en esta ciudad de serpientes y cielos asfixiados. En esta noche delirante relampaguea mi pecho, apuñálame de versos, dibújame el insomnio, ahógame en tu pubis virgen y milenario, vacuna mi espíritu con tu lengua de mármol, congélame la carne con tus labios marítimos, hazme polvo blanca lechuza. En esta cueva tatuada de edificios y ventanas suicidas, atroz y briago te escribo ciego, pálida Diosa. En esta noche de conjuros y graznidos apareces cósmica y ojeruda con tu lengua al rojo vivo martilleando mis palabras en el humo. En esta noche de grillos infinitos apareces encendida y cadavérica con el mármol de tu lengua susurrando vendavales y rituales a mi oído. Convierte en trueno mis pulmones dormidos, intoxica mi verso con tu aliento, instala en mi garganta lluvias y campañas, haz de mi pecho una caja de sonidos. Volcánico: casi bengala o de entrañas humeantes. [34]


Adánico y sanguíneo recorro la ciega y dura carne de tu ciudad plagada de lunas, versos y memorias: El orín fosforescente tatuado en tus muros nublados, tus catedrales espaciales donde la noche se ve infinita y telescópica, tu enorme faro suspendido como una incrustación plateada en medio de tu frente, lo errante de tus calles peregrinas y dantescas, tus perros épicos y odisiácos, tus icáricos y espiritistas bebedores, tus fantasmales gatos de neón

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Soneto 3.1416

Juan Andrés Herrera (Cuernavaca, Morelos, 1990)

Si tuviera forma oculta de decir La poesía no sólo cabe en verso Ahuevo tendría que ser violento Y hacer explotar sonetos sin rima Para que brote de la piedra negra, Ardiendo, la energía sepultada, El golpazo de lengua silenciada, A través de los dedos y la linfa. Por medio de un soneto, yo no escribo, GRITO que será lo que chucha sea Pero la poesía no sólo es versos. Tengo boca, bramo. Tengo manos, maTO-dos penetramos la voz creadoRA-ta de poemas; tengo versos, vomito un estrambote: el poema terminó

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En entrega especial de

[Ra d i a d o r ] te invitamos a leer:

http://vimeo.com/27949634

http://issuu.com/danielmalpik/docs/guaman_poma


http://vimeo.com/27949634

La Tradici贸n

The Delirium Constructions [May 2011 - 120 Model Tableau Vivant - Skylight One Hanson]


NO

VEL

A P OR ENT REG AS [Pa rte -3]


Gerardo Arana (Querétaro, 1987-2012) Autor de: Hacer Pájaros (Herring Publishers / UAQ, 2008), Neónidas (Herring Publishers / UAQ, 2009) y El Whisky del Barbero Espadachín (Urano, 2010), Bulgaria Mexicali (Herring Publishers, 2011) y Met Zodiaco (Copy&Hack, 2012).

Para leer la [PARTE - 1]: http://issuu.com/tallerdesensibilizacion/docs/radiador_no6 Para leer la [PARTE - 2]: http://issuu.com/tallerdesensibilizacion/docs/radiador_-_no.7

Pegaso Zorokin de Gerardo Arana Primera edición 2012 Molinos de: Editorial Artesanal / [Radiador] Diseño: Daniel Malpica Ilustración de portada: After the Fall de Dennis Hopper, 1961-64

-Esta novela fue dada para su publicación por entregas-


Pegaso Zorokin [Parte 3]


Un escritor en apuros. La diferencia entre un escritor y un literato es una cuestión de sex-appeal. G.Rex Atravesé con apuro el ala administrativa de la Universidad Autónoma de Yucatán. Mi andar desesperado levantó sospechas entre los vigilantes de la universidad. No era para más, a mi paso desbandé a unos estudiantes que esperaban su turno en servicios escolares, detuve la conversación de un par de profesores y le hice perder las cuentas a una secretaria que pasaba de los sesenta. Obviamente me apenaba turbar la ecología universitaria pero en ese momento hubiera estado dispuesto a empujar niños por los balcones, a derribar doctoras jorobadas a codazos. El aire histórico de los corredores estimulaba mi impertinente correteo. Despeinado, oliendo a ropa sucia, apretando un folder contra el pecho. Reflexionando sobre mi aspecto en aquella época hubiera entendido que se me confundiera con un delincuente. Una propulsión meteórica pilotaba mis nervios, se hacía tarde para la lectura de mi ponencia. Sé que todo esto puede parecer una exageración pero la Universidad Autónoma de Querétaro estaba financiado mis excesos en Yucatán con el único motivo de que yo leyera las catorce páginas del trabajo de investigación literaria que había escrito hace más de cuatro años. Trabajo, que no sobra decir, leía cada que se me presentaba la oportunidad. La organizadora, una maestra joven y miope me tenía en la mira. Dos noches atrás, después de encontrarme vomitando en el cenicero del hotel me amenazó con pasar un reporte a la dirección. La noche anterior a la lectura de mi ponencia un grupo de estudiantes de literatura nos llevaron a Puerto Progreso. Después de beber y fumar mota en cantidades considerables me decidí a tomar una siesta junto a una lancha negra. Al día siguiente estaba completamente sólo en la playa. Ese día, por la mañana, el XII Congreso de Estudiantes de Literatura se había vuelto una verdadera aventura. Faltaban dos horas para que se inaugurara la mesa de trabajo número veintitrés: Hipertextos.

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Mi ponencia se llamaba Amuleto el montaje de un intermedio: una revisión a la obra de Roberto Bolaño. Marco teórico: Derrida, Landow y Kermode. Quince páginas de hueva. Tomé un Taxi, pasé al hotel, busqué en mi maleta el fólder amarillo y me apresuré a la Facultad de Humanidades. Después de correr como desesperado di con el auditorio Edmundo Valadez. Un reloj de manecillas dominaba el auditorio, faltaban cinco minutos para que terminara la mesa de trabajo. Ideando una justificación me busqué un lugar entre los asientos. Un muchacho leía su ponencia. Mientras pensaba en cómo hacerme de un lugar en la mesa de ponentes sentí un estremecimiento terrible, el muchacho, que usaba como antifaz su propio trabajo, estaba leyendo mi ponencia. Seguí escuchando, conocía bien el trabajo, lo había leído en varios congresos. Sin poder creerlo abrí el folder donde guardaba el legajo y caí en cuenta de que había desaparecido. Luego me detuve a escuchar su voz, su timbré me resulto insoportable. No tardé en explicármelo. Su voz era idéntica a la mía. Una vez terminada su lectura los asistentes comenzaron a aplaudir. El muchacho apartó el documento que escondía su identidad. Llevaba un semblante triste y desesperanzado. El muchacho dio un sorbo largo a su botella de agua, juntó las manos en su pecho y siguiendo al público comenzó a aplaudirse. Me sentí mareado, mi espalda estaba empapada de sudor. Me quedé estudiándolo con desconcierto. Por más que me resistiera era inevitable el terrible pensamiento. El muchacho y yo éramos idénticos. La facha de escritor forajido, los ademanes femeninos, el constante nerviosismo. Una vez terminada la lectura una de las organizadoras clausuró la mesa y todos se fueron retirando del auditorio. Yo me quedé hundido en mi asiento sin poder explicarme el extraño suceso. No quería levantarme de ahí pero supe que tenía que ir a buscarlo. Salí del auditorio muerto de miedo. Una vez afuera me encontré con varios estudiantes reunidos en círculo comentando libros y procedimientos literarios. Me hice lugar entre la gente y lo vi apoyado contra un barandal. Se fumaba un cigarrillo mirando entristecido al patio. Sentí pena por él. Cuando me acerqué él se dio la vuelta y bajó las escaleras. Lo seguí sin saber que decirle, sin perder de vista su espalda. Una vez cruzado el umbral de la puerta principal, a su paso, con desdén romántico, fue tirando una a una las hojas que componían la ponencia. Yo por mi parte, me fui inclinando a

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recogerlas. El muchacho caminaba de puntas, yo me esforcé por mantener los talones apoyados en el suelo. Le seguí por toda una avenida hasta que me di cuenta de que se dirigía al hotel donde me hospedaba. Entró al hotel, subió hasta mi habitación, abrió la puerta y entró sin volverla a cerrar. Sin voltear atrás se buscó un lugar entre las sábanas destendidas. Yo preferí sentarme en la orilla de la cama. Nervioso y preocupado, sin saber cómo intervenir, encendí un cigarro y me quedé pensativo hasta que el muchacho comenzó a llorar. Gimoteaba enternecido. Yo supuse que tenía que acompañarlo en su duelo. Conmovido, me acosté junto a él y lo abracé, pero no fue suficiente. El impostor lloraba desconsolado, como un niño, como cuando yo era niño. En algún momento volteó y nuestros rostros se encontraron. Estuvimos en silencio hasta que metió su dedo índice en mi boca. Aproximó su cuerpo y pude sentir como aumentaba su temperatura. Nuestras respiraciones seguían un mismo compás, con la mano desocupada me quitó el cinturón. Pensé en pedirle que se detuviera pero estoy seguro de que no me hubiera hecho el menor caso. Una vez con mi pene entre sus manos comenzó a masturbarme. Sabes Pegaso, me encanta como escribes, dijo antes de desaparecer entre las sábanas.

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El nuevo hogar de Pegaso

A Pegaso se le ocurrió entrar al Madrid. A mí su idea me pareció una idiotez. Que iba a hacer entre yonquis. Les iba a romper la madre a todos. Un magistrado tiene una casa enorme en el Pedregal, una casa vieja con un patio enorme y una fuente que ya no funciona. Hace tiempo que no vive ahí y sólo va de vez en cuando a meter y sacar cajas con etiquetas que no dan mucha información sobre lo que hay adentro. La casa tiene seis habitaciones, cuatro de ellas son enormes y tienen baños de mármol rosa donde se podrían filmar escenas eróticas con velas y pétalos rojos o el asesinato de la hija de algún primer ministro. Hay otros cuatro baños más pequeños en lugares insospechados de la casa, escondidos tras puertas que se pierden en las paredes forradas con madera oscura. La casa tiene dos pisos construidos en L. Dos cuartos chiquitos abajo y un espacio abierto, vacío, frente a la puerta de vidrio que inaugura el jardín. Arriba, una sala extensísima que sólo tiene cuatro sillones viejos y un pequeño buró que no guarda ni sostiene nada. Un pasillo largo lleva a las habitaciones, otro a una cocina gigantesca con alacenas vacías y una larga barra con estufa de doce salidas y un horno tamaño homicidio. Por alguna irracionalidad arquitectónica, una escalera sin iluminación lleva de un extremo de la planta baja de la L al otro en la parte de arriba. El magistrado va a demoler la casa en cualquier momento. Mientras no lo hace (no se sabe bien qué espera o qué necesita para hacerlo) renta las habitaciones a estudiantes de licenciatura, todos hombres, sin distinción por su preferencia sexual o especialidad universitaria, a precios bajísimos para la zona y el tamaño de la casa. Sólo se aceptan seis habitantes, sin excepción. No hay contrato de arrendamiento, no se les exige anticipo ni comprobante de ingresos. Con la casa pueden hacer lo que gusten: rayar

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las paredes, agujerarlas con clavos, pintar y redecorar las habitaciones a su antojo. Después de todo, en algún momento indeterminado la mansión será reducida a escombros. Los jovencitos son hasta ahora cinco. Estudiantes ejemplares, becados casi todos e independientes de sus padres, que no tienen estéreos escandalosos ni televisión. En algún lugar se dice que pusieron un teléfono, pero no parece que tengan la urgencia de comunicarse con nadie. Sólo estudian. Han adaptado la inmensa sala del piso superior para hacer tertulias con intelectuales de renombre donde se ofrece vino y bocadillos a cambio de la cooperación voluntaria de los asistentes, todos los jueves a las 5 de la tarde. El patio, ideal para organizar carnavales multitudinarios, sólo se ha utilizado un par de veces para hacer fiestas a escondidas del magistrado. Los jóvenes estudiantes cobran una módica cantidad por la entrada e invierten las ganancias en una que otra cosa: un microondas, una base para el garrafón, una plancha. El sexto habitante fue a conocer su nueva habitación el día de hoy. Yo lo acompañé por el camellón oscuro del Boulevard de la Luz, donde hacen falta muchos faros, por donde no camina nadie y no pasa ninguna ruta de camiones, hasta la entrada de la casona del magistrado. Los muchachos nos recibieron con amabilidad y le mostraron a Pegaso el cuarto que le correspondería. A él sólo le preocupaba dónde poner un escritorio para estudiar sin que lo molestaran. “No te preocupes” le dijo uno de los chicos, “aquí nunca se oye nada, parece que estás tú solo”. Después de habernos expuesto la enorme conveniencia del trato (hay que agregar que el Colegio de México queda a tan sólo quince minutos caminando), Pegaso pidió un momento a solas conmigo y cerró la puerta del cuarto. Nos quedamos adentro, pensando en silencio. Pegaso miró la puerta con sospecha e intentó poner el seguro, pero la cerradura estaba rota. “¿Tú qué piensas?” me preguntó. Evidentemente, había algo que nos impedía a los dos saltar de gusto por la inesperada oportunidad, que además podría ser aprovechada por algún otro jovencito más decidido, pero no sabíamos qué era. Cuando ideamos al menos dos posibles distribuciones de la cama y el clóset para que tuviera un escritorio dentro del cuarto, Pegaso se decidió:

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“No sé qué esperar, no sé qué más pedir. Es la primera vez que vivo solo.” Luego agregó, mirando la cerradura rota: “Voy a tener que arreglar eso”. Una vez cerrado el trato, nos despedimos y caminamos bajo la lluvia hasta la avenida Boulevard para pedir un taxi. Estuvimos parados en una esquina durante veinte minutos. Ningún taxi quiso parar aunque me metí hasta la mitad de la calle a agitar la mano. Tuvimos que regresar a pie por un lado del camellón solitario hasta volver a la Avenida PiRatóno, donde se detuvo el primer taxi al que le hicimos señales. Dejé a Pegaso en Periférico y pedí al chofer que me llevara por Insurgentes hasta mi casa. Yo tampoco sabía qué esperar ni qué pedir. Parecía una buena oportunidad. Le ayudaría a arreglar su cuarto, a pintarlo y a pegar algunas fotos en las paredes. Tal vez estudiaría con él algunas tardes en esa casona silenciosa. “Eres de la tercera generación”, recordé que le había dicho uno de los muchachos antes de que nos fuéramos. “Ojalá te vaya bien. Todos somos buenos chicos”. Sólo espero que Pegaso no muera ahogado en una de las bañeras de mármol, o aparezca en el horno después de algunos días. Espero que no llegue una demoledora y lo deje bajo los escombros de su nueva casa.

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Dungeons and Dragons

Todo transcurría sin novedad. Estaba más pacheca que nada y me costaba trabajo adecuar mi discurso hablado a mi discurso mental. No obstante, podía dirigir el génesis de una aldea de borrachos y drogadictos amenazados por un vampiro y explicar las instrucciones de la cruzada con coherencia suficiente. Mi estrategia funcionó lentamente: los aldeanos mataron por decisiones erradas a su cura y a su santo, únicos representantes divinos de la lucha contra el vampirismo, mientras los chupasangre se reproducían. Cuando convirtieron al rey del pueblo, la partida estaba decidida. Al final, sobre los sobrevivientes se hicieron las tinieblas. Todo era normal, como decía. Todo, salvo esa réplica pequeña de La Guernica que Francisco tiene en su sala. Ese cuadro se veía en tercera dimensión, como si Picasso hubiera superpuesto recortes de revista en el espacio y los recortes estuvieran reorganizando su distribución, moviéndose hacia atrás y hacia adelante. Descubrimos interesantes puntos de fuga y que todo viene de una entrada al sótano que está en una dimensión inaccesible para quien está viendo la pintura. El caos estaba completamente atrapado y nosotros estábamos ahí dentro. Ratón nos contó la historia de la pintura. ¿Por qué lo sabes todo, Ratón? Sí, Ratón lo sabe todo. Lo sabe todo por más drogado que esté. Francisco Luna será historiador o campeón mundial de tennis o un saxofonista de renombre. Puede que también se convierta a la masonería. Todo era normal, salvo que la sala tiene grandes ventanales y en la unidad donde vive Francisco hay muchos faroles, la luz es más o menos uniforme en las callecitas que separan las casas, así que si uno ignora el cielo, puede decir que se está metiendo el sol o que está despuntando el día. Todo era normal esa noche, salvo que no podíamos dejar de pensar que estaba amaneciendo y que, sin embargo, nunca salía el sol.

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Luego me di cuenta de que Lobo había comprado un yoyo que brillaba en la oscuridad. Hey, Lobo, ese yoyo no nos lo habías enseñado. ¿Este? Es el mismo de hace rato. El yoyo verde se veía más que verde con la luz de la madrugada interminable. Y le fue pasando su fosforescencia al hilo. Era un espectáculo de luces que se descomponían en colores conforme aumentaba la velocidad de los trucos. Si Lobo se detenía, le pedíamos, a ver Lobo, vuelve a hacer esos trucos. No, pero párate ahí, sí, ahí. A ver, Dani, prende la luz de allá. No, mejor apágala, prende la del patio. Sí, eso está perfecto. Luego empezamos a lanzar cartas al aire. Como si fueran palomas atravezando un arcoiris, los aleteos de las cartas convertían la luz en rojo, verde y azul brillantes. En algún momento comenzó la batalla. Las cartas volaban ahora hacia nuestras cabezas y algunas describían trayectorias perfectas. Se desviaban hacia arriba justo antes de tocar la frente, así que de pronto había una lluvia de guillotinas que amenazaban con degollarnos. Robert resultó ser el más diestro en el arte del lanzamiento de baraja. Hizo una trinchera con el sillón y desde ahí fue disparando contra nosotros, en un intercambio constante de municiones que pronto llenaron la sala. A veces había que recoger del suelo las cartas enemigas para surtir a los compañeros soldados, pero la velocidad y fuerza del brazo de Robert hacía que incluso las esquinas redondas de las cartas dolieran como navajazos. Robert fue un héroe solitario, asediado por cuatro insomnes que le dieron batalla por lo menos una hora. Había minutos de descanso y luego reiniciaban los ataques. Pronto aprendimos a esquivar los lanzamientos con elegantes movimientos de cabeza, pero las cuchillas voladoras no dejaban de ser un tanto amenazantes. Luego nos tumbamos en los sillones a escuchar Massive Attack. Paradise Circus comenzó justo cuando noté que las cortinas se movían. No era el viento, las ventanas estaba cerradas. Pero ondulaban como si hubiera serpientes debajo de su color arena. Eran figuras de luz pegadas por la espalda y tomadas de los brazos, como espíritus bailando un vals, dando vuelta cada pareja en su sitio, perfectamente uniformadas. Y la coreografía me deslumbraba en contraste con la oscuridad de la casa. Almas de luz sin cuerpos definidos mezclándose en un baile. Luego pude distinguir

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que la mayoría eran mujeres, fantasmas diminutos de mujeres son rostro, encendidas por la luz más amarilla de algún fuego. El baile ocupaba la mitad de la estancia y Paradise Circus me hacía sentir muy triste. Tuve que soltar un par de lágrimas y obligarme a mirar hacia otro lado. Después salimos a recibir el día. Los árboles movían sus hojitas como gigantes sacudiéndose despacio. Los pájaron hacían ruido por todos lados y volaban en trayectorias de ángulos bruscos, se movían entre las ramas como pequeños habitantes de un mundo acelerado. La luz de los faroles aún era una luz de madrugada. Sobre ellos, el cielo azul tenía su propio brillo. Salimos todos. Después de un par de minutos perdimos a Pegaso. Pegaso es un muchacho hermoso, el yonki más bello de la ciudad, largo y en los huesos, con unos lentes enormes y los pies chuecos. Esa mañana se había perdido. Cuando lo encontré doblando una esquina de la unidad, lamenté mucho no ser una cineasta, pintora o fotógrafa con futuro prometedor. El día claro ponía el marco de la escena y Pegaso apareció diminuto, caminando en el centro de un óvalo extendido, creado por la luz de un farol solitario bajo el cual seguía siendo de noche. Apareció un pájaro y se posó en una reja blanca. Pegaso se detuvo debajo del farol nocturno e intercambió un par de frases con el pájaro, que seguía moviendo la cabecita y agitando las alas en dirección del muchacho. La escena se congeló durante mucho tiempo y el contraste de las luces que unía a la noche y la mañana en un mismo lugar era también el que reunía al chico de los pantalones caídos, perdido en la noche, y al pájaro que llegaba a anunciar el nuevo día. Luego se despidieron y cada personaje siguió su camino. Pegaso Zorokin se fue haciendo cada vez más grande conforme caminaba hacia mí y la luz del farol se fue perdiendo en el brillo matinal del sábado. Cuando nos despedimos, por primera vez en más de un año, Pegaso estaba feliz de haberme visto. Esperaba de todo corazón repetir el encuentro. Yo pensé en ti. Pensé en escribirte un cuento. Con el podrías empezar tu libro.

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El fin del oeste al norte del mundo

Detuvimos nuestra marcha frente a un estanque congelado. Los viajeros fueron buscando un lugar en el triste paraje. El hielo tenía sitiadas sus mentes en medio del silencio. Los caballos miraban la ensenada con expresión de hechizados. El humo azul de sus hocicos delataba que algo estaba cambiando dentro de ellos. Los viajeros, indiferentes, encendían un fuego y derretían lajas de hielo. Nadie decía nada. No era necesario. La nieve con su manto largo extendía su destrucción sobre la tierra. El suelo cubría sus distancias bajo una capa de agua sin pulso. Un bosquecillo de sauces árticos trepidaba entre los humedales. Coronas de témpano gris retrocedían el curso de sus extremidades. La tundra es una mandíbula a la que le fue cortada la lengua. Una boca de encías blancas y venas azules. Los colmillos están por todas partes. Un magma de dientes blancos escurre su silencio en la tierra. El silencio es el principio de toda trampa. Eso lo sabes si has vivido en un túnel o visto un precipicio. Aquí todo tiene filo. Aquí todo se está defendiendo. Si en el desierto todo es flecha en la tundra todo es espada. La naturaleza tiene formas distintas de indicarnos la muerte. Aquí todo me indica mí, aquí todo indica que la siguiente soy yo. Pensé desolada y sorbí por la nariz. El frío no quiere que nada sobreviva. Aquí todo es blanco. Aquí los días pasan sin luz. Los caballo bufaban sobre el estanque el muerto. Sentí pena por ellos. Por los cadáveres que habían arrastrado nuestros cuerpos hasta el fin de la tierra. En la tundra uno tiene que avanzar con lentitud. No es fácil acostumbrarse a la tristeza. A un mundo de aguas movedizas y veladoras de ceniza. Me tallé la cara con fuerza y escupí en el suelo. Entonces pensé en Pegaso. Pegaso decía que yo tenía naricita de ciervo. Pegaso decía que iba a robarse el dinero con el que los americanos pagarían a los rusos Alaska. Pegaso quería robarse Alaska para conocer San Francisco. Pobre muchacho. Tan guapo y valiente que era. Con su sombrerito, su armónica y su caballo blanco. Siempre sucio y despeinado. Las botas enlodadas, la remera hecha un desastre. No tenía

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más de veinte, tiraba con la mano en el cinto y sabía cómo funcionan las armas. Cuando aciertes en el blanco sabrás que estabas apuntando al centro de tu corazón. Me dijo una vez apoyando su rifle en el hombro. Esa tarde buscábamos patos en el cielo. Aún no cruzábamos las montañas. Yo señalaba, el disparaba. Ese muchacho sabía dónde estaba mi corazón. No hay nada más excitante que ser la mira de un pistolero. Eso y que el chico que te ama te apunte con sus dedos en la frente. Que te señale queriendo decir aquí estás tú. Y sigues viva. Señalar un patito y verlo estallar en el cielo. Disparaba al cielo y como si doblara uno de sus brazos regresaba su rifle a la espalda. El muchacho manos Springfield 47. Buscando un cadáver de plumas blancas. Luego soplaba la armónica con fuerza. Canciones de vaquero tonto que mató a su mujer. Maria tienes naricita de ciervo. Me dijo el joven cazador destripando al patito. Limpió el cuchillo en las mangas de la remera. No dijo nada más, la verdad no sé qué intentara decirme.Pegaso decía que yo tenía naricita de ciervo. Que importante me parece ahora. Como me gustaría que Pegaso regresara a cazarme. Que me buscara en este escondite helado. Que se apareciera de pie sobre el estanque. Que llevara una capa negra. Que me diera cuarenta segundos para esconderme. Maria corre desesperada, a lo lejos escucha resonar un estallido. Un cuerpo se desploma en el hielo. Una charca de sangre se escurre sobre el estanque. Si Pegaso hubiera querido matarme hubiera tenido que dispararse en el pecho. Abrirse la remera y apoyar la boca de su rifle en sus pezones negros. Me gusta pensar que yo era el verdadero lugar al que apuntaba su mira. A ese Pegaso yo le gustaba. Esas cosas se saben. Esas cosas las chicas las saben. Aquí, señalada por el hielo, viendo en los huesos a tu caballo blanco, pienso en ti y en tus veinte años. Vienes a matarme. Aquellos días Pegaso era el cielo. En aquel entonces no tendríamos más de dos meses en la caravana. Aún no cruzábamos las montañas. Nuestra caravana rumbo al fin de la tierra. Los dos nacimos en Ashland, los dos venimos a morir a la Rusia Americana. Qué pena que Pegaso no hubiera conocido los precipicios. La tierra de hielo al que los indios le decían Alaska. Era lindo señalar al cielo y saber que todo lo que latía eras tú y que todo te pertenecía. Que tú tenías el arma. Tú busca corazones. Tú arrancacorazones de fuego. Que tú decidías. Apunta al cielo. Señala tu corazón. Hay vida en el cielo. Pegaso era listo y yo le gustaba. Nunca se acercó demasiado. Bien pensado Pegaso. El Sheriff habría hundido los cascos de su caballo en tu pecho. Qué triste pensar en tu corazón

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destrozado. Tu corazón lomo de pato. Ella, mi hija, es mi hija y nadie se acerca. Les dijo el Sheriff a los viajeros antes de salir de Ashland.Los viajeros me miraron y se repitieron sus palabras. Maria prohibida en la tierra. Había hablado el Sheriff. Mi padre los conduciría hasta el país de la nieve. De la pradera a la nieve. Que estupidez. Moisés se vuelve loco y obliga a regresar a los israelitas al desierto. Al fin del oeste, al norte del mundo. El fin del mundoLos nómadas y naricita de ciervo en menos de seis meses habíamos descubierto que éramos seres increíblemente violentos. O más bien que vivíamos en un mundo violento. Habíamos descubierto el mundo y no habíamos hecho más que recorrerlo.Asesinos en un mundo tan enorme y vasto en el que ser violento no marcaba ninguna diferencia. Hace unos meses antes de atravesar las montañas escuché a un hombre ser devorado por un oso. Escuché también los siete tiros que derribaron al oso. Un oso gris se comió a mi Pegaso. Se comió a Pegaso con todo y corazón. Nosotros nos comimos al oso. El chico de la buscacorazones 47. El cuerpo de un chico destrozado por las zarpas negras de un oso. Yo no quise acercarme a su cuerpo. Pegaso ya no tiene rifle, el oso ya no tiene su fuerza increíble. Aún así seguimos corriendo peligro. Detuve mi mirada en el estanque. La muerte se extendía definitiva en las aguas sin curso. Un estanque triste en un país triste. Que obviedad. Así es la vida en los humedales del fin del mundo. La vida es obvia donde no hay nada. Uno de los viajeros derribó el cadáver de un caribú en el suelo y fue separando con cuidado la carne del cuerpo. Las tinieblas iban reclamando nuestros cuerpos bajo un manto de luz gris. No había nada que decir. Habíamos visto y oído lo suficiente para decir que después del viaje éramos distintos. Que tratando de ocupar una tierra una fuerza extraña nos había transformado la mente. Al día siguiente atravesaríamos el archipiélago Alexander. Después de surcar las aguas heladas los viajeros veríamos Sitka, la ciudad de los rusos. Nosotros ocuparíamos su lugar.Dicen que los primeros indios cruzaron estas tierras. América empezó aquí y aquí se termina. El jardín para osos polares de Andrew Johnson. Nosotros éramos sus jardineros. Los jardineros del presidente de los Estados Unidos de América. Los nómadas del mundo desterrado. Del mundo agua fría tierra sin vida.Alaska era innecesaria. Pegaso Zorokin había muerto. El fuego ardía frente al campamento. Los viajeros entumecidos buscaban un lugar cerca del fuego. Mi padre encendió la lumbre de su pipa y le hizo frente a sus hombres. Su abrigo de bisonte le

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otorgaba una corpulencia indómita y terrible. La nieve se agrupaba en el manubrio negro del bigote. Caballeros, les dijo, este es el noroeste. El fin de la tierra, mañana veremos Sitka. Algunos se quitaron los sombreros. Nevaba con fuerza inusitada. Nadie decía nada. No quise bajar de la diligencia. No tenía hambre. No sentía mi cuerpo, sólo tristeza. Y la tristeza no está mí, la tristeza es Alaska. Y Pegaso está muerto. El único que hubiera sido capaz de robársela. Yo era mi mente y todo era tristeza. Dicen que cuando el cuerpo muere la mente queda libre. Dicen que un cuerpo sin mente es un cadáver.Dicen que una mente sin cuerpo es un fantasma.

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Escritura y delincuencia. Las instituciones culturales son redes de crimen organizado, en el último eslabón estamos nosotros, los jóvenes creadores obligados a comportarnos como delincuentes. Pegaso Zorokin Un poeta malo no es necesariamente un poeta con mala ortografía. Los escritores malos no son los que se roban capítulos enteros de las novelas de los rusos perdidos del XIX, los escritores malos no son los que se emborrachan y se pierden en parís. Los escritores malos son los que siguen mujeres para violarlas. Tú no quieres que tu chica se encuentre con uno ellos. Escriben y violan: estos tipos saben lo que están haciendo, estos tipos saben cómo funciona tú mente. Pero ésta no es la historia de un novelista violador, de hecho es la historia de dos escritores malos obligados a ser malos que por si fuera poco eran malos escribiendo y malos haciendo maldades. La verdad es que eran buenos tipos Gastón y Lucas. Buenos tipos y malos escritores. No podían hacerle daño a nadie ese Gastón y Lucas I Lucas y Gastón tenían pensado publicar una revista de poesía. El Atlas de Gargaife sería una revista bimestral que funcionaría como un mapa poético de la Ciudad de Querétaro. Una plataforma tentadora para cualquier Institución Cultural, pensaron. Desde hace más de seis meses Gastón y Lucas pensaban esa revista. Era su pensamiento favorito, sus cinco minutos antes de quedarse dormidos. Habían tratado de definir el propósito de la revista en distintas ocasiones. Sería un documento generacional, un museo y como habíamos dicho antes un mapa. Un mapa con corazón de tesoro escondido; el museo de una generación; un itinerario de creación. También sería un espacio de integración disciplinaria: habría partituras y fotos íntimas de monumentos históricos. Todo tratado con la distinción y gracia con la que los poemas deben ser tratados. No sólo eso, nos habría dicho Lucas como le dijo alguna vez a Gastón. Se trata de identidad cultural Gastón, mira, Querétaro apenas se está formando como ciudad, como cualquier adolescente se ve obligada a sustentar una personalidad, a lo cual tiene que encontrar las señas emocionales que lo vienen caracterizando, el imaginario

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que lo identifica, las ideas que lo definen, registro que a todas miras es deber y trabajo de nosotros los poetas. No sólo de los poetas, le habría respondido a regañadientes cualquier licenciado en humanidades, pero Gastón y Lucas estaban tan nerviosos y emocionados que decían cosas sin importar muchas veces su sentido. Pero ahí estaba el pulso propositivo, la moción romántica, el optimismo ciego. Se sentían importantes Gastón y Lucas. Eran poetas Gastón y Lucas. Poetas y ciudadanos. Poetas ciudadanos. Malos poetas ciudadanos. Mira Gastón, le dijo Lucas con unas copas encima, con esa revista vamos a enseñarle a esta ciudad a extrañarse, a pensarse, a amar y amarse. La revista también tenía fines didácticos. Era un buen tipo ese Lucas. Lucas aún creía que un poemario podía llegar a ser tan instructivo como un catecismo. Lucas consideraba incluir una sección para iluminar. Para que los niños se fueran identificando con las partes del poema. Lucas le hubiera caído bastante bien a Amado Nervo. Fuera de todo romanticismo Lucas tenía claros los pasos a seguir para publicar su revista. El Gobierno del Estado mantenía desde 1997 un sistema de estímulos que buscaba desarrollar proyectos como el de nuestros entusiastas empresarios. Lucas y Gastón lo sabían, se los había dicho una maestra de francés. Lucas y Gastón escribían poesía y leían francés. El francés sólo lo leían, con la poesía era distinto, la leían y la escribían, era por así decirlo, su idioma favorito. Apenas se enteraron del estímulo sus inteligencias, en marcha forzada fueron resolviendo la composición del Atlas. No había mujer que distrajera el ensamblaje emocional que sugieren esta clase de proyectos, lo que nos permite afirmar que incluso su sexualidad estaba dedicada a este proyecto. Lucas y Gastón estaban muy concentrados. Había muchas ideas y habría muchos poemas. El índice también sería un poema. El índice será una línea de tiempo le dijo Lucas a Gastón llamándolo muy tarde desde un teléfono negro. Gastón imaginó su nombre en el lugar que generalmente concedían las líneas de tiempo a la caída del muro de Berlín y se sintió extrañamente conmovido. Gastón Esquivel 1989. El Atlas de Gargaife les permitiría integrarse a la historia, participar de la creación, mantener y documentar un diálogo con su tiempo. Completar un atlas, como descubrirían en el exhaustivo proceso, requiere mucha dedicación. Los españoles buscaban oro, nuestros navegantes buscaban poetas. En la

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furgoneta del tío de Lucas fueron entonces a encontrar a todos los poetas de su condado. Al menos a los que conocían y a los que conocían los que conocían. Fueron a visitar numerosos talleres literarios y su agenda se fue nutriendo con velocidad inesperada. Lucas y Gastón bebieron mucho café e hicieron muchas amistades. Nos gustaría que formaras parte del catálogo les decían y sorbían con cuidado la espuma blanca del café con leche. Los poetas, sin pensarlo decían sí, porqué no. También tuvieron que esperar en la sala de varios poetas a que los artistas imprimieran sus poemas. Un escritor en pijama alimentando con papel reciclado una impresora siempre es cosa de gracia, pensaba Lucas esforzándose por mantener la seriedad. Las madres de los poetas les ofrecían vasos de agua. Gastón organizaba los trabajos en su fólder azul cielo. Así, bebiendo mucho café y sorbiendo vasos de agua, Lucas y Gastón fueron formando un interesante portafolio. Eran buenos muchachos, se mostraban generosos, tenían buenas ideas, agradecían como se debe los vasos de agua, en fin, merecía ganarse esa beca. Eso Lucas y Gastón lo tenían bastante claro. También sabían cuanto pesaría el papel de cada publicación y cuantos estuches de grapas tendrían que comprar. Su visión estaba cotizada por la calculadora melódica de un papelero que conocía a Lucas desde niño. Todos van a estar en el Atlas, le decía Lucas a Gastón. En nuestro Atlas, le respondía el otro clasificando la documentación con preciso cuidado. Después de haber recorrido la ciudad en busca de todo poeta menor a los treinta años aprendieron a utilizar el Photoshop, bebieron más café y se desvelaron ensamblando las cajas de texto de la prometedora revista. Lucas y Gastón le habían dedicado tres meses a la cruzada. La convocatoria del programa de estímulos vencía el treinta de abril. La última noche la pasaron en vilo. Cuando terminaron con los trabajos necesarios Gastón y Lucas tenían la facha de haber pasado la noche entera en un cajero automático. Con los ojos sumidos y los hombros cansados imprimían documentos, organizaban carpetas y revisaban reseñas. La cafetera espumeaba entusiasta. Al terminar se derribaron en el sillón como héroes exhaustos. Como si hubieran pasado la noche entera asegurando con cuerdas a un gigante dormido. La madre de Lucas encontró así a los muchachos, los felicitó por su esfuerzo y les preparó el desayuno. Desde el comedor Lucas miraba con melancolía los sobres sobre los sillones de sala. Gastón le daba palmadas en la espalda y le sonreía. Dentro de los sobres que Lucas y Gastón entregaron (por

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cuadruplicado) había: un engargolado con ciento sesenta y cuatro piezas poéticas (dos cuartillas por autor); las maquetas de los primeros cuatro números; una cotización por 35000 nuevos pesos por parte de la editorial Luna; un fólder con documentos que buscaban comprobar que Lucas y Gastón eran mexicanos y estaban vivos; un álbum de semblanzas; estudios de proyección; justificación y descripción del proyecto. Su esfuerzo había sido tal que según la Madre de Lucas el gobierno estaba obligado a darles esa beca. Lucas y Gastón se merecían esa beca, y el Gobierno, como es bien sabido está obligado a entregar becas a quienes se lo merecen. El Gobierno iba a darles la beca. Conduciendo rumbo al instituto Lucas fantaseaba con exportaciones; una maestra de la Universidad de Río de Janeiro abre con un cúter una caja sellada con adhesivos, dentro de la caja hay cien copias del último número del Atlas de Gargaife. Gastón, por su parte, con toda la pesada documentación sobre las rodillas se pensaba como héroe de los congresos. Caminando por Zacatecas y anotando en su cuaderno el mail de alguna escritora de Tlaxcala. Una morena de dieciocho años con broche en el pelo. Disfrutando de esos pensamientos dieron con el Instituto y se formaron entre decenas de artistas desvelados. Algunos llevaban termos de café, otros cargaban cuadros. Aunque eran muchísimos artistas Lucas y Gastón no se sintieron intimidados. Confiaban en el atlas. La fecha de entrega de resultados no estaba especificada. Concentrados en la espera de los resultados fueron desarrollando más y más el desenlace que tanto deseaban. Gastón pensaba mucho en cómo sería el juez que revisaría el proyecto. Particularmente en el momento en el que ese importante desconocido despegaba los adhesivos del sobre. Entre más lo pensaba, más pensaba que alguien pensaba en él. Gastón lo imaginaba sabio y barbado. Lucas con lentes y candado. Como si el juez fuera uno los personajes del Adivina Quién. Un escritor pelirrojo bebiéndose un té con cuidado de no derramarlo, hojeando el engargolado con asombro, y pensado con el semblante intrigado, quién sería el tal Gastón Esquivel. Lucas había tenido varias pesadillas. Había una recurrente. Una secretaria con a punto de renunciar decidía vengarse del instituto, operando una destructora de documentos destruía todas las propuestas recibidas. Pasaron varias semanas, la angustia aumentaba de forma considerable. Lucas marcaba por las mañanas, Gastón iba cada que podía al instituto. El día que publicaron los resultados, tres meses más tarde, un día soleado y terrible, Gastón y Lucas

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se sentaron en un café y pusieron el periódico local (perfectamente doblado) junto al servilletero. Una escena el viejo oeste, dos bandoleros se sientan a buscar su último crimen. Se quedaron en silencio unos minutos. Gastón, le dijo Lucas, busca tú los resultados. Lucas desmontó el diario local. El corazón de Lucas latía con fuerza desmedida. Confundiendo el acta con los obituarios sintió una aguja en el pecho al ver que su nombre simplemente no aparecía. A ver Gastón, le dijo el muchacho doblando nervioso una cuchara, déjame buscar a mí. Gastón apretó los descansabrazos del sillón alterado. Lucas fue recorriendo con frialdad cada una de las secciones. Lucas dio con la sección de espectáculos y se encontró con la marquesina laureada por los medallones del estado. Dobló la sección sobre la mesa y le dijo a Gastón. Aquí están los resultados. Lucas, sin pensarlo, levantó el legajo con apuro nervioso. Lucas leyó muchos nombres, todos los nombres, pero su nombres no aparecían. Ni el de Lucas, ni el de Gastón. Mira, no te pongas triste le dijo Gastón. A veces es así, le dijo. A veces es así, le respondió el otro muchacho. Lucas tenía los ojos llenos de lágrimas. Lucas leyó el nombre de los jurados. Entre ellos el único poeta era Anastasio Limón. El poeta había traducido a Pessoa y se vestía como presidente municipal. Gastón había ido a un taller con él, su obsesión por la formas le había enfermado y había dejado el la cuarta sesión. Lucas, vamos a demostrarle a ese pinche gordo porqué es importante un poema. Buscaron en una sección amarilla su dirección y esa noche fueron a su casa a buscarlo. Deberíamos hacer un poema, pensó Gastón en el trayecto, deberíamos drogarlo, llevárnoslo a un bosque y dejarlo ahí encuerado. Escribirle una frase de Beckett en el pecho. Utilizar sus pezones como signos de puntación. Obligarlo a despertar en medio de un poema. El poema trataría acerca de la poesía pensó al llegar a casa del escritor. Lo que Gastón quería no era escribir un poema, lo que Gastón quería era vengarse. Estando afuera de casa lo vieron llegar con sus hijos. Gastón y Lucas esperaron en silencio. Bajaron de la furgoneta y se detuvieron frente a los ventanales de la casa. Lo imaginaron leyendo a Machado y tomándose un vasito de leche. Lavándose las manos y yendo a la televisión a buscar su programa favorito del canal 22. En las manos llevaban ladrillos con notas hechas con recortes del periódico de ese día. Se quedaron así un buen rato. Ninguno se atrevió a lanzar la primera piedra. Paso un año, apareció una nueva convocatoria. No participaron. Gastón se

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Co No n t i dir olvi n u a ec de tam s r r á . en evis . . te a de r la sd s p e n ar ue tes str a o s nte itio rior we es b.

dejó el bigote y entró a estudiar psicología. Lucas entró a estudiar francés y le ayudó a su padre como repartidor en la tintorería. Lucas y Gastón no volvieron a escribir y lentamente fueron olvidando todos los poemas que se sabían.


Ukiyo-e: A Picture Book of the Suikoden [Katsushika HOKUSAI (1760–1849)]


Estela del rey Asurbanipal (668-631 a.C.)

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