Perspectivas, Volume 2 Number 1

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Anécdotas En enero de 2007 hice un viaje que cambió mi vida para siempre cuando viajé al país más pequeño de América Central: El Salvador. El objetivo de mi viaje era establecer una escuela de español, donde los turistas pudieran estudiar un poco el idioma durante su viaje. La escuela se estableció en una pequeña y pobre comunidad en la que habitan apenas 78 familias. Por supuesto estaba muy emocionada al poder ayudar a la gente salvadoreña, pero jamás me imaginé que un país victima de tanta violencia, pobreza, e injusticia pudiera robarse un pedazo de mi corazón. Cuando llegué al aeropuerto de El Salvador, venía proveniente de Chile, un país relativamente desarrollado. Fui ignorante al pensar que El Salvador iba a ser igual, ―sólo un poquito más pobre‖. Estaba muy equivocada. Después de haber pasado por inmigración, seguí el pasillo hacia las puertas de salida. Ahí estaba yo, caminando en un corredor con dos maletas y una mochila. Casi no aguantaba el peso, ni el calor, por supuesto. Cuando por fin pasé por las puertas de salida, mi cuerpo se topó por primera vez con el caluroso aire salvadoreño y sentí un calor que pocas veces había sentido en mi vida. Empecé a sudar copiosamente, y me sentí empapada como si estuviese recién bañada. Aunque el aire húmedo me sorprendió, rápidamente supe que tenía otro dilema: al pasar por las puertas me encontré rodeada por más o menos 25 hombres salvadoreños preguntándome si necesitaba un taxi. Nada más elegí uno al azar y dos minutos más tarde iba sentada en una camioneta azul hacia una nueva aventura. La última hora había pasado tan rápido que por fin pude relajarme y contemplar lo que estaba pasando. Miré por la ventanilla que estaba medio abierta y dándome aire, deseando que la camioneta tuviera aire acondicionado. Me sentía en un sueño, como si todavía no estuviera en El Salvador. Viajé por hora y media en esa pequeña camioneta, con 15 personas amontonadas una encima de la otra. Algunas personas me miraban como si fuese de otro planeta mientras otros comentaban sobre mis ―hermosos ojos 39 EL OJO / diciembre 2009

celestes‖. Por fin llegué a la comunidad llamada La Mora. Mi nueva familia ya estaba esperándome en la orilla de la calle. Cuando me bajé de la camioneta me abrazaron en seguida, haciéndome sentir muy bienvenida tanto a su familia como a la comunidad. Debo decir que a pesar de que la familia me haya recibido con los brazos tan abiertos y que haya hecho todo lo posible para hacerme sentir cómoda, aún había muchos cambios nuevos a los cuáles tenía que acostumbrarme. Las cucarachas inmensas, por ejemplo, eran un problema distinto. Muchas veces no había comida, y cuando sí había, siempre era lo mismo: arroz con frijoles, o a veces unas ―pupusas‖. Las pupusas son parecidas a los


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