Aportes andinos a nuestra diversidad cultural

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Aportes andinos a nuestra diversidad cultural. Capítulo 6. Los Bolivianos y Peruanos hoy

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servan su conducta y tratan de aprender de los buenos ejemplos. No desvalorizan la acción ajena, ni se burlan de los débiles o de quienes tienen dificultades en el aprendizaje. Pero así como hay valores que se mantienen con firmeza, hay también una crisis de valores, porque toda cultura del mundo la padece hoy en mayor o menor intensidad. Rina Zárate de Olmos, de Mar del Plata, señala que entre los bolivianos aún funcionan bien los mecanismos de solidaridad y reciprocidad. Cuando uno de ellos se encuentra en una situación desesperada, se difunde por las radios comunitarias y muchos acuden a ayudarlo, y a quien desea regresar a su país y no tiene dinero, mediante un sistema de ayuda mutua le pagan el pasaje y dan para los gastos de viaje. No obstante, sostiene, hay muchos que no son ya solidarios con su comunidad de origen, olvidándose que quienes trabajan como peones pasan grandes necesidades, y algunos que llegan a pedir ayuda a la Asociación dicen que no tienen para comer. Mario Mallón señala que la colectividad de Lules critica de un modo unánime a los bolivianos que hicieron mucho dinero, y que en vez de apoyar a los suyos, los someten a un grado de explotación que no se atreven a hacer con los trabajadores argentinos. La mayoría de los bolivianos y peruanos entrevistados expresan su agradecimiento a nuestro país por haberles abierto las puertas y brindado educación gratuita, así también como asistencia gratuita en los hospitales a quienes no tenían con qué pagarla. Todos mencionan su empeño en transmitir a sus hijos los valores morales en que se formaron, esfuerzo que se ve coronado por una continuidad cultural con pocas fisuras, a diferencia de lo que sucede con la sociedad argentina, en la que la brecha generacional, a causa sobre todo de los cambios tecnológicos, se ha convertido en muchos casos en un verdadero abismo, hasta el punto de que padres e hijos comparten tan pocos valores, que abundan las rupturas de relaciones o notorios alejamientos que convierten al vínculo en una pura formalidad. Señala Norma Andía Apaza, a modo de colofón y para dejarnos meditando, que a Bolivia le quitaron tierras Argentina, Chile, Brasil, Perú y Paraguay, pero su gente no guarda rencor a estos países, por considerar que son acontecimientos del pasado, y que lo que importa hoy es la gran nación latinoamericana. Añade que la mayor herencia que se puede dejar a los hijos es el estudio, y especialmente si son pobres, por tratarse de un bien del que nadie puede despojarlos. Por nuestra parte, queremos cerrar este apartado de los valores con un caso que nos llamó particularmente la atención, y que tiene que ver con Rosario Ávalos, la actual presidenta de la Asociación de Residentes Bolivianos de Mar del Plata. Cuenta que en Lima tenía un hogar con cuatro hijos y todo le iba bien, pues había estudiado ciencias económicas y montado dos negocios de venta de ropa que le permitían subsistir en condiciones dignas. Pero tres estafas consecutivas que le hicieron, más el hundimiento de la economía de su país por las recetas neoliberales ya comentadas, la llevaron a una cesación de pago. Liquidó entonces sus negocios y pagó gran parte de esa deuda, pero aún quedaba una cantidad considerable, acrecentada por la usura, y no sabía cómo pagarla. Torturada por esta situación, ante la cual muchos hoy no se harían mayores problemas, decidió venirse a Argentina en los años de la convertibilidad. Pero al llegar a Buenos Aires, unas peruanas le robaron todo lo que traía, e incluso su dinero, por lo que

luego de vagar llorando por calles que desconocía se refugió en una iglesia. La rescató de allí una mujer del barrio, quien la llevó a su casa, le dio lo más necesario y le consiguió un empleo en el servicio doméstico en un campo que estaba a unos 30 kilómetros de Mar del Plata. Siendo una casi profesional y pequeña empresaria, tuvo la humildad que se precisa para aceptar una caída semejante. Para peor, por tratarse de un lugar muy aislado, ni siquiera podía llamar a sus hijos con frecuencia, a los que había dejado llorando y siguieron llorando por ella durante su ausencia, pues eran pequeños. Trabajando así en esa soledad dos años, pudo ir pagando la deuda, pero al volver al Perú vio que su matrimonio se había terminado de quebrar. Resolvió entonces, para poner distancia de esa situación, regresar a Mar del Plata con dos de sus hijos, y ahora que ha conseguido un buen pasar formó esa Asociación para ayudar a los peruanos que llegan. Este caso nos hace recordar un cuento recogido por Leda Valladares entre los Diaguitas de los Valles Calchaquíes, en el que una mujer que se murió debiendo un peso a una comadre, regresa al mundo de los vivos y se hace contratar como cocinera en un campo por un sueldo mensual de un peso, suma tan ridícula que sorprendió al patrón, quien le ofreció mucho más, posando de generoso, sin que ella aceptara. Al cumplirse el mes, cobró ese peso, se lo dejó a su comadre y se fue para siempre al más allá. Difícil es encontrar un mensaje ético tan fuerte, tan ejemplar.

11. Cultura andina y medioambiente Si bien en Santa Cruz de la Sierra y otros departamentos de Bolivia se han expandido hoy la soja y otras formas de cultivos de exportación de carácter ecocida, los productores fruti-hortícolas de las zonas altas de ese país que migraron a Argentina traen consigo toda la sabiduría de la agricultura a pequeña escala de carácter tradicional, respetuosa de los ecosistemas y casi paradigma de lo sustentable. Seguramente no hay en nuestro país un ejemplo mejor para oponer a lo que llamaríamos agro-barbarie. Los niveles de degradación del suelo, así como la eliminación de todo tipo de fauna y de la diversidad biológica al que ha llegado este modelo, no permite asociarlo a la palabra “cultura”, y menos aún tomarlo como un alto referente de lo que hoy se llama simplemente “campo”, como si sus valores se midieran según su renta en dólares, y no en su capacidad de preservar esa riqueza para las futuras generaciones. Parafraseando a Octavio Paz, se podría decir que ese “campo” sabe mucho de precios pero nada de valores. Uno de los objetivos que se puso la humanidad para el presente milenio está dedicado a la sustentabilidad ambiental, la que nunca pasará por las trasnacionales de las semillas y los glifosatos que están detrás de este sistema inhumano, el que además de expulsar población del campo y acabar con la fauna y la diversidad biológica, acarrea graves males a la salud de la población. Hasta el momento se ha revelado débil entre nosotros la incorporación de criterios ambientales en las políticas agrarias, pues se prefiere el ingreso de divisas inmediato a la salud de los ecosistemas y su preservación para el futuro, aunque sobran ya experiencias en el mundo que muestran que la racionali-

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