Aportes andinos a nuestra diversidad cultural

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Aportes andinos a nuestra diversidad cultural. Capítulo 1. La civilización andina

los Mochica, a la que perfeccionaron tanto en lo técnico como en lo estilístico. Muchos de sus orfebres serían llevados luego al Cuzco, cuando comenzó el reinado de los Incas. Su cerámica, en cambio, perdió la originalidad de las culturas precedentes, sin alcanzar un alto valor artístico. Sus huacos de color negro o rojo, producidos por lo común en serie y destinados más al uso cotidiano que al ritual, suprimen la rica policromía de las culturas precedentes y no presentan mayores innovaciones en lo formal. Eso sí, se ocuparon de recuperar y continuar con devoción el arte erótico de los Mochica. Los tejidos Chimú reproducen en gran medida los motivos geométricos y zoomorfos de los frescos en adobe estucado de Chan Chan. Aunque de hecho fue al revés, pues se considera que por lo general el arte textil inspiró a los demás. Sobresalieron asimismo por su notable arte plumario y sus lujosas indumentarias. La luna fue su principal divinidad.

9. Los Incas

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A pesar de que los descubrimientos arqueológicos en la región andina avanzaron significativamente en el siglo XX, el origen de la civilización incaica alberga aún enigmas, zonas en las que la historia se amalgama con la leyenda. Aun hoy, las principales fuentes siguen siendo los cronistas españoles del siglo XVI. Se sabe que una tribu que llegó a Cusco alrededor del año 1200, procedente del sur, estableció una dinastía fundada por Manco Cápac y Mama Ocllo, su esposa y hermana. Esta pareja real, considerada mítica por su carácter prístino y la escasez de referencias históricas, habría surgido, según la leyenda, de las aguas del lago Titicaca, por orden de Inti Viracocha, el dios solar. Dicho modelo real de casarse con la hermana, al igual que los faraones de Egipto, se mantendría hasta el final, por limpieza de sangre. Recién hacia el año 1400 los Incas lograron consolidar un verdadero Estado. Estudios más recientes sobre el origen del Incario lo vinculan estrechamente a Huari, el último reino poderoso en el desarrollo de la cultura andina, algo que además de ser lógico –pues toda civilización se afirma de algún modo en las que le precedieron en la región, sin partir jamás de cero– estaría corroborado por las leyendas. Se puede decir que la formación del Incario comenzó con Pachacútec Inca Yupanqui, el noveno monarca, a partir de cuyo advenimiento se pueden considerar realistas las fechas y los sucesos. En 1438 derrotó por completo al belicoso pueblo de los Chancas, que estuvo a punto de acabar con su tribu, e inició una política expansiva que lo llevó a ocupar, hacia el año 1450, la cuenca del lago Titicaca, sometiendo a Tiahuanaco y casi todo el territorio del pueblo Colla. Por el norte, sus conquistas alcanzaron la ciudad de Cajamarca, situada a mil kilómetros del Cusco. Los Chimú eran entonces tan pujantes en el norte como los Incas en el sur. Sus expansiones territoriales fueron casi contemporáneas. Los primeros avanzaban por la Costa, y los Incas por la Sierra Central, sin que hubiera entendimiento entre ellos. En 1460, Túpac Inca Yupanqui encabezó una expedición que lo llevó hasta Quito por la Sierra Central. Regresó luego por la Costa, arrasando Chan Chan y su imperio. En 1471

este brillante estratega es coronado como décimo Inca. Bajo su reinado el imperio adquirió los límites casi definitivos, incorporando en sucesivas expediciones el sur del Perú, el Altiplano boliviano, el noroeste argentino y el norte de Chile hasta el río Maule. Al morir Túpac Inca Yupanqui, en 1493, le sucedió su hijo Huayna Cápac, que fue también un gran militar y político. Durante su reinado, el Incario se expandió al norte de Quito, hasta el sur de Colombia. Llegó a tener así una extensión de 4000 kilómetros de norte a sur, y 500 de este a oeste, abarcando sin interrupciones territoriales desde el sur de Colombia al norte de Chile y noroeste de Argentina, superficie que, según un cálculo, se aproxima a un millón de kilómetros cuadrados. Murió en 1525, cuando llegaban las primeras noticias de la presencia española en la costa marina. El reino se dividió entonces entre Huáscar, hijo legítimo y designado heredero, y Atahualpa, hijo de una de sus concubinas, al que su padre había llegado a preferir por sus méritos Huáscar es coronado en Quito, y Atahualpa, su medio hermano, en el Cuzco. Tal dualidad dio origen a una guerra civil que duró siete años (1525-1532), y terminó con la derrota y muerte de Huáscar en Cajamarca, el mismo sitio en que luego sería apresado Atahualpa por Pizarro. El Cusco fue la orgullosa capital y centro de conjunción de las cuatro suyos (regiones), considerado por eso el ombligo o corazón del mundo. Al norte estaba el Chinchasuyo, el Collasuyo al sur, el Antisuyo al este y el Contisuyo al oeste. Cada suyo se dividía a su vez en provincias, que correspondían antes a las tribus y pueblos, gobernados por los Tukrikuks. Al producirse la Conquista, el Cuzco tenía una población cercana a los 300 mil habitantes, no superada entonces por ninguna ciudad europea, y semejante a la que tenía Tenochtitlan al ser conquistada en 1521. Era un verdadero centro cosmopolita, aunque su acceso estaba limitado a los viajeros. Para entrar o salir de su recinto, se requería a los no residentes una autorización real. A ella llegaban caravanas desde todas las regiones del Imperio, trayendo los bienes con que se pagaba el tributo. Los señores distribuían la tierra, reponían a cada grupo familiar los animales muertos, dirimían los pleitos, dirigían los ejércitos y costeaban el gasto ritual. Para proteger a los pueblos edificaron fortalezas o pucaras. La fortaleza más importante fue la de Sacsahuamán, que defendía el Cusco. Una obra notable de arquitectura es también Machu Picchu, que se descubrió recién en 1911, por haber quedado cubierta por la selva. En lo territorial, la base del Incario fue el ayllu, grupo de parentesco patrilineal que poseía su propia tierra y la cultivaba como fuente de subsistencia. Aunque este sistema fue creado por los pueblos que lo precedieron, alcanzó sin duda en él su mayor formulación. Así, a las superficies destinadas a la comunidad se añadieron otras dos, destinadas a sostener la estructura del Imperio: las tierras del Inca y las de la casta sacerdotal. El ayllu cultivaba estas últimas a modo de impuesto. Lo producido por las primeras se destinaba a alimentar a los nobles, soldados, burócratas y artesanos, así como a las viudas, huérfanos e inválidos. Constituían también reservas alimenticias en graneros públicos para evitar las hambrunas producidas por sequías, inundaciones y otros desastres naturales. Con ese tributo se mantenía asimismo a los ejércitos y se construían caminos, sistemas de regadío y otras obras. Las del clero se destinaban al gasto ritual, o sea, para construir y mantener los templos y demás edificios de los sacerdotes, y proveer a su alimentación y ornatos.

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