Sarnago Nº 5

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Un San Juan especial

(Por Jesús Vasco) Fue en Junio de 2011. Un Junio especial, como especial es todo lo que me sucede en los dos últimos años. Mientras mi cuerpo luchaba, y sigue luchando, por deshacerse de un mieloma que quiere abrazarme de muerte, sentí que era el momento de pasar La Hoguera y realizar un sueño que me ha perseguido desde que se la vi pasar al “El Alejandro”, “El Ratón”, “El Santi”, “El Pipe”, “El César”, “El Artillero”….etc., allá por los años ochenta. Un mes antes, comencé a preparar la estrategia para conseguir los oportunos permisos: pedí opiniones a amigos y hablé con autoridades políticas y sociales; era requisito moral, más que legal, portar sangre sampedrana o residir en el pueblo y yo…, yo solo era sampedrano de corazón. Llegó la víspera de San Juan, y al final, obtuve la autorización de los pasadores y la conformidad del alcalde. Notaba que mi corazón latía a un ritmo ligeramente superior al habitual. Sentía un ligero cosquilleo en la boca del estómago que me recordaba a un examen final de carrera. Las horas eran fugaces, apenas alcanzaban los sesenta minutos. A las once y media de la noche, los componentes de las peñas, asidos de las manos, acompañábamos a las Móndidas y a la charanga camino de la Virgen de la Peña. Entramos en el coso bailando al son de la música que yo ya no percibía. Mi corazón se aceleraba, y una sensación de ahogo comprimía mi garganta. El grupo se diluyó entre el aforo de espectadores y nos quedamos solo aquéllos dispuestos a pasar, con los pantalones remangados, danzando ritualmente alrededor de la hoguera, que irradiaba un calor sofocante. Tenía la sensación de que no era digno de estar allí, de que ese momento estaba reservado a los sampedranos. Pero yo quería sentirme uno de ellos, y sabía que el fuego me daría ese pasaporte. Girábamos alrededor de las ascuas descalzos, restregando los pies en la tierra para hacerlos insensibles. Paró la música y nos agazapamos, todos juntos, ante la Hoguera. “El Alejandro” organizó el turno que correspondía a cada pasador. A mí me fue asignado el 20, un número que, hasta ese momento, siempre me había gustado. El primero en pasar fue “El Cesítar”. Le preguntaron: “¿Cómo está?” y contestó: “¡Cojonuda!”. Más tarde supe que era una intencionada respuesta para animar, nada más. Pero yo me la creí. Pasó Carlos “El Colondros”, y ya no era tan cojonuda. Otro de los pasadores trastabilló. Yo ya no oía el corazón y una cinta imaginaria constreñía mi cabeza como si fuera a reventar. Vi incorporarse al Paquito, “El Alipio”, que hacía el 19, y noté de pronto que mi cuerpo me abandonaba como si estuviese bajo los efectos de un potente relajante. ¡Me había entregado! No notaba ni la ropa. En ese mismo instante me vi frente a la Hoguera. Siempre me había parecido gris por el contraluz de los focos. Ahora la veía roja. Intensamente roja, y enorme. “El Colondros” me había dado tres consejos: “No intentes lucirte”, “coge el ritmo antes de entrar y mantenlo a toda costa” y “Tú entra, que ya te encargarás de salir”. Y así fue. Besé el pañuelo que adornaba mi cuello, no sabiendo bien a quien encomendarme, y entré decidido y concentrado. Me vi pisando las ascuas que mordían mis pies como sabuesos. Salí del fuego y un montón de brazos me rodeaban sin yo percibirlos. Estaba completamente aturdido, indolente, insensible y mudo. Busqué a Eugenia y me fundí con ella, y notaba el mismo compás en su corazón que en el mío. Un sudor espeso que parecía sangre, recorría mi frente y mis mejillas. Retorné al grupo de pasadores y, ahora sí, ahora me sentía uno de ellos. Había cumplido un sueño. Era feliz. Mis pies, verdaderos hornos, apenas me importaban. Cuando todo concluyó, llegué a casa e introduje mis pies en aceite de oliva, como alguien me había recomendado. En el derecho había dos ampollas prominentes, a tensión. Las curé y me fui a la cama. Era preso de una excitación que no controlaba. Hablaba sin parar, sin saber qué le decía a Eugenia. Fue la música matutina de la diana la que me bajó a este mundo que ya notaba diferente. La mañana de San Juan me resultó agradablemente dolorosa. Oí las cuartetas de las Móndidas profundamente emocionado, sabiéndome partícipe de una vivencia que marcaría mi futuro. Gracias a ese dios que fue sol, o luna, o tal vez fuego, que me permitió cumplir con un rito que le pertenece, y gracias a todos los sampedranos que respetaron mi decisión de compartir con ellos la magia de La Hoguera. 40

Asociación Amigos de Sarnago

Desde 1980


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